martes, 15 de marzo de 2016

LA VIDA DE JESÚS


BIBLIA
LA VIDA DE JESÚS
____________________

Estamos estudiando los “hombres más importantes” de la Biblia, sus hechos, y lo que podemos aprender acerca de sus vidas. Hemos ido de Adán hasta Josué y de Josué hasta el nacimiento de Jesús, el hombre más grande e importante que ha existido. Más que un hombre, Jesús es el hijo de Dios que vino a la tierra a dar su vida por la salvación de la humanidad. En esta tercera entrega, los detalles de su vida y de su ministerio.
La vida de Jesús se narra en los primeros cuatro libros del Nuevo Testamento: Mateo, Marcos, Lucas y Juan, pero en sentido más amplio toda la Biblia desde el Génesis hasta el Apocalipsis,  habla del Mesías salvador que habrá de gobernar el mundo por los siglos de los siglos y ese Mesías es nuestro Señor Jesucristo.
Los cuatro evangelios son cuatro biografías separadas de Jesús. Aunque coinciden en muchos aspectos, cada uno menciona algunas cosas no relatadas en los otros. Mateo enfatiza que Jesús es el Mesías prometido, y cita las profecías para demostrar que todas las que hablan de Jesús se cumplieron al pie de la letra. Con ello demuestra que la Biblia es la palabra de Dios.  Marcos le da más énfasis a las enseñanzas de Jesús. Lucas realza la humanidad de Jesús al describir su interés en aliviar el sufrimiento del hombre. Juan trata de probar la deidad de Cristo. Su evangelio comienza diciendo:

Juan 1:1 En el principio era el Verbo, y el Verbo era con Dios, y el Verbo era Dios.1:2 Este era en el principio con Dios.
1:3 Todas las cosas por él fueron hechas, y sin él nada de lo que ha sido hecho, fue hecho.

Luego dice:

Juan 1:14 Y aquel Verbo fue hecho carne, y habitó entre nosotros (y vimos su gloria, gloria como del unigénito del Padre), lleno de gracia y de verdad

También registró que las cosas que Jesús hizo, fueron escritas "para que creáis que Jesús es el Cristo, el Hijo de Dios, y para que creyendo tengáis vida en su nombre" (Juan 20:31).
El nacimiento de Jesucristo fue así: Estando desposada María su madre con José, antes que se juntasen, o sea que era virgen, se halló que había concebido del Espíritu Santo (Mateo 1:18). Todo esto aconteció para que se cumpliese lo dicho por el Señor por medio del profeta Isaías, cuando dijo: “He aquí que la virgen concebirá, y dará a luz un hijo, y llamará su nombre Emanuel” (Isaías 7:14).
Jesús era  el hijo de Dios y en su humanidad era descendiente directo del Rey David (Mateo 1:17).  Las circunstancias obligaron a que Jesús naciera en Belén como cumplimiento de la profecía de Miqueas, quien había dicho: "Pero tú, Belén Efrata, pequeña para estar entre las familias de Judá, de ti me saldrá el que será Señor en Israel"(Miqueas 5:2).
Un pronunciamiento romano obligó a María y a su esposo José, ir a Belén para un censo especial. Cuando llegaron no pudieron encontrar lugar en el mesón, por lo que fueron a parar a un establo. Ahí, en el más humilde de los lugares nació el niño Jesús, y fue colocado en un pesebre. El nacimiento del Hijo de Dios fue anunciado por los ángeles a los pastores en el campo (Lucas 2:8-10). Ellos inmediatamente fueron a Belén a conocer al niño. Mientras tanto, unos magos de oriente  siguieron una estrella hasta que encontraron al infante recién nacido. En el camino ellos visitaron al Rey Herodes y le preguntaron “¿Dónde está el rey de los judíos, que ha nacido? Porque su estrella hemos visto en el oriente, y venimos a adorarle” (Mateo 2:2).  Herodes, temiendo por su trono, ordenó matar a  todos los niños menores de dos años. Pero él no pudo matar a Jesús como esperaba, porque un ángel del Señor apareció en sueños a José y le dijo: “Levántate y toma al niño y a su madre, y huye a Egipto, y permanece allá hasta que yo te diga; porque acontecerá que Herodes buscará al niño para matarlo” (Mateo 2:13) cumpliéndose así la profecía: “Cuando Israel era muchacho, yo lo amé, y de Egipto llamé a mi hijo” (Oseas 11:1).
Jesús fue bautizado a la edad de treinta años por Juan el Bautista, en el Río Jordán. Sabiendo  que Jesús no tenía pecado, Juan no quería bautizarlo, pero Jesús insistió diciendo que convenía cumplir toda justicia (Mateo 3:15).

2 Corintios 5:21 Al que no conoció pecado, por nosotros lo hizo pecado, para que nosotros fuésemos hechos justicia de Dios en él.

Jesús no se bautizó por sus pecados porque no era pecador, pero se hizo pasar por pecador en el bautismo, en ese momento tomó el lugar de los pecadores para echar sobre sí los pecados de todos nosotros y que así fuésemos justificados.
Cuando Jesús salió del agua, Dios testificó desde los cielos que Jesús era su hijo amado (Marcos 1:11). Después de su bautismo, Jesús se fue llevado por el Espíritu al desierto para ser tentado por el diablo (Mateo 4:1-11).  Jesús no le dio cabida a sus tentaciones.
Sin haber iniciado su ministerio, Jesús hizo su primer milagro. Esto fue una boda en  Cana en Galilea cuando convirtió el agua en vino. Jesús se mudó a la ciudad de Capernaum, a la orilla del Mar de Galilea, y allí vivió durante la mayor parte de su ministerio.Ese ministerio duró alrededor de tres años y medio. Durante este tiempo viajó a través de Palestina, haciendo milagros y enseñando acerca del reino de Dios. En una ocasión asistió a la Fiesta de la Pascua en Jerusalén y allí arrojó a los cambistas fuera del templo. Luego le dijo a Nicodemo que para ingresar al reino de Dios había que nacer de nuevo (Juan 3:3-5). Regresando a Galilea a través de Samaría, se encontró a una mujer junto al pozo de Jacob, cerca de la ciudad de Sicar. Después de hablar con ella extensamente acerca de cosas espirituales, él concluyó con un profundo pensamiento: “Dios es Espíritu: y los que lo adoran, deben adorarlo en espíritu y en verdad” (Juan 4:24).
Después de su regreso a Galilea, Jesús permaneció ahí alrededor de dos años, enseñando y sanando a los enfermos. Seguidamente fue a Jerusalén para asistir a la Fiesta de la Pascua. Una vez visitó Fenicia, la única ocasión en la que dejó Palestina. En Nazaret, su residencia de adolescente fue rechazado incluso por sus hermanos que se negaron a creer que Jesús fuera el Mesías esperado.
En los siguientes meses Jesús sanó a muchos en Galilea. Algunos vinieron recorriendo millas para oír sus enseñanzas o para recibir sanidad. Miles lo siguieron en sus viajes a las aldeas de Galilea o a las desoladas regiones que rodean el mar de Galilea. En uno de estos viajes a cerca de Capernaum, Jesús predicó su “Sermón del monte” recogido en los capítulos 5, 6 y 7 de Mateo. Probablemente es el más famoso sermón jamás expresado.
En una ocasión había 5.000 hombres escuchando su palabra de vida y multiplicó 5 bollos de pan y 2 pececillos para dar de comer a toda esa multitud. En otra ocasión también alimentó 4.000 hombres en forma similar. Tan grande fue su popularidad que una vez cuando cruzó el Mar de Galilea para escapar de las multitudes, éstas fueron hasta el otro lado del lago para encontrarse con él.
Jesús compartía con publicanos y pecadores y cuando lo criticaron dijo: “No he venido a llamar a justos, sino pecadores, al arrepentimiento” (Mateo 9:13).
En una ocasión, Jesús se transfiguró frente a tres de sus discípulos y Moisés y Elías aparecieron junto a él. Este pasaje es muy significativo ya que Moisés simboliza la ley, Isaías simboliza la profecía y Jesús simboliza la gracia. Y cuando Jesús se transfiguró se oyó a Dios decir desde los cielos, “este es mi hijo amado a él oíd”, (Mateo 17:2-5). De esa manera el Padre declaró que la ley y la profecía habían llegado a su fin para ser sustituidas por la gracia mediante la fe que Jesús ofrecía.
Después de dos años de enseñar en Galilea, Jesús regresó a Jerusalén para la Fiesta de los Tabernáculos. Aun antes de esto, los fariseos habían tratado de hacerlo caer en contradicciones pero siempre habían fracasado. Ahora pensaban matarlo, pero su popularidad era muy grande para intentarlo. Así Jesús pudo salir de Jerusalén y viajó a Perea, cruzando el Río Jordán. Fue aquí y en Judea donde Jesús pasó los últimos meses de su vida. Jesús sabía que después de que él se hubiera ido, otros tendrían que continuar su obra. Por eso nombró a doce de sus discípulos a quienes también llamó apóstoles, estos fueron:   Simón, a quien llamó Pedro, Andrés su hermano, Jacobo y Juan, Felipe y Bartolomé, Mateo, Tomás, Jacobo y Judas, ambos hijos de Alfeo, Simón el Zelote, y Judas Iscariote, que llegó a ser el traidor  (Lucas 6:12-16)
La mayoría de estos eran pescadores del Mar de Galilea. Su entrenamiento incluía el testimonio de las hazañas hechas por Cristo y la audición de sus enseñanzas. Para darles experiencia los mandó a predicar, a sanar enfermos y a echar fuera demonios. La fama de Jesús  descansó no solamente sobre su enseñanza, sino sobre sus obras con las cuales demostró su deidad.
Los evangelios mencionan 35 milagros de Jesús. De estos, 16 fueron sanidades, 6 fueron liberaciones de demonios y 3 fueron resurrecciones de muertos (al hijo de una viuda de Naín, a la hija de Jairo, y a Lázaro, hermano de María y Marta). Jesús no obró milagros solamente para hacer bien a la gente, sino también para que los hombres creyeran su enseñanza y para que se dieran cuenta de su deidad.
El evento más importante en la historia del mundo es la crucifixión y resurrección de Cristo. Cinco días antes de ser crucificado, Jesús ordenó a sus discípulos que fueron por un pollino, en el cual entró a Jerusalén y todos lo aclamaron como el Mesías. Todo esto aconteció para que se cumpliese lo dicho por el profeta, cuando dijo: “alégrate mucho, hija de Sion; da voces de júbilo, hija de Jerusalén; he aquí tu rey vendrá a ti, justo y salvador, humilde, y cabalgando sobre un asno, sobre un pollino hijo de asna”. (Zacarías 9:9).
Esto fue en domingo, al día siguiente Jesús entró en el templo como lo había hecho tres años antes, y volcó las mesas de los cambistas quienes trataban de hacer fuertes ganancias con las gentes que habían venido a adorar. Esto intensificó la determinación de sus enemigos de matarlo. Judas Iscariote, uno de los doce, vino al siguiente día a los principales sacerdotes y les dijo: “¿Qué me queréis dar, y yo os lo entregaré?” Y ellos le asignaron treinta piezas de plata (unos 20 dólares actuales). Y desde entonces buscaba oportunidad para entregarle (Mateo 26:15-16).
La noche de la traición Jesús se reunió con sus discípulos para participar de la Fiesta de la Pascua.  Esta vez les dijo a sus discípulos sus últimas palabras de exhortación; les mostró un maravilloso ejemplo al lavarles los pies; y oró a Dios por la unidad de todos los creyentes, tal como aparece en Juan 17. Durante la Pascua, Jesús instituyó la cena del Señor. Primero tomó el pan sin levadura, y luego el vino  y les dio a sus discípulos diciendo: “Esto es mi cuerpo” y “esto es mi sangre” (Mateo 26:26,28).
El catolicismo romano ha malentendido las palabras de Jesús, al enseñar que el pan y el vino son literalmente, su cuerpo y su sangre. Jesús estaba hablando en lenguaje simbólico. Cuando él dijo: esto es mi cuerpo, estaba declarando: “Esto representa mi cuerpo.” De igual manera Jesús dijo de manera figurada en otra ocasión que él era la puerta y Jesús no era ninguna puerta, literalmente hablando pero si era la puerta en sentido figurado porque es a través de Jesús que tenemos entrada en el reino de los Cielos.
Después de la cena, Jesús salió de Jerusalén con sus discípulos y cruzó el arroyo del Cedrón para dirigirse al Monte de los Olivos. Ahí le suplicó fervientemente al Padre que le evitara ir a la cruz. En su agonía Jesús sudó gotas de sangre. Al final aceptó hacer la voluntad del Padre y regresó adonde había dejado a sus discípulos y los encontró durmiendo, en el momento en que más necesitaba de ellos (Lucas 22:39-46).   Justo en el momento en que  se preparaban  para abandonar el lugar, se vieron rodeados por una multitud que había venido con espadas y palos a arrestarlo. Iban dirigidos por Judas quien fue directamente a Jesús y lo besó para indicarles a sus cómplices que ese era el hombre que debían arrestar. Pedro sacó su espada e hirió la oreja del siervo del sumo sacerdote; pero Jesús lo sanó inmediatamente. (Lucas 22:47-51).
Un rato más tarde todos los discípulos huyeron, dejando sólo a Jesús, por temor a que a ellos también fueran arrestados.
Al caer la noche, Jesús fue  llevado a Anas, suegro de Caifás, sumo sacerdote de los judíos. De Anas fue enviado a Caifás, quien lo encontró digno de muerte. Durante estas horas siniestras de la noche Pedro, por miedo al desprecio de los judíos, negó que conociera a Jesús. Primero Judas lo había traicionado y ahora Pedro lo negaba (Lucas 22:55-61) Tanto Pedro como Judas se arrepintieron. Pedro lloró amargamente (Lucas 22:62). Judas, viendo que  Jesús era condenado, devolvió arrepentido las treinta piezas de plata a los principales sacerdotes y a los ancianos, diciendo: “Yo he pecado entregando sangre inocente”. Mas ellos dijeron: “¿Qué nos importa a nosotros? ¡Allá tú” Y arrojando las piezas de plata en el templo, salió, y fue y se ahorcó. (Mateo 27: 3-5).
Después del amanecer, Cristo fue llevado ante el concilio judío, donde la decisión de Caifás fue formalmente aprobada. De ahí que enviaron a Jesús al gobernador romano Pilato, quien no pudo encontrar culpa en Jesús. Pilato lo envió a Herodes quien tenía jurisdicción en Galilea. Herodes se lo devolvió a Pilato quien lo encontró inocente y quiso soltarlo, pero lo sentenció a muerte (Lucas 23:34) para complacer a los judíos que así lo solicitaban, luego de azotarlo.
Entonces los soldados del gobernador llevaron a Jesús al pretorio, y reunieron alrededor de él a toda la compañía; y desnudándole, le echaron encima un manto de escarlata, y pusieron sobre su cabeza una corona tejida de espinas, y una caña en su mano derecha; e hincando la rodilla delante de él, le escarnecían, diciendo: Salve, Rey de los judíos. Y escupiéndole, tomaban la caña y le golpeaban en la cabeza. Después de haberle escarnecido, le quitaron el manto, le pusieron sus vestidos, y le llevaron para crucificarle (Mateo 27:27-31).
Cuando le hubieron crucificado, repartieron entre sí sus vestidos, echando suertes, para que se cumpliese lo dicho por el profeta: “Partieron entre sí mis vestidos, y sobre mi ropa echaron suertes” (Salmo 22:18). Y sentados le guardaban allí.  Y pusieron sobre su cabeza su causa escrita: ESTE ES JESÚS, EL REY DE LOS JUDÍOS (Mateo 27:35. 37).
Entonces crucificaron con él a dos ladrones, uno a la derecha, y otro a la izquierda. Y los que pasaban le injuriaban, meneando la cabeza, y diciendo: “Tú que derribas el templo, y en tres días lo reedificas, sálvate a ti mismo; si eres Hijo de Dios, desciende de la cruz”, cumpliéndose la profecía que dice: “Todos los que me ven me escarnecen; Estiran la boca, menean la cabeza, diciendo: Se encomendó a Jehová; líbrele él; Sálvele, puesto que en él se complacía”. (Salmo 22:7-8).
De esta manera también los principales sacerdotes, escarneciéndole con los escribas y los fariseos y los ancianos, decían:  A otros salvó, a sí mismo no se puede salvar; si es el Rey de Israel, descienda ahora de la cruz, y creeremos en él (Mateo 27: 38-42).
Cerca de la hora novena, Jesús clamó a gran voz, diciendo: “Elí, Elí, ¿lama sabactani? Esto es: Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has desamparado?” (Mateo 27:46) Se cumplió así la profecía que se encuentra en el Salmo 22:1.
Y Jesús, habiendo otra vez clamado a gran voz, entregó el espíritu.  Y he aquí, el velo del templo se rasgó en dos, de arriba abajo; y la tierra tembló, y las rocas se partieron;  y se abrieron los sepulcros, y muchos cuerpos de santos que habían dormido, se levantaron;  y saliendo de los sepulcros, después de la resurrección de él, vinieron a la santa ciudad, y aparecieron a muchos.  El centurión, y los que estaban con él guardando a Jesús, visto el terremoto, y las cosas que habían sido hechas, temieron en gran manera, y dijeron: Verdaderamente éste era Hijo de Dios. (Mateo 27:50-54).
Vemos que a la muerte de Jesús, la tierra fue sacudida por un enorme terremoto y el velo del templo se rasgó en dos, lo que tiene un enorme significado para todos los creyentes. El velo era en realidad una cortina, y el historiador judío Giuseppe Flavio escribió que ni siquiera dos caballos unidos a esta gran cortina, habrían podido romperla, tenía 20 metros de altura y diez centímetros de espesor, para poderla enrollar se decía que eran necesarios alrededor de setenta hombres para moverla. El velo del templo  respondía a las obligaciones que el libro del Éxodo había indicado para la construcción del tabernáculo que dividía el lugar santo del lugar santísimo. Al lugar santísimo solo podían ingresar los sumos sacerdotes una vez al año para encontrarse con la presencia de Dios y solicitarle el perdón de los pecados, para ellos y para su pueblo. El velo no se dañó en una esquina o sufrió un pequeño rasguño, sino que se rasgó de arriba hasta abajo quedando de esta manera libre el camino al lugar santísimo. Lo que esto significa, es que al romperse el velo, podemos “entrar confiadamente al trono de la gracia, para alcanzar misericordia y hallar gracia para el oportuno socorro” (Hebreos 4:16) sin necesidad de intermediarios. Bendito sea el Señor.
Cuando llegó la noche, vino José de Arimatea, un hombre rico que era discípulo de Jesús. Este fue a Pilato y pidió el cuerpo de Jesús. Entonces Pilato mandó que se le diese el cuerpo. Y tomando el cuerpo, lo envolvió en una sábana limpia, y lo puso en su sepulcro nuevo, que había labrado en la peña; y después de hacer rodar una gran piedra a la entrada del sepulcro, se fue. (Mateo 27:57-60)
A solicitud de los principales sacerdotes, Pilato colocó guardianes a la entrada de la tumba de Jesús, para evitar que vinieran los discípulos de Jesús y se robaran el cuerpo (Mateo 27:62-66).
Pasado el día de reposo (sábado), al amanecer del primer día de la semana, vinieron María Magdalena y la otra María, a ver el sepulcro. Y hubo un gran terremoto; porque un ángel del Señor, descendiendo del cielo y llegando, removió la piedra, y se sentó sobre ella. Su aspecto era como un relámpago, y su vestido blanco como la nieve. Y de miedo de él los guardas temblaron y se quedaron como muertos. Mas el ángel, respondiendo, dijo a las mujeres: No temáis vosotras; porque yo sé que buscáis a Jesús, el que fue crucificado. No está aquí, pues ha resucitado, como dijo. Venid, ved el lugar donde fue puesto el Señor. (Mateo 29:1-6)
Entonces ellas, saliendo del sepulcro con temor y gran gozo, fueron corriendo a dar las nuevas a sus discípulos. Y mientras iban a dar las nuevas a los discípulos, he aquí, Jesús les salió al encuentro, diciendo: “Salve” Y ellas, acercándose, abrazaron sus pies, y le adoraron. Entonces Jesús les dijo: “No temáis; id, dad las nuevas a mis hermanos, para que vayan a Galilea, y allí me verán”. (Mateo 28:-8-10)
Y volviendo del sepulcro, dieron nuevas de todas estas cosas a los once, y a todos los demás.  Eran María Magdalena, y Juana, y María madre de Jacobo, y las demás con ellas, quienes dijeron estas cosas a los apóstoles. Mas a ellos les parecían locura las palabras de ellas, y no las creían. Pero levantándose Pedro, corrió al sepulcro; y cuando miró dentro, vio los lienzos solos, y se fue a casa maravillándose de lo que había sucedido
Ese mismo día, Jesús se apareció a Pedro y a otro de sus discípulos que iban camino a Emaús (Lucas 24:13-31) aunque ellos no lo reconocieron en un principio. Entonces volvieron a Jerusalén, y hallaron a los once reunidos, y a los que estaban con ellos, que decían: Ha resucitado el Señor verdaderamente, y ha aparecido a Simón. (Lucas 24:33)
Ese mismo día, Jesús súbitamente se apareció en medio de ellos, quienes estaban reunidos en un cuarto cerrado. Ellos creyeron que era un espíritu, pero las heridas de su manos y sus pies y el hecho de que comiera con ellos, les abrió los ojos para darse cuenta de que el hombre frente a ellos era Jesus resucitado. (Lucas 24:36-43). Los apóstoles no dudaron más de la resurrección de Jesús, excepto Tomás que estaba ausente.
Cuando él oyó de estos eventos dijo: “Si no viere en sus manos la señal de los clavos, y metiere mi dedo en el lugar de los clavos, y metiere mi mano en su costado no creeré” (Juan 20:25). Justamente, una semana más tarde, Jesús se apareció de nuevo a sus discípulos. Esta vez estaba presente Tomás y Jesús le dijo: “Pon aquí tu dedo, y mira mis manos; y acerca tu mano, y métela en mi costado; y no seas incrédulo sino creyente” (Juan 20:27). Tomás exclamó: “Señor mío y Dios mío” El hecho de que los apóstoles y especialmente Tomás, convirtieran su escepticismo en fe es una de las pruebas más poderosas de la resurrección corporal de Jesús.
Más tarde, Jesús se apareció a 7 discípulos en el Mar de Galilea; y otra vez a los once en una montaña. El apóstol Pablo dice que también se apareció a más de 500 personas a la vez, a Santiago (1 Corintios 15:6,7) y a él mismo.
Finalmente se apareció a todos los apóstoles para su ascensión al cielo, cuarenta días después de la resurrección. Mientras Jesús hablaba con ellos, dándoles las palabras finales de exhortación, ascendió entre las nubes del cielo y no fue visto más por ellos. (Marcos 16:14-20, Lucas 24:50-53).

1 Corintios 5:17 y si Cristo no resucitó, vuestra fe es vana; aún estáis en vuestros pecados.

Si Jesús no resucitó, vana es nuestra fe y estamos condenados en nuestros pecados. Jesús murió para limpiar nuestros pecados. Pero si Jesús no resucitó, no tuviera poder para perdonar pecados. Solamente a la luz de la tumba vacía, la cruz tiene significado.
La esperanza de la vida eterna de los cristianos está ligada a la resurrección de Jesús. Su resurrección también trajo el fin del antiguo pacto y su ley Mosaica, en la cual Israel había vivido por 1500 años. Desde ese tiempo en adelante, Judíos y gentiles, vivimos en la Era de la gracia.  Ya no estamos sujetos al cumplimiento de la ley.
Las últimas palabras de Jesús antes de ascender a los cielos fueron:

Y Id por todo el mundo y predicad el evangelio a toda criatura. El que creyere y fuere bautizado, será salvo; mas el que no creyere, será condenado” (Marcos 16:15-16).

Las condiciones de salvación que son dadas por Jesús son simples. Un pecador debe creer en Cristo y ser bautizado. El perdón de pecados viene como resultado de que uno se ha bautizado (Hechos 2:38), no antes de bautizarse. Jesús declaró: “El que creyere y fuere bautizado será salvo
Jesús murió y resucitó por ti, “Ahora, pues, ¿por qué te detienes?  Levántate y bautízate, y lava tus pecados, invocando su nombre” (Hechos 22:16).


Descargar pdf

No hay comentarios.:

Publicar un comentario