El PODER ETERNO DE LA CRUZ
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La Biblia enseña que los
creyentes del nuevo pacto somos salvos por la redención que Cristo efectuó en
la cruz. Pero ¿Cómo se salvaban los del viejo Pacto?
La respuesta es que la redención
efectuada por Jesús en la cruz, cubre tanto a los que vivieron antes de Cristo,
así como a los que han vivido y vivimos después de Cristo, porque el poder de la cruz es eterno. Pongamos
el ejemplo del bautismo para entenderlo:
La biblia enseña que al bautizarnos somos sepultados y resucitados
con Cristo (Romanos 6:3-4).
¿Cómo puede suceder eso
si Cristo fue sepultado y resucitado hace más de dos mil años? Pareciera que
las aguas del bautismo tienen el efecto de “una
nave del tiempo” que nos lleva al pasado a morir y resucitar con Cristo. Pero, la realidad es que “el
poder de la muerte y resurrección de la cruz de Cristo es eterno”.
Bajo el antiguo pacto
los hombres pecaban de la misma manera como lo hacen los hombres de hoy en día.
Y siendo que “la paga del pecado es la
muerte” (Romanos 6:23) los
hombres debían morir para pagar su
pecado.
Sin embargo, Dios
estableció el “camino de la sustitución”,
haciendo que “los toros y los machos
cabríos” tomarán el lugar del hombre y murieran por él.
Pero, los pecados “no eran quitados”, solamente “eran expiados” (cubiertos) por la sangre de los animales.
La Biblia lo dice
claramente: “porque la sangre de los
toros y de los machos cabríos no pueden quitar los pecados” (Hebreos 10:4). Por esa razón, en la
plenitud de los tiempos Dios envió a Su Hijo al mundo para quitar los pecados del mundo.
Los pecados que no fueron
removidos por la sangre de los toros y los machos cabríos en el Antiguo Testamento
fueron removidos en la cruz de Cristo,
pues Jesús es “el cordero de Dios que
quita el pecado del mundo” (Juan
1:29). Esto es así porque el poder de la cruz de Cristo se extiende hacia el pasado y hacia el futuro.
Y ese poder fluye de la
“sangre preciosa” derramada por Jesús
en ella. Es decir, el poder eterno de la cruz está en la sangre de Jesús.
Cuando Cristo murió, Dios
perdonó los pecados que habían sido cubiertos
con la sangre de los animales sacrificados, porque la sangre de Jesús vino
a “santificar”
la sangre de los animales. Y es que la eficacia
de la sangre del Hijo de Dios rompe las barreras del tiempo.
Los pecados que habían
sido “cubiertos” bajo el viejo pacto con
la sangre de los animales fueron “quitados”
totalmente.
Así como nuestra
salvación es “por la fe en el Mesías”
que vino a morir por nosotros. La salvación de aquellos fue “por la
fe en el Mesías” que habría de venir.
Los del viejo pacto
recibieron la promesa de la vida eterna. Con todo, debido a su pecado, no
podían heredarla. Cuando el Señor Jesús murió, todos aquellos que estaban circuncidados de acuerdo al viejo pacto
(Génesis 17:10), fueron redimidos
del pecado y quedaron calificados para recibir la vida eterna.
En el Nuevo Pacto, Dios
usa el “bautismo” como el instrumento
para llevarnos a la cruz de Cristo. En el Viejo Pacto Dios usa el instrumento
de la “circuncisión” para traer a
ellos a la misma cruz.
La circuncisión simboliza “el
despojo de la carne”, es la renuncia a seguir obedeciendo los apetitos de
la carne para seguir al Señor. Pues bien, el
bautismo es una circuncisión espiritual mediante la cual nos despojamos de la
naturaleza pecaminosa (Colosenses
2:11-12). Vea usted que todo concuerda.
Cuando el Señor Jesús murió,
por un lado, Él perdonó los pecados de todos los hombres que vivieron bajo el
antiguo pacto. Por otro lado, Él perdonó los pecados de todos los hombres que
vivimos bajo el nuevo pacto.
Hebreos 9:15 Así que, por eso es mediador de un nuevo pacto, para que
interviniendo muerte para la remisión de las transgresiones que había bajo el
primer pacto, los llamados reciban la promesa de la herencia eterna.
Aquí se dice que Jesús es
el mediador del Nuevo Pacto, pero Jesús no solamente es el mediador del Nuevo
Pacto, también es el mediador del Viejo Pacto porque sin “la mediación de su sangre”
no habría perdón de pecados para aquellos.
Jesús es también el “testador” que nos dejó un testamento. Y
un testamento contiene la voluntad del testador. En el testamento, el testador
indica claramente de quiénes serán sus posesiones cuando él muera.
El Señor Jesús tuvo que
morir para que el testamento tuviera validez y la herencia llegara a manos de
sus herederos, porque “donde hay
testamento es necesario que intervenga la muerte del testador, porque el
testamento con la muerte se confirma, pues no es válido entre tanto que el
testador vive” (Hebreos 9:16-17).
“De
donde ni aun el primer pacto fue instituido sin sangre. Porque habiendo
anunciado Moisés todos los mandamientos de la ley a todo el pueblo, tomó la
sangre de los becerros y de los machos cabríos, con agua, lana escarlata e
hisopo, y roció el mismo libro y también a todo el pueblo, diciendo: Esta es la
sangre del pacto que Dios os ha mandado” (Hebreos 9:18-20).
Sin la muerte de Jesús,
el Antiguo Testamento no estaría completo, pues ese testamento exigía el cumplimiento de la ley, ley
que Jesús cumplió a cabalidad.
Y, sin su muerte el
Nuevo Testamento tampoco estaría completo, porque no habría la manera de heredar
la bendición del primer pacto, sin el sacrificio de sangre que Jesús efectuó.
Gracias a Dios que el
Señor murió, porque de esa manera él terminó el primer pacto y decretó el
segundo pacto.
Y entienda que los
sacrificios ofrecidos en aquel tiempo eran un tipo de Cristo, por eso la sangre
de Cristo vino a santificar aquellas sangres de animales que representaban la
suya.
La muerte de aquellos animales era considerada como la
muerte de Cristo. A través de la sangre de muchos animales, Dios veía la
sangre de su Hijo amado. A través de muchos toros y machos cabríos, Él veía “el Cordero de Dios”.
Dios aceptaba aquellas
ofrendas, como si aceptase el mérito de la sangre de su Hijo. Todas las veces
que las ofrendas eran sacrificadas, ellas hablaban del sacrificio venidero del
Hijo de Dios como la ofrenda por el pecado en el Gólgota y de su consumación de
la obra eterna de salvación.
Aquellos que ofrecían
los sacrificios en el Antiguo Testamento, conscientemente o
inconscientemente, creían en un salvador
crucificado que vendría.
Aunque el Señor Jesús
aun no hubiese nacido en aquel tiempo, la
fe no miraba hacia lo que podía ser visto, sino que miraba lo que no podía ser visto.
La fe veía un Salvador vicario a lo lejos y confiaba en Él.
Cuando llegó la hora, el Hijo de Dios vino y murió por los hombres. Lo que
apenas era un simbolismo y una cuestión de fe, se convirtió en una realidad
para los del antiguo testamento.
La biblia dice que el
Señor Jesús se ofreció a Sí mismo una
sola vez y consumó la obra de redención (Hebreos 7:27). Eso significa que
el poder de la cruz que está en su
sangre es eterno, trasciende el
tiempo hacia todas las edades, para redimir a aquellos que vivieron miles de
años antes de él, así como para redimir a aquellos que vivirían miles de años
después de él.
Una vez que Jesús terminó
su obra, ella fue consumada para siempre.
Si un pecador desea ser salvo ahora, el Señor no necesita morir de nuevo por
él. Ese alguien solamente necesita aceptar el mérito de la ofrenda única del
Señor, y será salvo. La fe no está restringida por el tiempo, porque el poder de la cruz es eterno.
Muchos pastores
evangélicos insisten en que los pecados pasados de los hombres son perdonados
en el momento del bautismo, no así los pecados futuros, entonces insisten en
que hay que estar confesando los pecados
para el perdón de los mismos. Si
hacemos eso, estamos aceptando que la sangre y la cruz de Cristo están
limitadas en el tiempo.
Esos pastores insisten
en eso porque no han entendido el poder eterno de la sangre y la cruz de Cristo;
le han puesto límites a la cruz.
Cada vez que yo peco, me
siento mal, entonces me arrepiento y le pido perdón al Señor, pero no para que
me perdone ese pecado, porque yo sé que ya está perdonado, lo hago para que me
perdone por fallarle una y otra vez y limpiar así mi conciencia.
El hecho de que Cristo
fue crucificado hace más de dos mil años, no significa que es un evento pasado,
más bien es algo “realizado”, es algo
“consumado” (Juan 19:28) que salva tanto a los creyentes del Antiguo Testamento como
a los del Nuevo Testamento.
La fe hizo que aquellos
del Antiguo Testamento aceptasen un Salvador que vendría. Nuestra fe hace que
aceptemos un Salvador que ya vino.
Lo que el Señor “consumó” fue una redención eterna. Debemos percibir que el valor de la cruz no fue
determinado por el hombre, sino que fue determinado por Dios.
Dios considera la
redención de la cruz como eterna. Por
tanto, nosotros pecadores que no tenemos justicia en nosotros mismos, debemos
reconocer la palabra de Dios como la
verdad y aceptar la eternidad del
poder de la cruz para ser salvos.
La Biblia señala que Jesús
“habiendo ofrecido una vez para siempre
un solo sacrificio por los pecados, se ha sentado para siempre a la diestra de
Dios” (Hebreos 10:12).
La palabra “un solo” significa que el sacrificio del
Señor por los pecados fue perfecto. Jesús necesitó sacrificarse una sola vez
por los pecados de toda la humanidad, su sacrificio es un
sacrificio eterno por los pecados.
Aunque Cristo haya
resucitado y viva para siempre, es como si la cruz siga allí clavada en el
Gólgota.
Apocalipsis 13:8 Y la adoraron todos los moradores de la tierra cuyos nombres no estaban
escritos en el libro de la vida del Cordero que fue inmolado desde el principio
del mundo.
Esta escritura es
fascinante, aquí se dice que el Señor es el Cordero que fue inmolado desde el principio del mundo. Para Dios, la cruz no es un evento que sucedió
hace un poco más de dos mil años, para Dios es algo que existió desde la
fundación del mundo hasta ahora. Es como si Jesús fuese crucificado cuando el
hombre fue creado.
Cuando Dios creó al
hombre, sabiendo que el hombre fallaría, previó el precio de la redención
venidera. Antes que el Señor Jesús
dejara el cielo, y mientras todavía estaba en la gloria, Él ya conocía del
sufrimiento de la cruz. Él lo supo durante millares de años antes de venir. Él
sabía eso desde el tiempo de la creación. Desde la eternidad pasada, la cruz ha
estado en el corazón del Señor.
“Hemos sido rescatados de nuestra vana manera de vivir, la cual
heredamos de nuestros padres, no con cosas corruptibles como el oro o la plata,
sino con la sangre preciosa de Cristo, como de un cordero sin mancha y sin
contaminación, ya destinado desde la fundación del mundo, pero manifestado en
los postreros tiempos por amor a nosotros” (1 Pedro 1:18)
Desde la fundación del
mundo estaba destinado que la sangre de Jesús nos liberara de la condenación
eterna, lo que nos indica claramente que el
poder de la cruz que se sustenta en la sangre de Jesús es eterno y no podemos pensar que deje de cubrir alguno de nuestros
pecados, pues estaba previsto desde la fundación del mundo que los cubriría todos.
A la verdad, no existe
distinción de tiempo y época. La cruz del Antiguo Testamento es algo presente,
y la cruz del Nuevo Testamento es también algo presente. Pueda el Señor abrir
nuestros ojos para ver que el tiempo y el poder de la cruz es eterna.
Muchas personas empujan
la cruz hacia el pasado, la consideran como vieja, anticuada y obsoleta. Aunque
sea verdad que la historia del Gólgota es
un evento histórico, en la experiencia
espiritual de los creyentes, la cruz de Cristo es un evento actual.
Hebreos 10:19 Así que, hermanos, teniendo libertad para entrar en el
Lugar Santísimo por la sangre de Jesucristo, 10:20 por el camino nuevo y vivo
que él nos abrió a través del velo, esto es, de su carne.
En el viejo testamento
solamente los sumos sacerdotes podían entran una vez al año al lugar santísimo a
la presencia de Dios, no sin antes ofrecer sacrificios de sangre por la
expiación de los pecados.
Esa expiación era por los pecados pasados, no así por los
futuros, por eso el sacerdote debía entrar cada año al lugar santísimo
y debía abrirse camino con una nueva sangre cada año.
Pero usted y yo, entramos
directamente al lugar santísimo, a la presencia del Padre, cualquier día y a
cualquier hora, gracias al sacrificio
único y eterno efectuado por Jesús en la cruz.
El velo era lo que impedía pasar al lugar santísimo. Cuando Jesús fue
crucificado, el velo fue rasgado porque el velo era el cuerpo del Señor. Por
eso Hebreos dice que el camino al lugar santísimo es un camino “nuevo”. Y es también un camino “vivo” ¿Por qué? Porque está abierto para siempre”, no necesita de
más sacrificios. Cristo murió y su muerte sustitutiva es eterna.
Apocalipsis 5:6 Y miré, y vi que en medio del trono y de los cuatro
seres vivientes, y en medio de los ancianos, estaba en pie un Cordero como
inmolado.
Juan vio al Señor en el
cielo en un evento futuro. Con todo, el Señor se veía como un cordero inmolado. Esa
calificación de “cordero inmolado” nos
revela que en el cielo, el Señor aun es visto como tal porque el sacrificio de
la cruz es eterno.
Dios vio a Jesús
inmolado antes de la fundación del mundo y lo ve inmolado al final de los
tiempos porque el poder de la cruz de
Cristo es eterno. Cuando los redimidos de Dios asciendan al cielo, aun
hallarán la redención de la cruz tan actual como antes.
Si usted lee la Biblia
notará que en el Antiguo Testamento se menciona dos veces llamado al “Cordero”
(Isaías 53:7; Jeremías 11:19). En los evangelios y en Hechos el “Cordero” es
mencionado tres veces (Juan 1:29,36;
Hechos 8:32). En las epístolas el “Cordero” es mencionado una vez (1 Pedro 1:19). Y en Apocalipsis el
“Cordero” es mencionado como el veintiocho veces.
Note usted que “el
Cordero” es mencionado en todas las
épocas de la Biblia. Pero es mencionado más veces en el Apocalipsis ¿Por qué?
Porque en el Apocalipsis se revelan los eventos del final de los tiempos, y nos
debe quedar claro que la gloria de la
cruz del Señor también brillará en esos momentos, porque el poder de la cruz es eterno.
El apóstol Juan lloraba
porque vio que nadie era digno de abrir el libro y desatar los sellos que darán
lugar a los sucesos del final de los tiempos, pero entonces, “en medio del trono y de los cuatro seres
vivientes, y en medio de los ancianos, estaba en pie un Cordero como inmolado,
que tenía siete cuernos, y siete ojos, los cuales son los siete espíritus de
Dios enviados por toda la tierra. Y vino, y tomó el libro de la mano derecha
del que estaba sentado en el trono y comenzó a desatar los sellos” (Apocalipsis
5:4-7, Capítulos 6,7 y8)
En Apocalipsis el
Cordero es visto como recién inmolado porque la herida aún está ahí y esa
herida garantiza la salvación eterna.
El Cordero de Dios se convierte en nuestro memorial eterno; Dios jamás se puede
olvidar eso ni quiere que usted ni yo lo olvidemos.
El Señor quiere que su cruz
sea siempre actual en nuestro
espíritu y en nuestra mente. Es por eso que nos dio un mandamiento:
1 Corintios 11:24 y habiendo dado gracias, lo partió, y dijo: Tomad,
comed; esto es mi cuerpo que por vosotros es partido; haced esto en memoria de
mí. 11:25 Asimismo tomó también la copa, después de haber cenado, diciendo:
Esta copa es el nuevo pacto en mi sangre;
haced esto todas las veces que la bebiereis, en memoria de mí. 11:26
Así, pues, todas las veces que comiereis este pan, y bebiereis esta copa, la
muerte del Señor anunciáis hasta que él venga.
Jesús ordenó: “haced esto todas las veces que la bebiereis,
en memoria de mí”. Las palabras “todas
las veces” implican “frecuentemente”.
El Señor estableció su cena para que todos los creyentes nos acordemos constantemente de su muerte sustitutiva
en la cruz hasta el día en que él venga.
Jesús previó que muchos
considerarían su cruz obsoleta. Fue por eso que Él nos mandó a recordar su
muerte en la cena del Señor. Él sabía que los negocios de este mundo, las
distracciones, y las tentaciones vendrían y secretamente irían a robarnos la
actualidad de la cruz. Es por eso que Él nos encargó tomar la cena frecuentemente y hacer memoria de él.
Jesús quiere que
independientemente del tema que se toque en un estudio bíblico o en una
prédica, el estudio o la prédica culminen con la cena del Señor, para que todos
los presentes tengan muy en claro que el
poder de la cruz que está en su sangre es eterno.
Por eso el Espíritu
Santo clama a gran voz que “Dios nunca
más se acordará de nuestros pecados y transgresiones”. La razón es que ya hubo remisión de todos los pecados
pasados, presentes y futuros” (Hebreos
10:17-18) en la cruz de Cristo y ese perdón es eterno porque el poder de la
cruz también lo es.
José de Arimatea solo
quiso ser discípulo de Cristo en secreto. Nicodemo solamente se atrevió a ir al
Señor de noche. Mas cuando ambos vieron la crucifixión del Señor, fueron
grandemente cambiados totalmente. Como resultado, ellos se arriesgaron ofender a
la multitud y pidieron el cuerpo del Señor para darle sepultura.
Cuando contemplaron a
Jesús en la cruz y la forma con que sufrió y fue despreciado por los hombres,
el amor de la cruz los inspiró y cambió sus vidas. La cruz puede convertir a los
hombres más temerosos en los más valientes.
De este modo, si recordamos
la muerte de Cristo constantemente, seremos
movidos de la misma manera como lo fueron ellos. Entonces la cruz se tornará en
nuestra fortaleza.
He estudiado la vida de
algunos hombres de Dios que hicieron muchos milagros y que llevaron miles de
personas a Cristo ¿Cuál era su secreto? La respuesta es que día a día partían el pan y tomaban el vino en el
recordatorio de Cristo.
La cruz de Cristo estaba
presente todos los días en sus vidas, porque ellos entendían su poder eterno. Y
Dios se manifestaba poderosamente en ellos ¿Por qué cuesta ver las
manifestaciones del Espíritu Santo en nuestras congregaciones? Porque han
tomado la cruz como un evento del pasado.
Es triste decirlo pero
es una realidad que ya no se predica de la cruz de Cristo, ni siquiera se le
recuerda. De allí que el Diablo y su apostasía se han apoderado no solo de las
instituciones humanas sino de la misma iglesia.
El apóstol Pablo
escribió: “Así que, hermanos, cuando fui
a vosotros para anunciaros el testimonio de Dios, no fui con excelencia de
palabras o de sabiduría. Pues me propuse no saber entre vosotros cosa alguna
sino a Jesucristo, y a éste crucificado” (1 Corintios 2:1-2).
Pablo no escribía sus
mensajes con antelación, él no escogía las palabras porque Pablo tenía las
cosas muy claras, él no hablaba otra cosa que no fuera de Jesucristo y de Jesucristo crucificado, ese era su único mensaje,
porque él sabía que el poder de la cruz
trasciende los tiempos para llevar perdón a todos.
Pablo quería que quedara
claro que “nuestra fe no puede nunca
estar fundada en la sabiduría de los hombres sino en el poder de la cruz” (1 Corintios 2:5).
Dios no necesita usar
hombres sabios que entiendan las ciencias o sean letrados en esto o en aquello,
él necesita usar hombres que entiendan el
poder eterno de la cruz de Cristo.
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