miércoles, 27 de abril de 2016

LA BUENA SEMILLA DE DIOS

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El Señor Jesucristo enseñó dos parábolas acerca del sembrador. En la primera parábola dijo que la semilla sembrada era la palabra del Reino o la palabra de Dios (Lucas 8:11). En la segunda parábola, dijo que la buena semilla eran los hijos del reino (Mateo 13:38).
De modo que, cuando el sembrador que es nuestro Señor (Mateo13:37)  siembra, él siembra no solamente la palabra sino que siembra también a los nuevos hijos de Dios.  Es decir, Jesús no solamente envía su palabra sino que envía a los nacidos de nuevo, a los cuales  él siembra como semillas.

Juan 12:24 De cierto, de cierto os digo, que si el grano de trigo no cae en la tierra y muere, queda solo; pero si muere, lleva mucho fruto. 12:25 El que ama su vida, la perderá; y el que aborrece su vida en este mundo, para vida eterna la guardará. 12:26 Si alguno me sirve, sígame; y donde yo estuviere, allí también estará mi servidor. Si alguno me sirviere, mi Padre le honrará.

Dios envió a su propio Hijo como un grano de trigo que cae en la tierra y muere, para producir muchos granos de trigo. El verso 24 del pasaje citado,  señala claramente al Señor Jesucristo como esa primera semilla. Sin embargo, el verso 25  nos revela que esa muerte de aplica para todos los creyentes. “El que ama su vida”, se refiere a cualquier persona. En el verso 26 el Señor Jesús lo deja claro cuando dice: “Si alguno me sirve, sígame y donde yo estuviere, allí también estará mi servidor. Si alguno me sirviere, mi Padre le honrará”.
Cuando Dios envió a su Hijo al mundo, lo sembró como una semilla, el Señor Jesucristo vino para ser sembrado y así dar fruto. De la misma manera,  los creyentes también tenemos que ser sembrados para poder dar fruto.
El ser fructífero no se obtiene por enseñanzas claras, ni por memorizar las Escrituras, sino por medio de caer en la tierra y morir. Esta es la obra de la cruz, la cruz es un hecho, no una enseñanza, la verdadera muerte produce verdadero fruto. Si no hay muerte, tampoco hay fruto. En la medida que hay muerte, en esa misma medida hay también fruto.  Dichosamente no tenemos que morir en una cruz, sino que somos sembrados en el bautismo, en semejanza de la cruz:

Romanos 6:4 Porque somos sepultados juntamente con él para muerte por el bautismo, a fin de que como Cristo resucitó de los muertos por la gloria del Padre, así también nosotros andemos en vida nueva. 6:5 Porque si fuimos plantados juntamente con él en la semejanza de su muerte, así también lo seremos en la de su resurrección;

En el bautismo somos sembrados como semillas, somos plantados juntamente con Cristo en la semejanza de su muerte para poder renacer y dar fruto y ese fruto son los nuevos hijos de Dios, que también son sembrados.
Cuando nos bautizamos no lo hacemos como el cumplimiento de una simple ordenanza, no se trata solamente de consumirse en el agua por cumplir, se trata de algo más profundo, se trata de entregarle a Dios nuestra vida en el momento mismo del bautismo.
El principio involucrado aquí es: “La muerte produce vida”. Esto es lo que dijo Pablo: “De manera que la muerte actúa en nosotros; y en vosotros la vida” (2ª Corintios 4:12).
Tenemos que plantar la semilla en los corazones humanos, esperando confiadamente una buena cosecha. Sin embargo, para que eso surta efecto, la palabra de Dios no puede ser una simple enseñanza objetiva o mental, sino que tiene que ser algo que primero haya producido muerte en nosotros.
Yo no puedo enseñarle a alguien que “tiene que vivir para Cristo” (2 Corintios 5:15) si yo no vivo para Cristo, porque lo que está sucediendo es que estoy recitando un versículo, pero no estoy viviendo ese versículo en mi espíritu.
Yo no puede hablarle a alguien de fe, sino existe una medida de fe en mí. Los frutos no se dan porque las personas entiendan alguna enseñanza, no es algo que va de mente a mente, sino de espíritu a espíritu.
Hay creyentes que ni siquiera comparten la palabra de Dios en las redes sociales por temor al qué dirán, por temor a que los señalen de panderetas, por temor a perder sus amistades; esto es así porque no han muerto totalmente, su orgullo y su vanidad aún permanecen intactos.
Esto lo podemos ver mucho en la alabanza. Hay un salón con 200 personas,  es posible que todos canten, pero son muy pocos los que están sintiendo esa canción en sus corazones, la mayoría simplemente la están recitando.
Jesús dijo que la adoración debía de ser en espíritu y en verdad (Juan 4:23). La enseñanza debe ser igual, debe ser en verdad, o sea que se debe enseñar únicamente la verdad absoluta de Dios que está escrita en la Biblia y no las medias verdades o mentiras del hombre. Y debe ser en espíritu, que lo que enseñemos salga de nuestro espíritu, no de nuestra mente.
Hay creyentes que no se saben ni un versículo de la palabra de Dios. Entonces alegan falsa memoria, pero eso no es mala memoria, porque es “Dios quien pone sus leyes en nuestro corazón y las escribe en nuestra mente” (Hebreos 10:16), pero únicamente cuando tenemos verdadero interés en así suceda.
Si algunos creyentes no se saben ni un versículo de la Biblia es porque no tienen sed de Dios y por lo tanto no están capacitados para dar fruto.
Está probado científicamente, que las personas que leen mucho son las que tienen mejor ortografía, las que leen poco son las que tienen una pésima ortografía. Esto es así porque de tanto leer te acostumbras a las palabras y cuando una está mal escrita, te das cuenta inmediatamente, aunque no sepas nada de ortografía.
Esto sucede con la lectura de la palabra de Dios, de tanto leerla, los versículos se irán sembrando en tu mente y en tu corazón, esa es la manera como el Espíritu Santo te santifica (Juan 17:17).
Jesús dijo: Escrito está: “No sólo de pan vivirá el hombre, sino de toda palabra de Dios” (Lucas 4:4).
Ese alimento tiene que ser diario, si solamente te alimentas de vez en cuanto, te dará anorexia espiritual y no podrás servirle al Señor.
Un grano de trigo necesita caer en tierra y morir antes de que pueda llevar mucho fruto. Antes de que el grano de trigo sea sembrado, puedes ver que tiene una cáscara exterior. Esta cáscara protege al grano de trigo de ser dañado y también impide que el grano de trigo lleve fruto. Sin romper la cáscara exterior, la vida interior no puede abrirse paso y salir fuera. Después que este grano de trigo cae a tierra, una acción química entre la tierra y el agua comienza a trabajar al grano de trigo. Poco después, esa cáscara exterior es rota, entonces la vida en el grano de trigo es puesta en libertad para que produzca más fruto.
Nuestro Señor Jesucristo mismo es ese grano de trigo que cayó en tierra y, habiendo muerto, produjo mucho fruto. Le aconteció a nuestro Señor Jesús que su vida fuera puesta en libertad por medio de su muerte. Así también debe sucedernos a nosotros. De modo que ese principio o regla de producir fruto no estriba en enseñar sino en morir.
Sólo podemos librarnos de esa corteza exterior por medio del obrar de la cruz en nuestro diario vivir, lo que se conoce como el quebrantamiento.
Si una persona no ha sido quebrantada a través de las pruebas o la disciplina del Señor, no está apta para sembrar. Ciertamente, el principio elemental para producir fruto es tener esa experiencia de muerte. Sin muerte, el grano de trigo permanece solo y no va a producir fruto.
Muchos creyentes que no entienden la palabra de Dios creen que dar fruto tiene que ver con el comportamiento humano, y confunden dar testimonio con tener buen comportamiento. Debido a ello, se esfuerzan en la carne para hacerle frente a la tentación y al pecado. O se ponen máscaras para aparentar lo que no son.

Gálatas 3:1 ¡Oh gálatas insensatos! ¿quién os fascinó para no obedecer a la verdad, a vosotros ante cuyos ojos Jesucristo fue ya presentado claramente entre vosotros como crucificado? 3:2 Esto solo quiero saber de vosotros: ¿Recibisteis el Espíritu por las obras de la ley, o por el oír con fe? 3:3 ¿Tan necios sois? ¿Habiendo comenzado por el Espíritu, ahora vais a acabar por la carne?

Los que hacen esto no obedecen la verdad, porque el Espíritu Santo se recibe por fe, no por obras. Todo lo que sucede en nosotros es obra del Espíritu Santo, y nadie debe de tratar de perfeccionarse por medio de la carne.
La gracia es mirar fijamente a la misericordia de Dios sin ningún esfuerzo nuestro por mejorarnos a nosotros mismos. No es asunto de lo que yo debería hacer; es asunto de  mirar totalmente a la gracia del Señor Jesucristo.
Dar testimonio no es ponernos de ejemplo, dar testimonio es sembrar, y sembrar es llevar el evangelio de Cristo para cosechar almas para Cristo.

Mateo 7:33 Porque vino Juan el Bautista, que ni comía pan ni bebía vino, y decís: Demonio tiene. 7:34 Vino el Hijo del Hombre, que come y bebe, y decís: Este es un hombre comilón y bebedor de vino, amigo de publicanos y de pecadores. 7:35 Mas la sabiduría es justificada por todos sus hijos.

Siempre te van a criticar por tu comportamiento, por lo que comes o bebes, por lo que no comes o no bebes, lo hicieron con Juan el Bautista, lo hicieron con Jesús y lo harán contigo. La sabiduría no está en comer o dejar de comer, en beber o no beber, la sabiduría está en engendrar hijos espirituales. Eso lo logras cuando te unes a Cristo, no cuando dejas de fumar o de beber.

Juan 15:5 Yo soy la vid, vosotros los pámpanos; el que permanece en mí, y yo en él, éste lleva mucho fruto; porque separados de mí nada podéis hacer.

Jesús dijo que separados de él nada podemos hacer, lo que significa que nada que hagamos en la carne producirá fruto. Únicamente producirá fruto la obra de Cristo en nosotros.
Efesios 5:31 dice que somos una sola carne con Cristo, lo que esto significa es que la obra de Cristo es doble: Una parte es, “nosotros en Cristo” y la otra es, “Cristo en nosotros”.
Nosotros en Cristo señala el hecho de que en el bautismo nos convertimos en parte del cuerpo de Cristo, mientras que Cristo en nosotros hace que sea posible que experimentemos a Cristo como nuestra vida.

1 Corintios 1:30 Mas por él estáis vosotros en Cristo Jesús, el cual nos ha sido hecho por Dios sabiduría, justificación, santificación y redención; 1:31 para que, como está escrito: El que se gloría, gloríese en el Señor.

Dios nos puso en Cristo, no es algo que nosotros obtuviéramos a través de nuestro comportamiento. Y al ponernos en Cristo nos justificó, nos santificó, nos redimió, para que nadie se gloríe o se crea mejor que los demás.
Y Cristo estando en nosotros,  tomará las riendas de nuestra vida y hará que produzcamos fruto. Tanto el estar en Cristo o Cristo en nosotros, es algo que no tiene nada que ver con nuestra carne o esfuerzo.

Romanos 12:1 Así que, hermanos, os ruego por las misericordias de Dios, que presentéis vuestros cuerpos en sacrificio vivo, santo, agradable a Dios, que es vuestro culto racional.

Lo que Dios espera de nosotros, es que le entreguemos nuestros cuerpos en sacrificio vivo, que pongamos nuestros cuerpos en el altar para que el Señor haga con ellos lo que tiene que hacer.  El problema es que muchos siguen teniendo el control (al andar en la carne) y no le permiten al Señor obrar en ellos.

Romanos 6:5 Porque si fuimos plantados juntamente con él en la semejanza de su muerte, así también lo seremos en la de su resurrección;

Si creemos que hemos sido unidos con Cristo en la semejanza de su muerte, entonces también debemos creer quehemos llegado a estar unidos con él en su resurrección.

Gálatas 2:20 Con Cristo estoy juntamente crucificado, y ya no vivo yo, mas vive Cristo en mí; y lo que ahora vivo en la carne, lo vivo en la fe del Hijo de Dios, el cual me amó y se entregó a sí mismo por mí. 2:21 No desecho la gracia de Dios; pues si por la ley fuese la justicia, entonces por demás murió Cristo.

Si quieres ser una semilla que de fruto, entonces quiero que le pongas atención a este versículo y que le pidas a Dios que lo grabe en tu corazón y en tu mente.
Estamos crucificados con Cristo, ya no tenemos una vida, el que vive es Cristo en nosotros, es Dios quien produce en nosotros el querer como el hacer por su buena voluntad (Filipenses 2:13).
Entiende esto de una vez por todas, abre tus ojos, es Dios quien nos une a Cristo, es Cristo quien vive en nosotros, descansa en Cristo, déjale a él las cargas, porque si insistes en mejorarte por tu propio esfuerzo nunca podrás crecer espiritualmente y nunca podrás dar fruto.
Supongamos que tienes cien mil colones en tu billetera. Si esa billetera se pierde, también se pierden los cien mil colones que están unidos a ella. Si le envías esa billetera a un familiar en Estados Unidos, allá llegarán también los cien mil colones que están unidos a la billetera. Nuestra muerte y resurrección con Cristo, está de acuerdo con el mismo principio.
2 Corintios 5:17 De modo que si alguno está en Cristo, nueva criatura es; las cosas viejas pasaron; he aquí todas son hechas nuevas.5:18 Y todo esto proviene de Dios, quien nos reconcilió consigo mismo por Cristo, y nos dio el ministerio de la reconciliación;

Nuestra vida natural, ser mentiroso, engañador, adúltero, malvado o violento ha muerto en Cristo; esa vida ya ha pasado, ya no existe para Dios.
Del mismo modo, hemos sido resucitados en Cristo y  hemos entrado en una nueva creación, en esa nueva creación somos justos y santos, esa es la manera en que Dios no ve ahora.  Pero no te jactes, esa no es tu obra, todo proviene de Dios, que nos reconcilió consigo mismo con Cristo y nos dio el ministerio de la reconciliación o ministerio de la siembra.
Todo lo que hemos heredado de Cristo, no fue por medio de nuestro comportamiento ni por medio de nuestro esfuerzo.  Todo lo que es de Dios es forjado en Cristo, no en nosotros. Pero, debido a que estamos en Cristo, todas estas cosas han sido forjadas dentro de nosotros también.
No es la intención de Dios que el creyente aprenda a imitar a Cristo, lo use como modelo y después de cinco o diez arduos años, llegue a ser como él, eso es religión, eso no es el evangelio.
Pablo insistió en que fue Cristo quien fue crucificado y resucitado, no el creyente. El secreto de la vida cristiana, no estriba en usar la vida de Cristo, sino en permitir que esa vida nos use a nosotros.
Siempre que encaramos algún problema, necesitamos decirle al Señor Jesús: “Señor, yo no puedo, pero tu vida en mí sí puede”. No necesitamos ejercitar nuestra fuerza, porque Dios nos ha dado una herencia y esa herencia es nada menos que Cristo mismo.
Lo que nos diferencia a los hijos de Dios de los demás, no es que somos mejores que los demás, lo que nos diferencia es que tenemos a Cristo dentro de nosotros y viviendo por nosotros.
Mientras que los que no han nacido de nuevo, deben usar sus propias fuerzas, nosotros sólo necesitamos un poco de fe. Quiero que entiendas de una vez por todas que el Señor Jesús es nuestra santidad, nuestra justificación, nuestra humildad, nuestra paciencia,  él lo es todo. Si ya no gruñes como antes, si ya no maldices como antes, si ya no mientes como antes,  no es por tu esfuerzo, es la obra de Cristo en ti.
La muerte de Cristo cubre tres aspectos en nosotros: 1) sustitución, 2) identificación, y 3) dar fruto.
En primer lugar, el Señor Jesús tomó nuestro lugar en la cruz, derramando su preciosa sangre como nuestro sustituto. En segundo lugar no tuvimos parte alguna en el acto en que Cristo derramó su sangre, pero al bautizarnos nos identificamos con su muerte y resurrección. El tercer aspecto de su muerte está claramente señalado en Juan 12:24, cuando Jesús declaró: “que si el grano de trigo no cae en la tierra y muere, queda solo; pero si muere, lleva mucho fruto”, porque por medio de su muerte, y por medio de nuestra muerte, Dios tiene ahora innumerables hijos.  

Juan 4:9 En esto se mostró el amor de Dios para con nosotros, en que Dios envió a su Hijo unigénito al mundo, para que vivamos por él.

Antes de la resurrección, nuestro Señor Jesús era el hijo unigénito de Dios; pero después de su muerte y resurrección, Jesús dejó de ser el unigénito hijo para ser el primogénito Hijo de Dios;

Juan 20:17 Jesús le dijo: No me toques, porque aún no he subido a mi Padre; mas ve a mis hermanos, y diles: Subo a mi Padre y a vuestro Padre, a mi Dios y a vuestro Dios.

El día de su resurrección, el Señor le dijo a María Magdalena: “Subo a mi Padre y a vuestro Padre”. Antes, el Padre era sólo el Padre de Jesús. No nos era posible llamarle Padre. Pero desde la resurrección de Cristo, el Hijo unigénito de Dios es ahora el primogénito Hijo de Dios, porque todos los que hemos nacido de nuevo, hemos sido adoptados como sus hijos, y Jesús es nuestro hermano, “Porque el que santifica y los que son santificados, de uno son todos; por lo cual no se avergüenza de llamarlos hermanos” (Hebreos 2:11).

Romanos 8:9 Mas vosotros no vivís según la carne, sino según el Espíritu, si es que el Espíritu de Dios mora en vosotros. Y si alguno no tiene el Espíritu de Cristo, no es de él.

Se acostumbra decir que todos los seres humanos somos hijos de Dios, pero esa es una mentira del diablo, los únicos hijos de Dios son los que tienen el Espíritu de Cristo, el cual viene a ellos cuando son sepultados y resucitados en el bautismo (Hechos 2:38).
Lamentablemente, muchos consideran que la vida de Cristo dentro de nosotros sirve solamente para vigorizarnos. Después de que son salvos, tratan de imitar a Cristo como si estuvieran copiando un documento. Si logran eso, piensan que son buenos cristianos; pero si fracasan, piensan que no son buenos cristianos. Piden que Señor les de fuerzas para ser como Cristo
Si como hijo de Dios no tratas de ser más bueno, no te esfuerzas por dejar de pecar o por dejar de hacer esto o aquello, te van a señalar, te van a criticar, pero los que hacen esto no conocen el evangelio.
Ya Dios declaró que somos incorregibles, porque así somos los seres humano: incorregibles. Por esta razón, Dios no quiere que vivamos por nuestros propios medios. En vez de eso, Dios nos concede que Cristo sea nuestra vida, para expresar el vivir de Cristo por nosotros. Tal es, pues, la salvación que Dios provee a los seres humanos.
El apóstol Pablo no dijo: “Yo seré como Cristo”, o “yo imitaré a Cristo”,  lo que dijo fue: «Cristo vuestra vida» (Colosenses 3:4), y «Para mí el vivir es Cristo» (Filipenses 1:21).
Pablo reconoció que su vida era Cristo. Luego dijo: «Y ya no vivo yo, mas vive Cristo en mi» (Gálatas 2:20). En otras palabras, ahora Cristo está viviendo por mí. ¿Por qué? Porque «Engañoso es el corazón más que todas las cosas, y perverso» (Jeremías 17:9).
A menos que Cristo viva en ti, no puedes evitar el cometer pecados. El corazón humano está tan corrompido, que está más allá de la posibilidad de ser reparado. De modo que Dios tiene que quitarlo de en medio y reemplazarlo con Cristo como nuestra vida.
¿Qué es, entonces, la vida victoriosa? Que el Hijo de Dios en nosotros vence los pecados por nosotros; esta es la vida victoriosa. No se trata de que el Señor nos da poder para ser santos y puros, la vida victoriosa es Cristo mismo manifestando su propia obediencia en ti y en mi.

Romanos 8:1 Ahora, pues, ninguna condenación hay para los que están en Cristo Jesús, los que no andan conforme a la carne, sino conforme al Espíritu. 8:2 Porque la ley del Espíritu de vida en Cristo Jesús me ha librado de la ley del pecado y de la muerte.

Ya no hay ninguna condenación para ti, no porque andas esforzándote en la carne para vencer el pecado y la tentación, sino porque andas conforme al Espíritu, o sea viviendo por fe, confiando en que Cristo vencerá por ti.
El pecado es una ley (Romanos 7:23) que hace que pequemos, es la ley el pecado que nos lleva a la muerte.  Ningún ser humando está capacitado para vencer esa ley por sí mismo. Si lo intenta una y otra vez, terminará derrotado y diciendo “miserable de mí, ¿quién me librará de este cuerpo de muerte? (Romanos 7:27).
Lo único que nos libra de la ley del pecado es otra ley, esa otra ley es la ley  del Espíritu de vida en Cristo Jesús.  Esa ley es la obra del Espíritu Santo, no es nuestra obra. No podemos vencer la ley del pecado, es Cristo en nosotros el que la vence.

Ezequiel 11:19 Y les daré un corazón, y un espíritu nuevo pondré dentro de ellos; y quitaré el corazón de piedra de en medio de su carne, y les daré un corazón de carne, 11:20 para que anden en mis ordenanzas, y guarden mis decretos y los cumplan, y me sean por pueblo, y yo sea a ellos por Dios.

Cuando nos bautizamos Dios pone en nosotros un espíritu nuevo y pone su Espíritu dentro de nuestro espíritu para que andemos en sus ordenanzas y seamos su pueblo. Sin su Espíritu jamás podríamos andar en sus ordenanzas, porque te gloriarías y Dios no quiere que te gloríes, tómalo muy en cuenta.

Juan 14:16 Y yo rogaré al Padre, y os dará otro Consolador, para que esté con vosotros para siempre: 14:17 el Espíritu de verdad, al cual el mundo no puede recibir, porque no le ve, ni le conoce; pero vosotros le conocéis, porque mora con vosotros, y estará en vosotros. 14:18 No os dejaré huérfanos; vendré a vosotros.

El Espíritu Santo es Cristo en nosotros. Así funciona todo en la vida cristiana. Si vas a dar fruto no es porque tengas mucha oratoria, o porque hayas sacado un título en un instituto bíblico, o porque te sabes la Biblia de memoria, si  vas a dar fruto es porque realmente has renunciado a tu vida para vivir para Cristo, y  has permitido que Cristo tome el control de tu vida.

Recuerda que Dios te ha dado un ministerio, te ha nombrado su embajador (2 Corintios 5:20), y debes obedecerlo. Renuncia a todo aquello que te está impidiendo producir vidas. En cuanto hagas eso, te convertirás en la buena semilla que produce mucho fruto. 

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