HISTORIAS DE LA CRUZ
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Estamos en semana santa, una semana para
reflexionar. Hay tres historias de la cruz de Cristo de las que quizás nadie
habla, que sin embargo son historias que nos puedan ayudar en esa reflexión,
las cuales quiero compartir contigo:
Marcos 15:21
Y obligaron a uno que pasaba, Simón de Cirene, padre de Alejandro y de Rufo,
que venía del campo, a que le llevase la cruz.
La primera
historia es acerca de Simón. Este
hombre no era un judío, no era romano, no era un discípulo de Jesús, era un
agricultor africano, oriundo de Cirene que venía de trabajar en el campo.
Simón vio que la gente corría hacia la ciudad de
Jerusalén, que algo estaba sucediendo y “la
curiosidad” no lo dejó continuar su camino. Se abrió paso entre la multitud
en el preciso momento en que Jesús venía pasando con la cruz a cuestas.
Los soldados romanos miraron al gentío en busca
de alguien que ayudara a Jesús con su pesada carga, entonces vieron a un hombre fuerte y
corpulento y lo obligaron a que cargara aquella cruz.
Ese hombre era nada más ni nada menos que Simón, quien no se imaginó jamás que
ese sería el día más importante de su vida, porque ese día tendría un encuentro cara a cara con el Señor.
Aunque Simón fue obligado a cargar la cruz, no
opuso ninguna resistencia,
consecuentemente fue “salpicado”
por la sangre de Jesús.
No sabemos lo que Simón habrá hablado con Jesús
en ese camino al Gólgota, lo que sabemos es tuvo una cita cara a cara con
Jesús, y cuando llegó a su casa, sus
ropas estaban teñidas con la sangre del Hijo de Dios y esa sangre hizo que su
vida y la de su familia cambiaran para siempre.
Note usted que se dice que Simón era padre de
Alejandro y de Rufo; y en la carta a los Romanos el apóstol Pablo pide que le
saluden a Rufo, “escogido del Señor” y a su madre, la
cual considera como suya (Romanos 16:13).
No hay duda, la sangre que Salpicó a Simón
también había salpicado a su esposa y a su hijo Rufo. Aunque no estaba en los
planes del Cireneo cargar la cruz de Jesús, Dios usó su curiosidad o encuentro
“casual” para hacer la obra de
salvación en él y en su familia.
Nos ha pasado y les pasará a todos los
escogidos. A mí me sucedió en el año 1986, yo nunca tuve la intención de tener
un encuentro con el Señor, pero “comprometido”
por mi hermana Gloria y casi refunfuñando, asistí a un estudio bíblico.
Ese fue el día más importante de mi vida, ese
día tuve un encuentro con el Señor, y al igual que al Cireneo, la sangre de
Jesús me salpicó y me marcó para siempre. Y esa sangre también salpicó a mi
familia, porque todos mis hijos le han entregado su vida al Señor.
Mateo
27:50 Mas Jesús, habiendo otra vez clamado a gran voz, entregó el espíritu.
27:51 Y he aquí, el velo del templo se rasgó en dos, de arriba abajo; y la
tierra tembló, y las rocas se partieron; 27:52 y se abrieron los sepulcros, y
muchos cuerpos de santos que habían dormido, se levantaron; 27:53 y saliendo de
los sepulcros, después de la resurrección de él, vinieron a la santa ciudad, y
aparecieron a muchos. 27:54 El centurión, y los que estaban con él guardando a
Jesús, visto el terremoto, y las cosas que habían sido hechas, temieron en gran
manera, y dijeron: Verdaderamente éste era Hijo de Dios.
La otra
historia
tiene que ver con un centurión romano.
Había muchos centuriones, pero Herodes escogió a uno de entre todos ellos, del
cual no nos dice su nombre. Ese centurión tampoco sabía que ese día cambiaría
su vida, que ese día tendría un encuentro
cara a cara con el hijo de Dios.
El centurión, siguiendo las instrucciones de
Herodes, ordenó que azotaran a Jesús, ordenó que lo llevaran al Gólgota
cargando una cruz y por último ordenó su ejecución.
Durante todo ese tiempo las palabras de Jesús
retumbaron en su mente, lo escuchó decir que era el Hijo de Dios, lo escuchó
orar al Padre y pedir perdón por todos aquellos que tuvieron que ver con su
ejecución sin lamentarse en ningún momento.
El centurión
fue testigo del gran terremoto que sacudió la ciudad luego de la muerte
de Jesús. Y Por último, fue testigo de la resurrección de muchos muertos.
No cabe la menor duda que el centurión tuvo un
cara a cara con Jesús y fue salpicado con su sangre. Ese día se
llenó de temor, no de temor de sus superiores, no temor de perder su trabajo,
no temor del qué dirán, sino del temor de ir al infierno al morir, y creyó que
Jesús era el hijo de Dios.
Los
soldados
que estaban con el centurión también
creyeron, también fueron salpicados con esa sangre divina; la cita cara a
cara con Jesús no había sido en vano.
Lucas
23:39 Y uno de los malhechores que estaban colgados le injuriaba, diciendo: Si
tú eres el Cristo, sálvate a ti mismo y a nosotros. 23:40 Respondiendo el otro,
le reprendió, diciendo: ¿Ni aun temes tú a Dios, estando en la misma
condenación? 23:41 Nosotros, a la verdad, justamente padecemos, porque
recibimos lo que merecieron nuestros hechos; mas éste ningún mal hizo. 23:42 Y
dijo a Jesús: Acuérdate de mí cuando vengas en tu reino. 23:43 Entonces Jesús
le dijo: De cierto te digo que hoy estarás conmigo en el paraíso.
La tercera y última historia que
quiero compartir contigo es la de los dos
malhechores que fueron crucificados junto a Jesús. Ellos tuvieron una cita
cara a cara con el Señor.
Mientras uno de ellos se burlaba y le decía que si era el Cristo se bajara de
la cruz, se salvara a sí mismo y los salvara a ellos; el otro lo reprendió
diciendo: “ni aún temes a Dios en la
misma condenación, nosotros merecemos esta muerte porque somos pecadores pero
éste nada malo ha hecho”.
Así es como empieza nuestra salvación,
reconociendo dos cosas: 1) que somos pecadores que necesitamos perdón y
2) que hay un salvador, uno que no tuvo pecado pero que dio su sangre en
la cruz por los pecadores, su nombre es Jesús.
Uno de los malhechores había sido salpicado por
la sangre de Jesús, porque además de reconocer que era un pecador que merecía
la muerte, también reconoció que Jesús era el salvador, y le pidió que se
acordara de él cuando estuviera en su reino.
Y el Señor le contestó: “de cierto
te digo que hoy estarás conmigo en el paraíso”.
Jesús le otorgó un perdón inmediato y eterno al
malhechor que lo reconoció como su salvador. Ya Dios no se acordaría nunca de sus pecados (Hebreos 10:17) y lo acogería en su reino ese mismo día como si
nunca hubiera cometido pecado alguno.
Dos malhechores tuvieron un cara a cara con
Jesús. Para uno de ellos, lo que parecía ser el peor día de su vida, se
convirtió en el primer y maravilloso día en el Paraíso de Dios.
Pero el
otro malhechor, al igual que como lo hacen muchos otros, no se dejó
salpicar por la sangre de Jesús, rechazándolo y renunciando a la vida eterna.
Dios está utilizado diariamente las
circunstancias para que muchas personas tengan un encuentro con el Señor Jesús
y sean salpicados con su sangre. Desdichadamente, muchos al igual que uno de
los dos malhechores, se burlarán y rechazarán la invitación.
Mateo
10:38 el que no toma su cruz y sigue en
pos de mí, no es digno de mí 10:39 El que halla su vida, la perderá; y el que
pierde su vida por causa de mí, la hallará.
Si ya has sido salpicado con la sangre de Jesús,
entonces, al igual que el Cireneo, tienes que cargar tu propia cruz para seguir en pos de Jesús. El que no cargue esa cruz, no es digno de
mí, ha dicho Jesús.
Dice 2
Corintios 5:14-15 que el amor de Cristo nos constriñe, para que ya no vivamos para nosotros mismos
sino para aquel que Dios su vida por nosotros.
Lo que eso significa es que una vez que somos
salpicados con la Sangre de Jesús, Dios pone una carga en nuestros corazones,
para que al igual que Simón de Cirene la carguemos y salpiquemos a otros con
esa misma sangre.
Tal vez acompañes a un amigo al culto “por compromiso”, o quizás estés leyendo
este mensaje “por curiosidad”. Eso es
lo que crees, pero no es así, Dios “ha
puesto en ti el hacer como el querer por su buena voluntad” (Filipenses 2:13), porque él quiere salvarte de la condenación eterna.
No te rehúses al Señor como hizo uno de los
malhechores, tu vida y la de los tuyos cambiará para siempre cuando la sangre
de Jesús caiga sobre ti. Y si ya has sido salpicado con su sangre, entonces haz
lo que tienes que hacer, carga tu cruz
para que muchos otros sean salpicados por ella. Esta semana santa es una gran
oportunidad para hacerlo.
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