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Tal vez un amigo te invite al culto y “por compromiso” o por “curiosidad” decides acompañarlo, quizás
estés leyendo este mensaje “por
curiosidad”. Eso es lo que crees, pero no es así, si decides acompañar a tu
amigo al culto o estás leyendo este mensaje es porque Dios “ha puesto en ti el hacer como el querer por
su buena voluntad” (Filipenses 2:13).
Dios ha puesto en ti una carga que no puedes
evitar, con el propósito que tengas una cita con Cristo y que seas salpicado
con su sangre.
Marcos 15:21
Y obligaron a uno que pasaba, Simón de Cirene, padre de Alejandro y de Rufo,
que venía del campo, a que le llevase la cruz.
Le sucedió a Simón, este hombre no era un judío,
no era romano, no era un discípulo de Jesús, era un agricultor africano,
oriundo de Cirene que venía de trabajar en el campo.
Simón vio que la gente corría hacia la ciudad de
Jerusalén, algo estaba sucediendo y “la
curiosidad” no lo dejó continuar su camino. Se abrió paso entre la multitud
en el preciso momento Jesús venía pasando con la cruz a cuestas, camino al Gólgota
para ser crucificado.
Los soldados romanos miraron al gentío en busca
de alguien que ayudara a Jesús con su pesada carga, entonces vieron a un hombre fuerte y
corpulento y lo obligaron a que cargara aquella cruz.
Ese hombre era Simón de Cirene, quien no se imaginó
jamás que ese sería el día más importante de su vida, porque ese día tendría un
encuentro cara a cara con el Señor. Aunque
Simón fue obligado a cargar la cruz, no opuso ninguna resistencia, consecuentemente fue “salpicado” por la sangre de Jesús.
No sabemos lo que Simón habrá hablado con Jesús
en ese camino al Gólgota, lo que sabemos es que cuando Simón llegó a su casa,
sus ropas estaban teñidas con la sangre de Jesús y esa sangre hizo que su vida
y la de su familia cambiaran para siempre.
Note usted que se dice que Simón era padre de
Alejandro y de Rufo y en la carta a los Romanos el apóstol Pablo pide que le
saluden a Rufo, “escogido del Señor” y a su madre (Romanos 16:13), la cual considera como
suya. Note entonces que la sangre que Salpicó a Simón también había salpicado a
su esposa y a su hijo Rufo.
Aunque no estaba en los planes del Cireneo
cargar la cruz de Jesús, Dios usó su curiosidad o encuentro “casual” para hacer la obra de salvación
en él y en su familia.
Nos ha pasado y les pasará a todos los
escogidos. A mí me sucedió en el año 1986, yo nunca tuve la intención de tener
un encuentro con el Señor, pero “comprometido”
por mi hermana Gloria y casi a la brava, aunque no llevado por la fuerza,
asistí a un estudio bíblico. Ese fue el día más importante de mi vida, al igual
que al Cireneo, la sangre de Jesús me salpicó y me marcó para siempre. Y esa
sangre también salpicó a mi familia, porque todos mis hijos le han entregado su
vida al Señor.
Mateo
27:50 Mas Jesús, habiendo otra vez clamado a gran voz, entregó el espíritu.
27:51 Y he aquí, el velo del templo se rasgó en dos, de arriba abajo; y la
tierra tembló, y las rocas se partieron; 27:52 y se abrieron los sepulcros, y
muchos cuerpos de santos que habían dormido, se levantaron; 27:53 y saliendo de
los sepulcros, después de la resurrección de él, vinieron a la santa ciudad, y
aparecieron a muchos. 27:54 El centurión, y los que estaban con él guardando a
Jesús, visto el terremoto, y las cosas que habían sido hechas, temieron en gran
manera, y dijeron: Verdaderamente éste era Hijo de Dios.
También le sucedió al centurión que dirigió la crucifixión
de Jesús. Un centurión era un soldado romano que tenía cien soldados a su mando.
Había muchos centuriones, pero Herodes escogió a uno de entre todos ellos, del
cual no nos dice su nombre. Ese centurión tampoco sabía que ese día todo
cambiaría en su vida, que ese día tendría un encuentro cara a cara con el hijo
de Dios.
El centurión ordenó que azotaran a Jesús, ordenó
que lo llevaran al Gólgota cargando una cruz y por último ordenó su ejecución.
Durante todo ese tiempo escuchó las palabras de Jesús, lo escuchó decir que era
el Hijo de Dios, lo escuchó orar al Padre y pedir perdón por todos aquellos que
tuvieron que ver con su ejecución sin lamentarse en ningún momento.
Por último, el centurión fue testigo del gran terremoto que sacudió la
ciudad luego de la muerte de Jesús. También fue testigo de la resurrección de
muchos muertos.
Y no cabe duda que el centurión fue salpicado por la sangre de Jesús, se
llenó de temor, no de temor de sus superiores, no temor de perder su trabajo,
no temor del qué dirán, sino del temor de ir al infierno al morir, y creyó que
Jesús era el hijo de Dios: el centurión
había sido salpicado con la sangre de Jesús.
Los soldados que estaban con el centurión también
creyeron, también fueron salpicados con esa sangre divina, lcita con Jesús no
había sido casual, había sido planificada en el cielo.
Lucas
23:39 Y uno de los malhechores que estaban colgados le injuriaba, diciendo: Si
tú eres el Cristo, sálvate a ti mismo y a nosotros. 23:40 Respondiendo el otro,
le reprendió, diciendo: ¿Ni aun temes tú a Dios, estando en la misma
condenación? 23:41 Nosotros, a la verdad, justamente padecemos, porque
recibimos lo que merecieron nuestros hechos; mas éste ningún mal hizo. 23:42 Y
dijo a Jesús: Acuérdate de mí cuando vengas en tu reino. 23:43 Entonces Jesús
le dijo: De cierto te digo que hoy estarás conmigo en el paraíso.
Dos malhechores también tuvieron una cita cara a
cara con Jesús. Ellos fueron crucificados junto con él. Mientras uno de ellos se burlaba de él y le
decía que si era el Cristo se bajara de la cruz y se salvara a sí mismo y a
ellos, el otro lo reprendió diciendo: “ni
aún temes a Dios en la misma condenación, nosotros merecemos esta muerte porque
somos pecadores pero éste nada malo ha hecho”.
Así es como empieza nuestra salvación, reconociendo
dos cosas: 1) que somos pecadores que necesitamos perdón
y 2) que hay un salvador, uno que no tuvo pecado pero que dio su sangre en
la cruz por los pecadores, su nombres es Jesús.
Uno de los malhechores había sido salpicado por
la sangre de Jesús, porque además de reconocer que era un pecador que merecía
la muerte, también reconoció que Jesús era el salvador, y le pidió que se acordara
de él cuando estuviera en su reino. Es
lo que el Señor espera que le pidamos porque inmediatamente le contestó al
malhechor: “de cierto te digo que hoy
estarás conmigo en el paraíso”.
Jesús le otorgó un perdón inmediato y eterno al
malhechor que lo reconoció como su salvador. Dios no se acordaría nunca de sus pecados (Hebreos 10:17) y lo acogería en su reino ese mismo día como si
nunca hubiera cometido pecado alguno.
Para uno de los malhechores, lo que parecía ser
el peor día de su vida, se convirtió en el primer y maravilloso día en el
Paraíso de Dios. Pero el otro malhechor,
al igual que como lo hacen muchos otros, no se dejó salpicar por la sangre de
Jesús, rechazando al salvador y renunciando a la vida eterna.
Dios está utilizado diariamente las
circunstancias para que muchas personas tengan un encuentro con el Señor Jesús
y sean salpicados con su sangre. Desdichadamente, muchos al igual que el otro
malhechor, se burlarán y rechazarán la invitación.
Mateo
10:38 el que no toma su cruz y sigue en
pos de mí, no es digno de mí 10:39 El que halla su vida, la perderá; y el que
pierde su vida por causa de mí, la hallará.
Si ya has sido salpicado con la sangre de Jesús,
entonces, al igual que el Cireneo, tienes que cargar tu propia cruz para seguir en pos de Jesús. El que no cargue
esa cruz, no es digno de mí, ha dicho Jesús. Esa cruz es opcional, puedes
cargarla o no cargarla, pero si no la cargas no será digno de Jesús ¿Cuál es
esa cruz? Es una carga que Dios nos
pone para que invitemos a otros a tener un encuentro con Cristo.
Nunca debemos limpiarnos de la sangre, sino que
debemos salpicar a los demás con la misma. Jesús dijo que el que halla su vida la perderá
y el que pierde su vida por causa de él la hallará ¿Qué es lo que eso
significa? Para entenderlo, vayamos a otro versículo de la Biblia:
2
Corintios 5:14 Porque el amor de Cristo nos constriñe, pensando esto: que si
uno murió por todos, luego todos murieron; 5:15 y por todos murió, para que los
que viven, ya no vivan para sí, sino para aquel que murió y resucitó por ellos.
¿Qué dice este versículo? Que Dios pone una
carga en nosotros, es una carga en nuestro corazón que nos hace llevarles el
evangelio a otras personas. Si Jesús murió por todos nosotros, es para que
nosotros vivamos para él. En otras
palabras, los creyentes que hemos sido
salpicados por la sangre de Jesús hemos recibido una cruz, la cual debemos
cargar para que otras personas también sean salpicadas con esa sangre.
Debemos llevar
la verdad del evangelio a todos los hombres para que éstos sean salvos (1 Timoteo 2:4), y para ello debemos
renunciar a algunas cosas que nos consumen el tiempo. Es decir las prioridades
de Dios deben ser nuestra prioridad. Nuestras prioridades deben pasar a un
segundo plano.
Ya los sabes, no te rehúses al Señor, tu vida y
la de los tuyos cambiará para siempre cuando la sangre de Jesús caiga sobre ti.
Y si ya has sido salpicado con su sangre, entonces haz lo que tienes que hacer,
carga tu cruz para que muchos otros sean salpicados con ella.
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