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El
apóstol Pablo nos advierte para que no nos dejemos engañar en cuanto al “arrebato de la iglesia” y los tiempos
del fin. Dice que eso no sucederá sin que antes venga la apostasía y se manifieste el hijo de perdición o anticristo
(2 Tesalonicenses 2:3).
Hay algo
que ha impedido que el hijo de perdición se manifieste. Sin embargo, el
impedimento será quitado muy pronto ¿Cuál es ese impedimento?
“Y ahora
vosotros sabéis lo que lo detiene, a fin de que a su debido tiempo se
manifieste. Porque ya está en acción el misterio de la iniquidad; sólo que hay
quien al presente lo detiene, hasta que él a su vez sea quitado de en medio”
(2 Tesalonicenses 2:6-7).
Pablo
afirma que los tesalonicenses sabían que era lo que detenía al anticristo. ¿Lo
sabemos nosotros? Lo primero que se nos revela es que tiene que venir la apostasía y ésta ya está presente en
casi todas las iglesias cristianas del mundo.
Es
difícil encontrar una iglesia cristiana en donde no se enseñe una mentira que
contradiga la palabra de Dios. Unas enseñan que no se necesita el bautismo para
salvación contradiciendo las palabras de Jesús (Marcos 16:16), otras que se necesita hacer obras para salvación
contradiciendo Efesios 2:8-9, que no
es enseña que la salvación es por gracia, no por obras para que nadie se
gloríe. Otras enseñan que no hay que hacer obras para salvarse pero hay que
hacer obras para mantenerse salvos, otras que no hay arrebato ni segunda venida
de Cristo, otras ofrecen pactos a cambio de la gracia, es la doctrina de la
prosperidad. Son muchas las apostasías dentro del protestantismo cristiano, y
ni hablar del catolicismo romano, que invita a los fieles a la idolatría y ha
inventado más mentiras que ninguna.
Los principados, las potestades, los gobernadores de
las tinieblas de este siglo, las huestes espirituales de maldad en las regiones
celestes (Efesios 6:10) dirigidas por
Satanás, su comandante en jefe, tratan de impedir que se cumpla la voluntad de
Dios y que el conocimiento de la verdad llegue a todos los hombres (1 Tesalonicenses 2:3-4) y que en su
lugar llegue la apostasía.
Y un
poderoso comandante en jefe de los ejércitos de Dios llamado Miguel es
el encargado de hacerles frente. Esto lo podemos ver claramente en Daniel 10:12-13 donde se relata que
Miguel tuvo que venir a luchar contra el príncipe de Persia (un principado
demoniaco), el cual estaba impidiendo que Daniel recibiera la verdad de parte
de Dios.
A
veces invitamos a una persona a un estudio bíblico y Satanás activa a sus
súbditos para que impidan que esa persona llegue a escuchar la verdad a través
de muchas circunstancias. Los ángeles caídos ocasionan pereza, causan accidentes
y enfermedades, o le ofrecen a esa persona otras actividades que parecen más
atractivas. Ellos están aquí para hurtar,
matar y destruir (Juan 10:10)
con el propósito de impedir que las personas conozcan la verdad del evangelio
de Cristo.
Las
hordas maléficas harán lo que sea para impedir que alguien escuche la verdad ¿Qué tenemos que hacer? Pedirle a Dios en
oración que envíe a Miguel y sus ángeles a luchar contra los súbditos de
Satanás. Si no oramos, le facilitamos a Satanás su trabajo.
La
presencia del arcángel Miguel es hasta hoy el
gran impedimento para que el anticristo se presente como el Mesías esperado.
Pero se acerca el día en que Miguel será levantado y el anticristo ya no tendrá
ninguna oposición de parte de los ejércitos celestiales:
Daniel 12:1 En aquel tiempo se levantará Miguel, el
gran príncipe que está de parte de los hijos de tu pueblo; y será tiempo de
angustia, cual nunca fue desde que hubo gente hasta entonces; pero en aquel
tiempo será libertado tu pueblo, todos los que se hallen escritos en el libro.
12:2 Y muchos de los que duermen en el polvo de la tierra serán despertados,
unos para vida eterna, y otros para vergüenza y confusión perpetua.
Jesús
levantará sus manos y con gran voz dirá “Hecho es,” y todos
los ángeles abandonarán su ministerio
en la tierra. Miguel regresará al cielo y
anunciará que su obra está terminada; al mismo tiempo, los escogidos
serán arrebatados y el mundo será sometido a la
gran tribulación.
Apocalipsis
13:6 Y abrió su boca en blasfemias contra Dios, para blasfemar de su nombre, de
su tabernáculo, y de los que moran en el cielo. 13:7 Y se le permitió hacer
guerra contra los santos, y vencerlos. También se le dio autoridad sobre toda
tribu, pueblo, lengua y nación. 13:8 Y la adoraron todos los moradores de la
tierra cuyos nombres no estaban escritos en el libro de la vida del Cordero que
fue inmolado desde el principio del mundo.
El hijo de perdición tomará el poder durante cuarenta
y dos meses. Serán los cuarenta y dos meses más terribles en la historia de la
humanidad.
Los creyentes que se han quedado deben vivir sin Jesús su intercesor y sin la protección de los ángeles
comandados por Miguel.
La paciencia de Dios se habrá acabado, el mundo habrá rechazado su gracia y le ha dicho no a su hijo.
Desamparados ya de la gracia
divina, estarán a merced de Satanás, el cual sumirá entonces a los habitantes
de la tierra a su gusto y antojo.
Cuando Miguel y sus súbditos dejen
de contener a Satanás y sus ángeles, todos los elementos demoniacos se
desencadenarán y el mundo entero será envuelto en una ruina espantosa.
Los malvados demonios que serán
liberados del pozo del abismo (Apocalipsis
9:2-5) no tendrán contención y llenarán de ira y de odio a los gobernadores
de la tierra contra todos los que hayan recibido el mensaje Divino, desatando
una persecución implacable contra todo lo que parezca cristiano.
En el Viejo Testamento se nos
relata que lámpara de Dios se apagó y su presencia se retiró de la nación
judía, porque habían despreciado las cosas de Dios, consecuentemente Israel fue
derrotado y los filisteos se llevaron el arca (1 Samuel, capítulos 3 y 4); la protección de Dios ya no estaba.
Así también sucederá prontamente,
seguimos despreciando las cosas de Dios y viendo al Señor como un servidor,
entonces la decisión irrevocable de Dios será tomada y el mundo sufrirá las
consecuencias de su desprecio.
La religión y su idolatría
seguirán en vigor entre las muchedumbres y el príncipe del mal hará que se
cumplan sus crueles designios.
Se demandará que no se tolere a
los pocos que se oponen al ecumenismo
romano; pues vale más que esos pocos sufran y no que naciones enteras sean
precipitadas a la confusión y anarquía. Este mismo argumento fue presentado
contra Cristo hace más de dos mil años por los “príncipes del pueblo.” “Nos conviene”, dijo Caifás, “que un hombre muera por el pueblo, y no que
toda la nación se pierda” (Juan
11:50).
Este argumento parecerá
concluyente y finalmente se expedirá contra todos los cristianos verdaderos un
decreto que los declare merecedores de la muerte.
El Catolicismo Romano y el Protestantismo
apóstata actuarán unidos bajo la bandera del ecumenismo religioso e irán contra todos los que se opongan a su
mentira.
El pueblo de Dios se verá entonces
sumido en las escenas de aflicción y angustia descritas por el profeta Jeremías
como el tiempo de angustia de Jacob (Jeremías 30:7)
El apóstol San Juan, estando en
visión, oyó una gran voz que exclamaba en el cielo: “¡Ay de los moradores de la tierra y del mar! porque el diablo ha
descendido a vosotros, teniendo grande ira, sabiendo que tiene poco tiempo.”
(Apocalipsis 12:12). ¿Quién venció
al diablo y sus ángeles, los expulsó del cielo para siempre y los arrojó a la
tierra? Miguel y sus ángeles (Apocalipsis 12:7-9).
La ira de Satanás crece a medida
que se va acercando el fin, y su obra de engaño y destrucción culminará durante
el tiempo de angustia.
Ya están apareciendo en el cielo
signos pavorosos de carácter sobrenatural, en prueba del poder milagroso del
diablo y sus ángeles. Muchos terremotos, un huracán detrás de otro ocasionado
muerte y destrucción no es lo natural.
En el libro de Job se nos revela
claramente que Satanás puede alterar la
atmósfera, él puede hacer que caiga fuego del cielo (Job 1:16), y puede originar huracanes y tormentas (Job 1:19).
Lo que estamos viviendo no es algo
natural, es algo provocado por las huestes del mal, sin embargo los científicos
tratan de darle una explicación a todo lo que sucede, ignorando totalmente las profecías.
Los espíritus de los demonios irán
en busca de los reyes de la tierra para aprisionar a los hombres con engaños e
inducirlos a que se unan a Satanás en su última lucha contra el gobierno de
Dios. Surgirá el anticristo, un hijo
del diablo que reclamará para sí el título de mesías y ordenará que le den
culto, tal si fuera el redentor del mundo.
Tanto él como su jefe de
propaganda (falso profeta) harán
curaciones milagrosas y asegurarán haber recibido del cielo revelaciones
contrarias al testimonio de las Sagradas Escrituras.
Hace mucho que los judíos esperan
la venida de Cristo, pues bien, el gran engañador simulará que Jesús habrá
venido. En varias partes de la tierra, se manifestará a los hombres como un ser
majestuoso, de un brillo deslumbrador.
La gloria que le rodee superará
cuanto hayan visto los ojos de los mortales. El grito de triunfo repercutirá
por los aires: “¡El mesías ha venido! ¡El
Mesías ha venido!” El pueblo se postrará en adoración ante él (Apocalipsis 13:8), mientras levanta sus
manos y pronuncia una bendición sobre ellos. En tono amable y falsamente compasivo,
enunciará sus mentiras, curará las dolencias del pueblo en el engaño más
poderoso e irresistible que ha habido jamás.
Así como los samaritanos fueron
engañados por Simón el Mago, también las
multitudes, desde los más pequeños hasta los mayores, creerán en ese sortilegio
y dirán: “Este es gran poder de Dios”
(Hechos 8:10).
Las enseñanzas del falso Cristo y
del falso profeta van dirigidas a los que adoran la bestia y su imagen,
precisamente aquellos sobre quienes dice la Biblia que la ira de Dios será
derramada sin mezcla.
El
Salvador nos previno contra este engaño y predijo claramente cómo será su segundo
advenimiento:
“Porque se levantarán falsos
Cristos y falsos profetas, y darán señales grandes y prodigios; de tal manera
que engañarán, si es posible, aun a los escogidos. Así que, si os dijeren: He
aquí en el desierto está; no salgáis: He aquí en las cámaras; no creáis. Porque
como el relámpago que sale del oriente y se muestra hasta el occidente, así
será también la venida del Hijo del hombre.” (Mateo 24:24-27)
No se
puede remedar la aparición del verdadero Mesías. Porque cuando venga, todos,
del oriente al occidente, lo verán descender de los cielos montado en su
caballo blanco, con una ropa teñida en sangre, con un nombre escrito en su
vestidura y en su mulo que dice “Rey de
Reyes y Señor de Señores”, y con él
vendrá su ejército celestial (Apocalipsis
19:11-16).
Sólo
los que hayan estudiado diligentemente las Escrituras y hayan recibido el amor
de la verdad en sus corazones, sabrán que el anticristo no es el Mesías y serán
protegidos de los poderosos engaños que cautivarán al mundo. Merced al testimonio
bíblico descubrirán al engañador bajo su disfraz.
Satanás espera que Miguel sea quitado para así poder
disponer de las cosas, de modo que el
camino de la verdad les esté obstruido a los creyentes.
Desde
ya Satanás aturde a los creyentes con bienes materiales, les hace llevar una
carga pesada y abrumadora para que sus corazones se sientan recargados con los
cuidados de esta vida, con el propósito de mantenerlos distraídos y que el día
de la prueba los sorprenda como ladrón. Y Miguel no deja de ser un problema
para el diablo.
Pero
cuando Miguel sea quitado, los creyentes que no sean arrebatados deberán huir de
las ciudades y de los pueblos y unirse en grupos para vivir en los lugares más
desiertos y solitarios.
Muchos
encontrarán refugio en puntos de difícil acceso en las montañas, como los
cristianos de los valles del Piamonte y convertirán los lugares elevados de la
tierra en santuarios suyos y darán gracias a Dios por las “fortalezas de rocas” (Isaías
33:16).
Pero
muchos no lograrán escapar, grandes y pequeños, ricos y pobres, negros y
blancos, serán arrojados en la más injusta y cruel servidumbre. Los que se
queden pasarán días penosos, encadenados, encerrados en cárceles, sentenciados
a muerte, algunos abandonados adrede para morir de hambre y sed en sombríos y
repugnantes calabozos. Ningún oído humano escuchará sus lamentos; ninguna mano
humana se aprontará a socorrerlos.
El
Señor es “compasivo y clemente, lento en
iras y grande en misericordia y en fidelidad, que perdona la iniquidad, la
transgresión y el pecado.” Sin embargo “visita
la iniquidad de los padres sobre los hijos, y sobre los hijos de los hijos,
hasta la tercera y hasta la cuarta generación.” (Éxodo 34:6, 7).
“¡Jehová es lento en iras y grande en poder, y de
ningún modo tendrá por inocente al rebelde!” (Nahúm 1:3). El vindicará con terribles manifestaciones la dignidad
de su gracia pisoteada. Puede juzgarse de cuán severa ha de ser la retribución
que espera a los culpables, por la repugnancia que tiene el Señor para hacer
justicia.
Cuando
los que honran a Dios hayan sido privados de la protección de Miguel y de las
leyes humanas, empezará en varios países un movimiento simultáneo para
destruirlos. Conforme vaya acercándose el tiempo señalado, el mismo pueblo
conspirará para extirpar a los creyentes.
Los hijos de Israel, algunos en las celdas
de las cárceles, otros escondidos en ignorados escondrijos de bosques y
montañas, invocarán la protección divina, mientras que por todas partes,
compañías de hombres armados, instigados por legiones de ángeles malos, se
dispondrán a emprender la obra de muerte.
Multitudes
de hombres perversos al mando del Anticristo y profiriendo gritos de triunfo,
burlas e imprecaciones, estarán a punto de arrojarse sobre su presa, cuando de
pronto densas tinieblas, más sombrías que la oscuridad de la noche caerán sobre
la tierra.
Luego
un arco iris, que refleja la gloria del trono de Dios, se extenderá de un lado
a otro del cielo, las multitudes encolerizadas se sentirán contenidas en el
acto. Sus gritos de burla expirarán en sus labios. Olvidarán el objeto de su
ira sanguinaria. Con terribles presentimientos contemplarán el símbolo de la
alianza divina, y ansiarán ser amparados de su deslumbradora claridad.
Los
hijos de Dios oirán una voz clara y melodiosa: “Enderezaos,” y, al levantar la vista al cielo, contemplarán el arco
de la promesa. Las nubes negras y amenazadoras que cubrían el firmamento se han
desvanecido, y al igual que Esteban, clavarán la mirada en el cielo y verán la
gloria de Dios y al Hijo del hombre descender hacia la tierra.
Un
ángel aparecerá en pie en el sol, y clamará a gran voz, diciendo a todas las
aves que vuelan en medio del cielo: “Venid,
y congregaos a la gran cena de Dios, para que comáis carnes de reyes y de
capitanes, y carnes de fuertes, carnes de caballos y de sus jinetes, y carnes
de todos, libres y esclavos, pequeños y grandes”.
Y la
bestia (el anticristo), los reyes de la tierra y a sus ejércitos, se reunirán
para guerrear contra el que monta el caballo, y contra su ejército. Y la bestia
será apresada, y con ella el falso profeta que habrá hecho delante de ella las
señales con las cuales había engañado a los que recibieron la marca de la
bestia, y habían adorado su imagen. Estos dos serán lanzados vivos dentro de un
lago de fuego que arde con azufre. Y los
demás serán muertos con la espada que sale de la boca del que monta el caballo,
y todas las aves se saciaran de las carnes de ellos (Apocalipsis 19: 17-21). Y Satanás será encadenado, arrojado y encerrado
en el abismo por mil años (Apocalipsis
20:2-3). Los malos mirarán la escena con terror y asombro, mientras los
justos contemplarán con gozo las señales de su liberación.
Antes que eso suceda, la naturaleza entera parecerá
trastornada. Los ríos dejarán de correr. Nubes negras y pesadas se levantarán y
chocarán unas con otras. En medio de los cielos conmovidos habrá un claro de
gloria indescriptible, de donde la voz de Dios semejante al ruido de muchas
aguas, dirá: “Hecho está.” (Apocalipsis 16:17).
Relámpagos,
voces y truenos y un gran terremoto, “cual
no fue jamás desde que los hombres han estado sobre la tierra” se sucederá,
la gran ciudad de Jerusalén se dividirá en tres partes y muchas ciudades de la
tierra serán derribadas (Apocalipsis
16:18).
El
firmamento parecerá abrirse y cerrarse. La gloria del trono de Dios parecerá
cruzar la atmósfera. Los montes serán movidos como una caña al soplo del
viento, y las rocas quebrantadas se esparcerán por todos lados. Toda la tierra
se alborotará e hinchará como las olas del mar, su superficie se rajará porque
sus fundamentos parecerán ceder. Se hundirán cordilleras y desaparecerán las islas.
Los
puertos marítimos serán tragados por las enfurecidas olas. “La grande Babilonia vendrá en memoria
delante de Dios, para darle el cáliz del vino del furor de su ira” (Apocalipsis 16:19-20).
Ya no
habrá lugar para la falsa religión, la ciudad que reúne a millones de personas para
ver al falso “vicario de Cristo” será
quemada en su totalidad (Apocalipsis
18:19).
Y caerá
del cielo sobre los hombres un enorme granizo como del peso de un talento; y
los hombres blasfemarán contra Dios por la plaga del granizo; porque su plaga será
sobremanera grande (Apocalipsis 16:21).
La lluvia de granizos hará su obra de destrucción, las más soberbias ciudades
de la tierra serán arrasadas, los palacios suntuosos en que los magnates han
malgastado sus riquezas en provecho de su gloria
personal, caerán en ruinas ante su
vista.
Ese
será el destino de la gran mayoría de incrédulos e incluso de millones de creyentes.
Pero,
en el momento justo en que el anticristo esté tomando el poder para su gobierno
de cuarenta y dos meses, se escuchará una voz de mando, una voz de arcángel, y
con trompeta de Dios, que descenderá del cielo; y los muertos en Cristo
resucitarán primero. Luego los creyentes
escogidos y que aún estén vivos, serán arrebatados
juntamente con ellos en las nubes para recibir al Señor en el aire, y así estarán
siempre con el Señor (1 Tesalonicenses
4:16-17).
Antes
de ser arrebatados, los escogidos serán transformados en personas inmortales,
entonces se cumplirá la palabra que está escrita: “Sorbida es la muerte en victoria. ¿Dónde está, oh muerte, tu aguijón? ¿Dónde, oh
sepulcro, tu victoria?”. Esto sucederá en un abrir y cerrar de ojos, al
sonido de la final o sétima trompeta (1
Corintios 15:51-55).
¿Quiénes
son los escogidos? Aquellos que han tenido un nuevo nacimiento al creer y
bautizarse, pero no se conformaron con su salvación, sino que pusieron su
granito de arena y cumplieron con su deber como embajadores del reino de Dios (2 Corintios 5:20), llevando a otros a
reconciliarse con Dios.
Millones
que creyeron ser salvos se quedarán a vivir lo espantoso de la gran tribulación
bajo el gobierno del anticristo. En aquel momento se acordarán que les dijeron:
“ya aceptó a Cristo, entonces ya es salvo”.
O se acordarán que les dijeron que todos
los creyentes salvos se irían en el arrebato.
En
ese momento se dará cuenta que eso era mentira. Y recordarán que no hicieron
nada por la salvación de otras personas. Recordarán que estuvieron tan ocupadas
en las cosas del mundo, que no tuvieron tiempo de comparar si lo que escucharon
de sus pastores era cierto. Se lamentarán pero será tarde, tendrán que huir,
esconderse para no ser aniquilados, si es que tienen la suerte de lograrlo,
porque el arcángel Miguel no estará allí para ayudarlos. En ese momento se
darán cuenta que dejaron su primer amor (Apocalipsis 2:4); en ese momento se
darán cuenta que solamente los vencedores se irían en el arrebato y que los cristianos nominales se quedarían a
vivir la gran tribulación, consecuencia de su desprecio hacia las cosas de Dios.
No me queda más que recordarte que la
apostasía ya está entre nosotros y que Miguel será quitado en cualquier momento.
Las señales están por todo lado, y si no estás haciendo nada por el Ministerio
de la Reconciliación, aunque seas salvo, aquí te quedarás a vivir las
consecuencias de tu negligencia. Estás avisado!
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