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El Señor Jesús dijo: “No todo el que me dice: Señor,
Señor, entrará en el reino de los cielos, sino el que hace la voluntad de mi
Padre” (Mateo 7:21)
Estamos finalizando el año y es un momento
especial para evaluarnos ¿Hemos hecho la voluntad de Dios durante este año?
¿Cuál es la voluntad del Padre? En primer lugar, que trabajemos en la edificación del edificio de Dios, llevando el conocimiento de la verdad a
todos los hombres para que sean salvos (1
Corintios 3:9-10, 1 Timoteo 2:3-4).
Cada persona que llega a Cristo es un ladrillo
en el edificio de Dios ¿Cuántos ladrillos has aportado este año?
En segundo
lugar, la voluntad de Dios es que demos
de comer al hambriento, de beber al sediento, un lugar donde reposar al
forastero, visitar los enfermos y a los que están encarcelados (Mateo 25:35-45) ¿A cuántas personas has
ayudado? ¿Cuántos enfermos has visitado? ¿Cuántas veces has ido a la cárcel a
visitar a tu pariente o amigo que allí se encuentra?
“Muchos me dirán en aquel día: Señor, Señor,
¿No profetizamos en tu nombre, y en tu nombre echamos fuera demonios, y en tu
nombre hicimos muchos milagros? (Mateo
7:22).
No es que Dios no quiere que se profetice, que
se echen fuera demonios y que se hagan milagros; claro que Dios quiere que eso
se haga, pero 1) que sea de acuerdo a su voluntad y 2) que eso se aproveche para llevar el
conocimiento de la verdad.
¿De qué le sirve a una persona que le saquen un
demonio si luego se le van a meter siete más? (Lucas 11:24-26) O ¿De qué le sirve a una persona que la levanten de
una silla de ruedas si al morir va para el infierno?
No todos los que están haciendo cosas en el
nombre del Señor irán al cielo, porque aunque pareciera que están haciendo la
voluntad de Dios, en realidad están haciendo su propia voluntad, Dios no los ha enviado, ni siquiera los conoce.
En Proverbios
30:12 leemos que “Hay generación
limpia en su propia opinión, Si bien no se ha limpiado de su inmundicia.”
¿Qué quiere decir eso? Que se creen salvos pero no lo son.
Millones de personas que viven con la esperanza
de entrar al cielo, en aquel día serán rechazadas por Cristo, quien les
declarará: “Nunca os conocí; apartaos de mí, hacedores de maldad” (Mateo 7:23). Esto nos indica que no todos los creyentes son salvos.
Cuando Jesús estaba en Jerusalén, durante la
fiesta de la pascua, muchos creyeron en su nombre, por las señales que hacía,
pero Jesús no confiaba en ellos, porque Él
sabía lo que había en sus corazones (Juan
2:23), él sabía que su fe era
superficial, ellos no estaban dispuestos a seguir a Jesús.
Romanos
1:5 y por quien recibimos la gracia y el apostolado, para la obediencia a la fe
en todas las naciones por amor de su nombre;
La fe verdadera es una fe obediente que obra por medio del amor (Gálatas 5:6) que Dios derrama
en nuestros corazones, cuando el Espíritu Santo no es dado (Romanos 5:5). Ese amor y esa fe son
algo sobrenaturales, no son algo de nosotros.
Decíamos que no todos los creyentes son salvos,
porque si bien es cierto que nadie entrará en el reino de los cielos sin haber confesado que Jesús es el Señor y
haber creído en su corazón que Dios lo levantó de los muertos (Romanos 10, 9-10); también es cierto que eso no es suficiente para entrar en el Reino.
Muchas personas confiesan a grandes voces y de
manera repetida que Jesús es el Señor, pero van camino al infierno ¿Por qué? Porque
la palabra de Dios enseña, que además de creer y confesar a Jesús como el
Señor, debemos ser sepultados con Cristo
en el bautismo para poder alcanzar la salvación (Romanos
6:3-5, Marcos 16:16, Hechos 2:38, Hechos 22:16, Colosenses 2:11-13).
El bautismo no es una simple ordenanza, es la
señal visible de un pacto, mediante
el cual aceptamos la vida eterna a cambio de renunciar a nuestras vidas
para vivir para Cristo (2 Corintios
5:15).
Al bautizarnos, estamos diciéndole al Señor que
estamos dispuestos a tomar la cruz y seguirlo, que renunciamos a nuestras vidas y voluntad por causa de él (Mateo 10:38-39).
Santiago
2:14 Hermanos míos, ¿de qué aprovechará si alguno dice que tiene fe, y no tiene
obras? ¿Podrá la fe salvarle? 2:15 Y si un hermano o una hermana están
desnudos, y tienen necesidad del mantenimiento de cada día, 2:16 y alguno de
vosotros les dice: Id en paz, calentaos y saciaos, pero no les dais las cosas
que son necesarias para el cuerpo, ¿de qué aprovecha? 2:17 Así también la fe,
si no tiene obras, es muerta en sí misma. 2:18 Pero alguno dirá: Tú tienes fe,
y yo tengo obras. Muéstrame tu fe sin tus obras, y yo te mostraré mi fe por mis
obras. 2:19 Tú crees que Dios es uno; bien haces. También los demonios creen, y
tiemblan. 2:20 ¿Mas quieres saber, hombre vano, que la fe sin obras es muerta?
Hay un contraste entre la fe que salva y la fe que no salva. La fe que no salva es
aquella que no se ha completado, ya
sea porque no hemos sido sepultados con Cristo en el bautismo, o porque no
renunciamos de corazón a nuestras vidas en el momento del bautismo.
Y es muy fácil distinguir la fe que salva de la
que no salva. La fe que salva se distingue
por hacer las obras que Dios nos mandó.
“¿De qué aprovechará si alguno dice que
tiene fe, y no tiene obras? ¿Podrá la fe salvarle?” Se pregunta Santiago.
Claro que no, porque no es una fe verdadera, es una fe que solo
espera recibir de Dios, pero sin dar nada a cambio.
Efesios
2:8 Porque por gracia sois salvos por medio de la fe; y esto no de vosotros,
pues es don de Dios; 2:9 no por obras, para que nadie se gloríe. 2:10 Porque
somos hechura suya, creados en Cristo Jesús para buenas obras, las cuales Dios
preparó de antemano para que anduviésemos en ellas
En este pasaje podemos ver que la salvación contiene dos elementos necesarios.
El primero es la salvación en sí, la
cual es un don de Dios que se
obtiene por gracia, mediante la fe, no
por obras de “justicia” para que nadie se gloríe.
El segundo
elemento son las obras que Dios
preparó de antemano para que andemos en ellas, estás no son obras para ser justificados, sino para corresponder al amor de aquel que nos salvó, y para probar
nuestra fe obediente.
Si el segundo elemento está ausente, el primero
también lo está, porque nuestra fe sería una fe desobediente que no es verdadera, sería una fe como la de los
demonios.
Si no sientes ese deseo ferviente de trabajar en
la edificación del edificio de Dios y hacer su voluntad, tu salvación puede ser
un engaño.
Ahora, muchos “confesamos” que Jesús es el Señor, pero con nuestras actitudes demostramos lo contrario. Pareciera
que Jesús es nuestro siervo y nosotros
los señores, y él tiene que complacernos.
Nos acercamos a ver qué le podemos sacar a Jesús, en vez de acercarnos para saber que
quiere de nosotros.
Basta ir a un culto de oración y escuchar las oraciones con sus largas listas de
pedidos para darse cuenta de que
tratamos a Jesús como si fuera nuestro sirviente: "Señor sáname, sálvame, prospérame,
dame un mejor trabajo, haz que me
aumenten el sueldo, sana a mi perrito, amén".
A veces tenemos que ofrecerle a los creyentes el
oro y el moro para que se bauticen, decirles
que eso les salvará de no ir al infierno
cuando mueran, que su vida va a mejorar y muchas cosas semejantes, apelando a
sus intereses y no a los intereses del
reino de Dios.
Si presentamos a Jesús solamente como el
solucionador de todos nuestros problemas entonces estamos enseñando el evangelio del Mundo y no el evangelio
del Reino de Dios. Además estamos negando
que él sea el Señor.
Me entristece ir a las iglesias y escuchar
solamente sermones en los cuales se enseña que el Señor va a suplir y a
resolver problemas, pero no se enseña que hay que buscar el Reino de Dios en
obediencia a la fe.
Jesús dijo: "busquen el reino de Dios y su justicia,
y todas estas cosas les serán añadidas" (Mateo 6:33).
Y con nuestros cantos ocurre lo mismo, no alabamos al Señor sino que le hacemos
peticiones a través de los cantos: “Señor
manda tu lluvia”, Señor purifícame, Señor bendíceme…” Hemos olvidado que “de
él, y por él, y para él, son todas las cosas” (Romanos 11:36).
Si estuviéramos más centrados en Dios y sus
intereses, no faltaría nada en nuestros hogares. Si carecemos de algo es porque
no estamos buscando el Reino de
Dios, así de sencillo.
Si Él es el Señor, cuando nos habla, le
obedecemos; Él nos ordenó "hacer todo lo que nos ha mandado" (Mateo 28:20) ¿Haces todo lo que el
Señor te mandó?
En la Edad Media, la gente creía que la tierra
era el centro del universo y que el sol giraba alrededor de ella. Así nosotros pensamos que somos el centro y que
Dios, Jesucristo y los ángeles giran
alrededor nuestro para
damos lo que les pedimos.
Hacemos nuestros solamente los versículos que
nos ofrecen o prometen algo, pero ignoramos aquellos que nos exigen hacer algo para Dios. Para muestra un botón:
Lucas
12:32 No temáis, manada pequeña, porque a vuestro
Padre le ha placido daros el reino.
Este es un versículo muy conocido y de los más
queridos por los creyentes. He escuchado muchas predicas basadas en ese texto. Pero en esas predicas
omiten los versos siguientes que dicen:
Mateo
12:33 Vended lo que poseéis, y dad limosna; haceos bolsas que no se envejezcan,
tesoro en los cielos que no se agote, donde ladrón no llega, ni polilla
destruye. 12:34 Porque donde está vuestro tesoro, allí estará también vuestro
corazón.
Jamás he escuchado un sermón basado en estos
últimos versículos, ¡que conveniente! Jesús nos ordenó compartir nuestras
posesiones con los necesitados, no es una
opción, es un mandato. Si no
compartimos nuestros bienes, estamos siendo
desobedientes a la fe.
En la iglesia primitiva se obedecía la fe, tenían en común todas las cosas; vendían sus
propiedades y sus bienes, y lo repartían a todos según la necesidad de cada uno (Hechos 2:44-45).
Eso no sucede actualmente, los creyentes no obedecen la palabra de Dios, ni
siquiera ofrendan, y es por una sencilla razón: son creyentes incrédulos.
Eso no es nuevo, en Lucas 9 vemos que Jesús les había dado autoridad a sus discípulos
sobre los demonios, sin embargo ellos no pudieron expulsar un demonio de un
muchacho, entonces Jesús muy molesto les dijo: “generación incrédula y perversa
¿Hasta cuándo he de estar con vosotros? ¿Hasta cuándo os de soportar?”
(Lucas 9:40-41).
Palabra muy dura, pero llena de verdad para
nuestro tiempo. Nos hemos vuelto creyentes incrédulos y perversos que no obedecemos la fe.
La fe es
la certeza que tenemos en nuestro corazón de que sucederá lo que Dios ha
prometido
(Hebreos 11:1), aunque no tengamos
ninguna prueba al respecto, sino únicamente la promesa de Dios. Pero los
creyentes creen con la mente, no con el corazón y por lo tanto no obedecen la fe.
2
Corintios 9:6 Pero esto digo: El que siembra escasamente, también segará
escasamente; y el que siembra generosamente, generosamente también segará. 9:7
Cada uno dé como propuso en su corazón: no con tristeza, ni por necesidad,
porque Dios ama al dador alegre. 9:8 Y poderoso es Dios para hacer que abunde
en vosotros toda gracia, a fin de que, teniendo siempre en todas las cosas todo
lo suficiente, abundéis para toda buena obra;
Dios nos ha revelado el secreto de combatir la pobreza, el secreto es siendo dador alegre. Dice la palabra de Dios que Dios ama al dador
alegre y colmará de gracia a ese dador para que siempre tenga lo suficiente y así le abunde para toda buena obra. ¿Porque las personas no ofrendan debidamente? Porque no creen la
palabra de Dios. Como no creen, no
obedecen la fe.
Además, los creyentes han olvidado que sus
bienes y su dinero no son de ellos, que ellos solamente administran los bienes de Dios.
Como decíamos, la fe no es algo que creemos en
nuestra mente, es la convicción en nuestro
corazón de que la promesa de Dios se cumplirá,
El creyente
incrédulo es aquel en el que no hay ningún convencimiento en su corazón de
que la promesa se hará realidad. En otras palabras, la realidad espiritual que se encuentra en la palabra de Dios no ha tocado lo más profundo de su ser.
Para el creyente incrédulo las palabras de Dios son simples palabras como las escritas en cualquier otro libro.
Romanos
10:10 Porque con el corazón se cree para justicia, pero con la boca se confiesa
para salvación.
Los discípulos ordenaron al demonio que saliera
del muchacho, pero el demonio no salió porque ellos no estaban plenamente convencidos en su corazón de que eso
sucediera, lo suyo era de la boca para afuera, no de la boca para adentro.
Romanos
8:1 Ahora, pues, ninguna condenación hay para los que están en Cristo Jesús,
los que no andan conforme a la carne, sino conforme al Espíritu.
Lo mismo sucede con este versículo, algunos
creen la primera parte del mismo y dicen: “estoy
en Cristo, nada me condena”. Sin
embargo lo creen en la mente pero no en el corazón, porque en todo ven el fuego del infierno: “No tomes, no comas, no veas tele, no hagas
esto ni aquello” es lo que está en sus corazones.
Y en cuanto a la segunda parte del versículo, el
asunto es peor. Allí dice “que los que
están en Cristo no andan conforme a la carne”. Sin embargo ellos no obedecen la fe, más bien tratan en la carne de vencer la
tentación, el pecado y los vicios, porque no
creen que eso es obra del Espíritu Santo.
No tenemos que esforzarnos por ser mejores o por
abstenernos de nada, Dios no quiere
sacrificios, lo que quiere es misericordia (Mateo 9:13). No tenemos que aparentar lo que no somos, Dios no
quiere maquillajes.
Bástate mi
gracia (2 Corintios 12:9), significa confiar en Dios sin hacer nada al respecto, es creerle que es El Espíritu Santo el
que hace toda obra en nosotros.
La fe desobediente
es aquella en la que siempre está la carne
de por medio. Y es una muestra de que seguimos cargando “el viejo hombre”, pero el consejo
divino es que no nos conformemos a este
siglo, sino que renovemos nuestra mente para comprobar cuál es la voluntad de
Dios, agradable y perfecta (Romanos
12:2).
Si no obedeces la fe para hacer la voluntad de
Dios agradable y perfecta, es porque no has renovado tu mente y vives en la
oscuridad, por lo tanto reflexiona y cambia de actitud. Estamos en navidad, es
el mejor momento para hacerlo.
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