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LA SAL DE
LA TIERRA
EL Señor Jesús dijo que éramos la sal de la
tierra y la luz del mundo. Él dijo: “Vosotros
sois la sal de la tierra; pero si la sal se desvaneciere, ¿con qué será salada?
No sirve más para nada, sino para ser echada fuera y hollada por los hombres”
(Mateo 5:13).
La sal
es apreciada por sus propiedades preservadoras: Jesús llama “sal” a sus discípulos para hacerles ver que se propone preservar a través de ellos sus
enseñanzas y hacerlos súbditos de su gracia para que contribuyan a salvar a
otros.
Si nos conformamos con nuestra salvación y no
hacemos nada para que otros sean salvos, estamos siendo sal que se desvanece,
que no sirve más para nada, y que será echada fuera y hollada por los hombres.
Génesis
26:4 Multiplicaré tu descendencia como las estrellas del cielo, y daré a tu
descendencia todas estas tierras; y todas las naciones de la tierra serán
benditas en tu simiente.
Cuando Dios eligió a Abrahán, no lo hizo solamente para hacerlo su amigo
especial; sino para bendecir en su simiente a todas las naciones de la tierra.
Juan 17:17
Santifícalos en tu verdad; tu palabra es verdad. 17:18 Como tú me enviaste al
mundo, así yo los he enviado al mundo. 17:19 Y por ellos yo me santifico a mí
mismo, para que también ellos sean santificados en la verdad. 17:20 Mas no
ruego solamente por éstos, sino también por los que han de creer en mí por la
palabra de ellos,
“Así como
tú me enviaste al mundo, así yo los he enviado a ellos”, dijo Jesús, “para que también ellos sean santificados en
la verdad” que posee las virtudes salvadoras que evitarán a los hombres la condenación eterna.
De igual manera,
Jesús fue santificado para que nosotros seamos santificados y nosotros
somos santificados para que otros sean santificados.
Yo recuerdo cuando estaba niño, que no había
refrigeradora en mi casa y mi padre salaba las carnes para su preservación. La
sal tiene que unirse con la carne para que sea preservada; tiene que entrar e
infiltrarse con ella para que se conserve en buen estado.
Nosotros somos
la sal de la tierra y tenemos que unirnos a los demás para que sean
preservados a través de la predicación del evangelio.
Dice la palabra de Dios, “que él nos reconcilió consigo mismo por Cristo, y nos dio el ministerio
de la reconciliación”; dice que “Dios
estaba en Cristo reconciliando consigo al mundo, no tomándoles en cuenta a los
hombres sus pecados, y nos encargó a nosotros la palabra de la reconciliación.
Así que, somos embajadores en nombre de Cristo, como si Dios rogase por medio
de nosotros; os rogamos en nombre de Cristo: Reconciliaos con Dios” (2 Corintios 5:18-20).
Medite por un momento en esas palabras, piense
en el Dios todopoderoso rogándoles a los hombres por medio de ti y de mí, que se reconcilien con Él, pero tú ni yo
hacemos nada; somos entonces la sal que se desvanece y que merece ser echada
fuera y hollada por los hombres.
El sabor de la sal simboliza el amor de un Padre
que estuvo dispuesto a entregar a su hijo a muerte por nosotros; simboliza la
justicia de Dios que es por la fe (Romanos
1:17).
2
Corintios 5:14 Porque el amor de Cristo nos constriñe, pensando esto: que si
uno murió por todos, luego todos murieron; 5:15 y por todos murió, para que los
que viven, ya no vivan para sí, sino para aquel que murió y resucitó por ellos.
El amor de Cristo nos presiona y nos hace
entender que el murió por nosotros para que nosotros vivamos para él. Vivir
para Cristo no es otra cosa que poner nuestros propósitos de vida en segundo
lugar para que los propósitos de Dios ocupen el primer lugar ¿Y cuáles son los
propósitos de Dios? “Que todos los
hombres sean salvos llegando al conocimiento de la verdad” (1 Timoteo 2:4).
Depende de nosotros, con la ayuda del Espíritu
Santo, por supuesto, que muchos hombres lleguen al conocimiento de la verdad
¿Estás haciendo tu parte o eres sal que se desvanece?
Si no estás haciendo tu parte, eres como las vírgenes insensatas que cuando vino el Señor tenían apagada su
lámpara (Mateo 25:1:15), entonces
rogaron, pero la puerta se había cerrado y el Señor dijo “no conocerlas”.
En la mayoría de las iglesias cristianas se
enseña que todos los creyentes serán parte del arrebato de la iglesia, pero eso
no es cierto, en el arrebato serán tomados
en cuenta únicamente aquellos que son “la
sal de la tierra” que preservan la verdad en muchos otros y por ello han
sido arropados con el “vestido de lino
fino” que les da derecho a participar de la cena de bodas del Cordero.
La salvación es un regalo de Dios que no se
pierde, a menos que “dejes de creer”,
pero el derecho a ser parte del rapto y de la cena de bodas del Cordero, es
algo que hay que ganarse, esas con “las
acciones justas de los santos” (Apocalipsis
19:8), son justas porque a través de ellas otros serán justificados de la
condenación eterna.
Jesús dijo: “Al
que venciere, le daré a comer del árbol de la vida, el cual está en medio del
paraíso de Dios” (Apocalipsis 2:7);
“El que venciere, no sufrirá daño de la
segunda muerte” (Apocalipsis 2:11);
“Al que venciere, daré a comer del maná
escondido” (Apocalipsis 2:17); “Al que venciere y guardare mis obras hasta
el fin, yo le daré autoridad sobre las naciones” (Apocalipsis 2:26); “El que
venciere será vestido de vestiduras blancas; y no borraré su nombre del libro
de la vida” (Apocalipsis 3:5); “Al que venciere, yo lo haré columna en el
templo de mi Dios” (Apocalipsis 3:12);
“Al que venciere, le daré que se siente conmigo en mi trono, así como yo he
vencido, y me he sentado con mi Padre en su trono” (Apocalipsis 3:21).
Jesús repite siete veces la frase “al que venciere” con el propósito de entendamos
que el que no venciere no participará de la cena de bodas del Cordero. ¿Y quiénes son los vencedores?
Apocalipsis
12:11 Y ellos le han vencido por medio de la sangre del Cordero y de la palabra
del testimonio de ellos, y menospreciaron sus vidas hasta la muerte.
Los vencedores son aquellos que han vencido a
Satanás a través de tres maneras:
1) Por medio de la sangre del cordero, es decir porque fueron lavados en la sangre de Cristo a
través del bautismo (Hechos 22:16)
luego de creer.
2) Por la
palabra del testimonio. Ellos testimoniaron de Cristo, es decir, llevaron
el evangelio a otras personas. Y
3) Menospreciaron sus vidas hasta la muerte, o sea que renunciaron a
sus propias vidas para vivir para Cristo.
No todos los creyentes salvos son vencedores y
merecedores de ser parte del arrebato y de la cena de bodas del Cordero, sino
únicamente aquellos que son la sal de la tierra.
“Si la sal
hubiere perdido su sabor ¿con qué será ella misma salada? No sirve ya para
nada, sino para ser echada fuera, y hollada de los hombres”, dijo Jesús.
Al escuchar las palabras de Cristo, la gente
podía ver la sal, blanca y reluciente arrojada en los senderos porque había
perdido el sabor y resultaba por lo tanto, inútil.
La falta de sal simbolizaba muy bien la
condición de los fariseos y el efecto de su religión en la sociedad. Representa
la vida de toda alma de la cual se ha separado el poder de la gracia de Dios,
dejándola fría y sin Cristo. No importa lo que esa alma profese, es considerada
insípida y desagradable por Dios y por los hombres.
Santiago
2:17 Así también la fe, si no tiene obras, es muerta en sí misma. 2:18 Pero
alguno dirá: Tú tienes fe, y yo tengo obras. Muéstrame tu fe sin tus obras, y
yo te mostraré mi fe por mis obras.
Una fe sin obras es una fe muerta dijo Santiago,
la fe va acompañada de acción ¿De qué nos sirve nuestra fe si no produce ningún
efecto en los demás?
No podemos dar a nuestros prójimos lo que
nosotros mismos no poseemos. La influencia que ejercemos para bendecir y elevar
a los seres humanos se mide por la devoción y la consagración a Cristo que
nosotros mismos tenemos.
Si no prestamos un servicio verdadero, y no
tenemos amor sincero, ni no hay realidad en nuestra experiencia, tampoco
tenemos poder para ayudar ni relación con el cielo, ni hay sabor de Cristo en
nuestra vida.
A menos que el Espíritu Santo pueda emplearnos
como agentes para comunicar la verdad de Jesús al mundo, somos como la sal que
ha perdido el sabor y quedado totalmente inútil.
Dice la palabra de Dios que “él ha derramado su amor en nuestros
corazones por el Espíritu Santo que nos fue dado” (Romanos 5:5). Es ese amor el que nos hace llevar el evangelio a los
que están perdidos.
“Si yo
hablase lenguas humanas y angélicas, y no tengo amor, vengo a ser como metal
que resuena, o címbalo que retiñe... Y si tuviese toda la fe, de tal manera que
trasladase los montes, y no tengo amor, nada soy. Y si repartiese todos mis
bienes para dar de comer a los pobres, y si entregase mi cuerpo para ser
quemado, y no tengo amor, de nada me sirve” (1 Corintios 12:1-3)
Cuando el amor de Dios se derrama en nuestros
corazones, fluye hacia los demás, el
amor es el principio de la acción. Tal amor es tan ancho como el universo solamente
ese amor puede convertirnos en la sal de
la tierra.
LA LUZ DEL
MUNDO
Mateo 5:14
Vosotros sois la luz del mundo; una ciudad asentada sobre un monte no se puede
esconder. 5:15 Ni se enciende una luz y se pone debajo de un almud, sino sobre
el candelero, y alumbra a todos los que están en casa.
Jesús no solamente dijo que éramos la sal de la
tierra, también dijo que éramos la luz del mundo. En aquel monte en donde Jesús
hablaba, el sol disipaba las sombras y su resplandor inundaba la tierra. El
Salvador miró hacia el sol y luego dijo: “Vosotros
sois la luz del mundo”.
Así como sale el sol en su misión de disipar las
sombras de la noche y despertar el mundo, los creyentes en cuyo espíritu mora
el Espíritu Santo, también ha de salir luz para alumbrar a aquellos que se encuentran
en las tinieblas del error y del pecado.
2
Corintios 4:3 Pero si nuestro evangelio está aún encubierto, entre los que se
pierden está encubierto; 4:4 en los cuales el dios de este siglo cegó el
entendimiento de los incrédulos, para que no les resplandezca la luz del
evangelio de la gloria de Cristo, el cual es la imagen de Dios.
El evangelio de salvación está encubierto, el
diablo ha cegado el entendimiento de los incrédulos para que no les
resplandezca la luz del evangelio de la gloria de Cristo.
Los “incrédulos”
no son solamente los que no creen en Dios o no creen en Cristo, son aquellos
que creyendo en Dios y en Cristo “no
creen en su Palabra escrita”; le creen más al hombre que a Dios, les creen
más al cura y al pastor que a lo que dice la palabra de Dios.
Jeremías
17:5 Así ha dicho Jehová: Maldito el varón que confía en el hombre, y pone
carne por su brazo, y su corazón se aparta de Jehová.
Maldito el que confía en la palabra del hombre
apartándose de Jehová. En las iglesias están enseñando un evangelio adulterado
y los creyentes lo creen sin confirmar en la palabra de Dios si lo que les
enseñan es la verdad, y por esa razón terminan siendo maldecidos.
Alguien tiene que levantar la voz y descubrir el
engaño y la mentira de las religiones que están desviando al hombre de la
verdad.
Jesús dijo: “Una
ciudad asentada sobre un monte no se puede esconder”. Luego añadió: “Ni se enciende una lámpara y se pone debajo
de un almud, sino sobre el candelero, y alumbra a todos los que están en casa”.
La mayoría de los oyentes de Cristo eran
campesinos o pescadores, en cuyas humildes moradas había un solo cuarto, en el
que una sola lámpara, desde su sitio, alumbraba a toda la casa.
Nunca ha brillado, ni brillará jamás otra luz
para el hombre caído que no sea la luz
del evangelio de Cristo. Cuando recibimos la verdad del evangelio,
recibimos una lámpara para alumbrar a los demás. No podemos esconder esa
lámpara debajo de la cama, sino salir con ella a alumbrar a todos los que están
a oscuras.
Los creyentes hemos de ser más que una luz entre
los hombres, somos la luz del mundo.
A todos los que han recibido la luz del
evangelio, Cristo declara: “Como tú me
enviaste al mundo, así yo los he enviado al mundo” (Juan 17:18)”.
Cristo fue el medio para revelarnos al Padre y
nosotros somos el medio para revelar a Cristo. Aunque el Salvador es la gran
fuente de luz, no olvidemos, que se revela mediante la humanidad.
Las bendiciones de Dios se otorgan por medio de
instrumentos humanos. Cristo mismo vino a la tierra como Hijo del hombre.
Cada individuo que sea discípulo de Cristo, es
un conducto designado por el cielo para que Dios sea revelado a los hombres.
Todo tren necesita una línea férrea para llevar
las personas de un lugar a otro. Pues bien, Dios es como el tren y nosotros
somos la línea férrea, sin nosotros Dios no puede llevar la verdad a ningún
lado.
¿Dejará el
hombre de cumplir la obra que le es asignada? En la medida de su
negligencia, priva al mundo de la salvación.
Jesús no dijo a sus discípulos: “Esforzaos por hacer que brille la luz”;
lo que dijo fue: “Alumbre vuestra luz”.
Si Cristo mora en nuestros corazones, es imposible ocultar la luz de su presencia.
Si los que profesan ser seguidores de Cristo no son la luz del mundo es por dos
razones: 1) no son salvos y no tienen luz para difundir o 2) no tienen ninguna relación
personal con la Fuente de la luz.
Mientras los israelitas iban desde Egipto a la tierra prometida, los que eran
sinceros entre ellos fueron luces para las naciones circundantes. Por su medio
Dios se reveló al mundo. De Daniel y
sus compañeros en Babilonia, de Mardoqueo
en Persia, brotaron vívidos rayos de luz en medio de las tinieblas de las
cortes reales.
De igual manera han sido puestos los discípulos
de Cristo como portadores de la luz en
el camino al cielo. Por su medio, la gracia de Dios se manifiesta a un mundo sumido
en la oscuridad.
El amor divino que ha sido derramado en los
corazones de los creyentes nos constriñe para que vivamos para Cristo, llevando
el evangelio a donde sea que vayamos.
Las palabras del Salvador “Vosotros sois la luz del mundo” indican que Dios confió a la iglesia
una misión de alcance mundial.
Así como los rayos del sol penetran hasta las
partes más remotas del mundo, así, Dios quiere que el Evangelio llegue a toda
alma en la tierra.
Si la iglesia de Cristo cumpliera el propósito
del Señor, se derramaría luz sobre todos los que moran en las tinieblas y
en regiones de sombra de muerte. En vez
de agruparse y rehuir la responsabilidad y el peso de la cruz, los miembros de
la iglesia deberían dispersarse por todos los rincones de la tierra para
irradiar la luz de Cristo y trabajar como él por la salvación de las almas.
Así, este “Evangelio
del reino” sería pronto llevado a todo el mundo. De esta manera ha de
cumplirse el propósito de Dios.
Al llamar a su pueblo, desde Abrahán en los
llanos de Mesopotamia hasta nosotros en el siglo actual, Dios dice: “Haré de ti una nación grande, y te
bendeciré... y serás bendición”.
Para nosotros, en esta postrera generación, son
esas palabras de Cristo, que fueron pronunciadas primeramente por el profeta Isaías
(Isaías 60:1)y que repercutieron en
el Sermón del Monte: “Levántate,
resplandece; porque ha venido tu luz, y la gloria de Jehová ha nacido sobre ti”.
Si sobre nuestro espíritu nació la gloria del
Señor, si hemos visto la hermosura del que es “señalado entre diez mil” y “todo
él codiciable”, si nuestra alma se llenó de resplandor en presencia de su
gloria, entonces estas palabras del Maestro fueron dirigidas a nosotros.
Hay millones de almas esclavizadas por Satanás
que esperan las palabras de fe que las pongan en libertad. Sin embargo muchos
de ellos, algunos parientes, amigos, vecinos mueren y van al infierno porque
fuimos incapaces de alumbrarlos con la luz del evangelio.
Los
apóstoles no
se limitaron a contemplar la gloria de Cristo, sino que salieron a dar
testimonio a las naciones, tomaron la lámpara y fueron a alumbrar a todos
aquellos que vivían en la oscuridad.
Romanos
10:13 porque todo aquel que invocare el nombre del Señor, será salvo. 10:14
¿Cómo, pues, invocarán a aquel en el cual no han creído? ¿Y cómo creerán en
aquel de quien no han oído? ¿Y cómo oirán sin haber quien les predique? 10:15
¿Y cómo predicarán si no fueren enviados? Como está escrito: ¡Cuán hermosos son
los pies de los que anuncian la paz, de los que anuncian buenas nuevas.
Si no les llevamos el evangelio ¿Cómo podrán
alcanzar la salvación? “Que hermosos son
los pies de los anuncian las buenas nuevas”, dijo el apóstol Pablo.
Desdichadamente millones de creyentes no mueven un pie por la salvación, ni
siquiera por la salvación de sus familiares más cercanos.
El Señor Jesús dijo: “y el que no toma su cruz y sigue
en pos de mí, no es digno de mi” (Mateo
10:38). “Tomar la cruz” significa
negarnos a nosotros mismos, significa renunciar a nuestra voluntad para hacer
la voluntad de Dios, significa poner las prioridades de Dios en primer lugar y
las nuestras en segundo lugar.
En cierta ocasión un pastor contó una
experiencia que tocó mi corazón. Dijo que estaba viendo una final de futbol y
mientras eso sucedía Dios le habló varias veces a su corazón diciéndole que
fuera donde una vecina. El pastor siempre contestó “Sí, señor, apenas termine el partido voy”.
Cuando terminó el partido, el pastor fue donde
su vecina y ésta acababa de fallecer. No sabemos el propósito de Dios, si la
iba a sanar o qué, lo que sabemos es que Dios tenía un propósito y el propósito
no se cumplió por un pinche partido de futbol.
A eso me refiero cuando hablo de prioridades, los
que obren enviarán al mundo rayos de luz, como agentes vivos que iluminan la
tierra.
Cristo acepta con verdadero gozo todo agente
humano que se entrega a él. Une lo humano con lo divino, para comunicar al
mundo los misterios del amor encarnado. Hablemos de ellos; oremos al respecto;
cantémoslos. Proclamemos por todas partes el mensaje de su gloria, y sigamos
avanzando hacia las regiones lejanas.
Concluyo preguntándote: ¿Eres sal para el mundo? ¿Eres
luz para el mundo? Si no lo eres, pídele perdón a Dios y cambia tu vida a
partir de hoy.
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