viernes, 1 de diciembre de 2017

LA FE DESOBEDIENTE

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El Señor Jesús dijo: “No todo el que me dice: Señor, Señor, entrará en el reino de los cielos, sino el que hace la voluntad de mi Padre” (Mateo 7:21)
Estamos finalizando el año y es un momento especial para evaluarnos ¿Hemos hecho la voluntad de Dios durante este año?
¿Cuál es la voluntad del Padre? En primer lugar, que trabajemos en la edificación del edificio de Dios, llevando el conocimiento de la verdad a todos los hombres para que sean salvos (1 Corintios 3:9-10, 1 Timoteo 2:3-4).
Cada persona que llega a Cristo es un ladrillo en el edificio de Dios ¿Cuántos ladrillos has aportado este año?
En segundo lugar, la voluntad de Dios es que demos de comer al hambriento, de beber al sediento, un lugar donde reposar al forastero, visitar los enfermos y a los que están encarcelados (Mateo 25:35-45) ¿A cuántas personas has ayudado? ¿Cuántos enfermos has visitado? ¿Cuántas veces has ido a la cárcel a visitar a tu pariente o amigo que allí se encuentra?

Muchos me dirán en aquel día: Señor, Señor, ¿No profetizamos en tu nombre, y en tu nombre echamos fuera demonios, y en tu nombre hicimos muchos milagros? (Mateo 7:22).

No es que Dios no quiere que se profetice, que se echen fuera demonios y que se hagan milagros; claro que Dios quiere que eso se haga, pero 1) que sea de acuerdo a su voluntad y 2) que eso se aproveche para llevar el conocimiento de la verdad.
¿De qué le sirve a una persona que le saquen un demonio si luego se le van a meter siete más? (Lucas 11:24-26) O ¿De qué le sirve a una persona que la levanten de una silla de ruedas si al morir va para el infierno?
No todos los que están haciendo cosas en el nombre del Señor irán al cielo, porque aunque pareciera que están haciendo la voluntad de Dios, en realidad están haciendo su propia voluntad, Dios no los ha enviado, ni siquiera los conoce.
En Proverbios 30:12 leemos que “Hay generación limpia en su propia opinión, Si bien no se ha limpiado de su inmundicia.” ¿Qué quiere decir eso? Que se creen  salvos pero no lo son.
Millones de personas que viven con la esperanza de entrar al cielo, en aquel día serán rechazadas por Cristo, quien les declarará: “Nunca os conocí; apartaos de mí, hacedores de maldad” (Mateo 7:23). Esto nos indica que no todos los creyentes son salvos. 
Cuando Jesús estaba en Jerusalén, durante la fiesta de la pascua, muchos creyeron en su nombre, por las señales que hacía, pero Jesús no confiaba en ellos, porque Él sabía lo que había en sus corazones (Juan 2:23), él sabía que su fe era superficial, ellos no estaban dispuestos a seguir a Jesús.

Romanos 1:5 y por quien recibimos la gracia y el apostolado, para la obediencia a la fe en todas las naciones por amor de su nombre;

La fe verdadera es una fe obediente que obra por medio del amor (Gálatas 5:6) que Dios derrama en nuestros corazones, cuando el Espíritu Santo no es dado (Romanos 5:5). Ese amor y esa fe son algo sobrenaturales,  no son algo de nosotros.
Decíamos que no todos los creyentes son salvos, porque si bien es cierto que nadie entrará en el reino de los cielos sin haber confesado que Jesús es el Señor y haber creído en su corazón que Dios lo levantó de los muertos (Romanos 10, 9-10);  también es cierto que eso no es suficiente para entrar en el Reino.
Muchas personas confiesan a grandes voces y de manera repetida que Jesús es el Señor, pero van camino al infierno ¿Por qué? Porque la palabra de Dios enseña, que además de creer y confesar a Jesús como el Señor, debemos ser sepultados con Cristo en el bautismo para poder alcanzar la salvación  (Romanos 6:3-5, Marcos 16:16, Hechos 2:38, Hechos 22:16, Colosenses 2:11-13). 
El bautismo no es una simple ordenanza, es la señal visible de un pacto, mediante el cual aceptamos la vida eterna a cambio de renunciar a nuestras vidas para vivir para Cristo (2 Corintios 5:15).
Al bautizarnos, estamos diciéndole al Señor que estamos dispuestos a tomar la cruz y seguirlo, que renunciamos a nuestras vidas y voluntad por causa de él (Mateo 10:38-39).

Santiago 2:14 Hermanos míos, ¿de qué aprovechará si alguno dice que tiene fe, y no tiene obras? ¿Podrá la fe salvarle? 2:15 Y si un hermano o una hermana están desnudos, y tienen necesidad del mantenimiento de cada día, 2:16 y alguno de vosotros les dice: Id en paz, calentaos y saciaos, pero no les dais las cosas que son necesarias para el cuerpo, ¿de qué aprovecha? 2:17 Así también la fe, si no tiene obras, es muerta en sí misma. 2:18 Pero alguno dirá: Tú tienes fe, y yo tengo obras. Muéstrame tu fe sin tus obras, y yo te mostraré mi fe por mis obras. 2:19 Tú crees que Dios es uno; bien haces. También los demonios creen, y tiemblan. 2:20 ¿Mas quieres saber, hombre vano, que la fe sin obras es muerta?

Hay un contraste entre la fe que salva y la fe que no salva. La fe que no salva es aquella que no se ha completado, ya sea porque no hemos sido sepultados con Cristo en el bautismo, o porque no renunciamos de corazón a nuestras vidas en el momento del bautismo.
Y es muy fácil distinguir la fe que salva de la que no salva. La fe que salva se distingue por hacer las obras que Dios nos mandó. “¿De qué aprovechará si alguno dice que tiene fe, y no tiene obras? ¿Podrá la fe salvarle?” Se pregunta Santiago. Claro que no, porque no es una fe verdadera, es una fe que solo espera recibir de Dios, pero sin dar nada a cambio.

Efesios 2:8 Porque por gracia sois salvos por medio de la fe; y esto no de vosotros, pues es don de Dios; 2:9 no por obras, para que nadie se gloríe. 2:10 Porque somos hechura suya, creados en Cristo Jesús para buenas obras, las cuales Dios preparó de antemano para que anduviésemos en ellas

En este pasaje podemos ver que la salvación contiene dos elementos necesarios. El primero es la salvación en sí, la cual es un don de Dios que se obtiene por gracia, mediante la fe, no por obras  de “justicia” para que nadie se gloríe.
El segundo elemento son las obras que Dios preparó de antemano para que andemos en ellas, estás no son obras para ser justificados, sino para corresponder al amor de aquel que nos salvó, y para probar nuestra fe obediente.   
Si el segundo elemento está ausente, el primero también lo está, porque nuestra fe sería una fe desobediente que no es verdadera, sería una fe como la de los demonios.
Si no sientes ese deseo ferviente de trabajar en la edificación del edificio de Dios y hacer su voluntad, tu salvación puede ser un engaño.
Ahora, muchos “confesamos” que Jesús es el Señor, pero con nuestras actitudes demostramos lo contrario. Pareciera que Jesús es nuestro siervo y nosotros los señores, y él tiene que complacernos.
Nos acercamos a ver qué le podemos sacar a Jesús, en vez de acercarnos para saber que quiere de nosotros.  
Basta ir a un culto de oración y escuchar las oraciones con sus largas listas de pedidos para darse  cuenta de que tratamos a Jesús como si fuera nuestro sirviente: "Señor sáname, sálvame, prospérame,  dame  un mejor trabajo, haz que me aumenten el sueldo, sana a mi perrito, amén".
A veces tenemos que ofrecerle a los creyentes el oro y el moro para que se bauticen, decirles que  eso les salvará de no ir al infierno cuando mueran, que su vida va a mejorar y muchas cosas semejantes, apelando a sus intereses y no a los intereses del reino de Dios.
Si presentamos a Jesús solamente como el solucionador de todos nuestros problemas entonces estamos enseñando el evangelio del Mundo y no el evangelio del Reino de Dios. Además estamos negando que él sea el Señor.
Me entristece ir a las iglesias y escuchar solamente sermones en los cuales se enseña que el Señor va a suplir y a resolver problemas, pero no se enseña que hay que buscar el Reino de Dios en obediencia a la fe.
Jesús dijo: "busquen el reino de Dios y su justicia, y todas estas cosas les serán añadidas" (Mateo 6:33).
Y con nuestros cantos ocurre lo mismo, no alabamos al Señor sino que le hacemos peticiones a través de los cantos: “Señor manda tu lluvia”, Señor purifícame, Señor bendíceme…” Hemos olvidado que de él, y por él, y para él, son todas las cosas” (Romanos 11:36).
Si estuviéramos más centrados en Dios y sus intereses, no faltaría nada en nuestros hogares. Si carecemos de algo es porque no estamos buscando el Reino de Dios, así de sencillo.
Si Él es el Señor, cuando nos habla, le obedecemos; Él nos ordenó "hacer todo lo que  nos ha mandado" (Mateo 28:20) ¿Haces todo lo que el Señor te mandó?
En la Edad Media, la gente creía que la tierra era el centro del universo y que el sol giraba alrededor de ella. Así nosotros pensamos que somos el centro y que Dios, Jesucristo y los ángeles giran  alrededor  nuestro  para  damos  lo  que les pedimos.
Hacemos nuestros solamente los versículos que nos ofrecen o prometen algo, pero ignoramos aquellos que  nos exigen hacer  algo para Dios. Para muestra un botón:

Lucas 12:32 No temáis, manada pequeña, porque a vuestro Padre le ha placido daros el reino.

Este es un versículo muy conocido y de los más queridos por los creyentes. He escuchado muchas predicas  basadas en ese texto. Pero en esas predicas omiten los versos siguientes que dicen:

Mateo 12:33 Vended lo que poseéis, y dad limosna; haceos bolsas que no se envejezcan, tesoro en los cielos que no se agote, donde ladrón no llega, ni polilla destruye. 12:34 Porque donde está vuestro tesoro, allí estará también vuestro corazón.

Jamás he escuchado un sermón basado en estos últimos versículos, ¡que conveniente! Jesús nos ordenó compartir nuestras posesiones con los necesitados, no es una opción, es un mandato. Si no compartimos nuestros bienes, estamos siendo desobedientes a la fe.
En la iglesia primitiva se obedecía la fe,  tenían en común todas las cosas; vendían sus propiedades y sus bienes, y lo repartían a todos según la necesidad de cada uno (Hechos 2:44-45).
Eso no sucede actualmente, los creyentes no obedecen la palabra de Dios, ni siquiera ofrendan, y es por una sencilla razón: son creyentes incrédulos.
Eso no es nuevo, en Lucas 9 vemos que Jesús les había dado autoridad a sus discípulos sobre los demonios, sin embargo ellos no pudieron expulsar un demonio de un muchacho, entonces Jesús muy molesto les dijo: “generación incrédula y perversa ¿Hasta cuándo he de estar con vosotros? ¿Hasta cuándo os de soportar?” (Lucas 9:40-41).
Palabra muy dura, pero llena de verdad para nuestro tiempo. Nos hemos vuelto creyentes incrédulos y perversos que no obedecemos la fe.
La fe es la certeza que tenemos en nuestro corazón de que sucederá lo que Dios ha prometido (Hebreos 11:1), aunque no tengamos ninguna prueba al respecto, sino únicamente la promesa de Dios. Pero los creyentes creen con la mente, no con el corazón y por lo tanto no obedecen la fe.

2 Corintios 9:6 Pero esto digo: El que siembra escasamente, también segará escasamente; y el que siembra generosamente, generosamente también segará. 9:7 Cada uno dé como propuso en su corazón: no con tristeza, ni por necesidad, porque Dios ama al dador alegre. 9:8 Y poderoso es Dios para hacer que abunde en vosotros toda gracia, a fin de que, teniendo siempre en todas las cosas todo lo suficiente, abundéis para toda buena obra;

Dios nos ha revelado el secreto de combatir la pobreza, el secreto es siendo dador alegre.  Dice la palabra de Dios que Dios ama al dador alegre y colmará de gracia a ese dador para que siempre tenga lo suficiente y así le abunde para toda buena obra. ¿Porque las personas no ofrendan debidamente? Porque no creen la palabra de Dios. Como no creen, no obedecen la fe.
Además, los creyentes han olvidado que sus bienes y su dinero no son de ellos, que ellos solamente administran los bienes de Dios.
Como decíamos, la fe no es algo que creemos en nuestra mente, es la convicción en nuestro corazón de que la promesa de Dios se cumplirá,
El creyente incrédulo es aquel en el que no hay ningún convencimiento en su corazón de que la promesa se hará realidad. En otras palabras, la realidad espiritual que se encuentra en la palabra de Dios no ha tocado lo más profundo de su ser. Para el creyente incrédulo las palabras de Dios son simples palabras como las escritas en cualquier otro libro.

Romanos 10:10 Porque con el corazón se cree para justicia, pero con la boca se confiesa para salvación.

Los discípulos ordenaron al demonio que saliera del muchacho, pero el demonio no salió porque ellos no estaban plenamente convencidos en su corazón de que eso sucediera, lo suyo era de la boca para afuera, no de la boca para adentro.

Romanos 8:1 Ahora, pues, ninguna condenación hay para los que están en Cristo Jesús, los que no andan conforme a la carne, sino conforme al Espíritu.

Lo mismo sucede con este versículo, algunos creen la primera parte del mismo y dicen: “estoy en Cristo, nada me condena”. Sin embargo lo creen en la mente pero no en el corazón, porque  en todo ven el fuego del infierno: “No tomes, no comas, no veas tele, no hagas esto ni aquello” es lo que está en sus corazones.
Y en cuanto a la segunda parte del versículo, el asunto es peor. Allí dice “que los que están en Cristo no andan conforme a la carne”. Sin embargo ellos no obedecen la fe, más bien tratan en la carne de vencer la tentación, el pecado y los vicios, porque no creen que eso es obra del Espíritu Santo.
No tenemos que esforzarnos por ser mejores o por abstenernos de nada, Dios no quiere sacrificios, lo que quiere es misericordia (Mateo 9:13). No tenemos que aparentar lo que no somos, Dios no quiere maquillajes.
Bástate mi gracia (2 Corintios 12:9), significa confiar en Dios sin hacer nada al respecto, es creerle que es El Espíritu Santo el que hace toda obra en nosotros.
La fe desobediente es aquella en la que siempre está la carne de por medio. Y es una muestra de que seguimos cargando “el viejo hombre”, pero el consejo divino es que no nos conformemos a este siglo, sino que  renovemos nuestra mente para comprobar cuál es la voluntad de  Dios, agradable y perfecta (Romanos 12:2).
Si no obedeces la fe para hacer la voluntad de Dios agradable y perfecta, es porque no has renovado tu mente y vives en la oscuridad, por lo tanto reflexiona y cambia de actitud. Estamos en navidad, es el mejor momento para hacerlo.  




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