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En la biblia hay un pasaje que llama mucho la
atención. En el mismo se relata, que
Dios le salió al encuentro a Moisés y quiso matarlo. ¿Por qué Dios quería matar
a Moisés? Porque estaba en posición de
muerte. Hay mucho que aprender de esta historia. Usted y yo podríamos estar
en esa posición.
Éxodo 4:24
Y aconteció en el camino, que en una posada Jehová le salió al encuentro, y
quiso matarlo. 4:25 Entonces Séfora tomó un pedernal afilado y cortó el
prepucio de su hijo, y lo echó a sus pies, diciendo: A la verdad tú me eres un
esposo de sangre. 4:26 Así le dejó luego ir. Y ella dijo: Esposo de sangre, a
causa de la circuncisión.
Moisés iba camino a Egipto, para hablar con el
Faraón y solicitarle que dejará libre al pueblo judío. Moisés debía cumplir esa
misión de parte de Dios. Así que tomó a su esposa ya sus hijos y se encaminó a ese
país. Pero Dios le salió al encuentro y quiso matarlo. Dicen los estudiosos que
hay una mala interpretación del texto original; que no fue que Dios le apareció
a Moisés para matarlo, sino que Moisés fue atacado por una dolencia que lo
había puesto en riesgo de morir. Esa dolencia la causó Dios o la causó Satanás
y Dios lo permitió; recordemos que así fue con Job. ¿Por qué Dios haría eso o
permitiría eso? Séfora sabía el motivo, porque sin consultar con Moisés tomó un
pedernal afilado y le cortó el prepucio a su hijo. La razón de que Moisés
estuviera en condición de muerte, era que su hijo no había sido circuncidado.
¿Cómo lo sabemos? Porque una vez que Séfora lo circuncidó, Dios sanó a Moisés y
lo dejó continuar su camino.
Génesis
17:12 Y de edad de ocho días será circuncidado todo varón entre vosotros por
vuestras generaciones; el nacido en casa, y el comprado por dinero a cualquier
extranjero, que no fuere de tu linaje.
Dios había hecho un pacto con el patriarca
Abraham. De acuerdo con ese pacto, Dios le multiplicaría su descendencia y en
esa descendencia bendeciría a todas las naciones de la tierra, porque de allí
saldría el Mesías Salvador. A cambio,
todo niño judío debía ser circuncidado a los ocho días de nacido. La circuncisión
simboliza un despojo de la carne, en otras palabras una renuncia a hacer los deseos
de la carne para hacer la voluntad de Dios y ser apartado para él.
Es posible que ese niño naciera luego de que
Dios llamó a Moisés, porque sino Dios no lo hubiese llamado. Dios no
llama a los desobedientes ni los usa en sus propósitos.
Séfora era una mujer gentil y es posible que se
habría opuesto a que Moisés circuncidara a su hijo. Por amor a Séfora o quizás para
evitar problemas, Moisés desobedeció a Dios y obedeció a
Séfora.
Recordemos que Jesús dijo en Mateo 10:37: “El que ama a padre o madre más
que a mí, no es digno de mí; el que ama a hijo o hija más que a mí, no es digno
de mí”.
El amor hacia los padres o hacia los hijos no
debe ser un impedimento para desobedecer a Dios, mucho menos el amor hacia el
cónyuge que no es de nuestra misma sangre.
Si el amor de un ser humano nos impide obedecer
a Dios, no somos dignos de Dios y nunca podremos trabajar en su obra. Por algo la 2 de Corintios 2:14 dice que “no nos unamos en yugo desigual con los
incrédulos”, para que estas cosas no sucedan.
Lo que ocasionó que Moisés estuviera en
condición de muerte era la desobediencia a la palabra de Dios. Una vez que las
cosas se pusieron en orden, la condición de muerte cesó.
Séfora se dio cuenta que lo de Moisés no era una enfermedad común, sino un padecimiento
provocado por una desobediencia a la palabra de Dios. Entonces circuncidó a su
hijo pero lo hizo de mala manera. No
uso una cuchilla sino que tomó una piedra afilada para circuncidar a su hijo. Luego
tiró el prepucio a los pies de Moisés, demostrando así su molestia. Con esa
actitud es como si le hubiera dicho a Moisés: “Ok, ya está, dile a tú Dios que te sane”. Y agregó: “tú eres mi esposo de sangre a
causa de la circuncisión”, en otras palabras: “lo que nos une ahora es la sangre de nuestro hijo”.
Alabado sea el Señor que nos revela su
pensamiento y su corazón. Ese pasaje está escrito para enseñarnos que cuando
desobedecemos a Dios nos ponemos en una condición
de muerte, pero si lo obedecemos, él pone su mano protectora sobre nosotros.
Colosenses
2:11 En él también fuisteis circuncidados con circuncisión no hecha a mano, al
echar de vosotros el cuerpo pecaminoso carnal, en la circuncisión de Cristo;
2:12 sepultados con él en el bautismo, en el cual fuisteis también resucitados
con él, mediante la fe en el poder de Dios que le levantó de los muertos.
El Señor Jesús dijo en Marcos 16:16 que si queríamos ser salvos, debíamos creer
en el evangelio y bautizarnos. Cuando una persona no se bautiza, su salvación no se completa. Debemos
entender que el bautismo no es una simple ordenanza. Dice Pablo que el bautismo
es una circuncisión espiritual
mediante la cual nos deshacemos de la naturaleza pecaminosa para recibir la
naturaleza divina.
Los creyentes que no se han bautizado no han sido apartados para Dios, no se han
convertido en sus hijos y carecen de la protección divina, están en condición de muerte terrenal y en condición de muerte
espiritual.
Además, una persona que no se ha bautizado no
está acta para cumplir ninguna misión de parte de Dios. Si lo intenta, será
atacada por Satanás y a menos que se circuncide espiritualmente,
irremediablemente morirá.
Pero eso no es solamente para los creyentes que
no se han bautizado. Los creyentes bautizados que desobedecemos a Dios, también
nos ponemos en condición de muerte, porque nos
quitamos la protección divina, nos quitamos la armadura de Dios que Dios
nos ha entregado.
Efesios
6:11 Vestíos de toda la armadura de Dios, para que podáis estar firmes contra
las asechanzas del diablo.
El diablo está al asecho buscando como robarnos,
matarnos y destruirnos (Juan 10:10).
Cuando no nos ponemos la armadura y andamos en desobediencia el diablo se aprovecha para hacernos daño. Y Dios lo
permite, porque la desobediencia es un
impedimento para que Dios venga en nuestra ayuda.
Cuando Éxodo dice que Dios quiso matar a Moisés,
en realidad lo que quiso decir es que Dios le quitó la protección y lo dejó en
manos del maligno. A veces un creyente bautizado muere en un accidente o se enferma
con una enfermedad incurable y nos preguntamos ¿Por qué? Porque posiblemente no
se puso la armadura y andaba en desobediencia
Tal vez tú digas que siempre andas con la
armadura puesta. Entonces te voy a preguntar ¿Te calzas los pies con el apresto
del evangelio de la paz? (Efesios 6:15).
En otras palabras ¿Llevas el evangelio a tu trabajo y a donde sea que vayas?
¿Buscas el reino de Dios y su justicia? ¿Vives para Cristo o vives para ti
mismo? ¿Cuántas horas al día dedicas al evangelio de Cristo? ¿Cuántas personas
has llevado a los pies de Cristo?
Si tus respuestas son negativas, es porque no
estás caminando con los zapatos correctos y estás en condición de muerte.
El evangelio de los evangélicos enseña, que
Jesús murió para el perdón de nuestros pecados. Enseña, que Jesús murió para
que fuésemos salvos y pudiésemos ingresar al cielo, el día de nuestra muerte. Y
de allí en adelante, únicamente debemos
acercarnos al Señor, para pedirle algo.
Pero eso no es lo que dice el Evangelio de
Cristo. Lo que dice es, que la razón por
la cual Jesús murió, no fue para salvarnos, sino para que fuésemos sus siervos.
La redención no es el propósito de Dios,
es únicamente un medio para que su propósito se cumpla. Dios nos tuvo que
redimir porque Adán le falló a Dios, no por otra cosa.
Adán no quiso ser siervo de Dios, sino que quiso
ser igual a Dios (Génesis 3:5),
no quiso hacer la voluntad de Dios sino su propia voluntad.
Dios debió restaurar al hombre, debió redimirlo
a través de la muerte de Cristo. Pero
ese nunca fue su propósito, ese fue un medio para su propósito. El propósito de
Dios nunca cambió, y ese propósito es el mismo de hoy día.
Romanos
14:9 Porque Cristo para esto murió y resucitó, y volvió a vivir, para ser Señor
así de los muertos como de los que viven.
Por eso, leemos con frecuencia en el Nuevo
Testamento, palabras como estas: "Pablo, siervo de Jesucristo",
"Santiago, siervo de Dios y del Señor Jesucristo", "Simón Pedro,
siervo y apóstol de Jesucristo". Aun la misma virgen María dijo ser
"sierva del Señor" (Lucas 1:38).
Romanos
6:17 Pero gracias a Dios, que aunque erais esclavos del pecado, habéis
obedecido de corazón a aquella forma de doctrina a la cual fuisteis entregados;
6:18 y libertados del pecado, vinisteis a ser siervos de la justicia.
Jesús nos rescató, nos compró, para que seamos
siervos de la justicia y el propósito de Dios se cumpla. No nos rescató, para
que nos acostemos en un sillón a ver pasar los días, sino para que le sirvamos.
2 Corintios 5:15 y por todos murió,
para que los que viven, ya no vivan para sí, sino para aquel que murió y
resucitó por ellos.
La salvación
consta de dos partes: 1)
Dios nos libra de ir al infierno al
morir y 2) nos convierte en siervos de Cristo:
En el evangelio de los evangélicos solo existe la primera
parte de este versículo. La segunda parte no existe.
Romanos 8:1 Ahora, pues, ninguna
condenación hay para los que están en Cristo Jesús, los que no andan conforme a
la carne, sino conforme al Espíritu.
El evangelio de los evangélicos usa la primera parte del
anterior versículo, para enseñar que no
hay ninguna condenación para los que están en Cristo Jesús. Pero en sus
biblias no existe la segunda parte, la cual indica que los que realmente están
en Cristo, son aquellos que no andan
conforme a la carne, sino conforme al Espíritu. En otras palabras, los que realmente están en Cristo no hacen su
voluntad sino la voluntad de Dios.
Debemos tener en claro, que si desobedecemos a Dios, nos
ponemos en condición de condenación, nos ponemos en condición de muerte.
Jesús dijo: "Ojala fueses frío o caliente. Pero por
cuanto eres tibio, te vomitaré de mi boca" (Apocalipsis 3:16)
¿Cuáles son las cosas que vomitamos?
Las que no podemos digerir. Lo que se digiere no se vomita. Los vomitados por
Jesús son los que se niegan a ser digeridos por el Señor, son aquellos que al
igual que Eva, no quieren "perderse"
en Jesucristo”. La historia de Eva
se repitió en Séfora. Eva no quiso ser
digerida y Séfora tampoco.
En la digestión, lo que se come se
desintegra. Al ser digeridos por Cristo, dejamos de ser nosotros mismos. Por
eso es que la Biblia nos llama nuevas
criaturas (2 Corintios 5:17) ¿Cómo es eso? Suponga que usted se come un
bistec. Al ser digerido, el bistec deja de ser bistec y se transforma en piel,
músculo o hueso de usted mismo. Igual sucede
cuando somos digeridos por Cristo, dejamos de ser nosotros y nos convertimos en
parte del cuerpo de Cristo.
Pero si usted no puede digerir el
bistec porque hay algo en el bistec que se lo impide, usted lo vomita y el
bistec nunca será parte de su cuerpo.
Eso es lo que pasa con las personas
que Cristo vomita. Nunca serán parte del cuerpo de Cristo. Al unirnos a Cristo,
nos perdemos en él. ¿Hemos perdido algo? Por el contrario, hemos ganado. No solamente tenemos una vida mejor aquí,
sino que tenemos vida eterna. Esto es lo que significa "el que pierde su vida en mí la salvará,
pero el que se quiere salvar de mí, la perderá".
Jesús es el amo que murió por
nosotros para rescatarnos de Satanás y del pecado. Los que le hemos entregado
todo, nuestros bienes, nuestro trabajo, nuestro tiempo, hemos notado que nuestra vida es mucho más feliz que los más
ricos de este mundo.
Desdichadamente, la gran mayoría de
creyentes, cuando vuelven del trabajo, piensan en mirar televisión, comer y
dormir o irse a la mejenga de futbol 5. No se les ocurre pensar en el reino de
Dios, en invitar a un vecino a su casa para hablarle del evangelio, o en llamar
a algún amigo enfermo para saber cómo está y orar con él. Se les olvida que ya no viven para sí mismos sino que viven para servir
al Señor.
La mayoría de los creyentes tienen una actitud opuesta a la de un siervo. Y
si van al culto, se sientan en los
bancos de la iglesia esperando que los pastores les sirvan. Aprovechan para
mandarle a Jesús una larga lista de pedidos de cosas que quieren que les haga,
como si el Señor fuera el siervo y el creyente el Señor.
Cuando oran dicen: "Señor, voy a salir, cuida mi casa para que
no entren ladrones". Si realmente la han entregado la casa al Señor, no
tienen de que preocuparse, Él la cuidará, no hace falta pedirle. "
Otros piden que el Señor les supla,
pero no buscan el Reino. Si buscaran
el Reino el Señor les supliría sin necesidad de que le pidan (Mateo 6:33) ¿Qué es buscar el reino? Es
utilizar la casa, el vehículo, el dinero, el tiempo para de alguna manera
cooperar en la edificación de la iglesia. Cada
persona que reciba la salvación es un ladrillo en el edificio de Dios.
Cuando el Señor venga, serás llamado
a cuentas. Si no has producido fruto alguno, aunque salvo, serás pasado por fuego (1
Corintios 3:15). No habrá campo para ti en el rapto. Recuerda la parábola
de las vírgenes y entiende que los negligentes no serán tomados en cuenta.
¿Quién es el Señor y quiénes son los
siervos? ¿Quién da las órdenes a quién? Los siervos no son los que dan órdenes
al Señor, sino los que preguntan: "Señor,
¿qué quieres que yo haga?".
Póngale atención a las oraciones de
los creyentes y pregúntese quién está dando las órdenes a quién. Quieren que
Dios los satisfaga, pero ellos no están interesados en satisfacer a Dios.
Por otro lado, muchos creyentes creen que las alabanzas sustituyen a las
ofrendas. Creen que con sus alabanzas el pastor puede sobrevivir y
dedicarse al evangelio. “Dios te bendiga”
le dicen al pastor, pero ni a palos se meten la mano al bolsillo. Se les olvida
que el dinero que tienen no es de ellos. No dan, pero tienen la desfachatez de
pedirle al Señor que les cumpla sus deseos, cuando le están poniendo bozal al buey que trilla (1 Timoteo 5:18).
En Romanos 12:1, Pablo dice que nuestro
verdadero culto es ofrecer nuestros cuerpos "en sacrificio vivo, santo y agradable a Dios". Es decir,
darnos nosotros mismos incondicionalmente a Él para que haga lo que quiera de
nosotros, eso es "perdernos en Él".
Una vez que nosotros nos hemos
rendido totalmente a Jesús, y que Él está satisfecho con nosotros, no hay nada
que le satisfaga más que le traigamos nuevos discípulos que se rindan
totalmente en su presencia. Cuando llevamos a otros a sus pies, le estamos
dando su plato favorito: almas. El
Señor dijo:
"Así también ustedes, cuando hayan hecho todo lo que se les ha mandado,
deben decir: "Somos siervos
inútiles; no hemos hecho más que cumplir con nuestro deber" Lucas 17:10.
¿Podemos decir que hemos hecho todo
cuanto el Señor nos ha mandado? De ser así, somos "Siervos inútiles", porque no hacemos más de lo que se nos
manda. ¿Pero realmente hacemos lo que se nos manda? Ni siquiera somos siervos inútiles.
Debemos entender, que nuestra recompensa no es aquí, es en
el más allá. Quiera Dios ayudarnos a hacer con alegría aquello que hacen
los siervos en su reino. El día llegará cuando el Señor nos diga: "Hiciste
bien, siervo bueno y fiel. En lo poco has sido fiel; te pondré a cargo de mucho
más. Ven a compartir la felicidad de tu señor" Mateo 25:21.
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