viernes, 30 de junio de 2017

EL DIOS DE ABRAHAM, DE ISAAC Y DE JACOB

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Dios le enfatizó a Moisés que Él quiere que lo recordemos “por todos los siglos con el nombre de” Yo Soy el Dios de Abraham, de Jacob y de Isaac” (Éxodo 3:6-15)  ¿Se ha preguntado usted por qué?
Solamente se me ocurre una respuesta, Dios quiere que a través de la experiencia de estos tres personajes, aprendamos la manera en que él se relaciona con el hombre. No es suficiente que conozcamos su relación con Abraham, o su relación con Jacob, o su relación con Isaac; necesitamos conocer la relación que tuvo con los tres.
De Abraham podemos aprender entre otras cosas, que sin fe es imposible agradar a Dios; de Jacob aprendemos que Dios al que ama disciplina, como el padre a su hijo; y de Isaac aprendemos que todo lo recibimos por gracia, sin merecimiento y sin obras de por medio.

ISAAC

Al estudiar sus vidas podemos darnos cuenta que mientras que Abraham luchó duro por obtener lo que tenía, lo mismo que Jacob, Isaac no hizo nada, solamente recibió su heredad sin esfuerzo alguno. Isaac ni siquiera cavó pozos,  solamente abrió los pozos que había cavado su padre, y vivió de lo que su padre hizo.
¿Cuál es la lección que nos enseña Isaac? Que en nuestra vida espiritual no nos hemos ganado nada, que todo lo hemos recibido por gracia, por lo que hizo nuestro Señor Jesucristo:

Efesios 2:8 Porque por gracia sois salvos por medio de la fe; y esto no de vosotros, pues es don de Dios; 2:9 no por obras, para que nadie se gloríe.

El llamado, la salvación, el Espíritu Santo, el conocimiento, los dones, todo absolutamente todo nos ha llegado por gracia, sin merecimiento y sin esfuerzo alguno de nuestra parte.

Efesios 1:3 Bendito sea el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, que nos bendijo con toda bendición espiritual en los lugares celestiales en Cristo.

Lo segundo que aprendemos es que ya Dios nos dio todo lo que tenía que darnos, al igual que hizo Abraham con Isaac. La mayoría de creyentes viven constantemente pidiéndole a Dios que los bendiga. Sin embargo el versículo anterior nos revela que ya Dios nos bendijo con toda bendición espiritual.
No hay más bendiciones que Dios pueda darnos porque ya nos dio todas las bendiciones, de tal manera que pedirle a Dios que nos bendiga es un contrasentido.
No tenemos que pedir lo que ya tenemos, lo que necesitamos es apropiarnos de lo que ya hemos recibido, tal y como lo  hizo Isaac. Y es que en general, no somos como Isaac, más bien somos como Jacob:

Génesis 28:15 He aquí, yo estoy contigo, y te guardaré por dondequiera que fueres, y volveré a traerte a esta tierra; porque no te dejaré hasta que haya hecho lo que te he dicho.

En este pasaje vemos como Dios le prometió a Jacob guardarlo y bendecirlo de regreso a su casa. Ahora, veamos lo que hizo Jacob luego de que Dios le hiciera esa promesa:

Génesis 28:20 E hizo Jacob voto, diciendo: Si fuere Dios conmigo, y me guardare en este viaje en que voy, y me diere pan para comer y vestido para vestir, 28:21 y si volviere en paz a casa de mi padre, Jehová será mi Dios. 28:22 Y esta piedra que he puesto por señal, será casa de Dios; y de todo lo que me dieres, el diezmo apartaré para ti.

Jacob no solo se olvidó de que Dios le había prometido guardarlo y bendecirlo, sino que trató de pactar o negociar con Dios para que le diera lo que ya Dios le había prometido. Jacob no escuchó a Dios, o su mente de comerciante y “engañador” le impidió escucharlo.
Desdichadamente en miles de iglesias abunda el espíritu de Jacob en sus pastores, los cuales viven engañando a los fieles, “vendiéndoles” un evangelio al estilo de Jacob (los pactos)  y “negando la gracia” que Dios ya les ha dado.
Para comprenderlo mejor, pongamos de ejemplo, que usted necesita un dinero para pagar su casa. Yo le doy ese dinero y una vez que lo tienes en la mano, me pides que te preste dinero para el pago de la casa. Yo no tendría una respuesta que darte, lo que pensaría es que eres un demente.
Igual debe pensar Dios, que estamos dementes cuando le hacemos ciertas peticiones, él no tiene que perdonarnos, no tiene que bendecirnos, no tiene que sanarnos, porque ya todo eso lo hizo en Cristo Jesús.

1 Pedro 2:24 quien llevó él mismo nuestros pecados en su cuerpo sobre el madero, para que nosotros, estando muertos a los pecados, vivamos a la justicia; y por cuya herida fuisteis sanados.

Este pasaje dice que Cristo llevó nuestros pecados al madero. Él clavó el acta de los decretos que nos acusaba en la cruz (Colosenses 2:14).  Allí obtuvo eterna redención (Hebreos 9:12) para nosotros los pecadores.
Jesús no obtuvo un perdón temporal sino un perdón eterno de todos nuestros pecados pasados, presentes y futuros. No es algo que va a suceder, es algo que ya sucedió.
En cierta ocasión, un pastor evangélico me dijo que Jesús perdonó los pecados hasta su bautismo, de allí en adelante él tenía que estar pidiendo perdón cada vez que pecaba. Yo le pregunté “¿Dónde estaba usted cuando Jesús fue crucificado?” Me respondió que no había nacido. Entonces le dije: “Jesús no pudo perdonar tus pecados pasados porque no habías nacido, lo que perdonó fueron todos tus pecados futuros ¿No es cierto?” me dijo: “ahora puedo ver la verdad”.
El perdón de todos tus pecados se hizo realidad en ti cuando te bautizaste (Hechos 2:38) y no necesitas pedirle a  Dios que te perdone, no necesitas pedirle a Dios que haga algo que ya hizo. Al bautizarte te apropiaste de ese perdón eterno. 
Dice Pedro  que por la herida de Jesús fuimos sanados. La sanidad es algo que ya Jesús efectuó. No necesitamos estar orando por sanidad, porque ya Dios nos otorgó la sanidad en Cristo Jesús, lo que necesitamos es apropiarnos de esa sanidad.

Gálatas 2:21 No desecho la gracia de Dios; pues si por la ley fuese la justicia, entonces por demás murió Cristo.

Si nosotros tratamos de conseguir lo que ya se nos dio en Cristo, lo que podemos recibir es la ira de Dios, porque estaríamos desechando su gracia, entonces por demás murió Cristo.

Gálatas 5:4 De Cristo os desligasteis, los que por la ley os justificáis; de la gracia habéis caído.

Lea con mucho cuidado lo que dice este versículo. El que busca justificarse cae de la gracia porque ya ha sido justificado y está desechando lo que Cristo hizo.
Isaac vivió de lo que hizo su padre. Aprendamos de él y vivamos por lo que ya hizo Cristo. Toma tu herencia y vive de ella, eres libre de la ley, libre del pecado, libre de la condenación, has recibido toda bendición espiritual y sanidad. No te esfuerces por tratar de conseguir algo que ya tienes.
Ni siquiera tienes que tratar de vencer el pecado y la tentación porque eso es obra del Espíritu Santo, y esto es algo que la gran mayoría de creyentes no han entendido.
El apóstol Pablo dice que nosotros pecamos por ley (Romanos 7:21), es la ley del pecado la que nos hace pecar y en nuestra humanidad no podemos hacer nada contra esa ley.  Eso sería como luchar contra la ley de la gravedad, la cual hace que todas las cosas caigan.
Nosotros podemos sostener una piedra por un rato y ganarle por ese rato a la ley de la gravedad, pero habrá un momento en que nuestra mano se cansará y tendremos que dejar caer la piedra, de tal manera que la ley de la gravedad siempre terminará ganando. Así es la ley del pecado, por más esfuerzo que hagamos, siempre terminará venciéndonos.
La única manera de vencer la ley de la gravedad es con otra ley que haga que las cosas suban y así fue como Dios resolvió el problema del pecado:

Romanos 8:2 Porque la ley del Espíritu de vida en Cristo Jesús me ha librado de la ley del pecado y de la muerte.

Dios estableció una nueva ley que vence la ley del pecado  y nos libera de ella, esa ley es la ley del Espíritu de vida en Cristo Jesús. Y esa ley se resume en que Dios pone su Espíritu dentro de nuestro espíritu para vencer el pecado y la tentación, no es la ley de la carne, es la ley del Espíritu Santo en tu vida:

Ezequiel 36:26 Os daré corazón nuevo, y pondré espíritu nuevo dentro de vosotros; y quitaré de vuestra carne el corazón de piedra, y os daré un corazón de carne. 36:27 Y pondré dentro de vosotros mi Espíritu, y haré que andéis en mis estatutos, y guardéis mis preceptos, y los pongáis por obra. 36:28 Habitaréis en la tierra que di a vuestros padres, y vosotros me seréis por pueblo, y yo seré a vosotros por Dios.

Esta promesa de Dios se cumple en nosotros el día de nuestro bautismo. Dios quita nuestro corazón de piedra y pone en su lugar un corazón de carne. También quita nuestro espíritu y nos da un espíritu nuevo y pone su Espíritu dentro de nuestro espíritu con el propósito de que podamos guardar los preceptos de Dios y ponerlos por obra. Esa es la ley de vida en Cristo Jesús.
Es el Espíritu Santo el que hace que podamos guardar los preceptos de Dios y ponerlos por obra, es el Espíritu Santo el que hace la obra de santificación en nosotros, no es nuestra obra, para que no nos gloriemos. Lo único que tenemos que hacer es entregarle a Dios nuestros cuerpos en sacrificio vivo para que él tome el control de los mismos (Romanos 12:1). Aprende eso de Isaac.

ABRAHAM

Génesis 12:1 Pero Jehová había dicho a Abram: Vete de tu tierra y de tu parentela, y de la casa de tu padre, a la tierra que te mostraré.  12:2 Y haré de ti una nación grande, y te bendeciré, y engrandeceré tu nombre, y serás bendición. 12:3 Bendeciré a los que te bendijeren, y a los que te maldijeren maldeciré; y serán benditas en ti todas las familias de la tierra.  12:4 Y se fue Abram, como Jehová le dijo; y Lot fue con él. Y era Abram de edad de setenta y cinco años cuando salió de Harán.

De Abraham aprendemos el llamado y la obediencia. No fue idea de  Abraham dejar su tierra, fue Dios el que le ordenó dejar la tierra de sus padres para ir a una tierra que él le estaba prometiendo,
Esto nos enseña que el llamado es de Dios. No somos nosotros los que decidimos ser pastores o evangelistas, es Dios quien nos escoge y nos llama.
Muchos estudian en los institutos bíblicos para ser pastores como si  eso fuese una profesión más,  humanizando los dones de Dios y pasando por alto que es el Espíritu Santo el que reparte según le parece.
Los títulos de pastor, de profeta, de apóstol que entregan en muchos institutos bíblicos no son aprobados por Dios, los que entregan esos títulos le están quitando la autoridad al Espíritu Santo y pecando contra él.

Josué 24:2 Y dijo Josué a todo el pueblo: Así dice Jehová, Dios de Israel: Vuestros padres habitaron antiguamente al otro lado del río, esto es, Taré, padre de Abraham y de Nacor; y servían a dioses extraños. 24:3 Y yo tomé a vuestro padre Abraham del otro lado del río, y lo traje por toda la tierra de Canaán, y aumenté su descendencia, y le di Isaac.

Muchos creyentes discriminan o ven con malos ojos a los incrédulos. Ellos son los buenos y los incrédulos los malos de la película. Hay congregaciones en que prohíben que compartas con los incrédulos, si no compartes con ellos ¿Cómo los vas a ganar para Cristo?
¿Era creyente Abraham? No lo era, Abraham era idólatra, pero eso no fue un impedimento para su llamamiento, Dios lo transformaría con su gracia en el más fiel de los creyentes. Es Dios el que escoge y es Dios el que hace la obra de santificación en nosotros. No te creas más santo que nadie, porque es por gracia que ya no estás revolcándote en el lodo.

1 Corintios 1:27 sino que lo necio del mundo escogió Dios, para avergonzar a los sabios; y lo débil del mundo escogió Dios, para avergonzar a lo fuerte; 1:28 y lo vil del mundo y lo menospreciado escogió Dios, y lo que no es, para deshacer lo que es, 1:29 a fin de que nadie se jacte en su presencia.

Lo necio del mundo, lo débil, lo vil y lo menospreciado es lo que Dios escoge para deshacer lo que es y para que nadie se jacte en su presencia. Y es que Dios no ve apariencias, Dios ve los corazones, aprendamos eso del llamamiento de Abraham.

Hebreos 11:8 Por la fe Abraham, siendo llamado, obedeció para salir al lugar que había de recibir como herencia; y salió sin saber a dónde iba. 11:9 Por la fe habitó como extranjero en la tierra prometida como en tierra ajena, morando en tiendas con Isaac y Jacob, coherederos de la misma promesa; 11:10 porque esperaba la ciudad que tiene fundamentos, cuyo arquitecto y constructor es Dios. 11:11 Por la fe también la misma Sara, siendo estéril, recibió fuerza para concebir; y dio a luz aun fuera del tiempo de la edad, porque creyó que era fiel quien lo había prometido. 11:12 Por lo cual también, de uno, y ése ya casi muerto, salieron como las estrellas del cielo en multitud, y como la arena innumerable que está a la orilla del mar.

Por la fe Abraham le creyó a Dios que le daría un hijo, siendo su mujer estéril y estando él como muerto. Por la fe Abraham fue justificado, “porque en el evangelio la justicia de Dios se revela por fe y para fe, como está escrito: Mas el justo por la fe vivirá” (Romanos 1:17).
De Abraham aprendemos que “sin fe es imposible agradar a Dios” (Hebreos 11:6). Por la fe Abraham obedeció para salir sin saber a dónde iba, lo que nos enseña que la fe siempre va acompañada de una acción, la acción confirma la fe, la acción es la obediencia a la fe.
Esa es la razón por la cual el apóstol Santiago dice:la fe sin obras es muerta. Pero alguno dirá: Tú tienes fe, y yo tengo obras. Muéstrame tu fe sin tus obras, y yo te mostraré mi fe por mis obras” (Santiago 2:17-18).
Muchos creyentes se jactan de tener fe y nunca han llevado el conocimiento de la verdad a otros para que sean salvos (1 Timoteo 2:4), “nunca” han movido un dedo con ese propósito. “Nunca” han puesto las manos sobre sus hijos enfermos para que sanen (Marcos 16:18), mejor los llevan al médico sin intentar la fe. “Nunca” ofrendan debidamente porque no creen de que Dios hará que abunde en ellos para que no les falte nada  (2 Corintios 9:7).
El “nunca” es lo que domina sus vidas, entonces  ¿Dónde está su fe? La fe requiere acción y obediencia, y es lo que nos enseña la vida de este gran hombre llamado Abraham.

Hebreos 11:17 Por la fe Abraham, cuando fue probado, ofreció a Isaac; y el que había recibido las promesas ofrecía su unigénito, 11:18 habiéndosele dicho: En Isaac te será llamada descendencia; 11:19 pensando que Dios es poderoso para levantar aun de entre los muertos, de donde, en sentido figurado, también le volvió a recibir.

Por la fe Abraham siempre hizo algo, siempre hubo una acción que ratificó su fe. Abraham estuvo dispuesto a sacrificar a su hijo, sabiendo que Dios lo resucitaría si fuera necesario para cumplir su promesa de hacer de él una nación tan grande como la arena del mar. Por algo es llamado el padre de la fe y eso es lo mejor que nos enseña la experiencia de su vida.

JACOB

Mucho aprendemos de este personaje bíblico. Jacob era un tramposo, un engañador, creía que la gracia de Dios se podía comprar o ganar a través de la astucia humana.
A muchos les repugna lo que Jacob hizo y sin embargo la mayoría de los creyentes no somos ni como Abraham ni como Isaac, sino que somos una copia exacta de Jacob.
Aunque aceptamos en teoría que Dios es la fuente de todo y que al igual que Isaac, solo nos resta tomar la herencia, procuramos obtenerla por nuestras propias fuerzas. Actuamos así porque nos domina el principio de la fuerza natural que dominaba a Jacob, creemos que por nuestro propio esfuerzo seremos justificados, perdonados y redimidos.  Ese principio es el principio religioso que impera en la mayoría de las iglesias cristianas y que manda a los fieles a lograr con su comportamiento lo que ya obtuvieron en Cristo Jesús.
Jacob era un hombre hábil e inteligente, no había nada que no pudiera hacer. Engañó a su propio padre, haciéndose pasar por su hermano Esaú, robándole la bendición (Génesis capítulo 27). Ya antes se había aprovechado de que su hermano tenía hambre y le compró la primogenitura por un plato de lentejas (Génesis 25:30-34). También engañó a su tío Labán para quitarle sus posesiones. Pero esa inteligencia, ese talento no tenía lugar en la voluntad de Dios y su propósito para con él. Todas esas habilidades naturales  debían ser desechadas a través de la disciplina del Espíritu Santo.
Jacob procuró con  astucia asegurarse la primogenitura y la bendición de su padre, pero de hecho tuvo que dejar su hogar y huir lejos de su familia. Procuró a Raquel por esposa, pero fue engañado y terminó casándose con Lea. Salió de de Padan-aram lleno de riqueza, pero estuvo dispuesto a entregarle todo a su hermano para salvar su propia vida.  Entonces ideó un plan para apaciguar a Esaú y salvar su vida.  Pero una noche antes del encuentro con su hermano se le apareció el ángel de Jehová.

Génesis 32:24 Así se quedó Jacob solo; y luchó con él un varón hasta que rayaba el alba. 32:25 Y cuando el varón vio que no podía con él, tocó en el sitio del encaje de su muslo, y se descoyuntó el muslo de Jacob mientras con él luchaba.32:26 Y dijo: Déjame, porque raya el alba. Y Jacob le respondió: No te dejaré, si no me bendices.32:27 Y el varón le dijo: ¿Cuál es tu nombre? Y él respondió: Jacob. 32:28 Y el varón le dijo: No se dirá más tu nombre Jacob, sino Israel; porque has luchado con Dios y con los hombres, y has vencido.

Algunas veces, Dios convierte una fortaleza en debilidad para podernos usar. Aquella noche inolvidable,  mientras Jacob luchaba con el ángel de Dios, dijo: “No voy a dejarte hasta que me bendigas”. El ángel le respondió: “Está bien”, pero entonces le agarró el muslo a Jacob y se lo descoyuntó. ¿Por qué el muslo? Porque el muslo es el músculo más fuerte del cuerpo.
El ángel dislocó el muslo de Jacob para quitarle la fuerza. Lo que eso significa es que de ese día en adelante Jacob no podría ya apoyarse en sí mismo, Dios transformó su fortaleza en debilidad.
Jacob significa “suplantador” o “el que reina”. Dios le cambió el nombre por Israel que significa “Dios reina”. Después de eso, Jacob quedó renco para siempre y dejó de hacer las cosas por sí mismo, comenzó a apoyarse en Dios.  Y Dios pudo usar a Jacob, solamente después de que convirtiera su fortaleza en debilidad.
La escritura dice que Jesús aprendió la obediencia por lo que padeció (Hebreos 5:8). Si así fue con Jesús, así será con nosotros si no obedecemos voluntariamente, viviremos mucho padecimiento.
Jacob atrasó los planes de Dios por muchos años y fueron años de sufrimiento para él. Dios no pudo usar a Jacob sino hasta después de que fue quebrantado en su fuerza natural.
Abraham vio a Dios como Padre, probó que Dios era la fuente de todas las cosas. Isaac recibió la herencia como hijo. Pero podemos tomar y arruinar lo que hemos recibido como lo hizo Jacob. Entonces vendrá la disciplina.
La característica de aquellos que verdaderamente conocen a Dios es que no tienen  fe en sus habilidades. Hasta que Jacob aprendió esta lección, entonces en verdad Dios pudo reinar en él y Jacob comenzó a ser Israel, el príncipe de Dios.
A menos que nos rindamos a Dios, de igual manera, vamos a ser quebrantados. Dios va a dislocar nuestros muslos para que podamos servirle. Esa es la disciplina del Espíritu Santo:

Hebreos 12 2:5 y habéis ya olvidado la exhortación que como a hijos se os dirige, diciendo: Hijo mío, no menosprecies la disciplina del Señor, Ni desmayes cuando eres reprendido por él; 12:6 Porque el Señor al que ama, disciplina, Y azota a todo el que recibe por hijo. 12:7 Si soportáis la disciplina, Dios os trata como a hijos; porque ¿qué hijo es aquel a quien el padre no disciplina? 12:8 Pero si se os deja sin disciplina, de la cual todos han sido participantes, entonces sois bastardos, y no hijos. 12:9 Por otra parte, tuvimos a nuestros padres terrenales que nos disciplinaban, y los venerábamos. ¿Por qué no obedeceremos mucho mejor al Padre de los espíritus, y viviremos?

Muchos creyentes se quedan sin trabajo, les viene una enfermedad o viven circunstancias negativas, entonces se preguntan ¿Por qué Señor? La respuesta es una; están siendo disciplinados porque no obedecen al Señor. Dios nos disciplina porque somos sus hijos, si no nos disciplina es porque somos bastardos.
Hay creyentes que están apartados de Dios, son disciplinados y entonces buscan a Dios, pero una vez que las circunstancias mejoran se olvidan otra vez del Señor. Entonces volverán a aparecer las circunstancias negativas.
Jesús dijo: “Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, y tome su cruz, y sígame. Porque todo el que quiera salvar su vida, la perderá; y todo el que pierda su vida por causa de mí, la hallará (Mateo 16:24-25).
Si usted quiere vivir su propia vida, terminará perdiendo la vida eterna o será salvado a través de mucho  sufrimiento.
Jacob quiso vivir su propia vida y casi la pierde. No la perdió porque Dios le había prometido a Abraham hacer de él una nación tan grande como la arena del mar. Y Dios siempre cumple sus promesas.

2 Corintios 5:15 y por todos murió, para que los que viven, ya no vivan para sí, sino para aquel que murió y resucitó por ellos.

Cristo dio su vida por ti, para que tú vivas para él. Si continúas viviendo tu propia vida, en vano murió Cristo por ti. Que vivas para Cristo no significa que no puedes estudiar o trabajar, lo que significa es que todo lo que hagas debe ser para la gloria de Dios y que las prioridades de Dios deben ser las prioridades de tu vida.
Efesios 5:31-32 dice que somos una sola carne con Cristo, él es la cabeza y nosotros somos su cuerpo (Efesios 1:21-22). Jesús dijo: “Yo soy la vid, vosotros los pámpanos; el que permanece en mí, y yo en él, éste lleva mucho fruto; porque separados de mí nada podéis hacer.” (Juan 15:5).
¿Sabe usted dónde acaba la rama y comienza la vid? No hay forma de saberlo porque ambas son partes de una sola planta y comparten la misma vida.
¿Ha examinado usted su cuerpo? Éste no es independiente de la cabeza, sino que está unido a la cabeza. Sus brazos, sus piernas, su tórax, todo está unido como una sola pieza con la cabeza, y todos comparten la misma vida.
Que seamos una sola carne con Cristo, es la manera figurativa en que la palabra de Dios nos muestra la manera íntima en que estamos unidos con Jesucristo, para que entendamos que Él es nuestra vida y fuera de él no podemos hacer nada.
La cabeza es la que manda el cuerpo. Si un miembro del cuerpo no obedece a la cabeza es porque está enfermo. Entonces debe ser sanado,  amputado o dislocado (como el muslo de Jacob). Esa operación es la disciplina del Espíritu Santo y eso es lo que aprendemos de la vida de Jacob.
Espero que haya comprendido estas verdades para la gloria y honra de Dios.






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