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Muchos cristianos no salen a bailar con sus esposas, ni cantan karaoke, ni se divierten
sanamente de vez en cuando, porque ven pecado y condenación en todo lo que
hacen. Viven encadenados, no se han dado cuenta que son libres de la
condenación, libres del pecado, libres de la ley, limitados tan solo en lo que
sea necesario, para vivir en armonía con los propósitos de Dios. El legalismo los tiene atrapados.
La palabra de Dios nos enseña en Colosenses 2, verso 20, que fuimos
crucificados con Cristo en el bautismo, y que no estamos sujetos a ninguna ley ni mandamiento de hombre, y que esos
mandamientos no tienen ningún valor contra los apetitos de la carne. ¿Por qué?
Porque la carne es débil.
Estas personas ven satanismo en la música, en
los juegos electrónicos y hasta en la comida. Hacen un gran esfuerzo para
cumplir con los mandamientos de la ley de Moisés y con ello, en lugar de agradar a Dios, están desligándose de Cristo y cayendo de la gracia (Gálatas 5, verso 4). Por su legalismo, en ellos abunda la amargura, la hipocresía, la
crítica y el señalamiento. Y
eso impide que otros vengan a Cristo
porque nadie quiere ser como ellos.
Pero eso no es nuevo, viene desde los tiempos de
la iglesia primitiva. Esa es la razón por la cual apóstol Pablo escribió la
carta a los Gálatas, la cual es considerada como la “Proclama de emancipación” para el creyente. En el capítulo 1, versos 6 y 7, el apóstol Pablo dice estar maravillado, porque él les había enseñado el evangelio de la gracia, pero alguien los habían perturbado, enseñándoles
un evangelio
pervertido. No era otro evangelio, era el mismo evangelio de Jesús, pero
cargado de legalismos. Ese evangelio enseñaba que además de creer en Jesús,
era preciso que “guardasen la ley de
Moisés”. No negaban la gracia directamente, pero si lo
hacía de manera indirecta al colocarla en un segundo plano, porque lo más
importante para este evangelio “manoseado” era cumplir la ley.
El apóstol Pablo levanta la voz y expresa una y
otra vez que aún si aun un ángel del cielo o cualquier otro anuncia un evangelio diferente es un maldito (Gálatas 1, verso 8), en el sentido de que Dios va a maldecir y a
condenar al que enseñe ese tipo de evangelios. porque todos los que dependen de las obras de la ley, están bajo maldición a (Gálatas 3,verso 10).
Pablo se moriría de pena o de rabia si viviera
en nuestra época, porque en el 99% de
las iglesias cristianas lo que se enseña
actualmente es la palabra del hombre adornada con algunos pocos versículos
de la biblia.
Y Pablo inicia la carta a los Gálatas aclarando que que el evangelio que él enseña, es la palabra de Dios
y no la palabra del hombre pues él no lo recibió de ningún hombre sino que fue revelado por el propio Jesucristo (Gálatas 1, versos 11 y 12).
Y Pablo no miente, porque no fue sino hasta tres años después de estar predicando el evangelio, que fue a
Jerusalén a conocer al apóstol Pedro. De
paso también conoció a Jacobo el hermano del Señor (Gálata 1, versos 18 y 19). ¿Si no conocía a los
apóstoles, de dónde sacó su enseñanza?
Catorce
años después,
Pablo fue nuevamente a Jerusalén junto con Bernabé y Tito (dos colaboradores) y
expuso en privado a los que tenían “cierta
reputación” (posiblemente los apóstoles), el evangelio que él predicaba. ¿Y
que encontró? Que había entre ellos algunos legalistas que obligaban a
circuncidarse de acuerdo con la Ley, y que espiaban a escondidas la libertad del Evangelio que él predicaba para reducirlos a esclavitud. Pero no lo lograron porque Pablo
defendió esa verdad sin importar las consecuencias (Gálatas 2, versos 1 al 5).
Y reconociendo la gracia que le había sido dada, Jacobo, Cefas y Juan, que
eran considerados como columnas, le dieron a Pablo y a Bernabé la diestra en
señal de compañerismo, para que fueran a predicar a los gentiles (Gálatas 2, versos 9).
Pero antes de partir, Pablo no se quedó
callado, sino que le dijo públicamente al mismísimo apóstol Pedro, que no estaba enseñando la
verdad del evangelio, sino un evangelio legalista, y aclaró que el hombre no es justificado por las obras de la ley, sino por la
fe de Jesucristo, por cuanto por
las obras de la ley nadie será justificado (Gálatas 2, versos 14 al 16).
Imagine a usted a un desconocido reprendiendo
a “una de las columnas de la Iglesia”, aquel
a quien Jesús le entregó las llaves del Reino, por estar ocultando la verdad.
Al escribir esto recuerdo a un pastor amigo, el
cual enseña que la salvación se recibe
por la fe, pero hay que hacer obras de justicia para mantenerse salvo. Un día
le dije que él era legalista y se molestó conmigo. Me dijo que le mostrara cuál
mandamiento de la ley él enseñaba que había que cumplir. Su vanidad no le
permitía ver que el legalismo no se
resume en cumplir con algún mandamiento de la ley de Moisés sino que el legalismo se manifiesta cada vez que
hacemos cualquier cosa para justificarnos ante Dios. El legalismo procura hacer algo que ya Cristo hizo y es por lo
tanto es el gran enemigo de la gracia.
Al igual que Pablo, cuando alguien esté
ocultando alguna verdad del evangelio, no
puedes quedarte callado, no importa que tenga “prestigio” o que sea
considerado “columna de la iglesia”, debes ir con la Biblia en la mano y confróntalo.
No puedes ignorarlo o tolerarlo, no puedes permitir que alguien continúe su
obra destructora, es como que una enfermedad infecciosa comience a matar a tu
familia sin que hagas nada al respecto. Pablo es el gran ejemplo a seguir.
La segunda
verdad que se ve opacada ante el engaño legalista, es que el viejo hombre ha sido crucificado con Cristo, que ya no vive, sino que ahora es Cristo el que vive por él. ¿Cómo entender esto? Que para poder vivir una
vida cristiana normal, lo primero que un creyente debe saber es que su viejo hombre fue crucificado con Cristo en el
bautismo (Romanos 6, verso 6). Si no sabe
eso, nunca llevará una vida cristiana normal y eso es lo que sucede con los
legalistas. Pero no solamente debe saberlo, una vez que lo sepa, debe considerarse como tal (Romanos 6, verso11) o sea debe comportarse
como un muerto. Y es de lo que hablamos en el estudio anterior. Lo que esto quiere decir es que no tiene que
hacer nada para mantenerse salvo, no tiene que hacer nada para dejar de pecar, no
tiene que hacer nada contra la tentación porque está muerto y un muerto no hace nada. Ahora Cristo vive por él y Cristo se encarga de esas cosas. Si el creyente hace algo al respecto, estaría
negando que su viejo hombre está muerto y con ello desechando la gracia de Dios (Gálatas 2, versos 20 y 21). Entonces por demás murió Cristo. lo que tenemos que hacer es entregarle nuestros miembros a Dios para que
tome el control (Romanos 6, verso 13). Y es que el que está en Cristo no vive por su propio esfuerzo, sino que vive por la fe en el hijo de Dios,
creyendo que ya Jesús lo hizo todo.
Cualquier enseñanza que desafíe estas verdades es un evangelio
pervertido que causará a sus víctimas sufrimiento, esclavitud, dolor, y
finalmente les conducirá a una muerte
espiritual.
“Ustedes
son unos insensatos, son unos necios” dice Pablo “¿Quién los fascinó para que no obedezcan la verdad?” Y
Seguidamente hace la pregunta del millón. “¿Recibieron
el Espíritu Santo por sus obras o por la fe? ¿Comenzaron por el Espíritu y
ahora acaban por la carne?” En otras palabras: “Empezaron por recibir el Espíritu Santo y la salvación por gracia,
mediante la fe y ahora quieren acabar haciendo las cosas por ustedes mismos” (Gálatas 3, versos 1 al 3)
La promesa de la salvación por fe, la dio nuestro Padre Celestial 400 años antes de que viniera la ley (. La promesa
de salvación fue hecha cuatrocientos años antes de que fuese dada la Ley.
Por lo tanto, la ley no puede dejar sin
efecto la promesa que está primero. (Gálatas 3, versos 17 y 18). Y Cristo ratificó la promesa a través del nuevo pacto
El justo
por la fe vivirá (Gálatas 3, verso 11). El
justo no es aquel que no comete injusticias o que no peca, el justo es aquel que fue justificado por fe, y vive por fe y no por obras. La ley exige cumplir sus
mandamientos y condena al que no
los cumple. Mientras que la gracia
lo único que exige es fe en la obra de Cristo y no te condena sino que te justifica.
Ya no hay ninguna condenación para los que están
en Cristo Jesús, los que no procuran la salvación por ellos mismos, sino que viven por fe, porque la ley del
Espíritu de vida en Cristo (la ley de la
fe) los ha librado de la ley del pecado y de la muerte (la ley de Moisés). Vea Romanos 6, versos 1 y 2.
Romanos
8, v ersos 33 y 34 dice: ¿Quién acusará a los escogidos de Dios? Dios es el que justifica. ¿Quién es el que condenará? Cristo es el que murió; más aun, el que también
resucitó, el que además está a la diestra de Dios, el que también intercede por
nosotros.
El único que nos puede acusar es Dios y Dios no
nos acusa sino que nos justifica por la fe. El único que nos puede condenar es
Cristo pero en lugar de condenarnos intercede por nosotros para nuestro perdón.
Eres libre, gózate, vive la vida, no
permitas que nada ni nadie te señale ni te condene.
Cristo cumplió la ley por nosotros y nos redimió
de las maldiciones de la misma Ley para que en Él, la bendición de Abraham alcanzase a los gentiles para que recibieran por fe la promesa del Espíritu (Gálatas 3, versos 13 y 14). Pero, si tratas de cumplir la ley, todas las
maldiciones te alcanzarán. Por eso es que el legalismo trae tanto dolor y
sufrimiento, porque niega y revierte
las cosas que Cristo hizo.
Venida la fe, ya no se necesita la ley, porque
al estar en Cristo por medio de la fe, somos liberados de la ley, somos liberados
del pecado, y somos liberados de la condenación, porque todos los que hemos
sido bautizados, hemos sido envueltos
con las vestiduras blancas de Cristo. (Gálatas 3, versos 25 al 27
Ya Dios no ve nuestros pecados
porque nos ve en Cristo y Cristo no tiene pecado.
Todas las
religiones conocidas
por el hombre, dependen de las obras
humanas para la salvación, pero nosotros no creemos en las religiones, no
creemos en la palabra del hombre, creemos
únicamente en la palabra de Dios, que enseña que ya Cristo lo hizo todo por nosotros. Lo único que tenemos que hacer
es creerlo. En eso se resume el
evangelio.
“¿Quieren
estar bajo la ley, entonces les voy a contar una historia” dice Pablo. Es la historia de los dos hijos de Abraham, el
que tuvo con la esclava Agar, y el que tuvo con su esposa Sara. Dice que Agar
la esclava simboliza la ley de
Moisés, por lo tanto su hijo esclavo de
la ley. En cambio Sara simboliza la gracia, y su hijo es
libre de la ley. Luego agrega que el
hijo de la esclava no podía heredar con el hijo de la libre, razón por la
cual Agar y su hijo fueron echados fuera (Gálatas 4, versos 21 al 31). Esto nos revela que el que mezcla la gracia con la ley no heredará el reino de Dios.
Y viene la advertencia, el que quiere
justificarse a través del cumplimiento de la ley, cae de la gracia porque la
está desechando (Gálatas 5, verso 4).
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