Descargar pdf
Jesús dijo que “si el grano de trigo no cae en la tierra y muere, queda solo; pero
si muere, lleva mucho fruto. El que ama su vida, la perderá; y el que aborrece
su vida en este mundo, para vida eterna la guardará (Juan 12:24-25) ¿Qué quiso decir Jesús? Que hay que morir para vivir. Para entenderlo, vayamos
al Génesis.
Dios le había prometido un hijo a
Abraham con su esposa Sara, la cual
era estéril. Como pasaron unos años y el milagro no se daba, Abraham se procuró
un hijo con una esclava de nombre Agar, con la cual engendró a Ismael. En ese entonces Abraham tenía ochenta y seis años de edad, todavía
tenía su fuerza natural, es por eso que la
escritura dice Ismael nació “según
la carne” (Gálatas 4:23).
Cuando nació Isaac, el hijo de la promesa, Abraham ya tenía cien años de edad (Génesis 21:5), “su cuerpo estaba como muerto” y “la matriz
de Sara continuaba estéril” (Romanos 4:19). En otras palabras, su fuerza
natural había llegado a su fin y le era imposible tener hijos. Dios escogió
ese momento, porque quería que Abraham estuviera
seguro de su imposibilidad física para que entendiera que Isaac nacería por gracia y que no era fruto de su carne.
Romanos
6:11 Así también vosotros consideraos muertos al pecado, pero vivos para Dios
en Cristo Jesús, Señor nuestro.
Eso es lo que Dios quiere que
hagamos, que nos consideremos muertos
para que él pueda producir fruto en nosotros. Si es necesario, Dios esperará cien
años como lo hizo con Abraham. Él esperará hasta el día en que entendamos que
somos incapaces de dar fruto en la carne y que somos incapaces en la carne de
vencer el pecado y la tentación. Solo cuando
hayamos muerto, podremos engendrar un Isaac.
Dios
no puede usarte si no has muerto a la carne. Dios no sólo desea que se
cumpla su voluntad, sino también que dicho
cumplimiento proceda de Él.
Si solamente tienes doctrinas y
conocimiento y no has sido conducido al punto de decir: “Estoy muerto, no puedo hacer nada por mi propia cuenta”, Dios no
podrá usarte ni cumplir su meta para contigo.
No se si te has dado cuenta que un salvavidas no se mete al agua a salvar
al que se está ahogando sino hasta que éste deje de aletear, esto es así porque
los dos podrían ahogarse.
De igual manera, Dios no va a hacer nada por ti mientras
estés intentado combatir el pecado y la tentación en la carne, o mientras
intentes agradarlo por tus propios medios.
Sólo cuando andemos en semejanza
de muertos, el Señor podrá usarnos y podremos manifestar a Cristo en
nosotros. Antes de ese día, toda obra que hagamos por nuestra propia cuenta dará
como resultado un Ismael.
Romanos
6:4 Porque somos sepultados juntamente con él para muerte por el bautismo, a
fin de que como Cristo resucitó de los muertos por la gloria del Padre, así
también nosotros andemos en vida nueva. 6:5 Porque si fuimos plantados
juntamente con él en la semejanza de su muerte, así también lo seremos en la de
su resurrección; 6:6 sabiendo esto, que nuestro viejo hombre fue crucificado
juntamente con él, para que el cuerpo del pecado sea destruido, a fin de que no
sirvamos más al pecado.
Si queremos andar en vida nueva y
dar fruto, lo primero que tenemos que hacer es deshacernos “del
viejo hombre”, nacido de la carne, esto lo logramos al bautizarnos.
En el bautismo le damos sepultura al nacido de la carne y vida a la nueva
criatura en Cristo Jesús. Debemos morir
para vivir. En ese momento dejamos de vivir y Cristo empieza a vivir
por nosotros (Gálatas 2:20).
El problema se da en que muchos
bautizados continúan viviendo por sí mismos y andan cargando el muerto. No solamente debemos sepultar el viejo
hombre, sino que debemos considerarnos muertos (Romanos
6:11) para que la vida de Cristo actúe en nosotros ¿Qué hace un
muerto? No hace nada. Así que nosotros no tenemos que hacer ningún esfuerzo en
la carne, lo que único que tenemos que hacer es vivir por fe, eso es lo
único que agrada al Señor (Hebreos
11:6).
El punto es si queremos engendrar un
Ismael o un Isaac. Es fácil ser engendrar un Ismael, pues es fácil hacer obras en
la carne y sin necesidad de esperar; pero si queremos engendrar un Isaac, tendremos que renunciar a la carne y aprender
a esperar en el Señor.
Para engendrar a Ismael, no es
necesario esperar, pero para engendrar un Isaac tenemos que esperar la promesa
de Dios, su tiempo designado y su acción.
Aquellos que no pueden esperar que
Dios obre, obtienen un Ismael que les roba la promesa.
El día vendrá cuando no podremos
hacer nada por nuestro propio esfuerzo y estaremos completamente acabados. Ese
será el día cuando Cristo se manifestará plenamente en nosotros y cuando la
meta de Dios se cumplirá. Entre tanto, nada
de lo que hagamos nosotros tendrá valor
espiritual.
En la obra de Dios, lo que importa
no es cuánto trabajemos, sino cuánto hayamos obtenido de la obra del Señor,
pues la obra de Dios y la obra del hombre son dos cosas totalmente diferentes.
Existe una enorme diferencia entre
el valor de la obra de Dios y el valor de la obra del hombre. Sólo lo que procede de Dios tiene valor
espiritual, lo que no proviene de él no tiene ningún valor espiritual.
¿Qué es Ismael? Ismael es todo aquello que nace prematuramente, al actuar por el esfuerzo propio.
Podemos decir que Ismael se
caracteriza por dos cosas: 1)
su origen es erróneo, y 2) el momento
de su nacimiento es prematuro.
En la esfera espiritual nada nos
pone en evidencia tanto como el asunto del tiempo.
Con frecuencia no se necesita mucho para que nuestra carne quede expuesta. Todo
lo que Dios necesita hacer es dejarnos a
un lado por un poco de tiempo y nuestra carne no podrá resistirlo. Inmediatamente
comenzamos a actuar en la carne, empezamos a resolver las cosas por nosotros
mismos, impidiendo con ello que Dios actúe.
Dios nunca se complace en un Ismael,
todo lo que hagamos en el nombre de Jesús, si lo hacemos en la carne, él no se
agradará de ello.
Mateo
7:21 No todo el que me dice: Señor, Señor, entrará en el reino de los cielos,
sino el que hace la voluntad de mi Padre que está en los cielos. 7:22 Muchos me
dirán en aquel día: Señor, Señor, ¿no profetizamos en tu nombre, y en tu nombre
echamos fuera demonios, y en tu nombre hicimos muchos milagros? 7:23 Y entonces
les declararé: Nunca os conocí; apartaos de mí, hacedores de maldad.
No todo el que dice Señor, Señor,
entrará en el reino de los cielos, sino únicamente el que hace la voluntad del
Padre Celestial. No podemos ir donde Dios no nos mandó, no podemos profetizar
lo que Dios no nos dijo que profeticemos ni echar fuera demonios para complacer
la carne. Eso es engendrar a Ismael y si lo hacemos, Dios negará conocernos y
nos llamará hacedores de maldad,
porque todo lo que hagamos en la carne es
maldad para Dios.
La meta de Dios tiene que realizarse
en el momento que él lo dispuso y por su poder. Este es el principio de Isaac: viene en el tiempo de Dios y por Su
poder.
La mayor prueba para los hijos de
Dios radica en escoger la fuente de
sus obras. Muchos hijos de Dios consideran ciertas cosas “buenas” o “correctas”
o “incluidas en la voluntad de Dios”, pero detrás
de estas cosas está el yo haciendo toda la obra. Bajo estas condiciones,
dichas personas hacen según ellos la voluntad de Dios, el resultado de aquello no es Isaac, sino Ismael.
Necesitamos pedirle a Dios que nos
hable y nos muestre quién es el que hace estas cosas, esto es crucial.
Tal vez prediquemos en cierto lugar
diligentemente, preparando todo de antemano y con gran esmero, pero el método
no es lo que cuenta. Lo que cuenta es si lo hicimos por Dios o por nuestra propia
cuenta.
Es muy lamentable que podamos
enseñar la Palabra de Dios, predicar la verdad y ejercer sus dones valiéndonos
de nuestros propios medios. Si hemos hecho esto, debemos inclinar nuestro
rostro y confesar nuestro pecado. Las obras hechas “en el nombre de Jesús”, pero que no proceden de él, no tienen
ningún valor espiritual y son obras de
maldad. La obra espiritual es pura porque procede de Dios, si procede del
yo no tiene nada de pura ni de espiritual.
Puesto que Abraham quería un hijo, debió comprender que Dios era el Padre y
permitirle que fuera el Padre, haciéndose él a un lado. Abraham quería
tener a Isaac, pero no debió tratar de engendrarlo por sus propios medios. En
otras palabras, si queremos representar a Dios, no debemos tratar de hacer nada por nuestra propia cuenta.
No debemos tomar la iniciativa;
debemos hacernos a un lado. Esta prueba es la mayor y la más difícil, y en la
que los siervos de Dios fracasan con más frecuencia.
Necesitamos recordar que la
obra de Dios no sólo debe estar libre de pecado, sino también libre de nuestros
propios esfuerzos.
Dios no sólo se interesa por saber
si lo que se hace es bueno, sino por quién hizo la obra. Desafortunadamente, es
fácil pedirle a una persona que deje el pecado, pero no es fácil pedirle que
haga a un lado su vanidad.
Que Dios nos lleve al punto donde
podamos decirle: “Quiero hacer Tu
voluntad. Tú tienes que ser el que
actúe, no yo”, debemos morir para dar vida.
Debemos recordar que “nuestros
pensamientos no son los pensamientos de Dios ni nuestros caminos sus caminos.
Como son más altos los cielos que la tierra, así son los caminos de Dios, más altos que nuestros caminos, y sus
pensamientos más que nuestros pensamientos” (Isaías 55:8-9). Por tanto, cualquier cosa que hagamos por nuestro
propio esfuerzo, por bueno que nos parezca, no puede satisfacer el corazón de
Dios. Lo único que satisface su corazón es lo que él mismo hace.
2
Corintios 4:7 Pero tenemos este tesoro en vasos de barro, para que la
excelencia del poder sea de Dios, y no de nosotros
No debemos olvidar que solo somos un recipiente y que no
podemos reemplazar a Dios en nada, que la
excelencia del poder es de Dios y no de nosotros.
Hay pastores y evangelistas que se
lucen jugando con los dones que Dios les dio, haciendo que las personas caigan
al suelo y se vuelvan a parar para luego enviarlas de nuevo al suelo, y cosas
semejantes ¿Es eso de Dios? Claro que no,
esos pastores y evangelistas serán apartados de Dios y llamados hacedores de maldad porque todo eso lo
hacen en la carne.
Siempre debemos permitirle a Dios actuar
por medio de nosotros; no debemos hacer nada por nuestra cuenta.
Isaac nació de Abraham según la
promesa de Dios. Fue Dios el que produjo el nacimiento de Isaac. Dios engendró
este hijo por medio de Abraham. El principio de la promesa es totalmente
diferente del principio que operó en el caso de Ismael. Que el Señor tenga
misericordia de nosotros y nos libre del
principio de Ismael.
Génesis
17:1 Era Abram de edad de noventa y nueve años, cuando le apareció Jehová y le
dijo: Yo soy el Dios Todopoderoso; anda delante de mí y sé perfecto. 17:2 Y
pondré mi pacto entre mí y ti, y te multiplicaré en gran manera.
Cuando ya Abraham estaba como muerto
y no podía engendrar hijos aunque quisiera, solo hasta entonces Dios se le
apareció y le dijo: “Yo soy el Dios
Todopoderoso”. Esta era la primera vez que Dios revelaba su nombre como “el
Dios Todopoderoso”. Este nombre puede traducirse “el Dios que todo lo provee o que todo lo puede”. Cuando nosotros no podemos, Dios puede, porque lo que es imposible para los hombres, es
posible para Dios (Lucas 18:27).
Después de que Dios se reveló como
todopoderoso ante Abraham, le dijo: “Anda delante de mí y sé perfecto”.
Aunque Abraham creía que Dios era poderoso, tal vez no creía que era tan
poderoso como para darle un hijo de una
mujer estéril, por esta razón trató de proveerse un hijo por su propio esfuerzo
y Abraham no fue perfecto en su
caminar.
Dios le mostró a Abraham que si
quería milagros en su vida, debía andar delante de él como un hombre perfecto. “Nadie puede ser perfecto sino solo Dios”,
en este caso la traducción correcta sería: “ser puro”, es decir, sin
mezclar la carne con la voluntad de Dios. Después de mostrarle esto a
Abraham, Dios dijo:
“Este
es mi pacto, que guardaréis entre mí y vosotros y tu descendencia después de
ti: Será circuncidado todo varón de entre vosotros. Circuncidaréis, pues, la carne de vuestro
prepucio, y será por señal del pacto entre mí y vosotros. Y de edad de ocho
días será circuncidado todo varón entre vosotros por vuestras generaciones; el
nacido en casa, y el comprado por dinero a cualquier extranjero, que no fuere
de tu linaje. Debe ser circuncidado el nacido en tu casa, y el comprado por tu
dinero; y estará mi pacto en vuestra carne por pacto perpetuo. Y el varón
incircunciso, el que no hubiere circuncidado la carne de su prepucio, aquella
persona será cortada de su pueblo; ha violado mi pacto”. (Génesis 17:10 -14)
¿Qué clase de actitud debían tomar
Abraham y sus descendientes para llegar a ser parte del pueblo de Dios? Todo
varón debía ser circuncidado, es decir, debía “despojarse de la carne”.
Dios quiere un pueblo; sin embargo,
dicho pueblo no debe realizar ninguna
actividad en la carne, por eso debe deshacerse de ella. ¿Quiénes son entonces el pueblo de Dios?
Aquellos que han sido circuncidados.
Dios le dijo a Abraham: “El
varón incircunciso, el que no hubiere circuncidado la carne de su prepucio,
aquella persona será cortada de su pueblo” (verso 14).
Los que no eran circuncidados eran
cortados de entre el pueblo de Dios. Esto quiere decir que los que no son
circuncidados no pueden ser vasos de Dios.
Podemos creer en Cristo, podemos
confesarlo, pero no seremos parte del pueblo de Dios y él no puede usarnos al
menos que nos deshagamos de la carne.
Colosenses
2:11 En él también fuisteis circuncidados con circuncisión no hecha a mano, al
echar de vosotros el cuerpo pecaminoso carnal, en la circuncisión de Cristo;
2:12 sepultados con él en el bautismo, en el cual fuisteis también resucitados
con él, mediante la fe en el poder de Dios que le levantó de los muertos. 2:13
Y a vosotros, estando muertos en pecados y en la incircuncisión de vuestra
carne, os dio vida juntamente con él, perdonándoos todos los pecados.
En el Viejo Testamento, el pueblo de
Dios era el pueblo circuncidado de
Israel. En el Nuevo Testamento, el pueblo de Dios está formado por todos los creyentes que se han bautizado.
El bautismo es una circuncisión espiritual mediante la
cual nos deshacemos de la naturaleza pecaminosa. Usted puede creer en Cristo,
puede confesarlo, pero si no se ha
bautizado no es parte de la iglesia de Cristo, no es parte del pueblo de Dios, y todo lo que haga en nombre de
Cristo lo hace en la carne y lo único que produce es un Ismael.
Filipenses
3:3 Porque nosotros somos la circuncisión, los que en espíritu servimos a Dios
y nos gloriamos en Cristo Jesús, no teniendo confianza en la carne.
¿Cuál debe ser la actitud de quienes han sido
circuncidados? No deben tener confianza
en la carne ni poner su esperanza en ella. ¿Quiénes son la circuncisión?
Los que no ponen su confianza en la carne. Por tanto, la circuncisión pone fin
a la fuerza natural del hombre.
Dios le mostró a Abraham que Ismael era fruto de
su propio esfuerzo y no servía para sus propósitos. Esto nos enseña que si no
le ponemos fin a la carne, Dios no podrá llevar
a cabo sus planes para con nosotros.
Génesis
17:5 Y no se llamará más tu nombre Abram, sino que será tu nombre Abraham, porque te he puesto por padre de muchedumbre
de gente.
Cuando somos circuncidados, ese día dejamos de
ser nosotros, ese día somos nuevas
criaturas en Cristo Jesús, todas las cosas pasan y son hechas nuevas (2 Corintios 5:17). Por eso Dios le dijo
a Abram que ya no se llamaría Abram sino
Abraham. Abram ya no sería “Padre
excelso” sino “Padre de multitudes,”
ya que la descendencia del nuevo Abraham sería como la arena del mar, tal y
como Dios lo había prometido.
De igual manera, cuando usted se bautiza, Dios
te da un nombre nuevo porque ese día moriste
para vivir eternamente, Dios te da un nombre eterno, no el nombre de una
persona que tiene fecha de fallecimiento. Conocerás tu nombre nuevo cuando
estés en la presencia del Señor.
El mayor problema existente entre los creyentes
radica en que piensan que la carne está relacionada exclusivamente con el
pecado. Aunque es cierto que la carne nos hace pecar, esto no es lo único que
la carne hace. Romanos 8:8 dice que
“los que vive según la carne no pueden
agradar a Dios”. Esto significa que la carne procura agradar a Dios. En
muchas ocasiones tal vez la carne no pretenda ofender a Dios; quizá su fin sea
agradarle pero nunca agrada a Dios.
Romanos 7 nos muestra que la
carne hace un esfuerzo enorme por guardar la ley, por hacer el bien, por hacer
la voluntad de Dios y agradarle, pero no puede lograrlo.
Nuestra experiencia nos dice que es fácil
gobernar la carne pecaminosa, pero es muy difícil dominar la carne que trata de
agradar a Dios. Esta es la carne que intenta infiltrarse sutilmente en el servicio de Dios.
Hay personas que no se dan cuenta de que el
hombre no puede agradar a Dios por su propio esfuerzo; no han comprendido que
Dios está interesado no sólo en cambiar sus objetivos, sino en poner fin a su
carne. Si procuran agradar a Dios en su carne, Dios les dirá que son hacedores de maldad.
Necesitamos ver que la circuncisión es la
eliminación de la carne, aquella que engendra a Ismael y que intenta agradar a
Dios. La circuncisión pone fin a la carne que intenta hacer la voluntad de Dios
y cumplir Su promesa. Esto era lo que Dios quería que Abraham entendiera.
El mayor problema que afrontan los hijos de Dios
es que no le dan muerte a la carne, sino
que ponen en ella su confianza.
La señal más evidente del desenfreno de la carne es la confianza que tiene en
sí misma.
Filipenses
3:3 dice
que “Nosotros somos la circuncisión, los
que nos gloriamos en Cristo, no teniendo confianza en la carne”. No tener
confianza en la carne significa no poner ninguna esperanza en ella.
La persona que confía en la carne es propensa a
juzgar apresuradamente todo lo que se le atraviesa y con su boca juzga
prematuramente. Pero una persona que no confía en la carne, no juzga a la
ligera, pues no se siente con la confianza para hacerlo.
Una persona que toma decisiones en la carne no
ha experimentado la obra de la cruz. Delante del Señor, tenemos que ver que
somos débiles, impotentes y desvalidos.
Dios llevó a Abraham a un punto donde se dio
cuenta de que su carne no servía para nada, y que todo lo que había hecho en sus
99 años era erróneo. No había lugar en la promesa de Dios para que lograra
alguna cosa en la carne, lo único que debía hacer era creer.
Al mismo tiempo, Dios le mostró que sus futuras
generaciones debían deshacerse de la carne. La circuncisión es la marca del pueblo de Dios, es la comprobación
de que somos Su pueblo. ¿Qué es una marca? Es una característica. El pueblo de
Dios tiene una característica, una marca: la negación de la carne, la desconfianza en la carne. El pueblo de
Dios lo constituyen aquellos que perdieron su confianza en la carne.
Es una lástima que muchos cristianos tengan
tanta confianza en sí mismos. Piensan que saben lo que es creer en el Señor
Jesús, lo que es ser llenos del Espíritu Santo, lo que es ser vencedores, y lo
que es experimentar la vida cristiana. Creen que lo saben todo. Se jactan de
sus experiencias y las citan con fechas específicas. Parece que no les faltara
nada. Hablan acerca de su comunión con Dios, de cómo hablan con él. Creen saber
lo que Dios piensa en cuanto a ciertas cosas. Piensan que conocen la voluntad
de Dios. Hablan de la manera en que Dios les dijo lo que debían hablar u orar
en tal lugar y a tal hora. Piensan que conocer la voluntad de Dios es algo
fácil. Sin embargo, no se ve en ellos la
marca de la desconfianza en la carne.
Tales cristianos verdaderamente necesitan la misericordia de Dios.
La
circuncisión significa eliminar la confianza en la carne, quitar de en medio la
fuerza natural, a fin de que la persona no hable ni se conduzca
negligentemente, sino con temor y temblor.
En realidad, la
pequeña fe que Abraham había tenido en años anteriores estaba mezclada con la
carne y el resultado fue Ismael.
Dios hizo
a un lado a Abraham
por trece años, y lo llevó a estar como muerto, para que fuera purificado, al
punto de considerar su cuerpo como muerto y a notar lo muerta que estaba la
matriz de Sara para que pusiera su
confianza absoluta en Dios.
La fe que ahora tenía era pura, pues creía en
Dios solamente y no en su carne. La fe que tuvo anteriormente se basaba en Dios
y en sí mismo, pero ahora se basaba solamente en Dios porque su propia fuerza
se había esfumado y no quedaba nada. Entonces Dios le dijo: “Sara tu mujer te dará a luz un hijo, y
llamarás su nombre Isaac” (Génesis 17:19).
Debemos notar que Dios deseaba que Abraham
engendrara a Isaac, no a Ismael. El nunca aceptará ningún reemplazo en su obra.
Ismael no podía satisfacer a Dios.
Génesis
17:23-24
dice: “Entonces tomó Abraham a Ismael su hijo, y a todos los siervos nacidos
en su casa, y a todos los comprados por su dinero, a todo varón entre los
domésticos de la casa de Abraham, y circuncidó la carne del prepucio de ellos
en aquel mismo día, como Dios le había dicho. Era Abraham de edad de noventa y
nueve años cuando circuncidó la carne de su prepucio”.
La circuncisión de Abraham fue el reconocimiento
de que su carne era completamente inútil. En sí mismo, no podía creer en la
promesa de Dios. Pero cuando ya no pudo creer, surgió la verdadera fe. Cuando
no pudo creer ni hacer nada, verdaderamente confió en Dios. Da la impresión de
que creía y al mismo tiempo no podía creer. Quedaba sólo una trémula luz de fe
en él. Sin embargo, ésta era la fe pura.
La condición en la que se encontraba Abraham en
ese momento se describe en Romanos
4:19-20: “Y no se debilitó en su fe,
aunque consideró su propio cuerpo, ya muerto, siendo de casi cien años, y lo
muerta que estaba la matriz de Sara; tampoco dudó, por incredulidad, de la
promesa de Dios, sino que se fortaleció en fe, dando gloria a Dios”.
Eso es lo que Dios espera de nosotros, que
estemos tan débiles, tan desconfiados en la carne, que podamos confiar en él.
Si confías en la carne, Dios te hará pasar por situaciones que te van
debilitando, quizás pierdas el trabajo, quizás te enfermes, quizás fracases en
algún negocio, Dios hará lo que sea, porque no heredará el hijo de la esclava con el hijo de la promesa (Gálatas 4:30).
Así como Abraham tuvo que deshacerse de su hijo
Ismael para convertirse en el Padre de la fe, así tú tienes que deshacerte de
la carne para poder vivir por fe. Debes
morir para vivir, nunca lo olvides.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario