domingo, 2 de abril de 2017

EL PODER DE LA RESURRECCIÓN

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Cuando María Magdalena y la otra María llegaron a ver el sepulcro, hubo un gran terremoto porque un ángel quitó la piedra y se sentó sobre ella. Ese ángel les dijo “Jesús no está porque ha resucitado” (Mateo 28:1-6).
Esto es de suma importancia porque aunque Jesús hubiese muerto por el perdón de nuestros pecados, ese perdón no se hubiese llevado a cabo sin su resurrección. Además, nosotros no podríamos andar en vida nueva.
Jesús dijo: “El que creyere y fuere bautizado, será salvo; mas el que no creyere, será condenado” (Marcos 16:15-16) ¿En qué debemos creer? De acuerdo con sus palabras, debemos creer en el evangelio ¿Y qué es el evangelio? Muchos afirman que el evangelio es la obra de Jesús, pero el evangelio es más que la obra de Jesús, el evangelio es la obra de Dios que va más allá de la obra de Jesús.
Creer el evangelio no es creer solamente en la vida, muerte y sepultura de Jesús, el evangelio es más que una historia de vida y muerte, el evangelio es perdón, el evangelio es gracia, el evangelio es vida eterna, cosas que obtenemos por creer en un milagro maravilloso, ese milagro no es la vida de Jesús, tampoco su sepultura ni su muerte porque eso no es ningún milagro, ese milagro es su resurrección. 

Hechos 17:30 Pero Dios, habiendo pasado por alto los tiempos de esta ignorancia, ahora manda a todos los hombres en todo lugar, que se arrepientan; 17:31 por cuanto ha establecido un día en el cual juzgará al mundo con justicia, por aquel varón a quien designó, dando fe a todos con haberle levantado de los muertos.

Dice la escritura que habrá un día en que Dios juzgará al mundo por aquel del cual él mismo da fe de haberlo levantado de los muertos. No podemos ser salvos creyendo solamente en  la vida, en la sepultura y en la muerte del Señor Jesús, tenemos que creer también en su resurrección.
Romanos 10:9 dice: “que si confesares con tu boca que Jesús es el Señor, y creyeres en tu corazón que Dios le levantó de los muertos, serás salvo”.  Para ser salvos, no solamente debemos creer en que Jesús existió,  murió en la cruz y fue sepultado; eso lo creen los de todas las religiones. Lo que nos hace salvos es creer en nuestro corazón que Jesús fue resucitado de entre los muertos.  
Jesús aceptó venir a la tierra, hacerse hombre para luego morir y ser sepultado por el perdón de nuestros pecados, esa es su obra. Pero la obra de Jesús debe complementarse con la obra de Dios.  La resurrección no es obra de Jesús, la resurrección es obra de Dios porque fue Dios el que resucitó a Jesús de entre los muertos.
Si el Señor no hubiera resucitado, se habría pensado que quien murió fue un profeta más, como afirman los judíos y los de otras religiones. Dios le levantó de los muertos para demostrar que era imposible que la muerte retuviera a Jesús (Hechos 2:24).
La muerte de Cristo llevó a cabo la redención, y dicha muerte es la base de nuestra salvación; pero, sin resurrección no habría salvación.

1 Corintios 15:3 Porque primeramente os he enseñado lo que asimismo recibí: Que Cristo murió por nuestros pecados, conforme a las Escrituras;

1 Corintios 15:17 y si Cristo no resucitó, vuestra fe es vana; aún estáis en vuestros pecados.

Lea los dos anteriores versículos con atención. El primero dice que Cristo murió por nuestros pecados y el segundo dice que si Cristo no resucitó, aún estaríamos en nuestros pecados. Esto es así, porque aunque Cristo murió por los pecados, sin resurrección no habría perdón.
Los predicadores de hoy en día hacen mucho énfasis en la vida, la muerte y la sepultura de Cristo, pero prestan poca atención a su resurrección. Es por eso que oímos muy a menudo quela muerte de Cristo nos libra de nuestros pecados”, pero rara vez oímos decir queesa muerte necesita de la resurrección”.
¿Hablaban los apóstoles más sobre la muerte o sobre la resurrección? ¿Trataba Pablo de recalcar la muerte o la resurrección de Cristo? Todos hacían énfasis en la resurrección.
El mundo cree que el Señor Jesús murió, aunque no le es fácil creer que murió por nuestros pecados. ¿Cómo sabemos que el propósito de la muerte del Señor era llevar nuestros pecados? La resurrección resuelve este problema y demuestra que éste era el fin de su muerte. Con Su resurrección quedó resuelto el problema de los pecados.
Solo la resurrección de Cristo comprueba que su muerte elimina nuestros pecados. La resurrección no sólo muestra que el Señor Jesús murió por nuestros pecados, sino que también nos da una nueva vida.
El Señor Jesús tuvo que morir por nosotros, pero también resucitó. La muerte del Señor pagó todas las deudas, pero su muerte no podía evitar que contrajéramos nuevas deudas.
El Señor tenía que resucitar para darnos una nueva vida diferente a la que teníamos, de manera que viviéramos de una manera distinta. La muerte de Cristo cancela la cuenta de nuestros pecados, y su resurrección nos capacita para no pecar nuevamente.

Ezequiel 36:26 Os daré corazón nuevo, y pondré espíritu nuevo dentro de vosotros; y quitaré de vuestra carne el corazón de piedra, y os daré un corazón de carne. 36:27 Y pondré dentro de vosotros mi Espíritu, y haré que andéis en mis estatutos, y guardéis mis preceptos, y los pongáis por obra.

El Señor murió en propiciación por nuestros pecados y resucitó. Ahora, él vive en nosotros (Gálatas 2:20) en la persona del Espíritu Santo. Al creer en la muerte y resurrección de Cristo y bautizarnos, recibimos el Espíritu Santo (Hechos 2:38), lo que nos hace aptos para andar en los estatutos de Dios, nos hace aptos para guardar sus preceptos y ponerlos por obra, Él  se encarga además de vencer la tentación y el pecado por nosotros.
Si Jesús no hubiese resucitado, no tendríamos el poder dentro de nosotros para hacerle frente a nuevas deudas. Por lo tanto, era necesario que El resucitase, a fin de resolver nuestros problemas futuros. Tenemos que creer que el Señor murió para borrar nuestros pecados, pero que nos hizo renacer por su resurrección (1 Pedro 1:3).
Muchos creyentes cometen el error de creer solamente en la muerte del Señor que les perdona los pecados, y no le dan importancia a la resurrección, de tal manera que no saben cómo lidiar con sus pecados y circunstancias negativas.
Esos creyentes no han entendido que cuando la escritura dice que Cristo mora en el creyente, eso es algo real, no son simples palabras.
Ellos ven al Salvador como algo real, pero al Ayudador que vive dentro de ellos no lo ven como algo real, sino como algo hipotético o futuro. Pero la vida que mora en el creyente es tan  real ahora como el perdón de todos los pecados.
Debemos ver claramente, que la muerte  de Jesús perdona nuestros pecados,  pero que allí no acaba todo, sino que Jesús resucitó y  su resurrección nos ha dado una vida nueva que nos capacita para dejar de pecar.
Como vemos el evangelio no es solamente la obra pasada de Jesús mientras estuvo en la tierra, el evangelio es también la obra presente de Jesús en los creyentes bautizados.

JESUS Y CRISTO

Mateo 1:21 Y dará a luz un hijo, y llamarás su nombre JESÚS, porque él salvará a su pueblo de sus pecados. 1:22 Todo esto aconteció para que se cumpliese lo dicho por el Señor por medio del profeta, cuando dijo: 1:23 He aquí, una virgen concebirá y dará a luz un hijo, Y llamarás su nombre Emanuel, que traducido es: Dios con nosotros.

Observe que el nombre Jesús o Emanuel es la traducción al español del hebreo Yeshúa que significa “Jehová Salva”  o “Dios con nosotros”.
Por su parte, Cristo no es un nombre, es un título que significa el Mesías o el Ungido enviado a morir por la salvación de la humanidad.
¿Quién es el mentiroso, sino el que niega que Jesús es el Cristo? (1 Juan 2:22). Porque muchos engañadores han salido por el mundo, que no confiesan que Jesucristo ha venido en carne. Quien esto hace es el engañador y el anticristo (2 Juan 7).
Hubo, hay y habrá muchas personas con el nombre de Jesús y Emanuel, pero solamente ha habido, hay y habrá una con el título de Cristo y esa persona es el Señor Jesús, el hijo de Dios que se hizo carne y que murió por la humanidad.

1 Pedro 1:18 sabiendo que fuisteis rescatados de vuestra vana manera de vivir, la cual recibisteis de vuestros padres, no con cosas corruptibles, como oro o plata, 1:19 sino con la sangre preciosa de Cristo, como de un cordero sin mancha y sin contaminación, 1:20 ya destinado desde antes de la fundación del mundo, pero manifestado en los postreros tiempos por amor de vosotros, 1:21 y mediante el cual creéis en Dios, quien le resucitó de los muertos y le ha dado gloria, para que vuestra fe y esperanza sean en Dios.

En este pasaje hay dos cosas que podemos destacar. En primer lugar, que hemos sido redimidos de nuestra vana manera de vivir heredada de nuestros padres, no con cosas perecederas como el oro o la plata, sino con la sangre de Cristo. Esa es la obra de Cristo.
En segundo lugar, que el hijo de Dios estaba destinado desde antes de la fundación del mundo para ser el Cristo, pero se ha manifestado en los postreros tiempos para que nuestra fe y esperanza sea en Dios, que fue quien lo resucitó de los muertos. Esa resurrección es la obra de Dios,
Jesús fue nombrado Cristo hasta después de su muerte y resurrección. Hasta su muerte Jesús fue solamente Jesús, pero después de su muerte y resurrección Jesús fue Jesús más Cristo o sea Jesucristo.

Romanos 3:21 Pero ahora, aparte de la ley, se ha manifestado la justicia de Dios, testificada por la ley y por los profetas; 3:22 la justicia de Dios por medio de la fe en Jesucristo, para todos los que creen en él.

Como hemos insistido, la salvación no es por creer en Jesús, la salvación es por creer en el Cristo resucitado.

1 Corintios 5:14 Y si Cristo no resucitó, vana es entonces nuestra predicación, vana es también vuestra fe… 15:17 y si Cristo no resucitó, vuestra fe es vana; aún estáis en vuestros pecados.

Cuando Jesús murió se convirtió en el Cristo. Podemos creer en ello, pero no nos salva, lo que nos salva es creer en que Cristo resucitó. Si Cristo no resucitó vana es nuestra fe y aún estamos en nuestros pecados.

2 Corintios 5:14 Porque el amor de Cristo nos constriñe, pensando esto: que si uno murió por todos, luego todos murieron;

Dice el anterior versículo que si Cristo murió por todos, luego todos murieron. Lo que nos está diciendo es que su muerte incluyó a todos los hombres, lo mismo que su resurrección. Es decir, cuando Cristo murió, todos los hombres murieron con él, y cuando Cristo resucitó, todos los hombres resucitaron con él.

Romanos 5:17 Pues si por la transgresión de uno solo reinó la muerte, mucho más reinarán en vida por uno solo, Jesucristo, los que reciben la abundancia de la gracia y del don de la justicia.

Así como el pecado de Adán trajo muerte a toda la humanidad, de igual manera la resurrección de Cristo trajo vida a toda la humanidad. Hay un relato que nos puede ayudar a comprender este misterio. 
Cuando Abraham ofreció el diezmo a Melquisedec, éste lo bendijo.  Cuando eso sucedió no habían nacido ni Leví ni su padre ni su abuelo. Sin embargo, la palabra de Dios nos dice que ese pago lo hizo Abraham en nombre de Leví. También nos dice que la bendición que recibió Abraham fue dada a Leví (Hebreos 7:4-11); esto es así  porque Abraham representaba a Leví aun antes de nacer, es decir, Dios veía a Leví en Abraham.   
De igual manera, cuando Adán pecó, todos los hombres fuimos constituidos pecadores aun antes de nacer porque Adán pecó en nombre de todos los hombres y Dios nos ve a todos en Adán.  
Lo mismo sucedió con Cristo; cuando Cristo murió y resucitó, todos los hombres morimos y resucitamos con él aunque no hubiésemos nacido porque Cristo murió en el lugar de todos nosotros y Dios nos ve a todos en Cristo.
Cristo como hombre puso fin a todo lo de Adán, y como el Hijo de Dios dio origen a la nueva creación. Cristo es el postrer Adán (1 Corintios 15:45) que mediante su muerte dio fin a la vieja creación, y su resurrección, inició la nueva creación.
Mediante su muerte, Jesús eliminó los pecados y nos dio vida por medio de su resurrección. Por esta razón, la Biblia nos dice que creamos en el Hijo de Dios.
Creer en el Hijo de Dios significa creer en la resurrección del Señor porque Jesús fue declarado Hijo de Dios con poder por la resurrección de entre los muertos,” (Romanos 1:4) y no antes.
El Salmos 2:7 dice: Yo publicaré el decreto; Jehová me ha dicho: Mi hijo eres tú; Yo te engendré hoy.  Ese decreto se cumplió el día que Jesús fue resucitado.
Jesús fue el primer hombre en ser declarado hijo de Dios, y fue declarado hijo de Dios por la resurrección de los muertos. Luego, todos los que creemos en el hijo de Dios (Juan 1:12) tenemos la potestad o el derecho de convertirnos en sus hijos.
Así como Cristo el hombre tuvo que ser sepultado y resucitado para ser declarado hijo de Dios; del mismo modo, nosotros los creyentes tenemos que ser sepultados y luego resucitados para también convertirnos en hijos de Dios, o sea que nos convertimos en sus hijos hasta el momento en que nos unimos a Cristo en su muerte y resurrección y eso se da en el bautismo:

Romanos 6:3 ¿O no sabéis que todos los que hemos sido bautizados en Cristo Jesús, hemos sido bautizados en su muerte? 6:4 Porque somos sepultados juntamente con él para muerte por el bautismo, a fin de que como Cristo resucitó de los muertos por la gloria del Padre, así también nosotros andemos en vida nueva.

El apóstol Pablo nos explica que todos los que nos hemos bautizado, nos hemos bautizado la muerte de Cristo porque somos sepultados con Cristo para muerte por el bautismo, para luego resucitar y andar en nueva vida.
Lo que sucede es que hay dos aspectos de la muerte y resurrección de Cristo: Uno es el aspecto objetivo y otro  es el aspecto subjetivo.
El aspecto objetivo es la muerte y resurrección de Cristo que sucedió en el año treinta y tres de nuestra era.  Aunque para los efectos del cielo, usted murió con Cristo y resucitó el día que Cristo murió y resucitó porque Cristo lo hizo en tu nombre, lo cierto es que esa muerte y resurrección no se hace efectiva en ti, sino hasta el día de tu bautismo.  Ese es el aspecto subjetivo de la muerte y resurrección de Cristo.
Es decir, el aspecto objetivo de la salvación se cumplió en Cristo, y la aplicación personal de la salvación se produce cuando el individuo cree en el Cristo resucitado y se bautiza, esa aplicación personal es el aspecto subjetivo.
Igual sucede con el perdón de pecados, el aspecto objetivo es cuando Jesús te perdonó en la cruz, pero, ese perdón no se hace efectivo en ti, sino hasta el día de tu bautismo (Hechos 2:38), ese es el aspecto subjetivo.
Ambos aspectos, objetivo y subjetivo, no se dan en el mismo momento, porque aunque  la salvación es un regalo de Dios, Él exige como requisito que creamos y nos bauticemos. De no ser así, todos los incrédulos serían salvos y los que no se unen a Cristo en su muerte y resurrección también lo serían.
Aunque Cristo murió por todos los hombres, porque eso es lo  que pretende el aspecto objetivo de su muerte, esa muerte es efectiva únicamente en los que creen y se unen a Cristo en su muerte mediante el bautismo, ese es el aspecto subjetivo.
Recapitulamos entonces, que si una persona sólo cree en la obra de  Jesús no puede ser salva aunque se bautice, pues tiene que creer que Jesús resucitó y fue declarado hijo de Dios con poder por la resurrección que Dios efectuó en él.
Estando en la cruz, nuestro Señor Jesús dijo: Consumado es” (Juan 19:30) ¿Estaba diciendo que la obra de salvación estaba completa? Lo que estaba diciendo es que él había hecho su parte, porque,  para que la salvación se completara,  era necesario que Dios hiciera su obra, resucitándolo de entre los muertos.
La resurrección es un complemento de la muerte, sin muerte no hay resurrección y sin resurrección no hay salvación.  Sin la resurrección de Jesús no podríamos ser salvos ni andar en nueva vida (Romanos 6:4).
La muerte de Cristo llevó a cabo la redención, y dicha muerte es la base de nuestra salvación; aún así, no podemos detenernos en la muerte de Cristo, también tenemos que creer en su resurrección para nuestra salvación y estar de esa manera aptos para andar en nueva vida.

Romanos 8:2 Porque la ley del Espíritu de vida me ha librado en Cristo Jesús de la ley del pecado y de la muerte.

Este versículo muestra que la ley del Espíritu de Vida, es decir, el poder  de la resurrección nos ha librado de dos leyes: la ley del pecado y la ley de la muerte.
Cristo condenó al pecado en la cruz (Romanos 8:3), es decir, lo inhabilitó, le quitó el poder que tenía de dominio sobre el hombre, y  la resurrección que Dios hizo de él,  acabó con el imperio de la muerte.
Dos leyes, la del pecado y la de la muerte encontraron su fin en la nueva ley de Vida en Cristo, que se inició con la muerte y la resurrección de Cristo.

Hebreos 2:14 Así que, por cuanto los hijos participaron de carne y sangre, él también participó de lo mismo, para destruir por medio de la muerte al que tenía el imperio de la muerte, esto es, al diablo,2:15 y librar a todos los que por el temor de la muerte estaban durante toda la vida sujetos a servidumbre.

Jesús se hizo hombre para destruir por medio de su muerte al diablo, que no pudo retenerlo en la tumba. Con Jesús el imperio de la muerte que tenía el diablo llegó a su fin.
Por ello insisto, que si sólo predicamos la muerte de Cristo sin la resurrección, estamos predicando la mitad del evangelio.
En el Antiguo Testamento, Dios perdonaba a los judíos de manera momentánea, a través del sacrificio de sangre de los animales sacrificados, porque sin sangre no hay perdón (Hebreos 9:7).
También enseña que Jesús entró una vez para siempre al lugar santísimo, ante el Padre celestial para presentar su sangre, no la sangre de los animales, sino su sangre preciosa y no para obtener un perdón momentáneo sino para obtener eterna redención (Hebreos 9:12).
Jesús no se pudo presentar sino hasta después de su resurrección, lo que nos indica que si Jesús no hubiese resucitado no habría redención.
La verdad acerca de la resurrección se halla a lo largo de toda la Biblia. Dice  1 Corintios 15:3-4 que Cristo murió por nuestros pecados, conforme a las Escrituras y resucitó al tercer día, conforme a las Escrituras”. Esto muestra que la muerte y la resurrección de Cristo están en conformidad con las Escrituras.
Alabamos y agradecemos a Dios porque no sólo Su hijo murió por nosotros sino que también resucitó por nosotros. Él no sólo resolvió el problema de la ley de pecado sino también el de la ley de la muerte. Cristo no nos salva solamente de nuestra condición pecaminosa sino también de la muerte en la estábamos.
Pero además, la supereminente grandeza de ese poder que levantó a Cristo de entre los muertos se encuentra ahora en el creyente (Efesios 1:19-20) para llevarlo de victoria en victoria, para hacerlo vivir una vida de gracia y para resucitarlo en la era venidera.








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