miércoles, 22 de junio de 2016

QUÉ ES EL EVANGELIO?

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La mayoría de creyentes relaciona la palabra evangelio con los relatos de Mateo, Lucas, Marcos y Juan acerca de “la vida, muerte y resurrección de Jesús”. Esto es así porque se enseña que ellos escribieron el “evangelio de Jesús”, sin embargo ellos ni siquiera mencionan la palabra evangelio en sus escritos porque eso no es el evangelio.
El evangelio es un “plan de Dios” del cual Jesús forma parte, eso sí, pero es algo más que el relato de su vida. El evangelio “es poder de Dios para salvación” (Romanos 1:16), y en ese evangelio “se revela la justicia de Dios que es por fe (Romanos 1:17)”. Vayamos a los detalles:

Romanos 1:1 Pablo, siervo de Jesucristo, llamado a ser apóstol, apartado para el evangelio de Dios, 1:2 que él había prometido antes por sus profetas en las santas Escrituras.

El apóstol Pablo fue llamado a ser apóstol y apartado por Dios con el propósito de enseñarnos “el evangelio”, el cual es explicado detalle a detalle en sus epístolas, con un énfasis especial en la “epístola a los romanos”.
Lo primero que Pablo enfatiza, es que el evangelio había sido prometido por Dios en las santas escrituras, era algo que estaba debidamente planificado por Él.  

Romanos 1:3 acerca de su Hijo, nuestro Señor Jesucristo, que era del linaje de David según la carne, 1:4 que fue declarado Hijo de Dios con poder, según el Espíritu de santidad, por la resurrección de entre los muertos,

Lo segundo que enfatiza, es que el tema del evangelio es acerca de la declaratoria de Jesús como hijo de Dios con poder, por la resurrección de entre los muertos.
Debemos entender que la  encarnación”  hizo que el hijo de Dios  se  convirtiera  en hombre, mientras que la “resurrección” hizo que el hombre se convirtiera en hijo de Dios.  Los cuatro evangelistas hablaron de lo primero, pero fue únicamente Pablo el que habló de lo segundo. Y necesitamos tanto lo primero como lo segundo para comprender el evangelio.

Juan 1:1 En el principio era el Verbo, y el Verbo era con Dios, y el Verbo era Dios. 1:2 Este era en el principio con Dios.1:3  Todas las cosas por él fueron hechas, y sin él nada de lo que ha sido hecho, fue hecho.

En el principio, Jesús era el Verbo y estaba con Dios y era Dios. El diccionario define la palabra “verbo” como categoría gramatical que expresa “acción”. Por eso Jesús es el Verbo, porque “todo fue hecho por él y para él y sin él nada se hubiese hecho”.

Filipenses 2:6 el cual, siendo en forma de Dios, no estimó el ser igual a Dios como cosa a que aferrarse, 2:7 sino que se despojó a sí mismo, tomando forma de siervo, hecho semejante a los hombres; 2:8 y estando en la condición de hombre, se humilló a sí mismo, haciéndose obediente hasta la muerte, y muerte de cruz.

Y aquí está el meollo del evangelio; Jesús era Dios, pero no estimó el ser igual a Dios como algo a lo que había que aferrarse, sino que se despojó de su deidad y se hizo semejante a los hombres con el fin de dar su vida para que “el propósito de Dios” se cumpla en nosotros.
No fue sino después de un doloroso proceso de muerte y resurrección, que Jesús fue declarado hijo de Dios con poder. Jesús fue el primer hombre en ser declarado hijo de Dios ya que fue en su humanidad que eso sucedió.
No fue sino después de ese proceso de muerte y resurrección, que el Padre Celestial lo sentó a su diestra en lugares celestiales sobre todo principado y autoridad, poder y señorío, y sobre todo nombre que se nombra, no solo en este siglo, sino también en el venidero y sometió todas las cosas bajo sus pies (Efesios 1:21-22).

Efesios 1:4 según nos escogió en él antes de la fundación del mundo, para que fuésemos santos y sin mancha delante de él, 1:5 en amor habiéndonos predestinado para ser adoptados hijos suyos por medio de Jesucristo, según el puro afecto de su voluntad,

La escritura nos revela que  Dios nos escogió desde antes de la fundación del mundo y nos predestinó para que, al igual que Jesús, seamos hijos suyos.
De acuerdo al diccionario, la palabra «predestinar» significa “destinar anticipadamente algo o alguien para un fin”.
Que estemos predestinados, significa que Dios tiene un propósito para nosotros, el cual consiste en convertirnos en sus hijos, darnos vida eterna y que disfrutemos de su gloria.
Pero el primer hombre cayó en la trampa del diablo, quiso ser igual a Dios en lugar de ser su hijo,  fue destituido de su gloria, y de momento, el propósito de Dios se vio truncado.

Romanos 3:23 por cuanto todos pecaron, y están destituidos de la gloria de Dios, 3:24 siendo justificados gratuitamente por su gracia, mediante la redención que es en Cristo Jesús,

Al igual que Adán, todos los hombres nos vendimos al pecado y pasamos a ser posesión del enemigo de Dios. Sin embargo Dios ya tenía planificado redimirnos a través de su hijo unigénito.
De acuerdo con el diccionario, la palabra “redimir” significa: 1) Rescatar o sacar de esclavitud al cautivo mediante precio y 2) comprar de nuevo algo que se había vendido, poseído o tenido por alguna razón o título. Que Dios quiera redimirnos, significa que quiere restituirnos a su gloria y para ello debe pagar un precio por nosotros.
La redención exigía el derramamiento de sangre, porque sin derramamiento de sangre no hay perdón de pecados (Hebreos 9:22). Entonces, fuimos comprados por precio (1 Corintios 6:20), y ese precio fue la sangre preciosa de Jesús.  
Nuestro Señor Jesús tuvo que pasar por el proceso de muerte y resurrección, para poder redimirnos, de ahí en adelante, depende de cada hombre, aceptar o rechazar ese rescate:

Juan 1:12 Mas a todos los que le recibieron, a los que creen en su nombre, les dio potestad de ser hechos hijos de Dios; 1:13 los cuales no son engendrados de sangre, ni de voluntad de carne, ni de voluntad de varón, sino de Dios.

Todos los que aceptan a Jesús y creen en su nombre, adquieren el derecho de ser hechos hijos de Dios, pero no se convierten automáticamente en hijos de Dios, solamente adquieren el derecho de convertirse en sus hijos.
Supongamos por un momento, que una persona está muy enferma y necesita una transfusión de sangre para sobrevivir. Sin la transfusión de sangre está condenada a morir, entonces usted le dona su sangre, pero la persona tiene la potestad de aceptar o rechazar la transfusión.
Eso sucede con nosotros, por culpa del pecado, todos estamos  condenados a muerte, porque la paga del pegado es muerte (Romanos 6:23) y necesitamos una transfusión de sangre. 
Jesús donó su sangre, pero no todos la aceptan esa donación, son millones los que la rechazan por no creer en que esa sangre puede salvarlos. 
Existe otra buena cantidad de personas que sí aceptan la oferta, pero el hecho de aceptarla no los salva, deben recibir la transfusión, deben ser inyectados con la sangre de Jesús.
Esa transfusión es un proceso de muerte y resurrección. Cuando a una persona le quitan su sangre es como si muriera y cuando le ponen la sangre de otro es como si resucitara. Aunque esa persona sigue siendo ella, ya no es ella porque tiene la sangre de otro.
Eso es lo que sucede con los creyentes; Jesús dio su sangre, pero los creyentes, debemos pasar por ese proceso “de muerte y resurrección”, en el cual dejamos de ser nosotros y pasamos a ser nuevas criaturas. A este proceso, nuestro Señor Jesús le llamó “nuevo nacimiento”:

Juan 3:3 Respondió Jesús y le dijo: De cierto, de cierto te digo, que el que no naciere de nuevo, no puede ver el reino de Dios.

El nuevo nacimiento implica que hay que morir y volver a nacer; por lo tanto es un proceso de muerte y resurrección.

Juan 3:4 Nicodemo le dijo: ¿Cómo puede un hombre nacer siendo viejo? ¿Puede acaso entrar por segunda vez en el vientre de su madre, y nacer? 3:5 Respondió Jesús: De cierto, de cierto te digo, que el que no naciere de agua y del Espíritu, no puede entrar en el reino de Dios. 3:6 Lo que es nacido de la carne, carne es; y lo que es nacido del Espíritu, espíritu es. 3:7 No te maravilles de que te dije: Os es necesario nacer de nuevo.

No se trata de entrar en el vientre de nuestra madre terrenal y volver a nacer, tal y como lo creía Nicodemo. Tampoco es un proceso doloroso como el que vivió Jesús, ya que no debemos “morir y resucitar de manera real” porque es un proceso “a semejanza” de muerte y resurrección”. Esa “semejanza” es a través “del agua y del Espíritu”. El apóstol Pablo lo explica de la siguiente manera:

Romanos 6:3 ¿O no sabéis que todos los que hemos sido bautizados en Cristo Jesús, hemos sido bautizados en su muerte? 6:4 Porque somos sepultados juntamente con él para muerte por el bautismo, a fin de que como Cristo resucitó de los muertos por la gloria del Padre, así también nosotros andemos en vida nueva. 6:5 Porque si fuimos plantados juntamente con él en la semejanza de su muerte, así también lo seremos en la de su resurrección;

Ese proceso de muerte y resurrección o de nuevo nacimiento es a través del bautismo en agua. La palabra bautismo viene de “baptism”, palabra griega  que significa “sepultura”. Pablo nos enseña claramente, que mediante el bautismo somos sepultados y resucitados con Cristo en “la semejanza” de su muerte y resurrección.
Al sumergirnos en las aguas del bautismo, nos unimos a Cristo en su muerte. Es como entrar  en “un túnel del tiempo” y ser traslados al día en que Cristo fue crucificado, para ser crucificados y sepultados con él.  Cuando Cristo resucita, nosotros también resucitamos y entonces regresamos al presente.
Ese túnel se encuentra en las aguas del bautismo. Cuando ingresamos a las aguas, somos sepultados con Cristo y cuando emergemos de  ellas, resucitamos con Cristo.
Para los efectos del cielo, en ese momento morimos y nacemos de nuevo ¿De dónde nacemos? “Del agua”, porque es del agua que nace la nueva criatura en Cristo Jesús. Por eso Jesús dijo que había que nacer del agua.

2 Corintios 5:17 De modo que si alguno está en Cristo, nueva criatura es; las cosas viejas pasaron, he aquí todas son hechas nuevas.

Si alguno está en Cristo es nueva criatura ¿Cuándo es que estamos en Cristo? En el acto del bautismo, en ese momento somos puestos en Cristo para ser sepultados y resucitados con él. Antes de bautizarnos estábamos en Adán, éramos hijos de Adán y parte de su familia. En el bautismo dejamos de ser hijos de Adán para ser adoptados como hijos de Dios. 

Marcos 16:16 El que creyere y fuere bautizado, será salvo; mas el que no creyere, será condenado.

Jesús enseñó que para ser salvos de la condenación, debemos “creer el evangelio y bautizarnos”. En la mayoría de las denominaciones cristianas enseñan que “basta con creer”, pero eso sería “aceptar” la transfusión pero “no llevarla a cabo”. El que no cree está condenado, pero el que cree debe pasar por el proceso de muerte y resurrección, debe nacer del agua y del Espíritu. 
Nacer del agua” es  ser “bautizado”, ya que el agua hace referencia al agua del bautismo”.  ¿Y qué es nacer del Espíritu (con mayúscula)?
Es ser engendrados por Dios (Juan 1:13). De acuerdo con el diccionario, la palabra “engendrar” significa “dar a luz por medio de la fecundación”. Esto significa que en el bautismo somos engendrados por Dios. No solamente nacemos del agua, sino que también nacemos del Espíritu Santo. En ese proceso se nos inyecta la sangre de Jesús y nos convertimos en hijos de Dios. El Espíritu Santo fecunda al creyente, depositando su ADN dentro de él y como resultado nace una nueva criatura en  Cristo Jesús.

Hechos 2:38 Pedro les dijo: Arrepentíos, y bautícese cada uno de vosotros en el nombre de Jesucristo para perdón de los pecados; y recibiréis el don del Espíritu Santo

Muchos enseñan que “al creer” en Cristo se nos perdonan todos nuestros pecados y recibimos el Espíritu Santo, pero esa enseñanza es falsa. Además de creer, se necesita el bautismo. El apóstol Pablo confirmó las palabras de Jesús, enseñando que el bautismo es para perdón de  pecados y para recibir el Espíritu Santo, porque es en el bautismo que se lleva a cabo el nuevo nacimiento.

Juan 14:20 En aquel día vosotros conoceréis que yo estoy en mi Padre, y vosotros en mí, y yo en vosotros.

Jesús dijo que en aquel día conoceríamos que él estaba en el Padre, nosotros en él y él en nosotros. Ese día es el día del bautismo.

Romanos 6:6 sabiendo esto, que nuestro viejo hombre fue crucificado juntamente con él, para que el cuerpo del pecado sea destruido, a fin de que no sirvamos más al pecado. 6:7 Porque el que ha muerto, ha sido justificado del pecado.

Aquí podemos subrayar dos cosas: la segunda de ellas es que  el que ha muerto en el bautismo ha sido justificado del pecado, ya que nadie es justificado de sus pecados a menos que muera con Cristo en el bautismo.
Y la primera cosa es que en el bautismo nuestro viejo hombre es crucificado.
¿Qué es el viejo hombre? La respuesta es que existen dos personas, una antes y otra después del bautismo. La de antes del bautismo es el viejo hombre que está en Adán. La de después del bautismo, es la nueva criatura que está en Cristo. En el viejo hombre mora “el pecado” y en la nueva criatura mora “Cristo”.

Romanos 7:17 De manera que ya no soy yo quien hace aquello, sino el pecado que mora en mí.

El viejo hombre dice: “no soy yo” el que hace lo malo, sino “el pecado” que mora en mi”. Cuando Adán comió de la fruta prohibida, un espíritu de pecado se introdujo en él y el hombre fue su esclavo (Romanos 6:17, Tito 3:3).
No debemos confundir pecado con pecados; el pecado es como la fábrica y los pecados son el producto de esa fábrica.
En la Biblia, a esa “mezcla del “pecado con el hombre” se le llama “la carne” (Génesis. 6:3) y “es carne pecaminosa” lo que denota la naturaleza del hombre.
Algunos maestros de la Biblia dicen que los creyentes tienen dos naturalezas, la pecaminosa y la divina.  Afirman esto porque no han entendido que en Romanos 7, el apóstol Pablo se pone en el lugar del viejo hombre  para ilustrar su enseñanza. Pablo está explicando los alcances de la ley y utiliza el tiempo presente y lo que sucede con el “viejo hombre” que está bajo la ley, no de la nueva criatura, porque la nueva criatura ha muerto para la ley (Romanos 7:6).
Cuando Pablo dice “yo”, se está poniendo en el lugar del viejo hombre que está bajo la ley. Pablo dice: “Pero yo no conocí el pecado sino por la ley(v7). Luego sigue diciendo: “Y yo sin la ley vivía en un tiempo; pero venido el mandamiento, el pecado revivió y yo morí” (v 9). Pablo dice “yo sin la ley vivía en un tiempo.” Ese “yo” no es Pablo porque Pablo nació en los tiempos de la ley. Se está refiriendo al hombre antes de que hubiese ley. Luego dice: “pero venido el mandamiento, el pecado revivió y yo morí”. Eso le pasó a todo hombre cuando llegó la ley. Más adelante dice: “Porque sabemos que la ley es espiritual; mas yo soy carnal, vendido al pecado” (v 14).
¿Estaba Pablo vendido al pecado cuando escribió este versículo? Claro que no, Pablo había sido redimido y perdonado de todos sus pecados. Había sido comprado por precio (1 Corintios 6:20). Pablo se refiere al viejo hombre que está bajo  la  ley.   Más   adelante   dice: ¡Miserable de mí! ¿Quién me librará de este cuerpo de muerte? (v   24). ¿Era Pablo un miserable que vivía en un cuerpo de muerte? Claro que no. Su cuerpo de pecado había sido destruido en el bautismo y ahora tenía un cuerpo de resurrección. Cuando Pablo escribió “miserable de mí”, él se puso en el lugar de todos los miserables que están en Adán. E Inmediatamente viene la respuesta:

Romanos 8:1 Ahora, pues, ninguna condenación hay para los que están en Cristo Jesús, los que no andan conforme a la carne, sino conforme al Espíritu.

La respuesta es que si estás en Cristo ya no hay ninguna condenación. La condenación es para los que está en Adán ¿Por qué “Porque la ley del Espíritu de vida en Cristo Jesús ha librado a los que están en Cristo, de la ley del pecado y de la muerte; los ha librado del cuerpo de muerte. El capítulo 7 de Romanos es para los que están en Adán.
Para el que está en Cristo lo que vale es el capítulo 8. El “yo” de Pablo, al igual que el de cualquier nacido de nuevo, no va a ser liberado, ya lo fue, porque está en Cristo Jesús. Los que necesitan liberarse son los que están en Adán para evitar ser condenados y deben hacerlo a través del proceso en semejanza de muerte y resurrección que nos ofrece el evangelio.

Colosenses 2:11 En él también fuisteis circuncidados con circuncisión no hecha a mano, al echar de vosotros el cuerpo pecaminoso carnal, en la circuncisión de Cristo; 2:12 sepultados con él en el bautismo, en el cual fuisteis también resucitados con él, mediante la fe en el poder de Dios que le levantó de los muertos. 2:13 Y a vosotros, estando muertos en pecados y en la incircuncisión de vuestra carne, os dio vida juntamente con él, perdonándoos todos los pecados, a carne, os dio vida juntamente con él, perdonándoos todos los pecados.

Por si tiene alguna duda, lea este versículo una y otra vez. Aquí se  dice claramente que el bautismo en una circuncisión espiritual, mediante la  cual somos despojados de nuestro cuerpo pecaminoso carnal. Otras traducciones de la biblia, dicen “naturaleza pecaminosa”, que sería la traducción correcta. Cuando nacemos de nuevo, somos despojados de la “la carne” para tener una nueva naturaleza.  No hay dos naturalezas dentro del nacido de nuevo, porque al bautizarnos somos despojados de la naturaleza pecaminosa.
Necesitamos el bautismo para deshacernos de la naturaleza pecaminosa y de allí en adelante ser participantes de la naturaleza divina.
Ezequiel 36:27 Y pondré dentro de vosotros mi Espíritu, y haré que andéis en mis estatutos, y guardéis mis preceptos, y los pongáis por obra.

En el nuevo nacimiento, somos desalojados de la naturaleza pecaminosa y del pecado que nos hacía pecar.  En su lugar, Dios  nos hace participantes de su naturaleza divina (2 Pedro 1:4), y pone su espíritu en nuestro espíritu, para que nos ayude a andar en sus estatutos, guardar sus preceptos y ponerlos por obra.

Romanos 7:21 Así que, queriendo yo hacer el bien, hallo esta ley: que el mal está en mí.

El “pecado” es un espíritu que mora en el hombre y lo hace cometer pecados, además el pecado es una ley. Esta es la experiencia del viejo hombre, que no puede dejar de pecar, porque el pecado es una ley que está dentro de él y que siempre lo va a hacer pecar.
Para entenderlo, pongamos de ejemplo la ley de la gravedad. Esta ley hace que todo lo que sube sea atraído hacia abajo y caiga. Entonces usted puede sostener una piedra pesada por un rato y puede vencer a la ley de la gravedad por ese rato, pero llegará el momento en que se va a cansar y debe dejar caer la piedra. La ley de la gravedad terminará imponiéndose.
Así es con el pecado, podemos esforzarnos para no pecar y lograrlo por un rato, pero el pecado siempre nos vencerá porque es más fuerte que nuestra voluntad, es una ley que siempre nos va a vencer.
En cuanto a la Ley de la gravedad, tendría que haber una nueva ley que haga que todas las cosas suban para poderla vencer. De igual manera, lo único que puede vencer a la ley del pecado es una ley que haga que no pequemos:

Romanos  8:2 Porque la ley del Espíritu de vida en Cristo Jesús me ha librado de la ley del pecado y de la muerte. 8:3 Porque lo que era imposible para la ley, por cuanto era débil por la carne, Dios, enviando a su Hijo en semejanza de carne de pecado y a causa del pecado, condenó al pecado en la carne;

Era imposible para el viejo hombre cumplir la ley de Moisés, por la debilidad de la carne que está gobernada por el pecado. Entonces Dios resolvió el problema con una nueva ley, una ley más poderosa que la ley del pecado y de la muerte. Esa ley es la Ley del Espíritu de vida en Cristo Jesús.
Tome en cuenta que la escritura dice que Dios condenó al pecado en la carne. Esto significa que cuando Jesús fue condenado a muerte, “el pecado” que estaba “en la semejanza de su carne” fue condenado con él. Cuando Jesús murió, el pecado (la fábrica de pecados) también murió.
Esta es otra de las razones por la cual necesitamos el bautismo, para que el pecado que mora en nosotros sea condenado con Cristo.
Cuando nos bautizamos, somos puestos en Cristo, crucificados y sepultados con él y el pecado que está en nosotros también es crucificado, sepultado, y ya no puede ejercer ningún control sobre nosotros.
La nueva criatura sale del agua “sin el pecado”, más bien, sale del agua “con el Espíritu Santo” dentro de su espíritu. De allí en adelante la ley del pecado no ejerce dominio alguno sobre ella, por el contrario, es ahora la ley de vida en Cristo la que ejerce su influencia.
¿Entonces por qué pecamos? ¿Porque los malos hábitos siguen en nosotros?
La respuesta es una:  en el nuevo nacimiento Dios no toca nuestra alma porque ésta contiene la voluntad y Dios respeta nuestro libre albedrío. Hemos sido redimidos del espíritu, pero no del cuerpo ni del alma. La redención del cuerpo será hasta en la segunda venida de Cristo (1 Corintios 15:22-23). Si usted tenía una cicatriz en su brazo, sale de las aguas del bautismo con la misma cicatriz. Y además de las cicatrices del cuerpo, tenemos cicatrices en el alma.
El nacido de nuevo ya no tiene el pecado morando en su cuerpo, pero el cuerpo está acostumbrado a satisfacer sus deseos y a los malos hábitos, los cuales  no desaparecen inmediatamente en las aguas del bautismo.
Por ejemplo, una persona tiene 20 años de fumar, no va a dejar de fumar de manera inmediata al tener un nuevo nacimiento.
Lo mismo sucede con nuestra mente, la cual es como el disco duro de una computadora. Mientras estábamos en Adán, le introdujimos todo tipo de información, la mente puede estar llena de religiosidad, de filosofías humanas, de legalismos, de costumbres, de pornografía, de homosexualismo, de experiencias que la han marcado y que no se borran al nacer de nuevo.
Esa computadora mental ha sido abarrotada de información que le dice cómo actuar, cómo pensar y cómo reaccionar. El disco duro humano, debe ser formateado, se le debe de quitar el Windows humano para ponerle el Windows o sistema operativo celestial.

Romanos 12:2 No os conforméis a este siglo, sino transformaos por medio de la renovación de vuestro entendimiento, para que comprobéis cuál sea la buena voluntad de Dios, agradable y perfecta.

La buena noticia es que no importa cuanta basura haya en nuestra mente, ni cuales nuestros pensamientos, Dios puede enseñarnos a pensar de manera diferente. Dios dice “Transformaos por medio de la renovación de vuestro entendimiento  para que comprobéis cual es la voluntad de Dios agradable y perfecta”.
Dios nos da su Espíritu para ayudarnos en ese proceso de cambio. La renovación de nuestra mente es la apertura de nuestro entendimiento para pensar como Dios.

1 Corintios 2:14 Pero el hombre natural no percibe las cosas que son del Espíritu de Dios, porque para él son locura, y no las puede entender, porque se han de discernir espiritualmente.

Un hombre natural o viejo hombre puede ser sabio desde el punto de vista humano, pero no puede entender las cosas de Dios. La ayuda del Espíritu Santo consiste en abrirnos el entendimiento para que comprendamos la palabra de Dios.
Eso sí, hay un pero,  el Espíritu Santo no va a leer la palabra de Dios por nosotros y sin la lectura de la palabra, la renovación de la mente es algo imposible, como imposible es que una persona sea salva si no hay quien le predique el evangelio (Romanos 10: 13-15).
Para que una persona renueve su mente, debe alimentarse de la palabra de Dios. El Espíritu Santo no va a predicar ni va a leer la palabra de Dios por el creyente. Eso depende del creyente; y  una vez que el creyente haga su parte, el Espíritu hará la suya.

2 Corintios 10:4 porque las armas de nuestra milicia no son carnales, sino poderosas en Dios para la destrucción de fortalezas, 10:5 derribando argumentos y toda altivez que se levanta contra el conocimiento de Dios, y llevando cautivo todo pensamiento a la obediencia a Cristo, 10:6 y estando prontos para castigar toda desobediencia, cuando vuestra obediencia sea perfecta.

El legalismo y la religiosidad son ejemplos de fortalezas que se encuentran en nuestra mente y no desaparecen inmediatamente con el nuevo nacimiento. Todo pensamiento humano debe ser cambiado por un pensamiento divino. Por ejemplo: una persona dice: “ya no puedo luchar más” y si está convencida de eso, ese pensamiento se convierte en una fortaleza que no la dejará salir adelante. Pero si lee la palabra de Dios en Filipenses 4:13 que dice “que todo lo puede en Cristo que la fortalece”, cree esa verdad y sustituye la fortaleza con esa verdad, se liberará, porque su mente es renovada.
La renovación de nuestra mente, es un proceso de santificación. Pero, no debemos confundir santificación con justificación. La justificación es inmediata, única y para siempre. Al creer y bautizarnos Dios perdona todos nuestros pecados presentes, pasados y futuros, esa es la justificación.
La santificación consiste en ser apartados del pecado y de los malos hábitos y esto es un proceso de toda la vida, que se logra únicamente al alimentarnos diariamente de   la palabra de Dios.

Juan 17:17 Santifícalos en tu verdad; tu palabra es verdad.

El Espíritu Santo nos santifica cuando nos alimentamos de la palabra de Dios, si no tenemos contacto con la palabra de Dios nunca seremos santificados. Eso lo podemos ver en cristianos de muchos años que aún siguen pensando y pecando como antes.

Juan 4:4 Él respondió y dijo: Escrito está: No sólo de pan vivirá el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios.

Jesús dijo que no solo de pan vive el hombre, sino también de la palabra de Dios. En el ámbito natural, si un niño no es alimentado diariamente, no crecerá y morirá con los días. En el ámbito espiritual sucede lo mismo, si no nos alimentamos diariamente de la palabra de Dios, no creceremos, no seremos santificados, y con el tiempo hasta podríamos tener una muerte espiritual.

Romanos 12:1 Así que, hermanos, os ruego por las misericordias de Dios, que presentéis vuestros cuerpos en sacrificio vivo, santo, agradable a Dios, que es vuestro culto racional.

Entonces, debemos renovar nuestra mente, alimentándonos de la palabra de Dios. Además, nosotros no estamos capacitados para vencer el pecado ni la tentación, entonces necesitamos poner nuestros cuerpos en el altar como sacrificio vivo para que Dios tome el control. Eso es lo que se conoce como consagración, y no es ofrecer talentos, dones, poderes naturales al Señor para su uso. Tampoco es estar encerrado en una iglesia o estar orando todo el día. Consagración es dejar que Cristo pase a ser la fuente de nuestras vidas.
En el proceso de muerte y resurrección que se da en el bautismo, «la muerte» es «yo en Cristo» y «la resurrección es Cristo en mi»
Hay personas nacidas de nuevo, que luchan y luchan en sus propias fuerzas contra un vicio y no ven ningún resultado.  Mientras sigan así,  Dios no puede hacer nada.
Cuando una persona se está ahogando, los salvavidas no hacen nada mientras la persona esté luchando por salir del agua, porque corren el riesgo de hundirse con esa persona. Esperan que la persona deje de luchar y entonces la sacan.
Lo mismo sucede en nuestra relación con Dios.  Mientras luchemos y luchemos en nuestras fuerzas, le impedimos a Dios que haga su obra. Tenemos que recordar que la salvación es por gracia (Efesios 2:8-9) y la vida cristiana sigue siendo por gracia.
Hay personas que entienden que son salvas por gracia pero no entienden que se vive por gracia. Y gracia es lo que Dios hace por nosotros. En el momento que dejemos de luchar y le entreguemos todos nuestros vicios y problemas al Señor, solo entonces el Señor hará su obra, porque es por gracia y si es por gracia no es por obras (Romanos 11:6).

RESUMEN FINAL

¿Qué es el evangelio? Es el método que Dios ideó para que podamos convertirnos en sus hijos, y para que podamos vivir una vida de gracia. Ese método que no es ni doloroso ni difícil, consiste en un proceso a semejanza de muerte y resurrección con Cristo, que se lleva a cabo en el bautismo. Es un proceso por gracia y mediante la fe. Es el proceso de adopción de Dios para con nosotros. Cuando cumples con ese proceso, tu nombre es escrito en el libro de la vida (Filipenses 4:3, Apocalipsis 3:5), Dios te da un nombre nuevo, el nombre de un hijo del Rey de Reyes y Señor de Señores. Cuando estés en su presencia serás llamado por ese nombre (Apocalipsis 2:17). Espero que hayas comprendido estas hermosas verdades.





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