Descargar pdf
El evangelio es una verdadera
historia de amor. El varón de esta historia es “Cristo”
y la mujer es la “iglesia”, Desde el
principio de la creación se nos habla de esta pareja (Génesis 2:21-25), allí Adán simboliza a Cristo y Eva simboliza a la iglesia. Cuando hablamos de iglesia no
nos referimos a ningún templo ni tampoco a ninguna religión; la iglesia no es
nada de eso, la iglesia es la unión de todos los hombres que a través de un nuevo nacimiento (Juan 3:3) se convierten en hijos de
Dios.
Efesios 5:31 Por esto dejará el hombre a su padre y a su madre, y se
unirá a su mujer, y los dos serán una sola carne. 5:32 Grande es este misterio;
mas yo digo esto respecto de Cristo y de la iglesia.
A través de un nuevo
nacimiento, el hombre se unirá a la iglesia y será una sola carne con Cristo,
ese es el mensaje del evangelio.
Efesios 5:25-27 Maridos, amad a vuestras mujeres, así como Cristo amó a
la iglesia, y se entregó a sí mismo por ella,
para santificarla, habiéndola purificado en el lavamiento del agua por
la palabra, a fin de presentársela a sí
mismo, una iglesia gloriosa, que no tuviese mancha ni arruga ni cosa semejante,
sino que fuese santa y sin mancha.
La esposa de Cristo debe
ser santa y sin mancha, así que Cristo vino a santificarla y a purificarla.
Cuando el hombre comió del árbol prohibido, se contaminó y el pecado se
introdujo en su carne. Pero Cristo vino a
dar su vida por todos los hombres para que sean su iglesia, eso es amor
verdadero.
Romanos 7:19-20 Porque no hago el bien que quiero, sino el mal que no
quiero, eso hago. Y si hago lo que no quiero, ya no lo hago yo, sino el pecado
que mora en mí.
El pecado indujo al
hombre a pecar y así el hombre cometió pecados.
Por lo tanto Cristo vino
a resolver el problema del “pecado” y
de “los pecados” y de esa manera santificar
a su novia la iglesia.
No debemos confundir “pecado” con “pecados”, el pecado es la fábrica de pecados, Jesús no solamente
vino a perdonarnos los pecados sino a acabar con la fábrica de pecados que es el pecado.
Romanos 8:3 Porque lo que era imposible para la ley, por cuanto era
débil por la carne, Dios, enviando a su Hijo en semejanza de carne de pecado y
a causa del pecado, condenó al pecado en la carne;
Con su sangre Jesús perdonó nuestros pecados y en la cruz condenó al “pecado” en la carne ¿Qué es
lo que significa que haya condenado al pecado en la carne? Que en la cruz lo inhabilitó y le quitó el poder de condenar.
En Hebreos 9:12 dice que Cristo obtuvo eterna redención, lo que significa que él nos perdonó los pecados pasados, los pecados presentes y los pecados futuros, ya no hay ningún pecado que nos
pueda condenar porque en su carne Cristo
condenó al pecado le quitó el poder de condenarnos. Esa es la razón por la cual
el Espíritu Santo proclama: “Y nunca más
me acordaré de sus pecados y transgresiones” (Hebreos 10:17).
Ahora, es importante
tomar en cuenta que Eva no fue hecha del
barro sino que fue formada de una costilla de Adán. Para que fuera ayuda
idónea de Adán, Eva tenía que tener el mismo ADN de Adán, así que Dios formó a
Eva de una costilla de Adán.
De la misma manera, la iglesia debe tener el ADN de Cristo
para que sea su esposa. En la novia deben suceder dos cosas: que sea santificada y que reciba el ADN de Cristo.
Al igual que Eva procede
de Adán, la iglesia procede de Cristo, la iglesia vio la luz mientras Cristo
dormía en el sepulcro. La iglesia es parte de Cristo y todo lo que es no parte de Cristo no es la iglesia.
Existen muchas
denominaciones cristianas que se hacen llamar “iglesias”, pero en realidad son “religiones”, porque todas ellas han
introducido la palabra del hombre y la han sustituido por la palabra de
Dios, y todo lo que no venga de Dios ni de Cristo no es iglesia.
¿Qué es una religión? La
palabra “religión” viene del latín “religare” que significa “ligarse nuevamente”. La religión es el
instrumento “humano” (no divino) para que supuestamente el hombre se vuelva
a Dios. Como es un instrumento humano,
la religión enseña filosofías humanas o tradiciones de hombres que “supuestamente” llevan al hombre a Dios,
pero lo que hacen es “desviarlo.”
Así como debemos saber
diferenciar el “pecado” de “los pecados”, también debemos saber
diferenciar “la iglesia” de la “religión”. La iglesia es la novia de
Cristo, mientras que la religión es la adúltera que se hace pasar por la novia
de Cristo.
En el libro del Apocalipsis se mencionan dos mujeres,
una de ellas es la “gran ramera” (17:5). La otra mujer es la “desposada” (21:9) o novia de Cristo. La primera es una impostora que se hace pasar por la
iglesia mientras que la segunda es la
verdadera iglesia de Cristo.
Al final de los tiempos
la primera será quemada con fuego (Apocalipsis
18:16-18), mientras que la segunda será cubierta de la gloria de Dios (Apocalipsis 21:10-11). Dos mujeres,
dos finales totalmente distintos.
Apocalipsis 17:5 y en su frente un nombre escrito, un misterio:
BABILONIA LA GRANDE, LA MADRE DE LAS RAMERAS Y DE LAS ABOMINACIONES DE LA
TIERRA.
La ramera tiene escrito
un nombre en la frente que dice: “Babilonia
la grande, la madre de las rameras y de las abominaciones de la tierra”.
Tanto en Isaías 1:21, como en Ezequiel 23:37, o en todo el capítulo
16 de Ezequiel, además de otros pasajes de la Biblia, se usan las palabras fornicación y adulterio, para referirse a la idolatría
y a la traición al único Dios
verdadero.
Esto quiere decir que la
mujer dice amar al único Dios verdadero, se etiqueta con el título de “cristiana”, pero tiene
otros dioses. Si la mujer no proclamase que ama al único Dios verdadero
no sería “traidora” sino “opositora”
a Dios y a Cristo. El hecho de que Dios la llame ramera es porque la mujer dice
amarlo y dice amar a su hijo pero lo traiciona.
La mujer tiene varios
amores espirituales y no solamente uno. Dios le ha dicho “no tendrás otros dioses delante de mí, ni te harás imagen, ni ninguna
semejanza de lo que esté arriba en el cielo, ni abajo en la tierra, ni en las
aguas debajo de la tierra, no te inclinarás a ellas, ni las honrarás” (Éxodo 20:3-4); pero esa mujer pasa por
alto ese mandamiento y tiene otros dioses a los cuales les hace imágenes, se
inclina ante ellas y les da honra.
Es una gran ramera
porque son muchos los dioses con los cuales traiciona al único Dios verdadero.
No cabe la menor duda de que estos pasajes están hablando del catolicismo
romano que se hace llamar “iglesia
católica romana.
Pero no solamente esa
religión es una gran ramera, sino que además es la madre de las rameras, porque de ella han surgido otras denominaciones cristianas que también adulteran el evangelio de Cristo (Gálatas 1:7) introduciendo en su
enseñanza la palabra del hombre.
Se dice que el nombre de
la ramera es un misterio y el misterio es que tiene el nombre de “Babilonia” en la frente, no porque sea
la ciudad de Babilonia cuyas ruinas se encuentran en Irak, sino porque es una religión que simboliza lo que la Babilonia o Babel
antigua fue, en sentido espiritual:
Génesis 11:3 Y se dijeron unos a otros: Vamos, hagamos ladrillo y
cozámoslo con fuego. Y les sirvió el ladrillo en lugar de piedra, y el asfalto
en lugar de mezcla. 11:4 Y dijeron: Vamos, edifiquémonos una ciudad y una
torre, cuya cúspide llegue al cielo; y hagámonos un nombre, por si fuéremos
esparcidos sobre la faz de toda la tierra. 11:5 Y descendió Jehová para ver la
ciudad y la torre que edificaban los hijos de los hombres.
Note usted que los
habitantes de Babel construyeron la torre para llegar al cielo, usando los ladrillos que ellos mismos hicieron.
Mientras que la piedra es obra de Dios
el ladrillo es obra de los hombres.
La intención de los que
idearon la construcción de la torre de Babel, era llegar al cielo y “hacerse un nombre” por esa hazaña. Eso
es lo que enseñan las religiones, que debes dar testimonio de tu
comportamiento, que debes obtener el cielo por tus méritos. Mientras que la
palabra de Dios enseña que nadie puede alcanzar el cielo por sus méritos, sino
todo lo contrario.
Romanos 9:31 mas Israel, que iba tras una ley de justicia, no la
alcanzó. 9:32 ¿Por qué? Porque iban tras ella no por fe, sino como por obras de
la ley, pues tropezaron en la piedra de tropiezo.
La escritura nos revela
que Israel no alcanzó la justicia, porque iban tras esa justicia por sus obras
o méritos y tropezaron con la piedra de tropiezo que es Cristo. ¿Por qué una
piedra de tropiezo? Porque solamente a través de la fe en él es que podemos ser
justificados, no por otra cosa.
Efesios 2:8 Porque por gracia sois salvos por medio de la fe; y esto no
de vosotros, pues es don de Dios; 2:9 no por obras, para que nadie se gloríe.
La justicia la
alcanzamos por gracia y la gracia es un regalo de Dios. No es algo que podemos
lograr ni comprar. No es por obras para que nadie se gloríe. Dios no quiere que nadie se haga un nombre, y
acabará con todo aquel que quiera hacerse
un nombre, porque ese es el principio babilónico.
Las religiones como los Testigos
de Jehová, el Budaísmo o el Islamismo, como muchas otras, se especializan en glorificar a las personas, se especializan en
hacer nombres, por eso es que existe la adoración para Buda, para Mahoma y para
tantos otros.
El catolicismo romano va
más allá, esa religión le da gloria al hombre por sus obras y una vez muertos
los convierte en santos a los que hay que venerar; ese es el principio
babilónico.
Además, el catolicismo
presenta a su “papa” como el vicario
de Cristo y las personas se mueren por tocarlo, como si en realidad fuera un
dios.
Otras denominaciones
evangélicas no se quedan atrás. Ellas presentan en sus púlpitos a personas
inmaculadas, con los títulos de “apóstoles”,
títulos que según ellos, “se los ganaron
por sus obras”. Todos ellos libres de pecado, a los que hay que sujetarse e
imitar.
La desposada no es ninguna religión, la desposada es la iglesia de
Cristo, es la esposa del Cordero.
Jesús no edificó ninguna religión, Jesús edificó su
iglesia (Mateo 16:18). Desdichadamente,
millones de creyentes en el mundo, confunden la religión con la iglesia de
Cristo e incluso confunden la iglesia con un templo o edificio religioso. Creen
que la religión y la iglesia son lo mismo, pero la religión nunca será iglesia ni la iglesia será nunca religión.
Mientras que la religión
es adúltera, abominable y pecadora, la
iglesia es santa, gloriosa, no tiene mancha ni arruga ni cosa semejante (Efesios 5:27).
Yo en lo personal, he
sido criticado fuertemente porque he manifestado públicamente, que no soy de
ninguna religión o denominación religiosa, y se supone según los malentendidos,
que debo pertenecer a alguna denominación.
Yo pertenezco a la
iglesia de Cristo, no tengo ni debo pertenecer a ninguna denominación o
religión. Usted tampoco debe hacerlo, porque toda religión o denominación
religiosa tiene una mezcla de la
palabra de Dios con la palabra del hombre. En muchas de ellas inclusive,
prevalece la palabra del hombre sobre la palabra de Dios.
Lo que divide a una
denominación de otra, es el pensamiento humano que hay en ellas.
Si todas las denominaciones eliminaran lo que viene del hombre y se apegaran a
la palabra de Dios, entonces no habría ninguna diferencia entre ellas.
Mis críticos no
entienden que las religiones y las denominaciones religiosas son paralelas a la
iglesia y nunca se juntan, son dos mujeres diferentes. Yo pertenezco a la
iglesia y por lo tanto no puedo pertenecer a la religión, porque en la iglesia
no hay lugar para la religión.
Apocalipsis 21 dice que la desposada desciende del cielo porque la iglesia
tiene su origen en el cielo, la iglesia tiene su origen en Cristo y es
celestial.
La religión, sea la que
sea, tiene su origen en el hombre. Apocalipsis
17 nos deja claro que el origen de la ramera no es el cielo sino la tierra.
Juan fue llevado al desierto para ver a la ramera porque ella vive sobre una
tierra infértil, que no produce vida.
La desposada es
espiritual, es celestial, mientras que la ramera es terrenal y completamente
humana. La ramera está construida sobre
ladrillos, mientras que la desposada
está construida sobre piedra y esa
piedra es Cristo mismo (Efesios 2:20).
La religión católica
sigue las enseñanzas de los papas y fue fundada por Constantino. La religión
musulmana las enseñanzas de Mahoma. Los mormones siguen las enseñanzas de
Joseph Smith. La religión budista sigue las enseñanzas de Buda. Las
denominaciones evangélicas siguen las enseñanzas de cada uno de sus fundadores, todos ellos hombres, todos ellos
ladrillos.
En cambio, la iglesia de
Cristo sigue las enseñanzas del Señor Jesús, la piedra viva. Buda no resucitó,
Joseph Smith tampoco, Mahoma tampoco, ningún papa ni ningún evangelista que
haya fundado una denominación ha resucitado. El único que ha resucitado de
entre los muertos es nuestro Señor Jesús, ÉL es la principal piedra del ángulo, sobre la cual no se puede poner otro
fundamento (Efesios 2:20).
Para ser de parte de
cualquier religión no necesitas ningún requisito especial. Solamente creer en
las enseñanzas de sus fundadores. Cualquiera puede ser católico, evangélico,
budista o mormón.
Pero, para poder ser
parte de la iglesia de Cristo, debes tener un
nuevo nacimiento.
Cuanto perteneces a una
religión, ya seas católico, evangélico o musulmán, nada cambia en ti, no hay milagro alguno, tus pecados no son
perdonados y sigues siendo la misma criatura terrenal.
Pero cuando eres parte
de la iglesia de Cristo, eres parte del cuerpo de Cristo (Efesios 4:12), eres una sola carne con Cristo, te conviertes en una
nueva criatura en Cristo Jesús (2
Corintios 5:17) y empiezas a experimentar un cambio en tu vida, cada vez
pecas menos y sin esfuerzo alguno comienzas a alejarte de algunas cosas, “un milagro sucede en tu vida”, no hay
otra explicación.
¿Cómo tener un nuevo
nacimiento y ser parte de la iglesia? Muy sencillo, ya Cristo murió y resucitó por
ella, ya Cristo perdonó sus pecados, pero tú debes morir y resucitar como
lo hizo Cristo. No necesitas suicidarte, Dios estableció un proceso de muerte y
resurrección a semejanza, ese
proceso es el bautismo. El apóstol Pablo lo explica de la siguiente manera:
Romanos 6:3 ¿O no sabéis que todos los que hemos sido bautizados en
Cristo Jesús, hemos sido bautizados en su muerte? 6:4 Porque somos sepultados
juntamente con él para muerte por el bautismo, a fin de que como Cristo
resucitó de los muertos por la gloria del Padre, así también nosotros andemos
en vida nueva.
Para poder ser parte de
la iglesia de Cristo, debemos creer en aquel que murió por nosotros y morir con
él a través del bautismo en agua (Marcos
16:16). En el agua nos deshacemos de
la naturaleza pecaminosa que contiene el pecado (Colosenses 2:11).
Ezequiel 36:26 Os daré corazón nuevo, y pondré espíritu nuevo dentro de
vosotros; y quitaré de vuestra carne el corazón de piedra, y os daré un corazón
de carne. 36:27 Y pondré dentro de vosotros mi Espíritu, y haré que andéis en
mis estatutos, y guardéis mis preceptos, y los pongáis por obra.
Al bautizarnos, el
Espíritu Santo nos cambia el corazón y el
espíritu por un corazón y un espíritu nuevo y deposita su Espíritu en nuestro Espíritu para que podamos andar en
los estatutos de Dios, guardar sus preceptos y ponerlos por obra.
Antes de bautizarnos,
moraba en nosotros un espíritu de pecado que nos hacía pecar. Luego de
bautizarnos, lo que mora en nosotros es el Espíritu Santo que nos constriñe
para que hagamos la voluntad de Dios.
Una vez que has sido
perdonado y ha recibido el ADN de Cristo, entonces eres parte de la iglesia,
eres parte del cuerpo de Cristo y estás preparado para ser arrebatado
y ser parte de la esposa de Cristo.
1 Tesalonicenses 4:16-17 Porque el Señor mismo con voz de mando, con voz
de arcángel, y con trompeta de Dios, descenderá del cielo; y los muertos en
Cristo resucitarán primero. Luego nosotros los que vivimos, los que hayamos
quedado, seremos arrebatados juntamente con ellos en las nubes para recibir al
Señor en el aire, y así estaremos siempre con el Señor.
Cristo vendrá por su
novia la iglesia, para hacerla su esposa y luego, traerla a vivir a la tierra
eternamente. En el libro de Apocalipsis Cristo es revelado celebrando Sus bodas
(Apocalipsis 19:7) y la iglesia, que
es llamada la Nueva Jerusalén, es presentada como su esposa (21:2, 9).
Los últimos dos
capítulos de la Biblia, Apocalipsis 21 y
22, nos muestran que el propósito de Dios consiste en que esta pareja
llegue ser una sola carne.
Nosotros, quienes éramos
considerados pecadores y enemigos de Dios, llegamos a ser parte del cuerpo de Cristo
que es la iglesia (Colosenses 1:18).
Romanos 1:1
Pablo, siervo de Jesucristo, llamado a ser apóstol, apartado para el evangelio
de Dios, 1:2 que él había prometido antes por sus profetas en las santas
Escrituras, 1:3 acerca de su Hijo, nuestro Señor Jesucristo, que era del linaje
de David según la carne, 1:4 que fue declarado Hijo de Dios con poder, según el
Espíritu de santidad, por la resurrección de entre los muertos,
El tema del evangelio es
Jesucristo y el amor de Dios y de Jesucristo por la iglesia (Juan 3:16). El nombre denota que Jesús
es también el Cristo, o sea que tiene dos naturalezas: la naturaleza divina y la naturaleza humana. El problema de
muchas religiones es que creen en la naturaleza humana de Jesús pero no creen
en su naturaleza divina y eso los convierte en anticristos que niegan que Jesús es el Cristo (1 Juan 2:22).
Jesús provino del linaje de David según la carne, esto
alude a su naturaleza humana. Después “fue
declarado Hijo de Dios con poder, según el Espíritu de santidad, por la
resurrección de entre los muertos”, y esto es una clara referencia a su
naturaleza Divina.
¿Por qué su humanidad se
menciona antes de su divinidad? Porque Cristo pasó primero, por el proceso de
la encarnación. Luego, pasó por el
proceso de la muerte y resurrección. No
es sino a través de la resurrección, que Cristo es declarado hijo de Dios con poder.
La encarnación,
introdujo a Dios en la humanidad, y la resurrección, introdujo al hombre en la
divinidad. Cristo como Persona divina, antes de su
encarnación, ya era el Hijo de Dios (Juan.
1:18); incluso Romanos 8:3 dice:
“Dios, enviando a Su Hijo.”
Pero, Cristo renunció a
su divinidad, se puso la carne, la cual
no tenía nada que ver con la divinidad y a través de su resurrección, santificó
y elevó su humanidad, y fue designado el Hijo de Dios en su naturaleza carnal
por su resurrección.
Así que en este sentido,
la Biblia dice que Él fue engendrado Hijo
de Dios en su resurrección (Hechos 13:33; Hebreos 1:5).
Él no se quitó la
humanidad cuando ascendió a los cielos, sino que la santificó, la elevó y la
transformó, siendo designado, junto con su humanidad transformada como el Hijo
de Dios con el poder divino.
Antes de su encarnación
como Hijo de Dios, no poseía la naturaleza humana, pero después de su
resurrección llegó a ser el Hijo de Dios con su humanidad elevada, santificada
y transformada.
La redención exige el derramamiento de sangre, porque sin
derramamiento de sangre no hay perdón de pecados (Hebreos 9:22). Así que, Cristo por
su gran amor con la humanidad, se hizo carne para poder efectuar la obra de
redención en beneficio nuestro, y fue designado el Hijo de Dios por la
resurrección, con el fin de impartirse a sí mismo en nosotros como vida.
El primer paso de este
proceso se dio para efectuar la redención, y el segundo, para impartir la vida. Ahora el Cristo resucitado está en nosotros
como nuestra vida: Todo aquel que tiene
al Hijo de Dios, tiene la vida (1
Juan. 5:12).
Efesios 1:4 según nos escogió en él antes de la fundación del mundo,
para que fuésemos santos y sin mancha delante de él, 1:5 en amor habiéndonos
predestinado para ser adoptados hijos suyos por medio de Jesucristo, según el
puro afecto de su voluntad,
Dios tenía un solo Hijo,
su Hijo unigénito. Sin embargo, no estaba satisfecho con un solo Hijo; Él
deseaba engendrar muchos hijos e introducirlos en la gloria. Por esta razón, usó a su Hijo unigénito con el
propósito de producir muchos hijos en él. Eso es la iglesia. Jesús pasó por un proceso para convertirse en Cristo y ser
designado el Hijo de Dios, y nosotros también debemos pasar por ese mismo
proceso, en semejanza, con el fin de
ser designados hijos de Dios.
Cristo era hijo de Dios sin humanidad y renació
como hijo de Dios con humanidad. Nosotros
nacimos como hijos de hombre, pero renacemos como hijos de Dios, mediante el
bautismo.
Tal como el Hijo de Dios
entró en la carne mediante la encarnación, así también el Espíritu de Cristo,
entra en nosotros, que somos carne.
Para ser hijos de Dios,
debemos ser santificados a través del perdón de pecados, darle muerte a la
carne pecaminosa, como Cristo lo hizo y luego resucitar y recibir la vida de
Cristo. ¿Cómo sucede esto? Todo sucede a través del bautismo, tal y como lo comentamos.
Los que enseñan que nos
convertimos en hijos de Dios al creer, sin necesidad del bautismo, tienen una
ceguera espiritual, que no les permite ver la anchura, la altura y la
profundidad del bautismo.
No les permite ver que
el bautismo viene de la palabra griega baptism que significa sepultura. Sin sepultura nunca seremos hijos de Dios.
Por lo tanto, los
creyentes bautizados, en cierto sentido, somos iguales a Jesús, él era un hombre de carne y hueso en el cual
moraba el Hijo de Dios, y nosotros somos exactamente lo mismo.
Nosotros fuimos llamados
a salir del linaje humano para ser del linaje celestial. Todos somos llamados,
sin embargo, muchos son los llamados y poco los escogidos, (Mateo
20:16), porque no todos obedecen el llamado.
Todo aquel que en Él cree, será salvo, pero el que no cree, ya ha sido
condenado debido a su incredulidad (Juan. 3:18).
La prioridad número uno
es creer. El que no cree será condenado. Pero una vez que creamos, debemos
darle muerte al viejo hombre mediante el bautismo, porque Cristo no puede morar
en el hombre carnal, sino únicamente en el celestial.
El Señor Jesús dijo en Juan 16:8-9 que el Espíritu Santo
convencería al mundo de pecado, no dijo que convencería al mundo de pecados,
porque hay un solo pecado condenatorio: no creer en él.
Romanos 1:17 Porque en el evangelio la justicia de Dios se revela por fe
y para fe, como está escrito: Mas el justo por la fe vivirá.
Lo que dice esta escritura es lo que no han entendido los
legalistas. No han entendido la manera
en que Dios nos justifica o nos perdona.
Esta escritura nos
revela que Dios nos justifica a través
de la fe.
Dios no nos justifica
porque pecamos menos que otros, o porque damos más ofrendas, o por qué no
fallamos al culto, o porque somos buenos padres o buenos hijos o buenas
personas, no, Él nos justifica de una
única manera: por la fe.
No existe ninguna relación entre la justificación y la ley de Moisés o
las obras humanas. Dios nos
justifica, porque Cristo cumplió todos los requisitos de la ley de Moisés.
Dios no nos justifica,
porque le caemos bien, porque somos buenas personas, porque oramos o damos más
ofrendas que otros. No, el nos justifica por su amor tan grande.
Jesús ha amado a la
iglesia desde la fundación del mundo, se hizo hombre y dio su vida por ella,
para luego resucitar y darnos la oportunidad de convertirnos en parte de la
iglesia, en parte de su cuerpo y en un futuro en parte de su esposa. Eso es
amor verdadero.
“Y el Espíritu y la Esposa dicen: Ven. Y el que oye, diga: Ven. Y el que
tiene sed, venga; y el que quiera, tome del agua de la vida gratuitamente”
(Apocalipsis 22:17). Por favor, no
rechaces ese amor!
No hay comentarios.:
Publicar un comentario