EL SEÑOR DEL REINO
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El reino invisible de Dios es gobernado por el
Señor Jesús, él es el “Señor de Señores”. Sin embargo pareciera
que no entendemos lo que significa la
palabra “Señor”, si la entendiéramos,
es posible que nuestras vidas se llenarían de alabanza y cambiarían para
siempre.
La palabra Señor es la traducción del original
griego “Kirios”, que significa “dueño, amo, la máxima autoridad, el que está
por encima de todos los demás”.
El Señor Jesús, es nuestro dueño, nuestro amo,
él nos compró con su sangre preciosa (1
Corintios 6:20); ya no somos nuestros, ahora somos de nuestro Señor Jesús.
En el idioma español, como una muestra de
respeto hacia los mayores, acostumbramos
decir “Señor Rojas, Señor Vargas, Señor
Ramírez”, pero, ninguno de ellos es nuestro señor ni nuestro amo. Y debido a esa costumbre de decirle “señor” a cualquier persona, hemos
perdido el verdadero significado de lo que quiere decir el “Señor Jesús”.
En inglés, la palabra “señor” para una persona
es “mister”, pero para Jesús es “Lord”, aunque, equivocadamente, le han
dado ese título a algunas personas de la aristocracia o a personas
sobresalientes, “humanizando” la
palabra Lord, tal y como nosotros los latinos lo hemos hecho con la palabra “señor”.
Los creyentes de la iglesia primitiva,
comprendían muy bien, el significado de la palabra “Señor”, de tal manera, que para ellos Cesar no era el Señor, Jesucristo era El Señor, cuando un soldado les decía: "César es el Señor", los creyentes contestaban: "No, Jesucristo es el Señor".
Para los creyentes de la iglesia primitiva,
Jesucristo era más que su padre, más que su madre, más que su esposa, más que
sus hijos y más que sus pertenencias; y
por supuesto, más que el César.
Su actitud decía: "César, tú puedes contar con nosotros, pero cuando lo que nos mandas,
está en contra de lo que manda Jesús, obedeceremos a Él y no a ti". No es de extrañarse entonces, que el celoso
César, hiciera perseguir a los cristianos para que “negaran el Señorío de Cristo”.
Jesucristo es Rey de reyes y el Señor de señores, y “la cabeza de la iglesia, la cual es el cuerpo” (Efesios 1:22-23). Él es nuestra cabeza
y nuestro salvador. El gobierna sobre el reino invisible y el reino invisible
gobierna sobre lo visible.
“El Señor”
es algo más que una palabra, “Señor”
es un título que le ha sido otorgado únicamente a Jesucristo, por su sacrificio
llevado a cabo en la cruz, para el perdón inmerecido de nuestros pecados. Si
pudiéramos comprender ello, nuestra actitud hacia El Señor sería sumisa y de
mucho respeto.
El evangelio de Dios, se centra en el “Señor Jesucristo” y nada más en él. Enseña que “debemos vivir para Cristo” (2
Corintios 5:15), porque él es “el
Señor”.
En el principio “Jesús era el Verbo, y estaba con Dios, todas las cosas por el fueron
hechas, y sin el nada de lo que ha sido hecho, fue hecho” (Juan 1:1-3), todo fue hecho por él y
para él y sin él nada se hubiese hecho.
“Siendo en
forma de Dios, Jesús no estimó el ser igual a Dios como cosa a que aferrarse,
sino que se despojó a sí mismo, tomando
forma de siervo, hecho semejante a los hombres; y estando en la condición de
hombre, se humilló a sí mismo, haciéndose obediente hasta la muerte, y muerte
de cruz” (Filipenses 2:6-8).
“Y aquel
Verbo fue hecho carne, y habitó entre nosotros (y vimos su gloria, gloria como
del unigénito del Padre), lleno de gracia y de verdad” (Juan 1:14).
Siendo humano, el hijo de Dios fue de la familia de David. A los 30
años inició su ministerio, y al final de tres años fue crucificado, muerto y
sepultado. Tres días después fue resucitado y declarado hijo de Dios con poder, en su humanidad, es decir Cristo
fue “el primer hombre” en ser
declarado hijo de Dios.
La
encarnación, hizo que el hijo Dios se
convirtiera en hombre,
mientras que la resurrección hizo que el hombre se
convirtiera en hijo de Dios.
Y “Dios lo
sentó a su diestra en lugares celestiales sobre todo principado y autoridad,
poder y señorío, y sobre todo nombre que se nombra, no solo en este siglo, sino
también en el venidero y sometió todas las cosas bajo sus pies” (Efesios 1:21-22).
Dios declaró que “Jesús es el Rey de reyes y el Señor de señores” (1 Timoteo 6:15), él manda sobre todo
principado, autoridad, poder, señorío y sobre todo nombre que se nombra en este
siglo y en el venidero.
Nos debemos a él y debemos vivir para él Señor (2 Corintios 5:15). Sin embargo, en las
iglesias están presentando a Cristo como
“el que vive para nosotros”.
Basta ir a un culto y escuchar las oraciones,
con sus largas listas de pedidos, para darse cuenta, de que tratan a Jesús,
como si fuera el siervo de los creyentes, y éstos los señores.
No han comprendido que la oración es el instrumento que Dios usa para hacer su voluntad, no
para hacer la de ellos. Por eso piden y no reciben nada, porque piden para
gastar en sus deleites (Santiago 4:3).
Oramos: "Señor, bendice mi hogar, bendice mi familia, sana a mi gatito, dame el
trabajito que me conviene, ayúdame a
pagar la deuda aquella, en el nombre de Jesús”.
Esas oraciones están totalmente centradas en
nosotros, son las oraciones del “yo”.
Tratamos a Jesús, como la lámpara de Aladino; pensamos que si frotamos la
Biblia, recibiremos de Dios, todo lo que queremos.
Por otro lado, el evangelio de Dios dice, “que el que no ama a Jesús, más que a su hijo
o sus padres, no es digno de Jesús” (Mateo
10:37) porque él es el Señor.
Sin embargo, en las iglesias están enseñando que
debemos amar a nuestros hijos, a nuestros
Padres, a nuestros bienes, antes que al Señor; si nos queda algo de amor, tal
vez podamos amar al Señor.
El evangelio de Dios enseña que debemos tomar la cruz, y perder nuestra vida
por Cristo (Mateo 10:38-39),
mientras que en las iglesias enseñan que Jesús, es el que debe perder su vida por nosotros. Y muchos creyentes, ni
siquiera pierden el tiempo, en Jesús.
Algunas personas, hasta dan la idea, de que si
se hacen cristianos, le están haciendo un favor a Jesús. Hay que rogarles para
que se bauticen, hay que prometerles el oro y el moro, apelar a sus intereses y
no a los intereses del reino de Dios.
La manera de convertirlos, es asustándolos con
el infierno. “Si mueres sin Cristo, irás
al infierno”, esa es la enseñanza. Pero, nadie les enseña, que deben dejar su vieja vida, y vivir para
Cristo, porque creen, que si les enseñan que deben dejar su vida, ellos no
se convierten.
Entonces el evangelismo se está convirtiendo en
un engaño, en donde se enseñan medias verdades, y no la verdad absoluta de
Dios. Pero, aunque nos quedemos solos en las iglesias, debemos enseñar las dos
caras de la moneda, si la toman bien, sino ese es su problema con Dios. Pero,
si les enseñamos solamente, una de las caras de la moneda, el problema es de
nosotros con Dios.
Si presentamos a Jesús, solamente como
salvador, como sanador, como
solucionador de todos nuestros problemas, entonces estamos enseñando un evangelio acomodado y no el evangelio
del reino de Dios.
Aunque la palabra de Dios nos enseña que Cristo
es el centro de todas las cosas, en las iglesias, se puede notar quién es el
centro y el centro no es el Señor Jesucristo.
La mayoría de los sermones están preparados para
alentarnos, para hablarnos de bendiciones
y de prosperidad, y lo que menos se enseña, es sobre el evangelio y el
Señorío de Cristo.
No es, que Dios no quiera suplir nuestras
necesidades, no es que Dios no quiera bendecirnos, todo lo contrario, él quiere
hacerlo, pero para ello, debemos primero buscar el reino de Dios y su
justicia (Mateo 6:33). No
pienses que Dios te va a suplir si no buscas su reino primero.
Y con nuestra
alabanza, sucede lo mismo. Los cánticos evangélicos dicen: “Señor manda lluvia”, manda esto y manda
aquello. Son canciones centradas en nosotros.
Han olvidado, que la alabanza no significa “pedir”,
sino que significa elogiar, exaltar al
Señor y darle gracias por todo lo que nos ha dado, lo que nos da y lo que nos
dará.
Jesús dijo que debemos “guardar todas las cosas que él mandó” (Mateo 28:20), por ejemplo, que debemos participar constantemente en
la cena del Señor, que debemos ofrendar debidamente, que debemos ayudar al más necesitado, especialmente
a los hermanos en la fe, que debemos llevar
la verdad del evangelio a toda persona para que sea salva (1 Timoteo 2:3-4).
¿Y quién es el Señor? Se preguntan la mayoría de
los creyentes, para que tengamos que hacer lo que él dice.
Tú que dices ser cristiano ¿Cuántas veces a la
semana participas en la cena del Señor? ¿Ofrendas debidamente? ¿Te despojas de
lo tuyo para ayudar a los más
necesitados o solo das lo que vas a votar? ¿Cuántas personas has llevado a
Cristo?
Cuando usted, les dice a las personas sus
responsabilidades para con el reino de Dios, no vuelven a la congregación,
porque no quieren oír eso. Se sienten aludidas y acusan al predicador de
repetir siempre lo mismo. A mí me han dicho: “sus temas están siendo
personales, van dirigidos a alguien en particular”.
“Yo no
escribí la Biblia”, al que le cae el
guante que se lo plante. Solo quieren oír lo que Jesús les puede dar, pero
no lo que ellos le pueden dar a Jesús.
No quieren saber nada acerca de sus
responsabilidades ni de sus fallos, quieren un evangelio acomodado, entonces
buscan una iglesia que sea de acuerdo a sus parámetros.
Por eso, la verdadera iglesia es “la manada pequeña” (Lucas 12:32), porque la componen únicamente, los pocos cristianos
comprometidos. Los demás, se van a las iglesias, en donde no hay
compromisos; en donde tienen cabida los
cristianos nominales, que creen que ser siervo de Dios, es asistir al culto una
vez a la semana para limpiarse de sus
pecados, o para pedirle algo al Señor y punto.
La mayoría de los cristianos, ni siquiera se
atreven a poner un comentario bíblico en las “redes sociales”, por temor a la crítica, por temor a ser tildados de panderetas, por el
temor de que los hagan a un lado. El que
no es conmigo, conmigo desparrama, dijo el Señor.
Nunca más que antes, el reino de Dios necesita
de siervos que se enfrenten a Satanás con la palabra de Dios en la mano, que se
opongan a las prácticas y enseñanzas que van en contra de la palabra de Dios.
El que
calla otorga,
dice el dicho. En el caso de los creyentes, el que calla otorga que no está
comprometido con Dios, otorga que no está dispuesto a arriesgar nada, otorga
que no está dispuesto a luchar por el reino de Dios, otorga que es tan solo “un creyente nominal” más.
Si los creyentes se vieran amenazados de ir a la
cárcel por predicar el evangelio, tal y como ocurrió con los apóstoles, seguro
orarían así: "Padre, ten
misericordia de nosotros, no permitas
que nos metan a la cárcel, recuerda que estamos trabajando para ti".
Esa no fue la oración de los apóstoles, ellos no
oraron para ser librados de la cárcel, ellos oraron, para que el Señor, les concediera todo denuedo para hablar la palabra
de Dios; para que el Señor hiciese señales y prodigios, que confirmaran,
que ellos venían en su nombre (Hechos
4:29-30).
Los apóstoles nunca pensaron en ellos mismos,
sino en servir al Señor. Hay creyentes, que nunca se congregan, que nunca
estudian la palabra de Dios, que no le regalan de su tiempo al Señor, pero
dicen, que hablan con Dios todos los días, al levantarse. Sus oraciones son:
"cuídame, ayúdame, protégeme";
jamás dicen: “envíame”.
En las iglesias enseñan los versículos que les
convienen, o los versículos que les prometen algo, y con esos versículos forman
una doctrina, ignorando los demás
versículos y las demandas del Señor.
Supóngase que en una boda, el novio diga ante el
altar: "Acepto a esta mujer, como mi
cocinera personal". No me cabe la menor duda, de que la novia se
sentiría utilizada y no se casaría.
Lo mismo es verdad respecto de Jesús. No se
trata de ver a Jesús, como nuestro servidor, sino, en amarlo y servirle como el Señor de nuestras vidas.
Jesús dijo que muchos lo seguían, pero no iban detrás de él, sino detrás del pan que él multiplicaba (Juan 6:26-27) . Eso sucede con la
mayoría de los creyentes, siguen a Jesús por lo que Jesús les pueda dar.
¿Qué sucedería, si un Congreso de Teólogos
llegará a la conclusión de que no hay ni cielo ni infierno? ¿Cuántos cristianos
quedarían? Casi ninguno, la mayoría diría: "Si
no hay cielo ni infierno, ¿Para qué seguir a Cristo?".
La mayoría de los creyentes, van a la iglesia,
con la esperanza de recibir un milagro, no para ponerse a las órdenes del Rey
de reyes y Señor de señores.
Por ejemplo, ustedes pueden ver, las miles de
personas, que se congregan cuando Benny Hinn llega a una ciudad. ¿A qué van? No
van a escuchar la palabra de Dios, van con la esperanza de recibir un milagro.
Lucas
12:32 No temáis, manada pequeña, porque a vuestro Padre le ha placido daros el
reino. 12:33 Vended lo que poseéis, y dad limosna; haceos bolsas que no se
envejezcan, tesoro en los cielos que no se agote, donde ladrón no llega, ni
polilla destruye. 12:34 Porque donde está vuestro tesoro, allí estará también
vuestro corazón.
De este pasaje, en las iglesias enseñan
únicamente el verso 32. Ellos leen este verso y se alegran diciendo “el reino de Dios es de nosotros, porque a
Dios le plació dárnoslo”.
Pero, no
hacen referencia a los versos 33 y 34 ¿Por qué? Porque allí se les dice,
que deben vender sus bienes para
compartirlos con los más necesitados; porque allí se les dice, que deben hacer tesoros en el cielo, y eso no les
conviene.
Es cierto, que
Dios le place darnos el reino, pero únicamente a aquellos, que estamos dispuestos a renunciar a nuestra vida
materializada. He escuchado muchos sermones basados en el verso 32, pero
nunca escuché un sermón basado en los
versos 33 y 34. Estos versos no están en el Evangelio de los pastores actuales.
¿Quién es el que decide, cuáles versículos sí y
cuáles no? ¿Quién decide, cuáles son obligatorios y cuáles son optativos?
En las iglesias, existen algunos mandamientos
obligatorios, como "no embriagarse”
y otros optativos, como "el vivir
para Cristo”.
Jesús dijo: “y
el que no toma su cruz y sigue en pos de mí, no es digno de mí” (Mateo
10:38).
Seguir a Cristo no es creer en él, seguir a
Cristo no es hacerle peticiones, seguir
a Cristo no es ir al culto los domingos. Seguir a cristo es seguir
sus pasos, haciendo todo lo que él
haría en nuestro lugar.
Levanta tus ojos hacia el cielo, observa a Jesús
en su trono, entiende que él es el Señor de señores, y como tal, espera que tú,
buen siervo del reino invisible de Dios, hagas todo lo que él te mandó que
hicieras.