lunes, 23 de enero de 2017

MORIR PARA VIVIR

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Jesús dijo que “si el grano de trigo no cae en la tierra y muere, queda solo; pero si muere, lleva mucho fruto. El que ama su vida, la perderá; y el que aborrece su vida en este mundo, para vida eterna la guardará (Juan 12:24-25) ¿Qué quiso decir Jesús? Que hay que morir para vivir. Para entenderlo, vayamos al Génesis.
Dios le había prometido un hijo a Abraham con su esposa Sara, la cual era estéril. Como pasaron unos años y el milagro no se daba, Abraham se procuró un hijo con una esclava de nombre Agar, con la cual engendró a Ismael. En ese entonces  Abraham tenía ochenta y seis años de edad, todavía tenía su fuerza natural, es por eso  que la escritura dice  Ismael nació “según la carne” (Gálatas 4:23).
Cuando nació Isaac, el hijo de la promesa, Abraham  ya tenía cien años de edad (Génesis 21:5),  su cuerpo estaba  como muerto” y “la matriz de  Sara continuaba estéril” (Romanos 4:19). En otras palabras, su fuerza natural había llegado a su fin y le  era imposible tener hijos. Dios escogió ese momento, porque quería que Abraham estuviera seguro de su imposibilidad física para que entendiera que Isaac nacería por gracia y que no era fruto de su carne.

Romanos 6:11 Así también vosotros consideraos muertos al pecado, pero vivos para Dios en Cristo Jesús, Señor nuestro.

Eso es lo que Dios quiere que hagamos, que nos consideremos muertos para que él pueda producir fruto en nosotros. Si es necesario, Dios esperará cien años como lo hizo con Abraham. Él esperará hasta el día en que entendamos que somos incapaces de dar fruto en la carne y que somos incapaces en la carne de vencer el pecado y la tentación. Solo cuando hayamos muerto, podremos engendrar un Isaac.
Dios no puede usarte si no has muerto a la carne. Dios no sólo desea que se cumpla su voluntad, sino también que dicho cumplimiento proceda de Él.
Si solamente tienes doctrinas y conocimiento y no has sido conducido al punto de decir: “Estoy muerto, no puedo hacer nada por mi propia cuenta”, Dios no podrá usarte ni cumplir su meta para contigo.
No se si te has dado cuenta que un salvavidas no se mete al agua a salvar al que se está ahogando sino hasta que éste deje de aletear, esto es así porque los dos podrían ahogarse.
De igual manera, Dios no va a hacer nada por ti mientras estés intentado combatir el pecado y la tentación en la carne, o mientras intentes agradarlo por tus propios medios.
Sólo cuando andemos en semejanza de muertos, el Señor podrá usarnos y podremos manifestar a Cristo en nosotros. Antes de ese día, toda obra que hagamos por nuestra propia cuenta dará como resultado un Ismael.

Romanos 6:4 Porque somos sepultados juntamente con él para muerte por el bautismo, a fin de que como Cristo resucitó de los muertos por la gloria del Padre, así también nosotros andemos en vida nueva. 6:5 Porque si fuimos plantados juntamente con él en la semejanza de su muerte, así también lo seremos en la de su resurrección; 6:6 sabiendo esto, que nuestro viejo hombre fue crucificado juntamente con él, para que el cuerpo del pecado sea destruido, a fin de que no sirvamos más al pecado.

Si queremos andar en vida nueva y dar fruto, lo primero que tenemos que hacer es deshacernos “del viejo hombre”, nacido de la carne, esto lo logramos al bautizarnos.
En el bautismo le damos sepultura al nacido de la carne y vida a la nueva criatura en Cristo Jesús. Debemos morir para vivir.  En ese momento dejamos de vivir y Cristo empieza a vivir por nosotros (Gálatas 2:20).
El problema se da en que muchos bautizados continúan viviendo por sí mismos y andan cargando el muerto. No solamente debemos sepultar el viejo hombre, sino que debemos considerarnos muertos (Romanos  6:11) para que la vida de Cristo actúe en nosotros ¿Qué hace un muerto? No hace nada. Así que nosotros no tenemos que hacer ningún esfuerzo en la carne, lo que único que tenemos que hacer es vivir por fe, eso es lo único que agrada al Señor (Hebreos 11:6).
El punto es si queremos engendrar un Ismael o un Isaac. Es fácil ser engendrar un Ismael, pues es fácil hacer obras en la carne y sin necesidad de esperar; pero si queremos engendrar un Isaac,  tendremos que renunciar a la carne y aprender a esperar en el Señor.
Para engendrar a Ismael, no es necesario esperar, pero para engendrar un Isaac tenemos que esperar la promesa de Dios, su tiempo designado y su acción.
Aquellos que no pueden esperar que Dios obre, obtienen un Ismael que les roba la promesa.
El día vendrá cuando no podremos hacer nada por nuestro propio esfuerzo y estaremos completamente acabados. Ese será el día cuando Cristo se manifestará plenamente en nosotros y cuando la meta de Dios se cumplirá. Entre tanto, nada de lo que hagamos nosotros tendrá valor espiritual.
En la obra de Dios, lo que importa no es cuánto trabajemos, sino cuánto hayamos obtenido de la obra del Señor, pues la obra de Dios y la obra del hombre son dos cosas totalmente diferentes.
Existe una enorme diferencia entre el valor de la obra de Dios y el valor de la obra del hombre. Sólo lo que procede de Dios tiene valor espiritual, lo que no proviene de él no tiene ningún valor espiritual.
¿Qué es Ismael? Ismael es todo aquello que nace prematuramente, al actuar por el esfuerzo propio.
Podemos decir que Ismael se caracteriza por dos cosas: 1) su origen es erróneo, y 2) el momento de su nacimiento es prematuro.
En la esfera espiritual nada nos pone en evidencia tanto como el asunto del tiempo. Con frecuencia no se necesita mucho para que nuestra carne quede expuesta. Todo lo que Dios necesita hacer es dejarnos a un lado por un poco de tiempo y nuestra carne no podrá resistirlo. Inmediatamente comenzamos a actuar en la carne, empezamos a resolver las cosas por nosotros mismos, impidiendo con ello que Dios actúe.
Dios nunca se complace en un Ismael, todo lo que hagamos en el nombre de Jesús, si lo hacemos en la carne, él no se agradará de ello.

Mateo 7:21 No todo el que me dice: Señor, Señor, entrará en el reino de los cielos, sino el que hace la voluntad de mi Padre que está en los cielos. 7:22 Muchos me dirán en aquel día: Señor, Señor, ¿no profetizamos en tu nombre, y en tu nombre echamos fuera demonios, y en tu nombre hicimos muchos milagros? 7:23 Y entonces les declararé: Nunca os conocí; apartaos de mí, hacedores de maldad.

No todo el que dice Señor, Señor, entrará en el reino de los cielos, sino únicamente el que hace la voluntad del Padre Celestial. No podemos ir donde Dios no nos mandó, no podemos profetizar lo que Dios no nos dijo que profeticemos ni echar fuera demonios para complacer la carne. Eso es engendrar a Ismael y si lo hacemos, Dios negará conocernos y nos llamará hacedores de maldad, porque todo lo que hagamos en la carne es maldad para  Dios.
La meta de Dios tiene que realizarse en el momento que él lo dispuso y por su poder. Este es el principio de Isaac: viene en el tiempo de Dios y por Su poder.
La mayor prueba para los hijos de Dios radica en escoger la fuente de sus obras. Muchos hijos de Dios consideran ciertas cosas “buenas” o “correctas” o “incluidas en la voluntad de Dios”, pero detrás de estas cosas está el yo haciendo toda la obra. Bajo estas condiciones, dichas personas hacen según ellos la voluntad de Dios, el resultado de aquello no es Isaac, sino Ismael.
Necesitamos pedirle a Dios que nos hable y nos muestre quién es el que hace estas cosas, esto es crucial.
Tal vez prediquemos en cierto lugar diligentemente, preparando todo de antemano y con gran esmero, pero el método no es lo que cuenta. Lo que cuenta es si lo hicimos por Dios o por nuestra propia cuenta.
Es muy lamentable que podamos enseñar la Palabra de Dios, predicar la verdad y ejercer sus dones valiéndonos de nuestros propios medios. Si hemos hecho esto, debemos inclinar nuestro rostro y confesar nuestro pecado. Las obras hechas “en el nombre de Jesús”, pero que no proceden de él, no tienen ningún valor espiritual y son obras de maldad. La obra espiritual es pura porque procede de Dios, si procede del yo no tiene nada de pura ni de espiritual.
Puesto que Abraham quería un hijo, debió comprender que Dios era el Padre y permitirle que fuera el Padre, haciéndose él a un lado. Abraham quería tener a Isaac, pero no debió tratar de engendrarlo por sus propios medios. En otras palabras, si queremos representar a Dios, no debemos tratar de hacer nada por nuestra propia cuenta.
No debemos tomar la iniciativa; debemos hacernos a un lado. Esta prueba es la mayor y la más difícil, y en la que los siervos de Dios fracasan con más frecuencia.
Necesitamos recordar que la obra de Dios no sólo debe estar libre de pecado, sino también libre de nuestros propios esfuerzos.
Dios no sólo se interesa por saber si lo que se hace es bueno, sino por quién hizo la obra. Desafortunadamente, es fácil pedirle a una persona que deje el pecado, pero no es fácil pedirle que haga a un lado su vanidad.
Que Dios nos lleve al punto donde podamos decirle: “Quiero hacer Tu voluntad.  Tú tienes que ser el que actúe, no yo”, debemos morir para dar vida.
Debemos recordar que “nuestros pensamientos no son los pensamientos de Dios ni nuestros caminos sus caminos. Como son más altos los cielos que la tierra, así son los caminos de  Dios, más altos que nuestros caminos, y sus pensamientos más que nuestros pensamientos” (Isaías 55:8-9). Por tanto, cualquier cosa que hagamos por nuestro propio esfuerzo, por bueno que nos parezca, no puede satisfacer el corazón de Dios. Lo único que satisface su corazón es lo que él mismo hace.

2 Corintios 4:7 Pero tenemos este tesoro en vasos de barro, para que la excelencia del poder sea de Dios, y no de nosotros

No debemos olvidar que solo somos un recipiente y que no podemos reemplazar a Dios en nada, que la excelencia del poder es de Dios y no de nosotros.
Hay pastores y evangelistas que se lucen jugando con los dones que Dios les dio, haciendo que las personas caigan al suelo y se vuelvan a parar para luego enviarlas de nuevo al suelo, y cosas semejantes ¿Es eso de Dios? Claro que no,  esos pastores y evangelistas serán apartados de Dios y llamados hacedores de maldad porque todo eso lo hacen en la carne.
Siempre debemos permitirle a Dios actuar por medio de nosotros; no debemos hacer nada por nuestra cuenta.
Isaac nació de Abraham según la promesa de Dios. Fue Dios el que produjo el nacimiento de Isaac. Dios engendró este hijo por medio de Abraham. El principio de la promesa es totalmente diferente del principio que operó en el caso de Ismael. Que el Señor tenga misericordia de nosotros y nos libre del principio de Ismael.

Génesis 17:1 Era Abram de edad de noventa y nueve años, cuando le apareció Jehová y le dijo: Yo soy el Dios Todopoderoso; anda delante de mí y sé perfecto. 17:2 Y pondré mi pacto entre mí y ti, y te multiplicaré en gran manera.

Cuando ya Abraham estaba como muerto y no podía engendrar hijos aunque quisiera, solo hasta entonces Dios se le apareció y le dijo: “Yo soy el Dios Todopoderoso”. Esta era la primera vez que Dios revelaba su nombre como “el Dios Todopoderoso”. Este nombre puede traducirse “el Dios que todo lo provee o que todo lo puede”. Cuando nosotros no podemos, Dios puede, porque lo que es imposible para los hombres, es posible para Dios (Lucas 18:27).
Después de que Dios se reveló como todopoderoso ante Abraham, le dijo: “Anda delante de mí y sé perfecto”. Aunque Abraham creía que Dios era poderoso, tal vez no creía que era tan poderoso  como para darle un hijo de una mujer estéril, por esta razón trató de proveerse un hijo por su propio esfuerzo y Abraham no fue perfecto en su caminar.
Dios le mostró a Abraham que si quería milagros en su vida, debía andar delante de él como un hombre perfecto. “Nadie puede ser perfecto sino solo Dios”, en este caso la traducción correcta sería: “ser puro”, es decir, sin mezclar la carne con la voluntad de Dios. Después de mostrarle esto a Abraham, Dios dijo:
Este es mi pacto, que guardaréis entre mí y vosotros y tu descendencia después de ti: Será circuncidado todo varón de entre vosotros.   Circuncidaréis, pues, la carne de vuestro prepucio, y será por señal del pacto entre mí y vosotros. Y de edad de ocho días será circuncidado todo varón entre vosotros por vuestras generaciones; el nacido en casa, y el comprado por dinero a cualquier extranjero, que no fuere de tu linaje. Debe ser circuncidado el nacido en tu casa, y el comprado por tu dinero; y estará mi pacto en vuestra carne por pacto perpetuo. Y el varón incircunciso, el que no hubiere circuncidado la carne de su prepucio, aquella persona será cortada de su pueblo; ha violado mi pacto”. (Génesis 17:10 -14)
¿Qué clase de actitud debían tomar Abraham y sus descendientes para llegar a ser parte del pueblo de Dios? Todo varón debía ser circuncidado, es decir, debía  despojarse de la carne”. 
Dios quiere un pueblo; sin embargo, dicho pueblo no debe realizar ninguna actividad en la carne, por eso debe deshacerse de ella. ¿Quiénes son entonces el pueblo de Dios? Aquellos que han sido circuncidados.
Dios le dijo a Abraham: “El varón incircunciso, el que no hubiere circuncidado la carne de su prepucio, aquella persona será cortada de su pueblo” (verso 14).
Los que no eran circuncidados eran cortados de entre el pueblo de Dios. Esto quiere decir que los que no son circuncidados no pueden ser vasos de Dios.
Podemos creer en Cristo, podemos confesarlo, pero no seremos parte del pueblo de Dios y él no puede usarnos al menos que nos deshagamos de la carne.

Colosenses 2:11 En él también fuisteis circuncidados con circuncisión no hecha a mano, al echar de vosotros el cuerpo pecaminoso carnal, en la circuncisión de Cristo; 2:12 sepultados con él en el bautismo, en el cual fuisteis también resucitados con él, mediante la fe en el poder de Dios que le levantó de los muertos. 2:13 Y a vosotros, estando muertos en pecados y en la incircuncisión de vuestra carne, os dio vida juntamente con él, perdonándoos todos los pecados.

En el Viejo Testamento, el pueblo de Dios era el pueblo circuncidado de Israel. En el Nuevo Testamento, el pueblo de Dios está formado por todos los creyentes que se han bautizado.
El bautismo es una circuncisión espiritual mediante la cual nos deshacemos de la naturaleza pecaminosa. Usted puede creer en Cristo, puede confesarlo, pero si no se ha bautizado no es parte de la iglesia de Cristo, no es parte del pueblo de Dios, y todo lo que haga en nombre de Cristo lo hace en la carne y lo único que produce es un Ismael.

Filipenses 3:3 Porque nosotros somos la circuncisión, los que en espíritu servimos a Dios y nos gloriamos en Cristo Jesús, no teniendo confianza en la carne.

¿Cuál debe ser la actitud de quienes han sido circuncidados? No deben tener confianza en la carne ni poner su esperanza en ella. ¿Quiénes son la circuncisión? Los que no ponen su confianza en la carne. Por tanto, la circuncisión pone fin a la fuerza natural del hombre.
Dios le mostró a Abraham que Ismael era fruto de su propio esfuerzo y no servía para sus propósitos. Esto nos enseña que si no le ponemos fin a la carne, Dios no podrá llevar a cabo sus planes para con nosotros.

Génesis 17:5 Y no se llamará más tu nombre Abram, sino que será tu nombre Abraham,  porque te he puesto por padre de muchedumbre de gente.

Cuando somos circuncidados, ese día dejamos de ser nosotros, ese día somos nuevas criaturas en Cristo Jesús, todas las cosas pasan y son hechas nuevas (2 Corintios 5:17). Por eso Dios le dijo a Abram que ya no se llamaría Abram sino Abraham. Abram ya no sería “Padre excelso” sino “Padre de multitudes,” ya que la descendencia del nuevo Abraham sería como la arena del mar, tal y como Dios lo había prometido.
De igual manera, cuando usted se bautiza, Dios te da un nombre nuevo porque ese día moriste para vivir eternamente, Dios te da un nombre eterno, no el nombre de una persona que tiene fecha de fallecimiento. Conocerás tu nombre nuevo cuando estés en la presencia del Señor.
El mayor problema existente entre los creyentes radica en que piensan que la carne está relacionada exclusivamente con el pecado. Aunque es cierto que la carne nos hace pecar, esto no es lo único que la carne hace. Romanos 8:8 dice que “los que vive según la carne no pueden agradar a Dios”. Esto significa que la carne procura agradar a Dios. En muchas ocasiones tal vez la carne no pretenda ofender a Dios; quizá su fin sea agradarle pero nunca agrada a Dios.
Romanos 7 nos muestra que la carne hace un esfuerzo enorme por guardar la ley, por hacer el bien, por hacer la voluntad de Dios y agradarle, pero no puede lograrlo.
Nuestra experiencia nos dice que es fácil gobernar la carne pecaminosa, pero es muy difícil dominar la carne que trata de agradar a Dios. Esta es la carne que intenta infiltrarse sutilmente  en el servicio de Dios.
Hay personas que no se dan cuenta de que el hombre no puede agradar a Dios por su propio esfuerzo; no han comprendido que Dios está interesado no sólo en cambiar sus objetivos, sino en poner fin a su carne. Si procuran agradar a Dios en su carne, Dios les dirá que son hacedores de maldad.
Necesitamos ver que la circuncisión es la eliminación de la carne, aquella que engendra a Ismael y que intenta agradar a Dios. La circuncisión pone fin a la carne que intenta hacer la voluntad de Dios y cumplir Su promesa. Esto era lo que Dios quería que Abraham entendiera.
El mayor problema que afrontan los hijos de Dios es que no le dan muerte a la carne, sino que ponen en ella su confianza. La señal más evidente del desenfreno de la carne es la confianza que tiene en sí misma.
Filipenses 3:3 dice que “Nosotros somos la circuncisión, los que nos gloriamos en Cristo, no teniendo confianza en la carne”. No tener confianza en la carne significa no poner ninguna esperanza en ella.
La persona que confía en la carne es propensa a juzgar apresuradamente todo lo que se le atraviesa y con su boca juzga prematuramente. Pero una persona que no confía en la carne, no juzga a la ligera, pues no se siente con la confianza para hacerlo.
Una persona que toma decisiones en la carne no ha experimentado la obra de la cruz. Delante del Señor, tenemos que ver que somos débiles, impotentes y desvalidos.
Dios llevó a Abraham a un punto donde se dio cuenta de que su carne no servía para nada, y que todo lo que había hecho en sus 99 años era erróneo. No había lugar en la promesa de Dios para que lograra alguna cosa en la carne, lo único que debía hacer era creer.
Al mismo tiempo, Dios le mostró que sus futuras generaciones debían deshacerse de la carne. La circuncisión es la marca del pueblo de Dios, es la comprobación de que somos Su pueblo. ¿Qué es una marca? Es una característica. El pueblo de Dios tiene una característica, una marca: la negación de la carne, la desconfianza en la carne. El pueblo de Dios lo constituyen aquellos que perdieron su confianza en la carne.
Es una lástima que muchos cristianos tengan tanta confianza en sí mismos. Piensan que saben lo que es creer en el Señor Jesús, lo que es ser llenos del Espíritu Santo, lo que es ser vencedores, y lo que es experimentar la vida cristiana. Creen que lo saben todo. Se jactan de sus experiencias y las citan con fechas específicas. Parece que no les faltara nada. Hablan acerca de su comunión con Dios, de cómo hablan con él. Creen saber lo que Dios piensa en cuanto a ciertas cosas. Piensan que conocen la voluntad de Dios. Hablan de la manera en que Dios les dijo lo que debían hablar u orar en tal lugar y a tal hora. Piensan que conocer la voluntad de Dios es algo fácil. Sin embargo, no se ve en ellos la marca de la desconfianza en la carne. Tales cristianos verdaderamente necesitan la misericordia de Dios.
La circuncisión significa eliminar la confianza en la carne, quitar de en medio la fuerza natural, a fin de que la persona no hable ni se conduzca negligentemente, sino con temor y temblor.
En realidad, la pequeña fe que Abraham había tenido en años anteriores estaba mezclada con la carne y el resultado fue Ismael.
Dios hizo a un lado a Abraham por trece años, y lo llevó a estar como muerto, para que fuera purificado, al punto de considerar su cuerpo como muerto y a notar lo muerta que estaba la matriz de Sara para que pusiera su confianza absoluta en Dios.
La fe que ahora tenía era pura, pues creía en Dios solamente y no en su carne. La fe que tuvo anteriormente se basaba en Dios y en sí mismo, pero ahora se basaba solamente en Dios porque su propia fuerza se había esfumado y no quedaba nada. Entonces Dios le dijo: “Sara tu mujer te dará a luz un hijo, y llamarás su nombre Isaac” (Génesis 17:19).
Debemos notar que Dios deseaba que Abraham engendrara a Isaac, no a Ismael. El nunca aceptará ningún reemplazo en su obra. Ismael no podía satisfacer a Dios.
Génesis 17:23-24 dice: “Entonces tomó Abraham a Ismael su hijo, y a todos los siervos nacidos en su casa, y a todos los comprados por su dinero, a todo varón entre los domésticos de la casa de Abraham, y circuncidó la carne del prepucio de ellos en aquel mismo día, como Dios le había dicho. Era Abraham de edad de noventa y nueve años cuando circuncidó la carne de su prepucio”.
La circuncisión de Abraham fue el reconocimiento de que su carne era completamente inútil. En sí mismo, no podía creer en la promesa de Dios. Pero cuando ya no pudo creer, surgió la verdadera fe. Cuando no pudo creer ni hacer nada, verdaderamente confió en Dios. Da la impresión de que creía y al mismo tiempo no podía creer. Quedaba sólo una trémula luz de fe en él. Sin embargo, ésta era la fe pura.
La condición en la que se encontraba Abraham en ese momento se describe en Romanos 4:19-20: “Y no se debilitó en su fe, aunque consideró su propio cuerpo, ya muerto, siendo de casi cien años, y lo muerta que estaba la matriz de Sara; tampoco dudó, por incredulidad, de la promesa de Dios, sino que se fortaleció en fe, dando gloria a Dios”.
Eso es lo que Dios espera de nosotros, que estemos tan débiles, tan desconfiados en la carne, que podamos confiar en él. Si confías en la carne, Dios te hará pasar por situaciones que te van debilitando, quizás pierdas el trabajo, quizás te enfermes, quizás fracases en algún negocio, Dios hará lo que sea, porque no heredará el hijo de la esclava con el hijo de la promesa (Gálatas 4:30).
Así como Abraham tuvo que deshacerse de su hijo Ismael para convertirse en el Padre de la fe, así tú tienes que deshacerte de la carne para poder vivir por fe. Debes morir para vivir, nunca lo olvides.


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