BIBLIA
LA VIDA DE JESÚS
____________________
Estamos estudiando los “hombres más importantes” de la Biblia, sus hechos, y lo que podemos
aprender acerca de sus vidas. Hemos ido de Adán hasta Josué y de Josué hasta el
nacimiento de Jesús, el hombre más grande e importante que ha existido. Más que
un hombre, Jesús es el hijo de Dios que vino a la tierra a dar su vida por la
salvación de la humanidad. En esta tercera entrega, los detalles de su vida y
de su ministerio.
La vida de Jesús se narra en los primeros cuatro
libros del Nuevo Testamento: Mateo,
Marcos, Lucas y Juan, pero en sentido más amplio toda la Biblia desde el Génesis hasta el Apocalipsis, habla
del Mesías salvador que habrá de gobernar el mundo por los siglos de los siglos
y ese Mesías es nuestro Señor Jesucristo.
Los cuatro evangelios son cuatro biografías separadas de Jesús. Aunque
coinciden en muchos aspectos, cada uno menciona algunas cosas no relatadas en
los otros. Mateo enfatiza que Jesús es
el Mesías prometido, y cita las profecías para demostrar que todas las que
hablan de Jesús se cumplieron al pie de la letra. Con ello demuestra que la Biblia es la palabra de Dios. Marcos
le da más énfasis a las enseñanzas de
Jesús. Lucas realza la humanidad de Jesús al describir su
interés en aliviar el sufrimiento del hombre. Juan trata de probar la deidad
de Cristo. Su evangelio comienza diciendo:
Juan 1:1
En el principio era el Verbo, y el Verbo era con Dios, y el Verbo era Dios.1:2
Este era en el principio con Dios.
1:3 Todas
las cosas por él fueron hechas, y sin él nada de lo que ha sido hecho, fue
hecho.
Luego dice:
Juan 1:14 Y
aquel Verbo fue hecho carne, y habitó entre nosotros (y vimos su gloria, gloria
como del unigénito del Padre), lleno de gracia y de verdad”
También registró que las cosas que Jesús hizo,
fueron escritas "para que creáis
que Jesús es el Cristo, el Hijo de Dios, y para que creyendo tengáis vida en su
nombre" (Juan 20:31).
El nacimiento de Jesucristo fue así: Estando
desposada María su madre con José, antes que se juntasen, o sea que era virgen, se halló que había concebido del Espíritu
Santo (Mateo 1:18). Todo esto
aconteció para que se cumpliese lo dicho por el Señor por medio del profeta
Isaías, cuando dijo: “He aquí que la
virgen concebirá, y dará a luz un hijo, y llamará su nombre Emanuel” (Isaías 7:14).
Jesús era el hijo de Dios y en su humanidad era descendiente directo
del Rey David (Mateo 1:17). Las circunstancias obligaron a que Jesús
naciera en Belén como cumplimiento de la profecía de Miqueas, quien había dicho: "Pero tú, Belén Efrata, pequeña para estar entre las familias de Judá,
de ti me saldrá el que será Señor en Israel"(Miqueas 5:2).
Un pronunciamiento romano obligó a María y a su
esposo José, ir a Belén para un censo especial. Cuando llegaron no pudieron
encontrar lugar en el mesón, por lo que fueron a parar a un establo. Ahí, en el
más humilde de los lugares nació el niño Jesús, y fue colocado en un pesebre.
El nacimiento del Hijo de Dios fue anunciado por los ángeles a los pastores en el campo (Lucas 2:8-10). Ellos inmediatamente fueron a Belén a conocer al
niño. Mientras tanto, unos magos de oriente
siguieron una estrella hasta que
encontraron al infante recién nacido. En el camino ellos visitaron al Rey
Herodes y le preguntaron “¿Dónde está el
rey de los judíos, que ha nacido? Porque su estrella hemos visto en el oriente,
y venimos a adorarle” (Mateo 2:2). Herodes, temiendo por su trono, ordenó matar a
todos los niños menores de dos años.
Pero él no pudo matar a Jesús como esperaba, porque un ángel del Señor apareció
en sueños a José y le dijo: “Levántate y
toma al niño y a su madre, y huye a Egipto, y permanece allá hasta que yo te
diga; porque acontecerá que Herodes buscará al niño para matarlo” (Mateo 2:13) cumpliéndose así la
profecía: “Cuando Israel era muchacho,
yo lo amé, y de Egipto llamé a mi hijo” (Oseas 11:1).
Jesús fue
bautizado
a la edad de treinta años por Juan
el Bautista, en el Río Jordán. Sabiendo que Jesús no tenía pecado, Juan no quería bautizarlo,
pero Jesús insistió diciendo que convenía
cumplir toda justicia (Mateo 3:15).
2
Corintios 5:21 Al que no conoció pecado, por nosotros lo hizo pecado, para que
nosotros fuésemos hechos justicia de Dios en él.
Jesús no se bautizó por sus pecados porque no
era pecador, pero se hizo pasar por
pecador en el bautismo, en ese momento tomó el lugar de los pecadores para
echar sobre sí los pecados de todos nosotros y que así fuésemos justificados.
Cuando Jesús salió del agua, Dios testificó desde los cielos que Jesús era su hijo amado (Marcos 1:11). Después de su bautismo,
Jesús se fue llevado por el Espíritu al desierto para ser tentado por el diablo (Mateo 4:1-11). Jesús no le dio cabida a sus tentaciones.
Sin haber iniciado su ministerio, Jesús hizo su
primer milagro. Esto fue una boda en Cana en Galilea cuando convirtió el agua en vino. Jesús se mudó a la
ciudad de Capernaum, a la orilla del
Mar de Galilea, y allí vivió durante la mayor parte de su ministerio.Ese ministerio duró alrededor de tres
años y medio. Durante este tiempo viajó a través de Palestina, haciendo milagros y enseñando acerca del reino de Dios. En una ocasión asistió a
la Fiesta de la Pascua en Jerusalén y
allí arrojó a los cambistas fuera del templo. Luego le dijo a Nicodemo que para ingresar al reino de
Dios había que nacer de nuevo (Juan 3:3-5). Regresando a Galilea a través de
Samaría, se encontró a una mujer junto al pozo de Jacob, cerca de la ciudad de
Sicar. Después de hablar con ella extensamente acerca de cosas espirituales, él
concluyó con un profundo pensamiento: “Dios
es Espíritu: y los que lo adoran, deben adorarlo en espíritu y en verdad” (Juan 4:24).
Después
de su regreso a Galilea, Jesús permaneció ahí alrededor de dos años, enseñando y sanando a los enfermos. Seguidamente fue a
Jerusalén para asistir a la Fiesta de la Pascua. Una vez visitó Fenicia, la única ocasión en la que
dejó Palestina. En Nazaret, su residencia de adolescente fue rechazado incluso por sus hermanos que se negaron a creer que
Jesús fuera el Mesías esperado.
En
los siguientes meses Jesús sanó a muchos en Galilea. Algunos vinieron recorriendo millas para oír sus
enseñanzas o para recibir sanidad. Miles lo siguieron en sus viajes a las
aldeas de Galilea o a las desoladas regiones que rodean el mar de Galilea. En
uno de estos viajes a cerca de Capernaum, Jesús predicó su “Sermón del monte” recogido en los capítulos 5, 6 y 7 de Mateo.
Probablemente es el más famoso sermón jamás expresado.
En
una ocasión había 5.000 hombres escuchando su palabra de vida y multiplicó 5
bollos de pan y 2 pececillos para dar de comer a toda esa multitud. En otra
ocasión también alimentó 4.000 hombres en forma similar. Tan grande fue su
popularidad que una vez cuando cruzó el Mar de Galilea para escapar de las
multitudes, éstas fueron hasta el otro lado del lago para encontrarse con él.
Jesús
compartía con publicanos y pecadores y cuando lo criticaron dijo: “No he venido a llamar a justos, sino
pecadores, al arrepentimiento” (Mateo
9:13).
En
una ocasión, Jesús se transfiguró frente
a tres de sus discípulos y Moisés y
Elías aparecieron junto a él. Este pasaje es muy significativo ya que Moisés simboliza la ley, Isaías simboliza la profecía y Jesús simboliza la gracia. Y cuando
Jesús se transfiguró se oyó a Dios decir desde los cielos, “este es mi hijo amado a él oíd”, (Mateo 17:2-5). De esa manera el Padre
declaró que la ley y la profecía habían
llegado a su fin para ser sustituidas por la gracia mediante la fe que Jesús
ofrecía.
Después
de dos años de enseñar en Galilea, Jesús regresó a Jerusalén para la Fiesta de
los Tabernáculos. Aun antes de esto, los fariseos habían tratado de hacerlo
caer en contradicciones pero siempre habían fracasado. Ahora pensaban matarlo,
pero su popularidad era muy grande para intentarlo. Así Jesús pudo salir de
Jerusalén y viajó a Perea, cruzando
el Río Jordán. Fue aquí y en Judea
donde Jesús pasó los últimos meses de su vida. Jesús sabía que después de que
él se hubiera ido, otros tendrían que continuar su obra. Por eso nombró a doce de sus discípulos a quienes
también llamó apóstoles, estos
fueron: Simón, a quien llamó Pedro, Andrés su
hermano, Jacobo y Juan, Felipe y Bartolomé, Mateo, Tomás, Jacobo y Judas, ambos
hijos de Alfeo, Simón el Zelote, y Judas Iscariote, que llegó a ser el
traidor (Lucas 6:12-16)
La
mayoría de estos eran pescadores del Mar de Galilea. Su entrenamiento incluía
el testimonio de las hazañas hechas por Cristo y la audición de sus enseñanzas.
Para darles experiencia los mandó a
predicar, a sanar enfermos y a echar fuera demonios. La fama de Jesús descansó no solamente sobre su enseñanza, sino
sobre sus obras con las cuales demostró
su deidad.
Los
evangelios mencionan 35 milagros de
Jesús. De estos, 16 fueron sanidades,
6 fueron liberaciones de demonios y 3
fueron resurrecciones de muertos (al hijo de una viuda de Naín, a la hija
de Jairo, y a Lázaro, hermano de María y Marta). Jesús no obró milagros
solamente para hacer bien a la gente, sino también para que los hombres creyeran su enseñanza y para que se
dieran cuenta de su deidad.
El
evento más importante en la historia del mundo es la crucifixión y resurrección
de Cristo. Cinco días antes de ser crucificado, Jesús ordenó a sus
discípulos que fueron por un pollino, en el cual entró a Jerusalén y todos lo
aclamaron como el Mesías. Todo esto
aconteció para que se cumpliese lo dicho por el profeta, cuando dijo: “alégrate mucho, hija de Sion; da voces de
júbilo, hija de Jerusalén; he aquí tu rey vendrá a ti, justo y salvador,
humilde, y cabalgando sobre un asno, sobre un pollino hijo de asna”. (Zacarías 9:9).
Esto
fue en domingo, al día siguiente Jesús entró en el templo como lo había hecho
tres años antes, y volcó las mesas de los cambistas quienes trataban de hacer
fuertes ganancias con las gentes que habían venido a adorar. Esto intensificó
la determinación de sus enemigos de matarlo. Judas Iscariote, uno de los doce, vino al siguiente día a los
principales sacerdotes y les dijo: “¿Qué
me queréis dar, y yo os lo entregaré?” Y ellos le asignaron treinta piezas
de plata (unos 20 dólares actuales). Y desde entonces buscaba oportunidad para
entregarle (Mateo 26:15-16).
La
noche de la traición Jesús se reunió con sus discípulos para participar de la Fiesta de la Pascua. Esta vez les dijo a sus discípulos sus
últimas palabras de exhortación; les mostró un maravilloso ejemplo al lavarles
los pies; y oró a Dios por la unidad de todos los creyentes, tal como aparece
en Juan 17. Durante la Pascua, Jesús
instituyó la cena del Señor. Primero tomó el pan sin levadura, y luego el vino y les dio a sus discípulos diciendo: “Esto es mi cuerpo” y “esto es mi sangre”
(Mateo 26:26,28).
El
catolicismo romano ha malentendido las palabras de Jesús, al enseñar que el pan
y el vino son literalmente, su cuerpo y su sangre. Jesús estaba hablando en
lenguaje simbólico. Cuando él dijo: esto es mi cuerpo, estaba declarando: “Esto representa mi cuerpo.” De igual
manera Jesús dijo de manera figurada en otra ocasión que él era la puerta y Jesús no era ninguna
puerta, literalmente hablando pero si era la puerta en sentido figurado porque
es a través de Jesús que tenemos entrada en el reino de los Cielos.
Después
de la cena, Jesús salió de Jerusalén con sus discípulos y cruzó el arroyo del Cedrón
para dirigirse al Monte de los Olivos.
Ahí le suplicó fervientemente al Padre que le evitara ir a la cruz. En su
agonía Jesús sudó gotas de sangre. Al
final aceptó hacer la voluntad del Padre
y regresó adonde había dejado a sus discípulos y los encontró durmiendo, en el
momento en que más necesitaba de ellos (Lucas
22:39-46). Justo en el momento en que se preparaban para abandonar el lugar, se vieron rodeados
por una multitud que había venido con espadas y palos a arrestarlo. Iban
dirigidos por Judas quien fue directamente a Jesús y lo besó para indicarles a
sus cómplices que ese era el hombre que debían arrestar. Pedro sacó su espada e
hirió la oreja del siervo del sumo sacerdote; pero Jesús lo sanó
inmediatamente. (Lucas 22:47-51).
Un
rato más tarde todos los discípulos huyeron, dejando sólo a Jesús, por temor a
que a ellos también fueran arrestados.
Al
caer la noche, Jesús fue llevado a Anas,
suegro de Caifás, sumo sacerdote de los judíos. De Anas fue enviado a Caifás,
quien lo encontró digno de muerte. Durante estas horas siniestras de la noche Pedro, por miedo al desprecio de los
judíos, negó que conociera a Jesús.
Primero Judas lo había traicionado y ahora Pedro lo negaba (Lucas 22:55-61) Tanto Pedro como Judas se arrepintieron.
Pedro lloró amargamente (Lucas 22:62).
Judas, viendo que Jesús era condenado,
devolvió arrepentido las treinta piezas de plata a los principales sacerdotes y
a los ancianos, diciendo: “Yo he pecado
entregando sangre inocente”. Mas ellos dijeron: “¿Qué nos importa a nosotros? ¡Allá tú” Y arrojando las piezas de
plata en el templo, salió, y fue y se ahorcó. (Mateo 27: 3-5).
Después
del amanecer, Cristo fue llevado ante el concilio judío, donde la decisión de
Caifás fue formalmente aprobada. De ahí que enviaron a Jesús al gobernador
romano Pilato, quien no pudo encontrar culpa en Jesús. Pilato lo envió a
Herodes quien tenía jurisdicción en Galilea. Herodes se lo devolvió a Pilato
quien lo encontró inocente y quiso soltarlo, pero lo sentenció a muerte (Lucas
23:34) para complacer a los judíos que así lo solicitaban, luego de
azotarlo.
Entonces
los soldados del gobernador llevaron a Jesús al pretorio, y reunieron alrededor
de él a toda la compañía; y desnudándole, le echaron encima un manto de escarlata,
y pusieron sobre su cabeza una corona tejida de espinas, y una caña en su mano
derecha; e hincando la rodilla delante de él, le escarnecían, diciendo: Salve,
Rey de los judíos. Y escupiéndole, tomaban la caña y le golpeaban en la cabeza.
Después de haberle escarnecido, le quitaron el manto, le pusieron sus vestidos,
y le llevaron para crucificarle (Mateo
27:27-31).
Cuando
le hubieron crucificado, repartieron entre sí sus vestidos, echando suertes,
para que se cumpliese lo dicho por el profeta: “Partieron entre sí mis vestidos,
y sobre mi ropa echaron suertes” (Salmo
22:18). Y sentados le guardaban allí. Y pusieron sobre su cabeza su causa escrita:
ESTE ES JESÚS, EL REY DE LOS JUDÍOS (Mateo
27:35. 37).
Entonces
crucificaron con él a dos ladrones, uno a la derecha, y otro a la izquierda. Y
los que pasaban le injuriaban, meneando la cabeza, y diciendo: “Tú que derribas el templo, y en tres días
lo reedificas, sálvate a ti mismo; si eres Hijo de Dios, desciende de la cruz”,
cumpliéndose la profecía que dice: “Todos
los que me ven me escarnecen; Estiran la boca, menean la cabeza, diciendo: Se
encomendó a Jehová; líbrele él; Sálvele, puesto que en él se complacía”. (Salmo 22:7-8).
De
esta manera también los principales sacerdotes, escarneciéndole con los
escribas y los fariseos y los ancianos, decían: A otros salvó, a sí mismo no se puede salvar;
si es el Rey de Israel, descienda ahora de la cruz, y creeremos en él (Mateo 27: 38-42).
Cerca
de la hora novena, Jesús clamó a gran voz, diciendo: “Elí, Elí, ¿lama sabactani? Esto es: Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has
desamparado?” (Mateo 27:46) Se
cumplió así la profecía que se encuentra en el Salmo 22:1.
Y
Jesús, habiendo otra vez clamado a gran voz, entregó el espíritu. Y he aquí, el velo del templo se rasgó en dos,
de arriba abajo; y la tierra tembló, y las rocas se partieron; y se abrieron los sepulcros, y muchos cuerpos
de santos que habían dormido, se levantaron; y saliendo de los sepulcros, después de la
resurrección de él, vinieron a la santa ciudad, y aparecieron a muchos. El centurión, y los que estaban con él
guardando a Jesús, visto el terremoto, y las cosas que habían sido hechas,
temieron en gran manera, y dijeron: Verdaderamente
éste era Hijo de Dios. (Mateo
27:50-54).
Vemos
que a la muerte de Jesús, la tierra fue sacudida por un enorme terremoto y el velo
del templo se rasgó en dos, lo que tiene un enorme significado para todos
los creyentes. El velo era en realidad una cortina, y el historiador judío Giuseppe Flavio escribió que ni
siquiera dos caballos unidos a esta gran cortina, habrían podido romperla, tenía
20 metros de altura y diez centímetros de espesor, para poderla enrollar se
decía que eran necesarios alrededor de setenta hombres para moverla. El velo
del templo respondía a las obligaciones
que el libro del Éxodo había indicado para la construcción del tabernáculo que
dividía el lugar santo del lugar santísimo. Al lugar santísimo solo podían
ingresar los sumos sacerdotes una vez al año para encontrarse con la presencia
de Dios y solicitarle el perdón de los pecados, para ellos y para su pueblo. El
velo no se dañó en una esquina o sufrió un pequeño rasguño, sino que se rasgó
de arriba hasta abajo quedando de esta manera libre el camino al lugar
santísimo. Lo que esto significa, es que al romperse el velo, podemos “entrar confiadamente al trono de la gracia,
para alcanzar misericordia y hallar gracia para el oportuno socorro” (Hebreos 4:16) sin necesidad de
intermediarios. Bendito sea el Señor.
Cuando
llegó la noche, vino José de Arimatea, un hombre rico que era discípulo de
Jesús. Este fue a Pilato y pidió el cuerpo de Jesús. Entonces Pilato mandó que
se le diese el cuerpo. Y tomando el cuerpo, lo envolvió en una sábana limpia, y
lo puso en su sepulcro nuevo, que había labrado en la peña; y después de hacer
rodar una gran piedra a la entrada del sepulcro, se fue. (Mateo 27:57-60)
A
solicitud de los principales sacerdotes, Pilato colocó guardianes a la entrada
de la tumba de Jesús, para evitar que vinieran los discípulos de Jesús y se
robaran el cuerpo (Mateo 27:62-66).
Pasado
el día de reposo (sábado), al amanecer del primer día de la semana, vinieron
María Magdalena y la otra María, a ver el sepulcro. Y hubo un gran terremoto;
porque un ángel del Señor, descendiendo del cielo y llegando, removió la
piedra, y se sentó sobre ella. Su aspecto era como un relámpago, y su vestido
blanco como la nieve. Y de miedo de él los guardas temblaron y se quedaron como
muertos. Mas el ángel, respondiendo, dijo a las mujeres: No temáis vosotras;
porque yo sé que buscáis a Jesús, el que fue crucificado. No está aquí, pues ha resucitado,
como dijo. Venid, ved el lugar donde fue puesto el Señor. (Mateo 29:1-6)
Entonces
ellas, saliendo del sepulcro con temor y gran gozo, fueron corriendo a dar las
nuevas a sus discípulos. Y mientras iban a dar las nuevas a los discípulos, he
aquí, Jesús les salió al encuentro, diciendo: “Salve” Y ellas, acercándose, abrazaron sus pies, y le adoraron. Entonces
Jesús les dijo: “No temáis; id, dad las
nuevas a mis hermanos, para que vayan a Galilea, y allí me verán”. (Mateo 28:-8-10)
Y
volviendo del sepulcro, dieron nuevas de todas estas cosas a los once, y a
todos los demás. Eran María Magdalena, y
Juana, y María madre de Jacobo, y las demás con ellas, quienes dijeron estas
cosas a los apóstoles. Mas a ellos les parecían locura las palabras de ellas, y
no las creían. Pero levantándose Pedro, corrió al sepulcro; y cuando miró
dentro, vio los lienzos solos, y se fue a casa maravillándose de lo que había
sucedido
Ese
mismo día, Jesús se apareció a Pedro y a otro de sus discípulos que iban camino
a Emaús (Lucas 24:13-31) aunque
ellos no lo reconocieron en un principio. Entonces volvieron a Jerusalén, y
hallaron a los once reunidos, y a los que estaban con ellos, que decían: Ha
resucitado el Señor verdaderamente, y ha aparecido a Simón. (Lucas 24:33)
Ese
mismo día, Jesús súbitamente se apareció en medio de ellos, quienes estaban
reunidos en un cuarto cerrado. Ellos creyeron que era un espíritu, pero las
heridas de su manos y sus pies y el hecho de que comiera con ellos, les abrió
los ojos para darse cuenta de que el hombre frente a ellos era Jesus resucitado.
(Lucas 24:36-43). Los apóstoles no
dudaron más de la resurrección de Jesús, excepto Tomás que estaba ausente.
Cuando
él oyó de estos eventos dijo: “Si no
viere en sus manos la señal de los clavos, y metiere mi dedo en el lugar de los
clavos, y metiere mi mano en su costado no creeré” (Juan 20:25). Justamente, una semana más tarde, Jesús se apareció de
nuevo a sus discípulos. Esta vez estaba presente Tomás y Jesús le dijo: “Pon aquí tu dedo, y mira mis manos; y
acerca tu mano, y métela en mi costado; y no seas incrédulo sino creyente”
(Juan 20:27). Tomás exclamó: “Señor mío y Dios mío” El hecho de que
los apóstoles y especialmente Tomás, convirtieran su escepticismo en fe es una
de las pruebas más poderosas de la resurrección corporal de Jesús.
Más
tarde, Jesús se apareció a 7 discípulos en el Mar de Galilea; y otra vez a los
once en una montaña. El apóstol Pablo dice que también se apareció a más de 500
personas a la vez, a Santiago (1
Corintios 15:6,7) y a él mismo.
Finalmente
se apareció a todos los apóstoles para su ascensión al cielo, cuarenta días después
de la resurrección. Mientras Jesús hablaba con ellos, dándoles las palabras
finales de exhortación, ascendió entre las nubes del cielo y no fue visto más
por ellos. (Marcos 16:14-20, Lucas
24:50-53).
1 Corintios 5:17 y si Cristo no resucitó, vuestra fe es
vana; aún estáis en vuestros pecados.
Si
Jesús no resucitó, vana es nuestra fe y estamos condenados en nuestros pecados.
Jesús murió para limpiar nuestros pecados. Pero si Jesús no resucitó, no
tuviera poder para perdonar pecados.
Solamente a la luz de la tumba vacía, la cruz tiene significado.
La
esperanza de la vida eterna de los cristianos está ligada a la resurrección de
Jesús. Su resurrección también trajo el
fin del antiguo pacto y su ley Mosaica,
en la cual Israel había vivido por 1500 años. Desde ese tiempo en adelante,
Judíos y gentiles, vivimos en la Era de
la gracia. Ya no estamos sujetos al
cumplimiento de la ley.
Las
últimas palabras de Jesús antes de ascender a los cielos fueron:
“Y Id por todo el mundo y predicad el
evangelio a toda criatura. El que creyere y fuere bautizado, será salvo; mas el
que no creyere, será condenado” (Marcos
16:15-16).
Las
condiciones de salvación que son dadas por Jesús son simples. Un pecador debe creer en Cristo y ser bautizado. El perdón
de pecados viene como resultado de que uno se ha bautizado (Hechos 2:38), no antes de bautizarse.
Jesús declaró: “El que creyere y fuere
bautizado será salvo”
Jesús
murió y resucitó por ti, “Ahora, pues,
¿por qué te detienes? Levántate y
bautízate, y lava tus pecados, invocando su nombre” (Hechos 22:16).
No hay comentarios.:
Publicar un comentario