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Los creyentes somos
prontos a olvidar lo que Dios ha hecho por nosotros. Ese olvido hace que
nuestra fe disminuya o se estanque. Somos muy buenos para recordar las cosas
malas pero muy malos para recordar las cosas buenas.
En la Biblia vemos
que los grandes hombres de Dios edificaban altares
y esos altares quedaban allí como un recordatorio
de la manifestación divina.
1 Samuel 17:54 7:54 Y David tomó la cabeza del filisteo y la trajo a
Jerusalén, pero las armas de él las puso en su tienda.
Cuando David mató a
Goliat, llevó la cabeza de Goliat a Jerusalén para que todos la vieran y
supieran que el peligro había pasado, pero se guardó las armas en su tienda. Es posible que las guardara
para recordar ese momento tan importante en su vida, en que Dios le dio la
victoria sobre el gigante.
Y es que la vida de todos
los creyentes gira en torno a un altar y una tienda. El altar se refiere a la relación
con Dios, y la tienda a la relación con las cosas de este mundo.
Hay personas que coleccionan
tarjetas y fotos, y cada de esas tarjetas y fotos les recuerda un momento muy importante
de su vidas. Yo colecciono canciones, porque muchas de ellas me recuerdan algún
suceso importante en mi vida o hablan de algo que yo siento o he sentido en mi
corazón.
La canción “To
sir with love”, de Lulú, me recuerda el día de mi graduación como
bachiller. Algunas canciones de los Beatles
me recuerdan el último año del colegio. La canción “Venus” de Shocking Blue me
recuerda el día que conocí a mi primera esposa. “Bailando” de Jerry Rivera me recuerda el día que conocí a uno de
mis grandes amores. Esas canciones son
como altares plantados en mi mente.
Mi padre tenía unas
imágenes de Jesús y me decía que eran como
fotos, que las tenía colgando para recordar que había un Salvador y un Dios
todopoderoso que nos observaba. Lo cierto es que no tiene nada de malo en tener esas imágenes, pueden
ser muy importantes en ese sentido, lo malo es inclinarse ante ellas y
rendirles honra como si fueran dioses, porque son solo eso: imágenes.
Génesis 12:7 Y apareció Jehová a Abram, y le dijo: A tu descendencia
daré esta tierra. Y edificó un altar allí a Jehová, quien le había aparecido. 12:8
Luego se pasó de allí a un monte al oriente de Bet-el, y plantó su tienda,
teniendo a Bet-el al occidente y Hai al oriente; y edificó allí altar a Jehová,
e invocó el nombre de Jehová. 12:9 Y Abram partió de allí, caminando y yendo
hacia el Neguev.
Aquí vemos como Dios
se le apareció a Abraham en Bet-el y
éste edificó un altar allí a Dios. El
altar es un símbolo de consagración a
Dios y además un recordatorio de su
presencia.
Génesis 13:3 Y volvió por sus jornadas desde el Neguev hacia Bet-el,
hasta el lugar donde había estado antes su tienda entre Bet-el y Hai, 13:4 al
lugar del altar que había hecho allí antes; e invocó allí Abram el nombre de
Jehová.
Cada vez que Abraham
transitaba por ese lugar, veía el altar y se acordaba de las promesas que Dios le
hizo en ese lugar. Deberíamos tener altares de todas las manifestaciones de
Dios en nuestras vidas para su recordación.
Por ejemplo, el día más importante de
nuestras vidas es el día de nuestro bautismo
porque ese día nos convertimos en hijos de Dios y recibimos la promesa de la
vida eterna. Sin embargo, muy pocas personas se acuerdan de esa fecha, no
tienen un recuerdo de ese día, ni siquiera tienen un certificado de bautismo
que les recuerde que ese día nacieron de nuevo.
Muchos cristianos
cuelgan en sus oficinas los títulos académicos, pero no cuelgan su certificado
de bautismo ¿Qué es más importante?
Los títulos nos recuerda lo que somos en la carne, pero el certificado de
bautismo nos recuerda lo que somos en Cristo Jesús.
Cuando nos bautizamos
hay fiesta en el cielo, y nosotros los
creyentes deberíamos hacer fiesta en la tierra, celebrar por todo lo alto, que todos
se enteren de lo que estamos celebrando, tal y como hacen los católicos.
Pero no, por la hipocresía religiosa que hay dentro de la bancada evangélica y
la debilidad en la fe de muchos de sus miembros, los cristianos mantienen ese
suceso en silencio y en intimidad.
Cuando nos bautizamos
deberíamos hacer una fiesta y cada año hacer fiesta por ese recordatorio.
Recordamos con fiesta nuestro nacimiento en Adán pero no recordamos de ninguna
manera nuestro nacimiento en Cristo.
Además, cuando nos
bautizamos, todos los miembros de la congregación deberían estar presentes y
tomarse selfies para memorial de algo tan importante. Sin
embargo, la mayoría de los miembros de la congregación ignoran algo tan
importante y son muy pocos los que acompañan al que se bautiza ¿No tienen
conciencia de lo que está sucediendo?
Un cambio relativo en nuestras vidas no vendrá cuando obtengamos
un título académico o cuando ganemos una competencia, pero un cambio verdadero
e importante vendrá cuando tengamos un encuentro con El Señor. En ese momento
se producirá un cambio radical en nuestras vidas. Ya no podremos hacer lo que
antes hacíamos, porque el Espíritu Santo revertirá las cosas y hará que podamos
negarnos a nosotros mismos. Él hará que andemos
en los estatutos de Dios y guardemos sus preceptos y los pongamos por obra
(Ezequiel 36:27).
La manifestación de
Dios trae consigo un poder inagotable que afecta radicalmente el rumbo de
nuestra vida.
Cuando Dios se
apareció a Abraham, le dijo: “A tu
descendencia daré esta tierra” (Génesis
15:18). Al igual que Abraham, la aparición de Dios nos introduce en una nueva heredad, la presencia del
Espíritu Santo son las arras (2
Corintios 1:22) que nos garantizan la
herencia que un día poseeremos en toda su plenitud. Cuando el plan de Dios se haya cumplido,
seremos introducidos plenamente en nuestra heredad.
Dios apareció a
Abraham, y éste edificó un altar. Los
altares son para sacrificios, lo que
significa que Abraham le estaba creyendo
a Dios y estaba dispuesto a poner su vida en ese altar para él. Y ese altar era
además un recordatorio de ese momento tan importante.
Romanos 12:1 Os exhorto
por las compasiones de Dios, que presentéis vuestros cuerpos en sacrificio
vivo, santo, agradable a Dios, que es vuestro servicio racional.
La palabra de Dios
nos exhorta a ir al altar a presentar nuestros cuerpos en sacrificio vivo,
santo y agradable a Dios, lo que significa que al igual que Abraham le entregamos el control de nuestra
vida al Señor. Es lo que se conoce como consagración. Le damos a Dios nuestra vida y Dios nos introducirá en
su gloria.
Dios quiere que le
ofrezcamos todo, él no quiere nada a medias. El quiere nuestra consagración total.
¿Con qué propósito se ponía el sacrificio
sobre el altar? Para que fuese completamente
consumido.
Muchos piensan que
nos ofrecemos a Dios con miras a hacer algo para él, pero lo que él requiere de
nosotros es que seamos consumidos.
Dios no desea nuestro
trabajo, sino a nosotros. El desea que nos ofrezcamos a él y seamos consumidos
en sacrificio vivo. El altar no representa actividades humanas para Dios, sino una vida de entrega a Dios. El altar
hace alusión a una vida totalmente
entregada a Dios. A diferencia de los sacrificios del Antiguo Testamento,
que eran consumidos por completo en una sola ocasión, el sacrificio del Nuevo
Testamento, según se describe en Romanos 12, consiste en presentar nuestros cuerpos como un sacrificio
vivo día a día.
Diariamente somos
consumidos en el altar; aún así, diariamente vivimos; y aunque siempre vivimos,
somos constantemente consumidos. Este es
el sacrificio del Nuevo Testamento.
Dios apareció a
Abraham, y éste se ofreció a Dios. Una vez que el hombre ve a Dios, se ofrece
incondicionalmente a él. Es imposible que un hombre vea a Dios y permanezca
pasivo.
Las personas que no
se consagran en el altar es porque no han experimentado la presencia de Dios,
porque en cuanto probamos de Su gracia, como resultado edificamos un altar.
Cuando el hombre ve la misericordia de Dios, llega a ser un sacrificio vivo.
Aquellos a quienes
Dios se manifiesta no pueden hacer otra cosa que vivir para él y consagrarse
espontáneamente.
Cuando Dios se revela
a una persona, ésta empieza a vivir para
El. Esto le sucedió a Abraham, y también a todos los que han tenido un
encuentro con Dios en los más de dos mil años de historia de la iglesia.
Génesis
12:8 Luego se pasó de allí a un monte al oriente de Bet-el, y plantó su tienda.
Desde el momento en que Dios se reveló a Abraham,
éste edificó un altar e inició una vida en Bet-el,
nombre que significa la casa de Dios. Y a partir de ese
momento vivió en una tienda.
¿Qué es
una tienda? Es una vivienda portátil
que no necesita cimientos. El altar
denota nuestra entrega a Dios y la tienda hace alusión a las cosas materiales.
En el altar Abraham lo ofreció todo a Dios, todo lo que tenemos debe ser puesto sobre el
altar. ¿Fue acaso despojado en ese momento de todo lo que tenía? ¡No!
Abraham seguía poseyendo bienes, pero moraba
en una tienda, lo que significa que lo que Dios le dejó no le pertenecía a
él sino a Dios, y esas cosas no tenían arraigo.
Lo que no
fue consumido en el altar podía ser guardado en la tienda. Dios nos deja algunas de
las cosas que ofrecemos en el altar, para nuestro propio uso. Estas sólo pueden ser guardadas en la
tienda.
Efesios 5:31
Por esto dejará el hombre a su padre y a su madre, y se unirá a su mujer, y los
dos serán una sola carne. 5:32 Grande es este misterio; mas yo digo esto
respecto de Cristo y de la iglesia.
Pablo compara el matrimonio con la unión nuestra
con Cristo. Cuando nos convertimos en hijos de Dios, somos una sola carne con
Cristo, él es la cabeza y nosotros somos el cuerpo. Cuando una persona se casa,
lo suyo dejó de ser suyo y pasar a ser compartido con su pareja, lo mismo hace
la esposa.
Cuando nos unimos a Cristo, estamos renunciando a nuestra vida y
a nuestros bienes materiales, eso es lo
que simboliza el altar. En ese
momento, todo lo que poseemos deja de ser nuestro y pasa a ser de Cristo, pero
él nos deja esas posesiones en administración para que las usemos para la obra
de Dios, eso es lo que simboliza la
tienda, un desapego de lo que Dios no da.
La vida de Abraham se basaba en el altar y la
tienda. Llegó el día cuando Dios le pidió a su hijo y Abraham obedeció y llevó a su hijo al altar,
pero Dios no lo consumió.
Muchas cosas que son puestas en el altar, como Isaac, sin embargo Dios las devuelve al
oferente, y aunque son confiadas en sus manos, no se pueden considerar posesión
personal; sólo pueden ser guardadas en administración,
eso es la tienda.
Recordemos que tenemos dos vidas, vivimos delante del Señor y vivimos en el mundo. En
nuestra vida delante de Dios todo debe ser puesto sobre el altar, pero para nuestra vida en el mundo, necesitamos algunas
cosas materiales, pues mientras vivamos en el mundo, necesitamos ropa, comida y
albergue, esa es la tienda.
Tenemos que consagrar todo lo nuestro a Dios y
vivir exclusivamente para él; pero si él dice que podemos conservar cierto
artículo, entonces podemos hacerlo.
De todos modos debemos aplicar el principio de
la tienda a todas las cosas físicas que Dios nos permita conservar, porque nos
han sido devueltas para ser usadas sabiamente, podemos usarlas, pero no debemos
dejar que ellas nos afecten. Debemos entender que pueden ser dadas y pueden ser quitadas. En esto consiste la vida de la tienda.
Las personas que no ofrendan, por ejemplo, se están quedando con objetos de la tienda
que le pertenecen al Señor, deben poner esas ofrendas en el altar.
No nos debe importar lo que haga el pastor con
ese dinero, él también tiene que dar cuenta a Dios, nuestra obligación es poner
la ofrenda sobre el altar y punto.
No debemos atrevernos a dejarnos nada porque
nada nos pertenece, todo ha sido puesto sobre el altar, lo que implica una
renuncia y entrega de todo al Señor.
Génesis
12:8: Luego se pasó de allí a un monte al oriente de Bet-el, y plantó su
tienda, teniendo a Bet-el al occidente y Hai al oriente; y edificó allí altar a
Jehová.
Abraham edificó un segundo altar. El
altar condujo a la tienda, y después la tienda condujo de nuevo al altar.
Nada material puede afectar nuestro corazón ni nuestra
conciencia, debemos poder decirle
confiadamente: “No he conservado nada
para mí, pues todo te lo he dado a Ti”. De esta forma, la tienda nos lleva
de regreso al altar.
Si
nuestras posesiones han echado raíces, si no podemos soltarlas, quedamos atados por
estas cosas y nunca podremos erigir un segundo altar.
Cuando nos ofrecemos en el altar y consagramos
nuestro todo a Dios, él deja ciertas cosas en nuestras manos; pero no son nuestras,
solamente somos administradores de la tienda.
Solamente podemos conservar los que Dios nos
permita, no podemos reservar nada para nosotros, todo debe ser ofrecido
diariamente en el altar y Dios nos dirá que conservamos en la tienda.
Si Dios dice: “Tú no necesitas esto”, debemos abandonar aquel objeto
inmediatamente. Si nos aferramos a él y decimos: “Esto es mío”, entonces en nuestro corazón habremos abandonado el altar y la consagración y no podremos
regresar al altar para decirle a Dios que vivimos para él.
Dios exige que todo lo que tenemos sea puesto
sobre el altar y que guardemos en la tienda solamente lo que él nos haya dejado
conservar para nuestro uso.
Lo más hermoso que podemos experimentar es morar
siempre en la tienda y construir un segundo altar. Es fácil emocionarnos,
tener celo y consagrarnos, pero es posible que en tres o cinco años hayamos
acumulado muchas cosas del mundo y no podamos volver al altar.
El
problema no son las posesiones sino nuestra consagración. Abraham tuvo sus
fracasos y en su historia hubo momentos en los que abandonó el altar y la
tienda, como cuando descendió a Egipto. Pero hubo una restauración. ¿Cómo
sucedió esta restauración?
Génesis
13:3-4 Y volvió por sus jornadas desde el Neguev hacia Bet-el, hasta el lugar
donde había estado antes su tienda entre Bet-el y Hai, al lugar del altar que
había hecho allí antes; e invocó allí Abraham el nombre de Jehová.
La restauración consiste en regresar al altar y
a la tienda. ¿Ha fracasado usted? ¿Ha tropezado o traicionado la causa? ¿Ha
descendido a Egipto y ahora tiene sus propias exigencias, intereses y
aspiraciones? Si usted anhela ser restaurado, debe regresar al altar y la
tienda.
La Palabra de Dios nos muestra que Abraham fue
restaurado cuando regresó: “Hasta el
lugar donde había estado antes su tienda, al lugar del altar que había hecho allí antes”.
Ser restaurado implica regresar a la tienda y al
altar. ¿Qué le sucedió a Abraham después de ser restaurado?
Génesis
13:18 Abraham, pues, removiendo su tienda, vino y moró en el encinar de Mamre,
que está en Hebrón, y edificó allí altar a Jehová.
Luego de ser restaurado, Abraham habitó en Hebrón, palabra que significa comunión con Dios. Abraham habitó en Hebrón y edificó otro altar
a Dios.
Si
queremos mantenernos en comunión con Dios, jamás podemos abandonar el altar ni
podemos dejarnos nada de la tienda. Que Dios nos conceda Su gracia y nos haga ver
la importancia de la consagración para que podamos vivir una vida que gire en
torno al altar y a la tienda.
Y no nos olvidemos de tener un altar, un
recordatorio de todos esos momentos importantes de nuestra vida cristiana,
enmarca tu certificado de bautismo y cuélgalo con fotos que te recuerden que
vives una vida entre el altar y la tienda. Nunca pierdas la perspectiva!
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