miércoles, 4 de mayo de 2016

EL PELIGRO DE NO PERDONAR

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El Señor Jesús dijo que “si perdonamos a los hombres sus ofensas, Dios también perdonará las nuestras, pero si no perdonamos a los hombres sus ofensas, Dios tampoco nos perdonará” (Mateo 6:14-15).
Esto implica ni más ni menos que la falta de perdón ata a Dios y le impide derramar su gracia sobre nosotros; implica que la falta de perdón le cierra la puerta a Dios y se la abre al diablo.
El rencor es la incapacidad de perdonar, es un sentimiento de hostilidad o enemistad hacia una persona, motivado por una ofensa, daño o perjuicio sufrido. Y esa incapacidad de perdonar es culpa de un  corazón que no conoce a Dios.

Mateo 15:19 Porque del corazón salen los malos pensamientos, los homicidios, los adulterios, las fornicaciones, los hurtos, los falsos testimonios, las blasfemias.

Como podemos ver, el corazón es la fuente de la maldad, por eso, de la abundancia del corazón habla la boca (Mateo 12:34) ¿Quieres conocer el corazón de una persona? Déjala que hable.

Ezequiel 36:26 Os daré corazón nuevo, y pondré espíritu nuevo dentro de vosotros; y quitaré de vuestra carne el corazón de piedra, y os daré un corazón de carne. 36:27 Y pondré dentro de vosotros mi Espíritu, y haré que andéis en mis estatutos, y guardéis mis preceptos, y los pongáis por obra.

El corazón está infectado de toda maldad, por eso, cuando tenemos un nuevo nacimiento, Dios cambia nuestro corazón y nuestro espíritu, nos da un corazón nuevo que no alberga rencor alguno, y un espíritu nuevo en el cual pone su Espíritu para que podamos andar en sus caminos. Además derrama su amor en nuestros corazones por el Espíritu Santo que nos es dado (Romanos 5:5).
Por ello, es imposible que un hijo de Dios no perdone los agravios, porque el amor de Dios que ha sido derramado en su corazón todo lo perdona. Si una persona no perdona y está llena de rencores, esa es una evidencia que no ha tenido un nuevo nacimiento.
Ahora, perdonar no significa olvidar. En el nuevo nacimiento el Señor cambia nuestro corazón y nuestro espíritu, pero no cambia nuestra mente que es parte del alma, la mente permanece intacta y ella conserva muchos recuerdos que no se borran con el tiempo.
El hecho de que recordemos cosas malas que nos han hecho, no significa que tengamos rencores; pero una cosa es recordar el pasado y otra es vivir del pasado.
Las circunstancias pueden hacer que recordemos el pasado, eso es una cosa; pero hay personas que viven recordando el pasado, éstas últimas no han tenido un nuevo nacimiento porque ese recordar insistente denota una falta de perdón.

Mateo 18:21  18:21 Entonces se le acercó Pedro y le dijo: Señor, ¿cuántas veces perdonaré a mi hermano que peque contra mí? ¿Hasta siete? 18:22 Jesús le dijo: No te digo hasta siete, sino aun hasta setenta veces siete.

Pedro le preguntó a Jesús si debería perdonar al hermano que lo agraviaba por siete veces, y el Señor le dijo que no siete sino setenta veces siete.  No es que debemos perdonar 490 veces, lo que Jesús quiso decir es que debemos perdonar las veces que sean necesarias.
Inmediatamente Jesús le dijo que el reino de los cielos es semejante a un rey que hizo cuentas con sus siervos; que el Rey le perdonó una deuda de 10.000 talentos a uno de sus siervos, pero éste ,una vez que fue perdonado, no perdonó a un consiervo que le debía cien denarios, entonces el rey muy molesto lo entregó a los verdugos hasta que pagase todo lo que debía y agregó: “Así también mi Padre celestial hará con vosotros si no perdonáis de todo corazón cada uno a su hermano sus ofensas”. (Mateo 18:23-35)
La base fundamental del perdón se encuentra en el sacrificio de Cristo en la cruz, todo el perdón, tanto divino como humano tiene como base este sacrificio.

Hebreos 10:17 añade: Y nunca más me acordaré de sus pecados y transgresiones. 10:18 Pues donde hay remisión de éstos, no hay más ofrenda por el pecado.

Lo que Dios hizo con nuestros pecados fue quitarlos de sobre nuestra persona y depositarlos en la persona de Cristo, donde fueron redimidos; el castigo y la justicia se cumplieron en la persona de Jesús y el pecador queda libre del pecado y de la culpa, por lo tanto, también del castigo.
Es de suma importancia el notar que Dios cumple su justicia una sola vez, por eso es que él perdona los pecados  y no se acuerda nunca más de ellos.
Ahora, no es que Dios no se acuerda de ellos, claro que se acuerda, lo que pasa es que no nos los recuerda, no nos los toma en cuenta, como si nunca hubiésemos pecado.

Romanos 5:20 Pero la ley se introdujo para que el pecado abundase; mas cuando el pecado abundó, sobreabundó la gracia;

No hay un pecado tan grande que la gracia de Dios no pueda cubrir, cuando sobreabunda el pecado, sobreabunda la gracia y esto es algo que nos cuesta entender.
Dios no comete un acto de injusticia al perdonarnos, ya que Jesús pagó por todos los pecados. Lo entendemos cuando nos damos cuenta que el perdón es parte de la gracia de Dios, no es algo que podemos comprar o conseguir de manera alguna, la única manera de obtenerlo es a través de Cristo Jesús.
Una persona que no ha nacido de nuevo, tiene problemas para perdonar, pero si una persona ha nacido de nuevo no tiene problemas para perdonar porque la gracia de Dios está sobre ella, ella simplemente recibe gracia y da de esa gracia.
El pecado es un espíritu que mora en el viejo hombre (Romanos 7:17), el pecado es una fábrica de pecados. Cuando Adán pecó, ese espíritu se introdujo en él y esa mezcla produjo la carne (Génesis 6:3) pecaminosa. Todos somos hijos de Adán y por lo tanto todos tenemos una naturaleza pecaminosa.
Dios no ganaría nada con perdonarnos los pecados si no elimina esa naturaleza pecaminosa. Esa es la razón por la cual debemos bautizarnos, porque el bautismo es un acto simbólico mediante el cual le damos sepultura al viejo hombre (Romanos 6:3-5) que tiene esa naturaleza pecaminosa:

Colosenses 2:11 En él también fuisteis circuncidados con circuncisión no hecha a mano, al echar de vosotros el cuerpo pecaminoso carnal, en la circuncisión de Cristo; 2:12 sepultados con él en el bautismo, en el cual fuisteis también resucitados con él, mediante la fe en el poder de Dios que le levantó de los muertos.

Al bautizarnos, echamos de nosotros esa naturaleza pecaminosa que contiene el pecado. Y Dios nos da un espíritu nuevo y pone su Espíritu en nuestro espíritu para que cada vez pequemos menos.
Antes de bautizarnos, hay un espíritu de pecado  dentro de nosotros que nos hace pecar, pero luego del bautismo hay un Espíritu Santo dentro de nosotros que hace que dejemos de pecar.
Dios no puede perdonarnos si no nos separamos de esa naturaleza pecaminosa, de nada le valdría. De allí la importancia del bautismo. Si Dios tratase el pecado sin esa separación él tendría que tratar con el viejo hombre y tendría que enviarlo al infierno.
Para que ocurra el perdón se necesitan tres partes: El ofendido, el ofensor y el depositario del pecado. Muchas veces pensamos que solo dos son necesarios. Esto es lo que hace la diferencia entre el perdón humano y el perdón divino. El hombre pasa por alto el pecado mientras que Dios lo quitó y lo envió en su depositario Cristo Jesús. Jesús es la propiciación por el pecado porque él es el depositario de la culpa y esto nos libra de la misma.
Al principio dijimos que la falta de perdón le cierra la puerta a Dios y se la abre al diablo. Usted puede tener una casa con puertas de doble cerradura. Afuera, hay un acosador peligroso, invisible, que está esperando que dejes una puerta abierta para escurrirse adentro y sorprenderte. Él desea saquear sus posesiones y mutilar a los que usted ama. Quizás hasta asesine a alguien. Sabiendo esto, ¿Olvidaría usted pasarle los seguros al cerrojo de tu puerta? Por supuesto que no.
Lo absurdo de esto, que cuando no perdonas a tu ofensor, le abres la puerta al diablo.  Aunque no hayas hecho nada para merecer una ofensa, tampoco has hecho nada para merecer el perdón de Dios.
Dios te perdona y te cierra la puerta con cuatro cerraduras, pero si tú no perdonas a tu ofensor, te sucederá lo del siervo que no perdonó al consiervo y Dios te dejará en manos del verdugo.
No perdonar es dejar la puerta entreabierta al diablo, o es dejarle las llaves en la alfombra, para que ingrese fácilmente a hacerte daño:

Efesios 4:26 Airaos, pero no pequéis; no se ponga el sol sobre vuestro enojo, 4:27 ni deis lugar al diablo.

Si no perdonamos, le damos lugar al diablo, para que ingrese a efectuar su obra de destrucción. La falta de perdón es la llave que usará, para ingresar tranquilamente.

Mateo 6:14 Porque si perdonáis a los hombres sus ofensas, os perdonará también a vosotros vuestro Padre celestial; 6:15 mas si no perdonáis a los hombres sus ofensas, tampoco vuestro Padre os perdonará vuestras ofensa

Si no perdonas, Dios no te perdona. Si Dios no te perdona, estás en manos del diablo. El diablo entrará a la casa, invitará a sus amigos los demonios e iniciara su fiesta.  Se robará tu salud, tus bienes y hasta tu vida.

Mateo 5:23 Por tanto, si traes tu ofrenda al altar, y allí te acuerdas de que tu hermano tiene algo contra ti, 5:24 deja allí tu ofrenda delante del altar, y anda, reconcíliate primero con tu hermano, y entonces ven y presenta tu ofrenda.

Si traes tu ofrenda, pero no te has reconciliado con aquel que tiene algo contra ti, tu ofrenda será rechazada y tu oración no será escuchada. Si no nos reconciliamos con nuestros ofensores, estamos dejando la puerta entreabierta para que Satanás penetre fácilmente.

Colosenses 3:13 soportándoos unos a otros, y perdonándoos unos a otros si alguno tuviere queja contra otro. De la manera que Cristo os perdonó, así también hacedlo vosotros. 3:14 Y sobre todas estas cosas vestíos de amor, que es el vínculo perfecto.

En la Biblia, el pecado se asemeja a una deuda y el perdón a la cancelación de esa deuda. El verbo griego que se traduce “perdonar” significa “pasar por alto una deuda, renunciar a ella al no exigir su pago”. Por eso, cuando decidimos perdonar a alguien que nos ha herido, ya no consideramos que nos deba nada.
Perdonar no significa que pensemos que esté bien lo que hizo o que no nos duela. Más bien, hemos decidido no guardar resentimiento, aunque tengamos razones para estar molestos.
Si estamos enojados y resentidos, y no perdonamos, nos perjudicamos. Esos sentimientos negativos impiden que seamos felices, condicionan nuestra vida y nos hacen desdichados. Y eso puede incluso el ocasionar serios problemas de salud. Un informe del doctor Yoichi Chida y del profesor de Psicología Andrew Steptoe publicado en la revista médica Journal of the American College of Cardiology dice: “Estudios recientes apuntan a una peligrosa relación entre la ira y la hostilidad, y la cardiopatía coronaria”.
Pero lo que nos suceda aquí no es tan importante como lo que nos suceda después de la muerte. Ha quedado claro que si no perdonamos, Dios no nos perdona y si Dios no nos perdona por un rencor guardado en nuestro corazón, lo que nos espera después de la muerte es un viaje al infierno.
Pero, “yo me bauticé y Dios me perdonó”, dirá alguien por allí. Bueno, cualquier rencor que exista en una persona, impedirá que el perdón que Jesús otorgó en la cruz hace más de dos mil años, se haga efectivo en esa persona al momento del bautismo, ese perdón quedará en suspenso.
Ahora piense en el lado positivo, es decir, los beneficios de perdonar. Cuando perdonamos a los demás mantenemos la paz y la unidad, y nos llevamos bien con otros. Pero lo más importante es que garantizamos que el perdón de Dios se haga efectivo en nosotros y mantengamos la esperanza de la vida eterna.
No debemos perdonar al ofensor una vez, ni siquiera siete veces, lo debemos perdonar hasta setenta veces siete, lo debemos perdonar las veces que sean necesarias, siempre porque Dios no te perdona parte de tus pecados, sino que te los perdona todos, no lo olvides.




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