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Cuando María Magdalena y la otra María llegaron a ver el
sepulcro, hubo un gran terremoto porque un ángel quitó la piedra y se sentó
sobre ella. Ese ángel les dijo “Jesús no
está porque ha resucitado” (Mateo 28:1-6).
Esto es de suma importancia porque aunque Jesús hubiese
muerto por el perdón de nuestros pecados, ese perdón no se hubiese llevado a
cabo sin su resurrección. Además, nosotros no podríamos andar en vida nueva.
Jesús dijo: “El que
creyere y fuere bautizado, será salvo; mas el que no creyere, será
condenado” (Marcos 16:15-16) ¿En qué
debemos creer? De acuerdo con sus palabras, debemos creer en el evangelio ¿Y
qué es el evangelio? Muchos afirman que el evangelio es la obra de Jesús, pero
el evangelio es más que la obra de Jesús, el evangelio es la obra de Dios que
va más allá de la obra de Jesús.
Creer el evangelio no es creer solamente en la vida,
muerte y sepultura de Jesús, el evangelio es más que una historia de vida y
muerte, el evangelio es perdón, el evangelio es gracia, el evangelio es vida
eterna, cosas que obtenemos por creer en
un milagro maravilloso, ese milagro no es la vida de Jesús, tampoco su
sepultura ni su muerte porque eso no es ningún milagro, ese milagro es su resurrección.
Hechos 17:30 Pero Dios, habiendo pasado por alto los tiempos de esta
ignorancia, ahora manda a todos los hombres en todo lugar, que se arrepientan; 17:31
por cuanto ha establecido un día en el cual juzgará al mundo con justicia, por
aquel varón a quien designó, dando fe a todos con haberle levantado de los
muertos.
Dice la escritura que
habrá un día en que Dios juzgará al mundo por
aquel del cual él mismo da fe de
haberlo levantado de los muertos. No podemos ser salvos creyendo solamente en
la vida, en la sepultura y en la muerte
del Señor Jesús, tenemos que creer también en su resurrección.
Romanos 10:9 dice: “que si
confesares con tu boca que Jesús es el Señor, y creyeres en tu corazón que Dios
le levantó de los muertos, serás salvo”.
Para ser salvos, no solamente debemos creer en que Jesús existió, murió en la cruz y fue sepultado; eso lo
creen los de todas las religiones. Lo que nos hace salvos es creer en nuestro
corazón que Jesús fue resucitado de
entre los muertos.
Jesús aceptó venir a la
tierra, hacerse hombre para luego morir y ser sepultado por el perdón de
nuestros pecados, esa es su obra.
Pero la obra de Jesús debe complementarse con la obra de Dios. La resurrección no es obra de Jesús, la
resurrección es obra de Dios porque
fue Dios el que resucitó a Jesús de entre los muertos.
Si el Señor no hubiera
resucitado, se habría pensado que quien murió fue un profeta más, como afirman
los judíos y los de otras religiones. Dios le levantó de los muertos para
demostrar que era imposible que la
muerte retuviera a Jesús (Hechos 2:24).
La muerte de Cristo
llevó a cabo la redención, y dicha muerte es la base de nuestra salvación; pero,
sin resurrección no habría salvación.
1 Corintios 15:3
Porque primeramente os he enseñado lo que asimismo recibí: Que Cristo murió por
nuestros pecados, conforme a las Escrituras;
1 Corintios
15:17 y si Cristo no resucitó, vuestra fe es vana; aún estáis en vuestros
pecados.
Lea los dos anteriores versículos con atención. El
primero dice que Cristo murió por nuestros
pecados y el segundo
dice que si Cristo no resucitó, aún estaríamos en nuestros pecados. Esto es así, porque aunque Cristo murió por los pecados,
sin resurrección no habría perdón.
Los predicadores de hoy en día hacen mucho énfasis
en la vida, la muerte y la sepultura de Cristo, pero prestan poca atención
a su resurrección. Es por eso que oímos muy a menudo que “la muerte de Cristo nos libra de nuestros
pecados”, pero
rara vez oímos decir que “esa muerte
necesita de la resurrección”.
¿Hablaban los apóstoles más sobre la muerte o sobre la resurrección? ¿Trataba Pablo de recalcar
la muerte o la resurrección de Cristo? Todos
hacían énfasis en la resurrección.
El mundo cree que el Señor Jesús murió, aunque
no le es fácil creer que murió por nuestros pecados. ¿Cómo sabemos que el propósito de la muerte del Señor era llevar nuestros pecados? La resurrección resuelve
este problema y demuestra
que éste era el fin de su muerte. Con Su resurrección quedó resuelto
el problema de los pecados.
Solo la resurrección de Cristo comprueba que su
muerte elimina nuestros pecados. La resurrección no sólo muestra que el Señor Jesús
murió por nuestros pecados, sino que también nos da una nueva vida.
El Señor Jesús tuvo que morir por nosotros, pero también
resucitó. La muerte del Señor pagó todas las deudas, pero
su muerte no podía evitar que contrajéramos
nuevas deudas.
El Señor tenía que resucitar para darnos una nueva vida diferente a la que teníamos,
de manera que viviéramos de una manera distinta.
La muerte de Cristo cancela la cuenta de nuestros pecados, y su resurrección nos capacita para no pecar nuevamente.
Ezequiel 36:26
Os daré corazón nuevo, y pondré espíritu nuevo dentro de vosotros; y quitaré de
vuestra carne el corazón de piedra, y os daré un corazón de carne. 36:27 Y
pondré dentro de vosotros mi Espíritu, y haré que andéis en mis estatutos, y
guardéis mis preceptos, y los pongáis por obra.
El Señor murió en propiciación por nuestros pecados
y resucitó. Ahora,
él vive en nosotros (Gálatas 2:20) en la persona del Espíritu Santo. Al creer en la
muerte y resurrección de Cristo y bautizarnos, recibimos el Espíritu Santo (Hechos 2:38), lo que nos hace aptos para andar en los estatutos de
Dios, nos hace aptos para guardar sus preceptos y ponerlos por obra, Él se
encarga además de vencer la tentación y el pecado por nosotros.
Si
Jesús no hubiese
resucitado, no tendríamos el poder dentro de nosotros para
hacerle frente a nuevas deudas. Por lo tanto, era necesario que El resucitase, a fin de resolver
nuestros problemas futuros. Tenemos que creer que el Señor murió para borrar nuestros pecados,
pero que nos
hizo renacer por su resurrección (1 Pedro 1:3).
Muchos creyentes cometen el error de creer solamente
en la muerte
del Señor que les perdona los pecados, y no le dan importancia a la resurrección, de tal manera que no saben cómo
lidiar con sus pecados y circunstancias negativas.
Esos creyentes no han entendido que cuando la escritura
dice que Cristo mora
en el creyente, eso es algo real, no son simples palabras.
Ellos ven al Salvador como algo real, pero al Ayudador que vive dentro
de ellos no lo ven como algo
real, sino como algo hipotético o futuro. Pero la vida que mora en el creyente es tan real ahora como el perdón de todos los pecados.
Debemos ver claramente, que la muerte de Jesús perdona nuestros pecados, pero que allí no acaba todo, sino que Jesús
resucitó y su resurrección nos ha dado una vida nueva
que nos capacita para dejar de
pecar.
Como
vemos el evangelio no es solamente la obra pasada de Jesús mientras estuvo en
la tierra, el evangelio es también la
obra presente de Jesús en los creyentes bautizados.
JESUS Y CRISTO
Mateo 1:21 Y dará a luz un hijo, y llamarás
su nombre JESÚS, porque él salvará a su pueblo de sus pecados. 1:22 Todo esto
aconteció para que se cumpliese lo dicho por el Señor por medio del profeta,
cuando dijo: 1:23 He aquí, una virgen concebirá y dará a luz un hijo, Y
llamarás su nombre Emanuel, que traducido es: Dios con nosotros.
Observe
que el nombre Jesús o Emanuel es la traducción al español
del hebreo Yeshúa que significa “Jehová Salva” o “Dios con nosotros”.
Por
su parte, Cristo no es un nombre, es
un título que significa el Mesías o el Ungido enviado a morir por la salvación de la humanidad.
¿Quién
es el mentiroso, sino el que niega que Jesús es el Cristo? (1 Juan
2:22). Porque muchos engañadores han salido por el mundo, que no confiesan
que Jesucristo ha venido en carne. Quien esto hace es el engañador y el anticristo (2 Juan 7).
Hubo,
hay y habrá muchas personas con el nombre de Jesús y Emanuel, pero solamente ha
habido, hay y habrá una con el título de Cristo
y esa persona es el Señor Jesús, el hijo de Dios que se hizo carne y que murió por la humanidad.
1 Pedro 1:18 sabiendo que fuisteis
rescatados de vuestra vana manera de vivir, la cual recibisteis de vuestros
padres, no con cosas corruptibles, como oro o plata, 1:19 sino con la sangre
preciosa de Cristo, como de un cordero sin mancha y sin contaminación, 1:20 ya
destinado desde antes de la fundación del mundo, pero manifestado en los
postreros tiempos por amor de vosotros, 1:21 y mediante el cual creéis en Dios,
quien le resucitó de los muertos y le ha dado gloria, para que vuestra fe y
esperanza sean en Dios.
En
este pasaje hay dos cosas que podemos destacar. En primer lugar, que hemos sido
redimidos de nuestra vana manera de vivir heredada de nuestros padres, no con
cosas perecederas como el oro o la plata, sino
con la sangre de Cristo. Esa es la obra
de Cristo.
En
segundo lugar, que el hijo de Dios estaba destinado desde antes de la fundación del mundo para ser el Cristo, pero se
ha manifestado en los postreros tiempos para
que nuestra fe y esperanza sea en Dios, que fue quien lo resucitó de los
muertos. Esa resurrección es la obra de
Dios,
Jesús
fue nombrado Cristo hasta después de su muerte y resurrección. Hasta su muerte Jesús
fue solamente Jesús, pero después de su muerte y resurrección Jesús fue Jesús más Cristo o sea Jesucristo.
Romanos 3:21 Pero ahora, aparte de la
ley, se ha manifestado la justicia de Dios, testificada por la ley y por los
profetas; 3:22 la justicia de Dios por medio de la fe en Jesucristo, para todos
los que creen en él.
Como
hemos insistido, la salvación no es por creer en Jesús, la salvación es por
creer en el Cristo resucitado.
1 Corintios 5:14 Y si Cristo no
resucitó, vana es entonces nuestra predicación, vana es también vuestra fe… 15:17
y si Cristo no resucitó, vuestra fe es vana; aún estáis en vuestros pecados.
Cuando
Jesús murió se convirtió en el Cristo. Podemos creer en ello, pero no nos
salva, lo que nos salva es creer en que Cristo resucitó. Si Cristo no resucitó vana es nuestra fe y aún estamos en nuestros
pecados.
2 Corintios 5:14
Porque el amor de Cristo nos constriñe, pensando esto: que si uno murió por
todos, luego todos murieron;
Dice
el anterior versículo que si Cristo murió por todos, luego todos murieron. Lo
que nos está diciendo es que su muerte incluyó a todos los hombres, lo mismo
que su resurrección. Es decir, cuando
Cristo murió, todos los hombres murieron con él, y cuando Cristo resucitó,
todos los hombres resucitaron con él.
Romanos 5:17
Pues si por la transgresión de uno solo reinó la muerte, mucho más reinarán en
vida por uno solo, Jesucristo, los que reciben la abundancia de la gracia y del
don de la justicia.
Así como el pecado de Adán trajo muerte a toda la humanidad, de
igual manera la resurrección de Cristo trajo vida a toda la humanidad. Hay un relato que nos puede
ayudar a comprender este misterio.
Cuando
Abraham ofreció el diezmo a Melquisedec, éste lo bendijo.
Cuando eso sucedió no habían nacido ni Leví ni su padre ni su abuelo. Sin embargo, la palabra de Dios nos dice que ese pago lo hizo Abraham en nombre de Leví. También nos
dice que la bendición que recibió Abraham fue dada a Leví (Hebreos 7:4-11); esto es así porque Abraham representaba a Leví aun antes
de nacer, es decir, Dios veía a Leví en Abraham.
De igual manera, cuando Adán pecó, todos los hombres fuimos constituidos pecadores aun
antes de nacer porque Adán pecó en nombre de
todos los hombres y Dios nos ve a todos en Adán.
Lo mismo sucedió con Cristo; cuando Cristo
murió y resucitó, todos los hombres morimos y resucitamos con él aunque no hubiésemos nacido porque Cristo murió en el lugar de todos nosotros
y Dios nos ve a todos en Cristo.
Cristo como hombre puso fin a todo lo de Adán, y como el Hijo de Dios dio origen
a la nueva creación. Cristo es el postrer Adán (1 Corintios 15:45) que mediante
su muerte dio fin a la vieja creación,
y su resurrección, inició la nueva creación.
Mediante su muerte, Jesús eliminó los pecados y nos dio vida por medio de su resurrección. Por esta razón, la Biblia nos
dice que creamos
en el Hijo de Dios.
Creer en el Hijo de Dios significa
creer en la resurrección del Señor porque Jesús “fue
declarado Hijo de Dios con poder por la resurrección de entre los muertos,”
(Romanos 1:4)
y no antes.
El Salmos 2:7 dice: “Yo publicaré el decreto; Jehová me ha dicho:
Mi hijo eres tú; Yo te engendré hoy.” Ese decreto se
cumplió el día que Jesús fue resucitado.
Jesús fue el primer hombre en ser declarado hijo
de Dios, y fue declarado hijo de Dios por la resurrección de los muertos.
Luego, todos los que creemos en el hijo de Dios (Juan 1:12) tenemos la
potestad o el derecho de convertirnos en sus hijos.
Así como Cristo el
hombre tuvo que ser sepultado y resucitado para ser declarado hijo de Dios; del
mismo modo, nosotros los creyentes tenemos que ser sepultados y luego
resucitados para también convertirnos en hijos de Dios, o sea que nos
convertimos en sus hijos hasta el momento en que nos unimos a Cristo en su
muerte y resurrección y eso se da en el bautismo:
Romanos 6:3 ¿O no sabéis que todos los que hemos sido
bautizados en Cristo Jesús, hemos sido bautizados en su muerte? 6:4 Porque
somos sepultados juntamente con él para muerte por el bautismo, a fin de que
como Cristo resucitó de los muertos por la gloria del Padre, así también
nosotros andemos en vida nueva.
El apóstol Pablo
nos explica que todos los que nos hemos bautizado, nos hemos bautizado la
muerte de Cristo porque somos sepultados con Cristo para muerte por el
bautismo, para luego resucitar y andar en nueva vida.
Lo que sucede es
que hay dos aspectos de la muerte y
resurrección de Cristo: Uno es el aspecto
objetivo y otro es el aspecto subjetivo.
El aspecto objetivo es la muerte y resurrección de
Cristo que sucedió en el año treinta y tres de nuestra era. Aunque para los efectos del cielo, usted
murió con Cristo y resucitó el día que Cristo murió y resucitó porque Cristo lo
hizo en tu nombre, lo cierto es que esa muerte y resurrección no se hace
efectiva en ti, sino hasta el día de tu bautismo. Ese es el aspecto subjetivo de la muerte y resurrección de Cristo.
Es decir, el aspecto objetivo de la salvación se cumplió
en Cristo, y la aplicación
personal de la salvación
se produce cuando el individuo
cree en el Cristo resucitado y se bautiza, esa aplicación personal es el
aspecto subjetivo.
Igual
sucede con el perdón de pecados, el aspecto
objetivo es cuando Jesús te perdonó en la cruz, pero, ese perdón no se hace
efectivo en ti, sino hasta el día de tu bautismo (Hechos 2:38), ese es el aspecto subjetivo.
Ambos
aspectos, objetivo y subjetivo, no se dan en el mismo momento, porque
aunque la salvación es un regalo de
Dios, Él exige como requisito que creamos
y nos bauticemos. De no ser así, todos los incrédulos serían salvos y los
que no se unen a Cristo en su muerte y resurrección también lo serían.
Aunque
Cristo murió por todos los hombres, porque eso es lo que pretende el aspecto objetivo de su muerte, esa muerte es efectiva únicamente en los que
creen y se unen a Cristo en su muerte mediante el bautismo, ese es el aspecto subjetivo.
Recapitulamos
entonces, que si una persona sólo cree en la obra de Jesús no puede ser salva aunque se bautice, pues tiene que creer que
Jesús resucitó y fue declarado hijo de Dios con poder por la resurrección que
Dios efectuó en él.
Estando en la cruz,
nuestro Señor Jesús dijo: “Consumado
es” (Juan 19:30) ¿Estaba
diciendo que la obra de salvación estaba completa? Lo que estaba diciendo es que él había hecho su parte, porque,
para que la salvación se completara, era necesario que Dios hiciera su obra, resucitándolo de entre los muertos.
La resurrección es un complemento de la
muerte, sin muerte no hay resurrección y sin resurrección no hay salvación. Sin la resurrección de Jesús no podríamos ser
salvos ni andar en nueva vida (Romanos 6:4).
La muerte de Cristo llevó a cabo la redención, y dicha muerte
es la base de nuestra
salvación; aún así, no podemos
detenernos en la
muerte de Cristo, también tenemos
que creer en su resurrección para nuestra salvación y estar de
esa manera aptos para andar en nueva vida.
Romanos 8:2 Porque la ley del Espíritu
de vida me ha librado
en Cristo Jesús de la ley del pecado y de la muerte.
Este versículo muestra que la
ley del Espíritu de Vida, es decir, el
poder de la resurrección nos ha
librado de dos leyes: la ley del pecado
y la ley de la muerte.
Cristo condenó al pecado en la cruz (Romanos 8:3), es decir, lo inhabilitó, le
quitó el poder que tenía de dominio sobre el hombre, y la resurrección que
Dios hizo de él, acabó con el imperio de la muerte.
Dos leyes, la del pecado y la de la muerte encontraron su
fin en la nueva ley de Vida en Cristo,
que se inició con la muerte y la resurrección de Cristo.
Hebreos 2:14 Así que, por cuanto los
hijos participaron de carne y sangre, él también participó de lo mismo, para
destruir por medio de la muerte al que tenía el imperio de la muerte, esto es,
al diablo,2:15 y librar a todos los que por el temor de la muerte estaban durante toda
la vida sujetos a servidumbre.
Jesús se hizo hombre para destruir por medio de su muerte al
diablo, que no pudo retenerlo en la tumba. Con Jesús el imperio de la muerte
que tenía el diablo llegó a su fin.
Por ello insisto, que si sólo predicamos la muerte de Cristo sin la
resurrección, estamos predicando la mitad del evangelio.
En el Antiguo Testamento, Dios perdonaba a los judíos de
manera momentánea, a través del sacrificio de sangre de los animales
sacrificados, porque sin sangre no hay perdón (Hebreos 9:7).
También enseña que Jesús
entró una vez para siempre al lugar santísimo, ante el Padre celestial para
presentar su sangre, no la sangre de
los animales, sino su sangre preciosa y no para obtener un perdón momentáneo
sino para obtener eterna redención (Hebreos 9:12).
Jesús no se pudo presentar sino hasta después de su resurrección,
lo que nos indica que si Jesús no hubiese resucitado no habría redención.
La verdad acerca de la resurrección se halla a lo largo de toda la Biblia.
Dice 1 Corintios 15:3-4 que “Cristo murió por nuestros pecados, conforme a las Escrituras
y resucitó al tercer día, conforme a las Escrituras”. Esto muestra que la muerte y la resurrección de Cristo están en conformidad con las Escrituras.
Alabamos y agradecemos a Dios
porque no sólo Su hijo murió por nosotros sino que también resucitó por nosotros. Él no sólo resolvió el problema de la ley de pecado sino también el de la ley de la muerte. Cristo
no nos salva
solamente de nuestra
condición pecaminosa sino también
de la muerte en
la estábamos.
Pero
además, la supereminente grandeza de ese
poder que levantó a Cristo de entre los muertos se encuentra ahora en el
creyente (Efesios 1:19-20) para llevarlo
de victoria en victoria, para hacerlo vivir una vida de gracia y para
resucitarlo en la era venidera.
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